«¿Por qué tomar el camino largo cuando puedes coger un atajo?»
***
Camino por el pueblo, distraída con la peculiaridad de este sitio, y noto que me gano las miradas extrañadas de los presentes. Las personas aquí son raras y un poco anticuadas. Por lo menos existen los servicios públicos, como la electricidad, teléfonos fijos, agua y demás. Todavía no me creo que nadie aquí use celulares, es como si hubiese viajado al pasado donde la tecnología se limitaba a un enorme cajón a la que llamaban computadora.
Pero, ¿qué se puede esperar de un pueblo que ni siquiera está registrado en el mapa? Cuando mi madrina me habló de Hadima creí que estaba alucinando, puesto que ni siquiera en G****e aparecía.
Sin embargo, así como cada lugar tiene sus contras, también sus ventajas; ya que por lo menos, aquí el dinero vale mucho. Con los pocos centavos que tenía, logré contratar los servicios de la electricidad y el teléfono, así que sólo me falta buscar a un plomero que no cobre mucho o a quien pueda hacer pagos mensuales por su servicio. Si no arreglo el desastre en mi casa, me será imposible empezar a trabajar.
—Hola —saludo con cortesía en una ferretería casi destartalada; me parece que este lugar está en bancarrota.
—¿Qué desea? —me pregunta un señor entrado en edad, con cara de malos amigos y en un tono rudo, como si yo lo estuviera molestando. ¿Dónde ha quedado el buen servicio al cliente?
—Necesito un plomero —me limito a decir. De inmediato, todos los presentes se ríen de un chiste que no creo que haya hecho.
—¡Mario!, ¿cuál es el precio de los plomeros? —se burla—. ¿Cómo lo quiere? ¿Gordo, flaco, feo, bonito? Siempre he escuchado que las mujeres buscan casarse con un abogado, doctor, gobernador, el rey o el tan mencionado príncipe azul, pero ¿un plomero? —Vuelve a reír.
Las mejillas se me tornan rojas.
—Necesito servicios de plomería —aclaro, pero esos inmaduros vuelven a reír.
—Señorita, si sabe leer podrá notar que esto es una ferretería, no hacemos servicios de plomería aquí —dice de mala gana. Suspiro, sintiéndome una completa idiota y abochornada. No sé nada de estas cosas porque nunca había tenido que vivir por mi cuenta, sino hasta ahora.
—¿Dónde puedo encontrar uno? —pregunto mientras trato de disimular la vergüenza con un tono neutro, deseosa de que este momento embarazoso termine cuanto antes.
—En el mercado hay un hombre que se llama Pancho; él es plomero y tiene su propio negocio. No solo es plomería, creo que es albañil también.
—Muchas gracias, señor —agradezco, y agito mi cabeza para acentuar el gesto, mas él sólo hace una mueca de disgusto.
Me marcho de allí en un santiamén, puesto que no soporto la vergüenza, y me dirijo al mercado. Al llegar, una extraña nostalgia me invade. Siento como si estuviera en un cuento infantil o una película de Disney. No puedo negar que ver tantos colores y personas alegres por doquier es muy agradable.
Observo el impecable mercado, donde cada vendedor mantiene su puesto limpio y organizado, cuyas frutas son enormes, llamativas y muy variadas. También hay panaderías y reposterías que emanan un exquisito aroma; asimismo, contemplo fascinada los puestos de flores, carnicerías, pescaderías y otros productos; todos brillan por la calidad y la buena presentación.
Me estoy enamorando de este hermoso lugar, donde se respira paz y alegría. Las calles, pese a que lucen muy anticuadas, resaltan por su nitidez, el asfaltado perfecto, pequeños parques con árboles y un sin fin de flores, tanto silvestres como ubicadas de manera decorativa en cada esquina. ¡Es un lugar hermoso!
Vislumbro un puesto de flores y me apresuro a donde se encuentra el vendedor, dado que se ve amable. Temo encontrarme personas como la de la ferretería, quienes se burlaron de mí sin ningún reparo.
—Hola —saludo con una sonrisa cortés.
—Hola, bella joven, tengo la flor perfecta para usted. —Agarra una rosa roja y la extiende hacia mí—. El rojo te define, chica apasionada.
Tomo la flor con ojitos maravillados. Aquí todo es grande y lleno de vida, con mucha esencia. Aparte de la rosa en la canasta que encontré en mi patio, esta es la más hermosa flor que he visto en mi vida, tan parecida a la que aún adorna mi cocina.
—Disculpe, pero no puedo comprarla —digo cabizbaja, volviendo a mi pobre realidad.
—Es un regalo.
—Gracias... Por cierto, ¿sabe dónde puedo encontrar al señor Pancho? El que es plomero.
—Por supuesto. Sólo siga esa calle, siempre derecho, y doble a la izquierda cuando llegue a la esquina. Está cerca de la repostería Miel del cielo.
—Interesante nombre.
El hombre ríe con libertad.
—Ellos tienen razón. La miel que usan para acompañar sus postres es deliciosa, a tal punto, que pareciera proceder del mismo cielo. Sus pasteles son los más sabrosos del pueblo.
—Entiendo. Muchas gracias —me despido de él, ondeando mis manos. Tomo el sendero que me dijo el florestero mientras miro por todo mi alrededor.
—¡No puede ser! —La voz gruesa de la persona con quien he chocado me saca de mi ensoñación, dándome a entender que he atropellado a alguien.
—¡Lo siento!, me distraje... ¿Estás...? —me disculpo apenada, pero al encarar a mi víctima me quedo perpleja. ¿Es posible lo que estoy viendo? Digo, he conocido a hombres atractivos en mis veintidós años de vida, mas nunca una belleza tan exótica, hipnótica, maravillosa...
—No te preocupes. Por suerte el pastel no se arruinó. Por un momento pensé que se había dañado... —responde él con voz serena.
No entiendo por qué deja de hablar, pero no me importa. Me he perdido en esos ojos grises que parecen dos estanques de agua plateada y pura; nunca había visto una mirada tan linda. Sé que no estoy disimulando mi impresión; sin embargo, me imagino que este chico tiene que lidiar con esta situación siempre. Es que él parece sacado de un cuento de hadas.
Es la primera vez que veo a un hombre con el cabello plateado y que luzca tan natural. No es cana, no es tinte, es un color plateado real, que combina con sus ojos; quienes, a su vez, están rodeados de pestañas abundantes y oscuras, dando la impresión de un perfecto delineado
—¿Te conozco? —indaga él, al notar que me he quedado viéndolo como tonta. Niego con gesticulaciones, puesto que no soy capaz de formular palabras—. Me eres familiar. Si estás bien, entonces sigo mi camino.
Y es así como se pierde al doblar. Eso me recuerda... ¡Cierto! Tomo el mismo sendero del apuesto joven vestido de cocinero, y un suspiro se escapa de mis labios cuando vislumbro el pequeño local con un gran letrero que dicta: "Plomería y albañilería".
Cuando entro, siento como mi corazón late agitado al volver a ver al chico de cabello del color de la plata.
—H-Hola... —Mi voz sale débil. De inmediato, todos los presentes se giran para mirarme.
—¿Qué desea, señorita? —Un hombre de piel blanca, cabellera rubia y unas libritas de más se me acerca.
—¿Puedo hablar con el señor Pancho?
—Soy Pancho, belleza. Pero quita lo de señor, que me haces sentir viejo. —Al instante, todos los presentes lo abuchean, silban y dicen palabras sugerentes en forma de broma—. Ya, ya… Van a asustar a la chica. ¿Para qué soy bueno, lindura? —se dirige a mí con coquetería.
—Necesito sus servicios. Mi casa es un desastre.
—Será todo un placer ayudarte. ¿Eres nueva?
—Sí. Cuando decidí mudarme no sabía la condición tan paupérrima de la vivienda; bueno, todo fue muy rápido y yo nunca había vivido por mi cuenta hasta ahora...
—Entonces vives sola —deduce el hombre con malicia en la mirada—. ¿Dónde está tu casa? Podría ir hoy mismo.
—Está en las afueras de Hadima, donde empieza el bosque. —Un silencio incómodo inunda el lugar, y la sonrisa de flirteo de aquel hombre empieza a desaparecer poco a poco.
—¡Debe ser una broma! —Uno de los presentes vocifera de repente.
—¿Me estás tomando el pelo, jovencita? —Pancho profiere molesto—. Soy un hombre ocupado, así que no estoy para juegos ni bromitas infantiles.
—No, no estoy jugando. Vivo allí. —Me muerdo el labio inferior.
—Pues le aconsejo que se mude de inmediato. Hay una bestia asesina en ese bosque.
—¡Vuelven con lo mismo! —Me sorprendo cuando el chico de cabello plateado se acerca a nosotros. Su voz gruesa me provoca escalofríos—. Dejen de asustar a las personas con sus cuentos de patio. Es una ridiculez.
—Muchacho, ¿ridiculez? ¿Qué sucede con los cuerpos que encontraron destrozados en el bosque?
—Pudo haber sido un animal y eso sucedió en la profundidad de este no en sus alrededores. Siempre se ha advertido a los pueblerinos que, si van a acampar, no vayan más allá de la línea.
—¿La línea? —pregunto intrigada.
—Es una parte del bosque donde los árboles son coloridos y hay más niebla. Algunos curiosos han decidido cruzarla y no les va bien.
—¿Y cómo han descubierto sus cuerpos?
—Siempre aparecen frente a la línea. Es como una advertencia.
—Ya deja de decir tonterías, chiquillo —lo interrumpe Pancho, luego me mira a mí—. Niña, ni mis empleados ni yo hacemos servicios en esos alrededores. Debes haber notado que el lugar está abandonado, son muy pocos los tontos que se han quedado a vivir allí.
—Pero necesito arreglar la casa, está inhabitable y debo empezar a coser para poder vender y generar ingresos.
—Pues múdate o vuelve al lugar de donde has venido. Existen otros pueblos donde se puede vivir bien.
—No tengo una casa en otros pueblos y no me queda nadie en la ciudad.
—¿La ciudad? ¿Qué es eso? —Me quedó estupefacta. O estas personas están todas locas o yo soy víctima de sus bromas pesadas.
—La ciudad. Edificios gigantescos, mucho tráfico, contaminación ambiental, ruido, multitudes en las calles...
—Ese pueblo llamado ciudad suena bastante complicado.
—¿Se están burlando de mí? ¿Nunca han escuchado sobre Burgas?
—No. ¿Es un nuevo pueblo? Según la geografía, el mundo tiene ocho pueblos y un sin fin de aldeas ocultas. Además de los lugares rurales. Bueno, sin mencionar las comunidades clandestinas de los seres especiales, pero eso es sólo leyenda.
—Ya... —balbuceo, molesta. Odio que las personas se burlen de mí—. Dado que ustedes no están dispuestos a trabajar, ¿existe algún otro lugar donde yo pueda solicitar el servicio?
—Estamos dispuestos a trabajar, pero no en la entrada del bosque. En cuanto a otros plomeros en el pueblo, pues los del gobierno, pero esos cobran una fortuna y tendrá que esperar semanas para que vayan a su casa. Así funcionan los servicios en Hadima.
Suspiro, cansada de esta situación. ¿Por qué todo en mi vida se va a la deriva?
—Yo puedo ayudarte —interviene el chico de cabello plateado—. Trabajé con Pancho hacen unos años, por lo que sé el oficio.
Me quedo pasmada sin saber qué decir.
¡Tonta, responde ya!, no debes dejar pasar esta oportunidad que no volverás a tener.
—¿De verdad? Muchas gracias. ¿Cuánto cobras por el servicio?
—Debo ir a ver, de acuerdo a como estén las cosas te pongo un precio.
Al escuchar su respuesta mi estómago se contrae. Cuando vea el desastre me cobrará una fortuna.
—Deberías dejarme el pastel gratis porque te ganaste una clienta gracias a mí —dice Pancho con una sonrisa traviesa.
—Ya mucho he hecho con traértelo yo mismo y ni siquiera lo hago por ti. Dile a Sofía que le puse relleno de chocolate como a ella tanto le gusta. Ramiro te traerá la factura dentro de un rato —contesta el chico, antes de dirigirse a la salida.
Camino detrás de él con pasos rápidos y el nerviosismo calando mis huesos. Una vez afuera, él se detiene.
—Entonces vives en la casa que está en la entrada del bosque —afirma con una sonrisa extraña, que me hace temblar. Por alguna extraña razón, esta persona me es muy familiar.
—Sí... —arrastro el monosílabo—. ¿Cuándo puedes ir?
—Hoy mismo. Desde termine mi turno en la repostería.
—Te escribo la dirección...
—No hace falta... —me interrumpe—. Conozco el lugar y la casa. Me imagino que es la que ha estado abandonada por más de quince años.
Agrando los ojos y lo miro directo a los suyos. Error, me he perdido en el misterio que los envuelve.
—Nos vemos en la tarde, Caperucita. —Salto en mi lugar al escuchar "caperucita" o eso creí haber oído.
—¿Cómo me llamaste?
—Sólo bromeaba. Es que en aquella casa vivió una niña a la que todos le llamaban así. Era pequeño en ese entonces, pero me parece que siempre vestía una capa roja.
—Como en el cuento... —susurro.
—¿Cuál cuento? —pregunta, lleno de curiosidad.
—Vamos. Todos conocen el cuento de Caperucita roja y el lobo feroz.
El semblante le cambia de repente por uno lleno de desconcierto.
—¿E-El lobo feroz? Nunca he escuchado tal cuento, pero debes saber que no siempre el lobo es feroz.
Río con ganas.
—No he escuchado de un lobo que sea manso; sin embargo, te daré el beneficio de la duda. ¿Cuál es tu nombre?
¿Estoy flirteando?
—Soy Arel.
—Yo me llamo Aliana. Mucho gusto, Arel.
—Créeme que el gusto es mío, Aliana. Nos vemos en la tarde. No me dedico al oficio, pero haré un buen trabajo y a buen precio; así no tendrás que esperar por varias semanas. Es como un atajo en tu vida.
Y de esa manera se despide. Lo observo hasta que desaparece de mi campo de visión. Qué suerte encontrarme con él, ya que pronto podré trabajar.
—Hola, caperucita —me saluda John cuando estoy abriendo la puerta. Al parecer ya tengo un apodo en este pueblo.—Hola, John. ¿Qué tal todo? —inquiero por cortesía, pero sin ganas de mantener una larga conversación.—Pues, he estado buscando pistas del asesino. Lamento mucho no haber pasado anoche, estuve ocupado.—No sabía que vendrías anoche... —murmuro, y podría asegurar que he fruncido el ceño de manera involuntaria porque siento una pequeña presión en el rostro.—Te dije que te protegeré. No dejé de pensar en ti ni un momento. Temía tanto por tu vida.—Como puedes ver estoy bien. De todas formas, creo que están sobrevalorando el asunto.—No es así. Hay un asesino y lo voy a atrapar. Esas bestias deben morir todas, son una plaga en... Hadima. —Se queda pensativo por unos segundos. Hay algo en su mirada que no me convence, es como si mi cuerpo me pidiera que me alejara de él.—Bueno, espero que lo atrapen rápido —corto el tema con la esperanza de que se vaya.—Tengo la noche libre,
Doy vueltas de un lado a otro, dedicándole miradas fugaces a la canasta que yace en la mesa de mi cocina. Tengo esa sensación de familiaridad al observarla, pero la tristeza en el pecho me impide analizarla por mucho tiempo; es como si mi corazón se resistiera a ella, como si mis defensas se negaran a recibir esa respuesta que se encuentra allí porque siento que ella tiene un mensaje oculto, esperando a ser descifrado por mí.Agito la cabeza en negación, puesto que la sensación en el pecho es muy fuerte para soportarla.Quiero escapar.De repente, una imagen de una pequeña niña rubia, con capa roja y una canasta similar a esta se filtra en mis pensamientos y me da la sensación de recordar algo. Pesadas lágrimas mojan mis mejillas y el dolor en el pecho aumenta, a tal punto que siento mis pulmones quemarme. —¡Basta! —grito con desesperación. No quiero sentir este sufrimiento, este temor... Caigo de rodillas sobre el suelo mientras deja salir sollozos sonoros. ¿Qué me está sucediendo?
Llévale un pastel y una jarra de miel a la abuelita...***Estoy en un trance, donde no sé si lo que está sucediendo es real o una alucinación. Es que me parece tan irreal…Un lobo enorme, de pelaje plateado y mirada gris, que ahora mismo me enseña sus grandes dientes y colmillos, camina a paso lentos en mi dirección, listo para atacarme. De repente reacciono, entonces me volteo y corro por mi vida, pese a que me falta el aliento. No sé si los sudores en mi piel se deben al ejercicio o a los nervios, tal vez es una mezcla de ambos.Corro con desesperación y con el miedo apretándome el pecho, mientras que las lágrimas se vuelven una con el sudor; no obstante, la temperatura está muy fría. ¿Me volví más rápida o el lobo es lento? Digo, sólo le cuesta dar un salto para atraparme; sin embargo, él mantiene el mismo ritmo, como si no quisiera atacarme.Aliana, deja de pensar tonterías y corre.No sé hacia dónde dirigirme, así que me limito a huir de aquella enorme bestia sin un rumbo fijo.
—Hola, eres caperucita roja, ¿cierto? —Sí. Tú eres quien me encontraría, ¿me equivoco? —No... Eres muy linda, me gustas. —Gracias... Tú también eres lindo. —¿Quieres jugar? —Sí, pero no podemos ahora porque tenemos que estar ocultos hasta que venga mamá. ¿La tuya vendrá por ti también? —No... Mi mami se fue al cielo... —Y, ¿volverá pronto? —No... —¿Por qué? —Porque se convirtió en una estrella que brilla en el firmamento. Nunca la conocí… —Lo siento mucho...—Gracias... Pero ya no estaré solo; tú y yo estaremos juntos por siempre. Mi papá me dijo que tú y yo estamos destinados.Despierto exaltada y con sudores fríos recorriéndome la piel. Desde que llegué de casa de mi madrina, he tenido un malestar insoportable. Con un quejido, me levanto de la cama sedienta, mareada y sin fuerzas; acto seguido, me conduzco fuera de la habitación para calmar mi agonía. Por inercia, contemplo el enorme reloj que decora la sala, el cual se me hace familiar y hasta fastidioso de ver, como s
Admiro mi alrededor, encantada. Si bien este lugar parece de los años sesenta o algo así, no puedo negar que es hermoso. Las luces dan vida a la noche, los vendedores ambulantes llenan el ambiente con el aroma de deliciosa comida, asimismo, varios músicos tocan por las calles y las parejas pasean agarradas de manos. A este hermoso escenario se unen el brillo de las estrellas, que adornan el cielo negro, donde la luna luce llena en todo su esplendor.—La luna está hermosa —comento mientras la admiro maravillada.—Así es, lástima que eso... —No termina. De nuevo ese silencio incómodo que evidencia omisiones y verdades ocultas. Tal vez sea mala idea empezar a salir con este chico.—¿Siempre eres así? —inquiero molesta—. ¿Por qué hablas a medias? —Su rostro se tensa ante mi cuestionamiento.—Lamento darte esa impresión. Es sólo que me ahorro los dichos de este lugar porque no vienen al caso.—No creo que sea lo único que te ahorras. A veces siento que me ocultas cosas, lo que es ridículo
Érase una vez, una maravillosa región llamada Évrima. Allí habitaban las criaturas más hermosas y bondadosas de todo Hadima. Ellas vivían en armonía junto a sus amos: los omorfianos. Los omorfianos eran seres hermosos, bondadosos y muy sensibles. Tenían el poder de controlar la naturaleza, de acuerdo al don que se les había concedido, asimismo, su belleza les era un arma de encantamiento para usarlas a su favor.—Eso suena genial, mami. Yo quiero tener el poder de controlar el agua. ¿Puedo ser una omorfiana?—Pequeña, mejor sé una pueblerina común y corriente. Haz de cuenta que esos seres solo son una leyenda, ¿sí?—Sí... mami... Qué... hermosa... te ves...***—¡Llévame a mi casa, por favor! No me siento bien...No entiendo a este chico. Me tiene retenida en este teatro y se rehúsa en llevarme a casa. Esto me pasa por coqueta; no debí aceptar salir con Arel, su comportamiento no es normal.—Vamos. —Mira al cielo con nerviosismo. Me toma de las manos y me sube al auto—. ¿Recuerdas que
AlianaHan transcurrido más de dos meses desde que encontraron los restos de una persona cerca de mi casa, a quien aún no han identificado. Tampoco se ha dado con el culpable, por lo que todos alegan que fue la famosa bestia. Yo, en lo personal, creo que fueron los lobos. No le he dicho a nadie, ni siquiera a los agentes que me interrogaron, pero yo misma tuve uno en frente. John asegura que hay un asesino y está empecinado en encontrarlo, mas yo creo que él se ha obsesionado con esa idea.Después de ese incidente tan espeluznante, las aguas se han calmado y no hemos tenido otra sorpresa desagradable. Por mi parte, he hecho negocios con las pocas tiendas que hay en este pueblo, siendo mi ropa la sensación del momento, dado que mis diseños son modernos y muy originales. He ganado una buena cantidad de dinero con la que he ido arreglando esta casa de a poquito. Aunque estoy pensando en venderla y mudarme, pero no creo que nadie quiera comprar una casa que queda cerca del temido bosque.
Ahora mismo, no logro identificar si los fuegos artificiales retumban en el cielo o en mi estómago. De lo único que estoy consciente es de que esto me gusta demasiado.Mis manos toman su nuca con impaciencia porque necesito más de él, de su boca con sabor a helado, de su lengua al acariciar la mía, de su aliento. Necesito que nuestros latidos se unan, que nuestra respiración se mezcle y me enloquezca aún más.Todos los sonidos a nuestro alrededor son opacados por la música de nuestros labios al saborearse. Las personas dejan de existir, este lugar se torna borroso y en nuestra burbuja solo estamos él y yo, sumidos en este delicioso beso que ya me está poniendo caliente.Sus dedos rozan mi cuello en un jugueteo que me eriza los vellos, al mismo tiempo en que su lengua lame la mía. Corrientes placenteras viajan por toda mi piel, acompañadas con los escalofríos que me hacen temblar; asimismo, siento punzones leves en mi estómago, pelvis y...Si esto es tan solo con un beso, ¿cómo será c