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Capítulo 6: El lobo feroz

Doy vueltas de un lado a otro, dedicándole miradas fugaces a la canasta que yace en la mesa de mi cocina. Tengo esa sensación de familiaridad al observarla, pero la tristeza en el pecho me impide analizarla por mucho tiempo; es como si mi corazón se resistiera a ella, como si mis defensas se negaran a recibir esa respuesta que se encuentra allí porque siento que ella tiene un mensaje oculto, esperando a ser descifrado por mí.

Agito la cabeza en negación, puesto que la sensación en el pecho es muy fuerte para soportarla.

Quiero escapar.

De repente, una imagen de una pequeña niña rubia, con capa roja y una canasta similar a esta se filtra en mis pensamientos y me da la sensación de recordar algo. Pesadas lágrimas mojan mis mejillas y el dolor en el pecho aumenta, a tal punto que siento mis pulmones quemarme.

 —¡Basta! —grito con desesperación. No quiero sentir este sufrimiento, este temor... Caigo de rodillas sobre el suelo mientras deja salir sollozos sonoros. ¿Qué me está sucediendo?

Observo la canasta, entonces percibo ese aroma que me ha hecho estragos desde que la recogí en el patio. Mi boca saliva de forma exagerada y mi estómago ruge ansioso. Necesito comer el contenido de la dichosa canasta o me volveré loca.

Me seco las lágrimas con movimientos desesperados, me levanto del piso y me siento, quedando frente a la causa de mi falta de cordura. Me lamo los labios al encontrar sándwiches de pollo con queso y vegetales, otra jarra de miel y jugo de naranja. Cerezas bien colocadas en un recipiente acompañan la atractiva comida, asimismo, una rosa roja adorna el desayuno.

Esta vez como a confianza y con ganas, sin importarme lo imprudente de mi acción.

No puedo detenerme…

Devoro la comida con ansias, gimiendo con lágrimas en los ojos por el delicioso sabor. Una vez me termino todo, me acaricio el abdomen con satisfacción. Minutos después, me siento un poco desorientada y tengo la sensación de que pierdo algo dentro de mí. Bien, este lugar está acabando con mi sano juicio.

Las horas transcurren mientras arreglo la sala para convertirla en mi área de trabajo; los muebles están llenos de telas, cajas con hilos y agujas, reglas y bocetos. Observo la máquina frente a mí y la tristeza me carcome; cómo me hubiese gustado haber traído mi máquina industrial, esa grandota que hacía maravillas. Más lágrimas me mojan el rostro al recordar todo lo que perdí.

***

Después de despedir a los del servicio de electricidad, me tiro en el mueble con cuidado de no caer sobre las cajitas de agujas e hilos. Lágrimas de felicidad me acarician las mejillas y me provocan un agradable cosquilleo en la piel. Se siente muy bien este avance porque por lo menos mi situación va mejorando, por lo que siento que tomo las riendas de mi vida, otra vez.

Lo sé, sueno como una persona que se deja mover por las circunstancias, pero es que mi realidad ha sido cruda y dolorosa, y sólo me he quedado la sensación de pérdida y derrota, la incertidumbre y el temor a lo desconocido. Todos estos eventos y emociones me ponen ansiosa, asimismo, me han quitado los deseos de continuar.

Soy sacada de mis pensamientos de forma brusca, al escuchar los toques en la puerta. De un salto me pongo de pies, ya que reconozco la deliciosa aroma. Es increíble cómo mis sentidos han mejorado después de mudarme en Hadima, es como si una nueva yo estuviera surgiendo, una más arriesgada y con sensaciones más intensas.

 —Hola —saluda Arel con una sonrisa ladina, causando estragos a mi corazoncito.

  —Pasa... —arrastro la palabra mientras me echo a un lado para que pueda entrar. No entiendo qué me sucede con este chico, pero verlo me llena de una alegría peculiar. Es como si me sintiera completa con su presencia.

 —Te traje algo, espero que te guste. —Me pasa una bolsa roja con cintas blancas en forma de lazos.

¡Qué lindo detalle!

Abro el empaque con ansiedad y con las mejillas ardiendo, mi sonrisa se ensancha al encontrarme con un pequeño pastel. Es tan hermoso que me da penita comerlo. La crema que lo cubre es blanca, que se encuentra adornada de manera artística con fresa y mermelada roja, bolitas que simulan perlas están combinadas con las frutas y, en el medio, una pequeña niña acaricia a un lobo cachorro. ¡Es muy bueno! Este pastel es una obra de arte.

 —¡Muchas gracias! Me encanta.

 —No lo has probado aún...

 —Estoy segura de que está delicioso.

 —Acepto el halago cuando lo pruebes —insiste con ojitos de cordero.

Con una sonrisa que no soy capaz de ocultar, me dirijo a la cocina seguida por él y, una vez allí, sirvo dos porciones. Arel hunde su cubierto en la masa que luce suave y deliciosa, luego se acerca a mí para darme a probar. Abro la boca con rapidez. Al instante, una explosión de placer estalla en mi paladar. ¡Es tan delicioso! La mezcla de vainilla, dulce de leche y fresas inunda mis sentidos y me hace gemir. La masa es tan exquisita que se derrite en mi boca. Es un postre dulce, pero que no empalaga, con un toque de especias.

 —Esto es delicioso... —jadeo con libertad. Me extraña lo familiarizada que me siento con este chico, al punto de no tener vergüenza al expresarme.

 —Qué bueno que te gusta —dice sonriente. Su sonrisa es tan linda que no puedo evitar quedarme embelesada ante él. Miro a la niña y al cachorro en el pastel, a quienes no me atreví a arruinar. Se ven tan lindos que me da remordimiento comer esa parte del postre.

Lo sé, soy ridícula e infantil.

 —¿Te son familiares? —Arel me saca de mis pensamientos de repente. Lo miro con confusión, ¿por qué su decoración me sería familiar? Aunque si soy sincera, ver esas figuritas me da una extraña sensación de nostalgia en el pecho.

 —No lo sé... Sólo es una decoración, así que no entiendo tu punto.

La tristeza en su mirada me hace tragar pesado. ¿Acaso lo ofendí? Digo, sé que para un artista su arte es importante, pero... ¿no está él exagerando?

 —Voy a empezar con mi trabajo acá, dado que ya tengo todo lo que necesito. Terminaré mañana, con suerte —pronuncia cabizbajo. Siento desesperanza y dolor en mi pecho, acompañados por otro sentimiento insoportable hasta las lágrimas.

 —¿Mañana? —cuestiono desconcertada. ¿En tal mal estado está todo aquí? Por lo menos no tendré que pagarle con dinero, puesto que eso me iba a costar una fortuna.

 —Sí... —arrastra el monosílabo. No sé por qué me da la impresión de que miente. ¿Será que lo hace para obtener más ropa de la que vale el trabajo?

***

Ya tengo todos los servicios: luz, electricidad y gas. El último lo pagó Arel, así que tendré que hacerle más ropa. Por suerte la casa tiene agua propia que viene desde un manantial que procede del bosque. Es una casa rara en sí.

Después de terminado su trabajo, Arel y yo nos sentamos a cenar.

 —No tengo cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí —comento, al tiempo en que jugueteo con el contenido de mi plato.

 —Sólo he hecho mi trabajo, así que no tienes nada qué agradecerme —resta importancia.

 

 —Ya ni siquiera trabajas plomería y me cobraste con ropa. Has sido muy considerado y generoso. Gracias.

Es lindo verlo sonrojado. Sé que sólo lo he tratado por tres días, pero voy a extrañar su compañía en las tardes.

 —Debes conocer el pueblo en la noche, hay muchos lugares entretenidos... —Lo percibo titubear. Se aclara la garganta para retomar su charla—: Sería divertido llevarte a conocer el teatro, la feria y el parque encantado.

Mi cara debe ser un poema. ¿Pero qué más podría esperar de un lugar tan anticuado como este?  Espera... ¿Arel me está invitando a salir?

Lo miro con incredulidad mientras intento suprimir la emoción que me embarga. Él, por su parte, juega con el contenido de su plato de forma tímida y dulce. Este chico me va a provocar un ataque de ternura.

 —Sería genial... —Sé que estoy sonrojada y con cara de tonta; sin embargo, me consuela que no soy la única.

 —¿El sábado a las seis? —Muerde su labio inferior al hacer la pregunta, lo que me indica que está muy nervioso.

 —Sí...

 —¡Perfecto! No te vas a arrepentir, ya verás. —Sostiene mis manos con marcada emoción, sus ojos grises brillan con intensidad y su bella sonrisa le ilumina el rostro. No sé explicar la felicidad que me embarga, pero estar junto a él se siente a hogar, a pertenencia. ¿Acaso me está gustando este chico?

***

Ya se ha vuelto costumbre encontrar la canasta con comida deliciosa y rosas rojas. Estoy segura de que alguien la pone allí a propósito. Tengo mis sospechas de quién pueda ser, dado que es la única persona que conozco que vive cerca de mi casa.

Es un lindo detalle, pero me asusta su intención. He pensado en llevársela, mas, dadas mis circunstancias económicas, he tenido que someter mi orgullo, dignidad y prudencia. Aunque, es una manera extraña de darme regalos; digo, no es tan difícil ir a tocar mi puerta y dármela.

Lo sé, he sido muy confiada y loca al tomar esos alimentos sin estar segura de dónde provienen y la razón del detalle. Pero es eso o morirme de hambre. Por lo menos ya empecé a coser, así que pronto iré al pueblo a vender mis ropas y se acabará mi miseria.

Dado que ya tengo teléfono, lo primero que haré es llamar a mi madrina; estoy segura de que ella me ayudará. Han pasado muchos años desde la última vez que la vi, por lo que estoy feliz de que me haya contactado e informado que poseo una casa. Recuerdo que solía visitarme en el orfanato alegando que era amiga de mamá. Teníamos una fecha específica para vernos en el patio, en la parte más alejada de este. No sé cómo llegaba allí, tampoco por qué lo hacía en secreto.

El caso es que cuando le pedí que me adoptara; ella me dijo que era lo que más deseaba hacer, pero que no podía. Siempre se excusaba con un «Lo entenderás cuando crezcas»; no obstante, eso es algo que no ha sucedido aún: No lo entiendo.

Recuerdo que, tras convertirme en una adolescente, ella dejó de visitarme. Todavía siento ese amargor por su abandono y no he olvidado que lloraba las noches cuando llegaba la fecha de nuestro encuentro y ella no se aparecía, hasta llegué a pensar que mi madrina era parte de mi imaginación, una ilusión que creaba mi mente para compensar mi soledad.

Tomo el teléfono y marco con nerviosismo, puesto que esta llamada definirá cuán real es ella. Después de varios tonos, la voz ronca de una señora inunda la línea.

 —¿Aló? —repite por tercera vez al no recibir respuesta. Estoy tan nerviosa que se me ha olvidado responder.

 —¿Madrina? —Mi voz sale chillona y mis ojos se cristalizan.

 —¿Aliana? —La emoción en su voz me hacer sentir aliviada. Ella es real y por fin nos encontraremos.

 —¡Madrina! ¡Te he extrañado tanto! —Las lágrimas mojan mis mejillas.

***

«Caperucita, ve y llévale una jarra de miel con este pastel a tu abuelita que está enfermita, pero no te entretengas en el bosque, el lobo te puede...».

Dejo de escribir y me levanto de la mesa. Siempre que me siento ansiosa, escribo el cuento de Caperucita roja, una y otra vez, porque es como una manera de sentirme real. Ese cuento me lo contaba mi madrina todo el tiempo que me visitaba; cuando dejó de hacerlo, lo escribí para no olvidarlo. Ahora lo reescribo cuando necesito relajarme. Como ahora, que por fin me encontraré con ella y eso me tiene nerviosa.

Según me dijo mi madrina, debo usar una capa para el frío y tomar un camino de flores amarillas que queda cerca del bosque, pero que me alejará de su profundidad. Me advirtió que no me atreviera a entrar allí.

He cosido una capa roja, dando honor al cuento que mi madrina solía contarme, siendo yo la viva imagen de la protagonista de dicha historia. Doy vueltas frente al espejo entre risas ante mi travesura. Me doy una última mirada y sonrío satisfecha. Mis ojos verdes brillan con más intensidad hoy, y el cabello largo rubio cae sobre la tela roja que cubre mis hombros.

Emocionada, elijo una de las canastas que he recibido en estos días, donde pongo parte de la miel de esta mañana y un pedazo de pastel. Acto seguido, me apresuro con nerviosismo al encuentro con la única persona que me queda.

 Pronto me encuentro caminando por las rúas del vecindario, que quedan cerca de la entrada del bosque, mientras me guio con las indicaciones que están escritas en el pequeño papel. Las calles de concreto son limpias, el lugar luce tranquilo y un poco tenebroso, dado lo solitario que es; muchas personas han abandonado este lugar por el asunto de la bestia asesina.

Mientras me conduzco a mi destino, el majestuoso bosque a mi izquierda se roba mi atención; no sé si por lo bello que es o es por simple precaución, ya que por momentos lucho contra el temor de ser atrapada por el famoso asesino.

Ando y ando, mas no encuentro la dichosa entrada de flores amarillas. Después de unos quince minutos más de caminar sin ver resultados, vislumbro un camino de piedras con flores amarillas por los lados. ¡Esto es hermoso y digno de ser plasmado en un cuadro!

Me adentro a confianza y, tras unos cinco minutos de deambular, el camino de piedras termina y me da dos opciones para continuar: derecha e izquierda. Con la diferencia de que ya no hay camino de piedras o flores amarillas, en su lugar, árboles frondosos, hierbas y plantas coloridas se muestran orgullosas.

¿Qué hago? ¿Es de persona normal haber olvidado cuál de los dos caminos debo escoger? Debí anotarlo junto a las demás indicaciones. ¡Soy una tonta!

Hago el “Tin-Marín” y escojo el derecho. De todas formas, lo derecho siempre estará bien, ¿no?

Con ese pensamiento tonto, entro en medio de árboles frondosos y hermosos, y descubro que el aire aquí es mucho más fresco y los olores más exquisitos. Frutas, flores, animalitos salvajes y aves me reciben. Me siento tan familiarizada que por un momento me olvido de mi objetivo principal.

Como niña pequeña, jugueteo en el lugar, feliz de estar en un sitio ten hermoso y pacífico. Mi felicidad dura poco al percibir la presencia de algo o alguien, entonces mi corazón late frenético y siento que me falta el aire ante la sensación de peligro. Aumento la velocidad de mis pasos, al mismo tiempo en que reviso el papel, tratando de encontrar una pista de dónde estoy porque creo que me he extraviado.

Lágrimas pesadas mojan mis mejillas al ser consciente de lo tonta y descuidada que he sido. ¿Y si estoy en el bosque prohibido? No, no, no, no...

Apresuro el paso al sentirme perseguida. Cuando corro siento que, de hecho, alguien viene detrás de mí. Un dulce aroma que se me hace familiar se cuela en mis sentidos, provocando que mis defensas bajen y que me detenga.

O me he vuelto muy valiente o ya me rendí a la locura, pero aquí estoy, detenida y a la espera de ver quién me está siguiendo. Sí, estoy a merced de mi depredador.

Retrocedo al notar su presencia.

Mi corazón parece que se me saldrá del pecho debido a sus latidos vehementes, de igual manera, mis manos tiemblan, mi respiración es errática, sudores fríos me cubren la piel y me he quedado con la boca abierta cuando, frente a mí, un lobo enorme se yergue con majestuosidad.

El animal es tan grande que parezco un gatito asustado ante él. Pese a su porte peligroso e intimidante, su pelaje plateado es hermoso, con un brillo natural maravilloso. Nos miramos como si nos enfrentásemos de forma pacífica, pero con el reto en la expresión. Sus ojos grises son hermosos y me parecen familiares, ¿dónde los he visto?

Retrocedo cuando él da un paso en mi dirección. ¡Dios! Siento que me haré encima de la ropa. Mi desandar hace que mi espalda choque contra un árbol, quedando atrapada entre este y el gran lobo feroz.

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