Epílogo.

Birgrem se detuvo en la entrada de su habitación, el lugar estaba desierto, ya no quedaba nada únicamente se podía ver en la habitación la espada, la espada que su clan forjó para él, la espada que contenía el hierro de la sangre de su clan y que ahora debido a su muerte y a la de Zinnia su sangre también ya era parte de la espada.

Cuando Birgrem escuchó que la espada había absorbido su sangre se quedó sin comprender, su espada nunca tuvo aquella cualidad, él siempre limpió la hoja de su espada en el pelaje de su oso.

Ahora sola en la pared estaba la espada, la espada ya no tenía el brillo que siempre tuvo, la espada lucía vieja y herrumbrosa, el color plata brillante de la hoja ahora era el color marrón apagado del óxido.

Birgrem no entró en la habitación, no podía hacerlo, hubiera sido como volver al pasado y ya era libre de aquel pasado, un pasado que siempre lo había atormentado, y que ya no existía.

Un par de delicadas manos se unieron delante de él rodeando su cintur
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