AlianaÉrase una vez, en una pequeña aldea que estaba rodeada de grandes montañas; allí había una casa de madera, donde vivía una niña a quien le gustaba jugar en el bosque con los animalitos. Dado que ella siempre usaba una capa de color carmesí, todos la llamaban «Caperucita roja» ...Dejo de escribir cuando el tren avisa mi estación, la última, por cierto, entonces cierro la libreta y la guardo dentro de mi mochila junto al lápiz que estaba utilizando. Una vez estoy lista para salir, agarro el asa de mi maleta con la intención de arrastrarla hacia la salida; sin embargo, el choque brusco de parte de algún distraído me hace tambalear. —Perdón —dice la persona que me ha chocado y maltratado el hombro en el acto. Trato de no gruñir por el dolor causado por el golpe y me limito a asentir con la cabeza—. ¿Cómo te llamas? —inquiere él, como si pararnos en medio del pasillo a conversar fuera una buena idea; pero como no lo es, decido ignorarlo y salir.Una vez que el sol me acaricia la p
—Entonces conoció a mi madre —confirmo con curiosidad y ganas de saber más. Todo en torno a ella me es interesante y, saber sobre su pasado, me hace sentir que fue real. —Claro que sí, ella... —Hace una pausa al perderse en sus pensamientos—. Ella era como una tía para mí. Fue nuestra vecina por mucho tiempo; papá y Victoria se llevaban muy bien. Incluso, vivo al lado de tu casa, así que no debes preocuparte por el asesino, no dejaré que nadie te dañe.Siento el alivio recorrerme al escuchar que vive cerca, pese a que la expresión en su mirada me causa escalofríos. Yo ya estaba pensando en utilizar mis últimos centavos en un motel de mala muerte, para pasar la noche hoy.John se ofrece a llevarme, puesto que vamos para el mismo vecindario. Desde que encendió el auto me ha contado sobre su vida, que hace unos meses regresó a casa de sus difuntos padres, pero que tiene que estar viajando a la ciudad por causa de su trabajo todas las semanas. Mientras habla, me distraigo con su figura
—Caperucita, toma la canasta de cintas rojas, que te he puesto comida para un día. Ahora corre al bosque y no mires atrás. Escoge el camino de las flores rojas y no te quites tu capa. —Mami, pero en el bosque está la bestia. —Mi amor, mientras tengas tu capa, la bestia no te dañará. —¿No vienes conmigo? —Espérame junto al niño de los ojos grises, él te guiará. —¿Y cómo lo encuentro? —Él te encontrará. Mi amor, si llegas a ver a la abuelita...Un sonido brusco me despierta, provocando que salte de la cama con exaltación.Solo fue un rayo.Suspiro, aliviada.Después de lo sucedido en la tarde, conciliar el sueño fue toda una odisea, ya que cada mínimo sonido y hasta el mismo silencio me ponían alerta. Tal vez deba rendirme y regresar con el dinero que me queda a la ciudad, aunque tenga que vivir debajo de los puentes como mendiga; quizás si tengo suerte consigo un albergue del estado; cualquier cosa sería mejor que morir despedazada por un psicópata.Con ese pensamiento vuelvo a d
«¿Por qué tomar el camino largo cuando puedes coger un atajo?»***Camino por el pueblo, distraída con la peculiaridad de este sitio, y noto que me gano las miradas extrañadas de los presentes. Las personas aquí son raras y un poco anticuadas. Por lo menos existen los servicios públicos, como la electricidad, teléfonos fijos, agua y demás. Todavía no me creo que nadie aquí use celulares, es como si hubiese viajado al pasado donde la tecnología se limitaba a un enorme cajón a la que llamaban computadora.Pero, ¿qué se puede esperar de un pueblo que ni siquiera está registrado en el mapa? Cuando mi madrina me habló de Hadima creí que estaba alucinando, puesto que ni siquiera en Google aparecía.Sin embargo, así como cada lugar tiene sus contras, también sus ventajas; ya que por lo menos, aquí el dinero vale mucho. Con los pocos centavos que tenía, logré contratar los servicios de la electricidad y el teléfono, así que sólo me falta buscar a un plomero que no cobre mucho o a quien pueda
—Hola, caperucita —me saluda John cuando estoy abriendo la puerta. Al parecer ya tengo un apodo en este pueblo.—Hola, John. ¿Qué tal todo? —inquiero por cortesía, pero sin ganas de mantener una larga conversación.—Pues, he estado buscando pistas del asesino. Lamento mucho no haber pasado anoche, estuve ocupado.—No sabía que vendrías anoche... —murmuro, y podría asegurar que he fruncido el ceño de manera involuntaria porque siento una pequeña presión en el rostro.—Te dije que te protegeré. No dejé de pensar en ti ni un momento. Temía tanto por tu vida.—Como puedes ver estoy bien. De todas formas, creo que están sobrevalorando el asunto.—No es así. Hay un asesino y lo voy a atrapar. Esas bestias deben morir todas, son una plaga en... Hadima. —Se queda pensativo por unos segundos. Hay algo en su mirada que no me convence, es como si mi cuerpo me pidiera que me alejara de él.—Bueno, espero que lo atrapen rápido —corto el tema con la esperanza de que se vaya.—Tengo la noche libre,
Doy vueltas de un lado a otro, dedicándole miradas fugaces a la canasta que yace en la mesa de mi cocina. Tengo esa sensación de familiaridad al observarla, pero la tristeza en el pecho me impide analizarla por mucho tiempo; es como si mi corazón se resistiera a ella, como si mis defensas se negaran a recibir esa respuesta que se encuentra allí porque siento que ella tiene un mensaje oculto, esperando a ser descifrado por mí.Agito la cabeza en negación, puesto que la sensación en el pecho es muy fuerte para soportarla.Quiero escapar.De repente, una imagen de una pequeña niña rubia, con capa roja y una canasta similar a esta se filtra en mis pensamientos y me da la sensación de recordar algo. Pesadas lágrimas mojan mis mejillas y el dolor en el pecho aumenta, a tal punto que siento mis pulmones quemarme. —¡Basta! —grito con desesperación. No quiero sentir este sufrimiento, este temor... Caigo de rodillas sobre el suelo mientras deja salir sollozos sonoros. ¿Qué me está sucediendo?
Llévale un pastel y una jarra de miel a la abuelita...***Estoy en un trance, donde no sé si lo que está sucediendo es real o una alucinación. Es que me parece tan irreal…Un lobo enorme, de pelaje plateado y mirada gris, que ahora mismo me enseña sus grandes dientes y colmillos, camina a paso lentos en mi dirección, listo para atacarme. De repente reacciono, entonces me volteo y corro por mi vida, pese a que me falta el aliento. No sé si los sudores en mi piel se deben al ejercicio o a los nervios, tal vez es una mezcla de ambos.Corro con desesperación y con el miedo apretándome el pecho, mientras que las lágrimas se vuelven una con el sudor; no obstante, la temperatura está muy fría. ¿Me volví más rápida o el lobo es lento? Digo, sólo le cuesta dar un salto para atraparme; sin embargo, él mantiene el mismo ritmo, como si no quisiera atacarme.Aliana, deja de pensar tonterías y corre.No sé hacia dónde dirigirme, así que me limito a huir de aquella enorme bestia sin un rumbo fijo.
—Hola, eres caperucita roja, ¿cierto? —Sí. Tú eres quien me encontraría, ¿me equivoco? —No... Eres muy linda, me gustas. —Gracias... Tú también eres lindo. —¿Quieres jugar? —Sí, pero no podemos ahora porque tenemos que estar ocultos hasta que venga mamá. ¿La tuya vendrá por ti también? —No... Mi mami se fue al cielo... —Y, ¿volverá pronto? —No... —¿Por qué? —Porque se convirtió en una estrella que brilla en el firmamento. Nunca la conocí… —Lo siento mucho...—Gracias... Pero ya no estaré solo; tú y yo estaremos juntos por siempre. Mi papá me dijo que tú y yo estamos destinados.Despierto exaltada y con sudores fríos recorriéndome la piel. Desde que llegué de casa de mi madrina, he tenido un malestar insoportable. Con un quejido, me levanto de la cama sedienta, mareada y sin fuerzas; acto seguido, me conduzco fuera de la habitación para calmar mi agonía. Por inercia, contemplo el enorme reloj que decora la sala, el cual se me hace familiar y hasta fastidioso de ver, como s