Capítulo 2: Hogar, dulce hogar

 —Entonces conoció a mi madre —confirmo con curiosidad y ganas de saber más. Todo en torno a ella me es interesante y, saber sobre su pasado, me hace sentir que fue real.

 —Claro que sí, ella... —Hace una pausa al perderse en sus pensamientos—. Ella era como una tía para mí. Fue nuestra vecina por mucho tiempo; papá y Victoria se llevaban muy bien. Incluso, vivo al lado de tu casa, así que no debes preocuparte por el asesino, no dejaré que nadie te dañe.

Siento el alivio recorrerme al escuchar que vive cerca, pese a que la expresión en su mirada me causa escalofríos. Yo ya estaba pensando en utilizar mis últimos centavos en un motel de mala muerte, para pasar la noche hoy.

John se ofrece a llevarme, puesto que vamos para el mismo vecindario. Desde que encendió el auto me ha contado sobre su vida, que hace unos meses regresó a casa de sus difuntos padres, pero que tiene que estar viajando a la ciudad por causa de su trabajo todas las semanas. Mientras habla, me distraigo con su figura grotesca y fuerte. Sin duda alguna, es un hombre que se ejercita y cuida de su apariencia.

Cuando John pausa la charla, aprovecho que el vehículo queda en silencio y dirijo mi atención a la ventana del auto, para apreciar las pequeñas y coloridas casas del pueblo que se reflejan por el cristal.

Tras unos minutos de recorrido, las casas son reemplazadas por árboles. El bosque Hadima se vislumbra en todo su esplendor y majestuosidad. Sin duda alguna, es el lugar más exótico y hermoso que mis ojos han visto. Árboles frondosos se yerguen por la carretera, flores silvestres, arbustos y una densa niebla que lo hace ver escalofriante, pero fascinante al mismo tiempo.

En el lado opuesto del bosque, se pueden apreciar pocas casas, muchas de ellas abandonadas. 

El camino se reduce y algunas viviendas nos reciben, en su mayoría color crema y blancas, y con jardines hermosos.

 —Llegamos, Caperucita —anuncia John, sacándome de mi ensoñación y provocando que una sonrisa se forme en mis labios ante el apodo. Al salir del coche, noto que esta área está abandonada, al parecer, el temor provocó el éxodo de sus habitantes donde solo quedan unos cuantos pueblerinos.

 —Gracias por el empujón —agradezco sonriente y ondeo mis manos.

 En vez de continuar mi andar, me quedo en el mismo lugar sin mover un músculo, debido a que me debato entre dejarlo pasar y brindarle una bebida —bueno, dadas las circunstancias no tengo nada que ofrecerle— o darle la espalda y entrar a la vieja casa. Mejor dejo que se vaya, puesto que tampoco quiero enviar las señales equivocadas. No es que John me sea indiferente, su porte varonil y fuerte me ha atraído un poco —pese a que él no es mi tipo—, mas prefiero evitar confusiones y no parecer una lanzada coqueta.

  —Tu equipaje, Aliana...

Debo admitir que sus palabras me han espantado. ¿Cómo sabe mi nombre? No recuerdo habérselo dicho, o... ¿sí lo hice?

 —¿Eres adivino? —bromeo mientras tomo el asa de mi maleta; él, en cambio, no la libera para que pueda llevármela; por el contrario, acorta la distancia entre nosotros, provocándome confusión y desconcierto.

 —No, pero recuerdo tu nombre. Aliana, la pequeña hija de Victoria. Eres tan parecida a ella, que por un momento quedé en shock al verte en el tren. Eres su viva imagen.

La manera en que me mira me pone recelosa y en alerta. No sabría explicar este momento ni los nervios que me han atacado en cuestión de segundos. Su aliento quema en mi rostro y su expresión me hace sentir como una conejita a la vista de un León. ¿Por qué siento como si él quisiera comerme? Vaya, he dejado volar mi imaginación; no es que se vaya a cobrar el almuerzo que, por cierto, fue caro. ¿Será que me alimentó con sus segundas intenciones?

 —¿C-Cuántos años tenías? Yo ni siquiera recuerdo ese tiempo —inquiero, con el objetivo de romper lo que sea que ha sucedido entre nosotros y poder recuperar mi espacio personal.

 —Te llevo unos años. Tú eras muy pequeña para recordar. Sólo te advierto que no te lleves de las malas lenguas; dicen algunas incoherencias por aquí, pero no son ciertas. Mi casa queda al lado, cualquier cosa que se te ofrezca me avisas.

Libera mi equipaje y rodea el auto para marcharse, pero antes de abrir la puerta, me da una última mirada.

 —Otra cosa, aléjate de los alrededores del bosque, eso incluye tu patio. Y, en caso de que veas a un extraño personaje, recuerda el cuento, Caperucita. El lobo es engañoso y no te debes fiar de él. —Y con esas últimas palabras, abre la puerta del conductor y se da a la marcha; al parecer no se quedará en casa, porque le pasa de largo y desaparece por la carretera.

Exhalo un suspiro y camino hacia la entrada con parsimonia. Desde que llegué al pueblo tengo una sensación extraña en mi pecho, pero no sé si describirla como mala o buena; es sólo una tensión que me asfixia y me da ganas de llorar.

El frente de la casa evidencia el abandono, ya que en vez de estar decorado con macetas, flores y arbustos; en su lugar, hay malezas, óxido y musgo. Al abrir la puerta el polvo me recibe, por tal razón, toso con desesperación, asimismo, varios estornudos se me escapan. Trato de aliviar el escozor de los ojos, frotándolos con violencia, pero no es que eso ayude mucho.

Cuando mis sentidos se acostumbran al polvo, ojeo el lugar con indignación y frustración. ¡Es un desastre! Mi suerte no puede ser peor. Cuando mi madrina me habló de que aquí tengo una casa, donde puedo empezar de nuevo y vivir de mi carrera —puesto que, según ella, las personas del pueblo prefieren comprar sus ropas con un sastre o una modista—, pensé que mis problemas se arreglarían. Sin embargo, no contaba con que encontraría una casa deteriorada por el abandono. Es que me tardaré días en limpiar este desastre y lograr que se vea habitable y decente.

***

Ya está anocheciendo y, por más que limpio y recojo, siento que no avanzo. Pareciera que la casa no se usa en siglos. Arreglar este lugar me costará una fortuna, dado que ni siquiera tiene electricidad. No sé cómo empezar a trabajar si no tengo un lugar adecuado para hacerlo.

Con desdén, me dejo caer en una silla que he limpiado, entonces siento que necesito una dosis de azúcar; por suerte me quedan dos barras de chocolate en el bolso. Me apresuro en agarrar una y me levanto para salir a tomar aire. Ver este desorden infinito me pone peor. Al abrir la puerta del patio, puedo respirar con alivio. ¡Aire fresco!

Miro el bosque que me enfrenta majestuoso y hermoso, entonces inhalo el aire puro, desintoxicando mis pulmones del polvo de la casa. Unas lágrimas escapan de mis ojos ante mi realidad: estoy arruinada y sin un centavo para reiniciar mi vida.

¿Cómo haré para sobrevivir?

 —Por lo menos te tengo a ti —le hablo a la barra de chocolate que aún no he mordido, pero recuerdo que solo me queda este y la otra barra que está en mi bolso. Es cuando dejo salir un sollozo. Los únicos centavos que tengo no me darán para comer y arreglar este lugar.

Muerdo el chocolate como forma de alivianar mi frustración y, al instante, el deleite de su sabor me invade el paladar, haciéndome gemir del delicioso placer. Justo como me gusta: no muy dulce, no muy amargo.

Este pequeño instante me aleja de mis problemas, puesto que me transporta lejos de mi realidad y me regala un momento de paz; tranquilidad que se va a la borda cuando escucho un sonido entre los árboles, como si alguien o "algo" se moviese con rapidez.

Siento que mi corazón se detiene y el dulce sabor en el paladar se ha vuelto insípido e insignificante. ¿Cómo he podido ser tan olvidadiza y descuidada? ¿No me dijo John que me mantuviera lejos de mi patio?

Sé que estoy cerca de la puerta y que solo es moverme rápido para entrar y asegurarla, pero me he quedado paralizada. Las lágrimas empiezan a hacer su recorrido mientras soy azotada por temblores. ¿Moriré de esta manera?

Aunque le ordeno a mis piernas moverse, ellas se quedan inertes, como si ya no me pertenecieran; es cuando decido enfocar mi mirada en dirección de donde viene el sonido y los movimientos de los arbustos; pero no veo nada. ¿Debería ir a averiguar?

¡Tonta! Así matan a los personajes en las películas de terror.

Dejo salir todo el aire retenido y me aferro a la poca valentía que me queda… Sólo es entrar y cerrar, nada más.

De un movimiento rápido, corro hacia la casa con la respiración agitada, acto seguido, cierro la puerta con violencia y me cercioro de asegurarla. Entonces me apresuro a ir a la habitación —que es lo único que he podido dejar un poco decente— y me tiro sobre la cama, arropándome de pies a cabeza con la sábana, como si la tela fuese un escudo protector.

No sé cuánto tiempo ha transcurrido, pero una fuerza extraña —llamada curiosidad— me saca de mi cama y me lleva justo a la ventana, entonces corro la cortina que la cubre para poder ver a través del cristal. A lo lejos, la sombra de una persona se vislumbra. No sé qué tan real sea esa figura, que me da la impresión de que se oculta detrás de un árbol para observarme en la distancia como cazador a su presa antes de atacarla; quizás sea una alucinación causada por la ansiedad que las palabras de John me dejaron. O tal vez no.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo