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Capítulo 5: Trueque

—Hola, caperucita —me saluda John cuando estoy abriendo la puerta. Al parecer ya tengo un apodo en este pueblo.

—Hola, John. ¿Qué tal todo? —inquiero por cortesía, pero sin ganas de mantener una larga conversación.

—Pues, he estado buscando pistas del asesino. Lamento mucho no haber pasado anoche, estuve ocupado.

—No sabía que vendrías anoche... —murmuro, y podría asegurar que he fruncido el ceño de manera involuntaria porque siento una pequeña presión en el rostro.

—Te dije que te protegeré. No dejé de pensar en ti ni un momento. Temía tanto por tu vida.

—Como puedes ver estoy bien. De todas formas, creo que están sobrevalorando el asunto.

—No es así. Hay un asesino y lo voy a atrapar. Esas bestias deben morir todas, son una plaga en... Hadima. —Se queda pensativo por unos segundos. Hay algo en su mirada que no me convence, es como si mi cuerpo me pidiera que me alejara de él.

—Bueno, espero que lo atrapen rápido —corto el tema con la esperanza de que se vaya.

—Tengo la noche libre, puedo llevarte a cenar a un lugar donde preparan el mejor marisco del pueblo —cambia el rumbo de la conversación de forma drástica. No quiero ser odiosa, mas tampoco me interesa salir con él.

—Lo siento, pero estaré ocupada en estos días. Será luego. —Abro la puerta y ondeo mi mano como despedida. Sin darle chance a refutar, cierro la puerta.

Bien, a continuar con la limpieza.

Algunas horas han transcurrido y he avanzado un poco. He sacado todo lo que no sirve y puesto en el patio, también he despolvado los muebles; lo último me ha puesto feliz debido a que éstos están en muy buenas condiciones y, gracias a ellos, ya la sala luce como una normal. He encontrado cuadros hermosos de paisajes de ensueño y no puedo evitar preguntarme, si esos paisajes que parecen fantasía en realidad existen.

Los agentes de la electricidad me dijeron que vienen mañana y los del teléfono en unos días, así que hoy toca luz de vela otra vez; por suerte, en esta casa hay muchas de esas. Me da curiosidad saber si los que la habitaron en el pasado tuvieron electricidad o si utilizaban las velas para otra cosa. En fin, por lo menos tengo con qué alumbrarme.

Mientras lavo los trastes y descubro que hay vajillas de plata que nunca usaré y que puedo vender mañana, escucho que tocan la puerta. Sí, debo poner un timbre. Me apresuro a abrir con el corazón agitado; sé de quién se trata; me parece increíble que el olor a vainilla y dulce de leche inunde mis fosas nasales desde tal distancia. ¿Tendrá un pastel en mano como cuando lo conocí?

Abro la puerta y el delicioso aroma dulce se torna más intenso, pero no hay postre. ¿Los reposteros siempre huelen así?

—¿Estás haciendo algo con fresas? —me pregunta mientras olfatea a su alrededor, entonces su mirada se torna desconcertada y su semblante denota tristeza. Es como si hubiese recordado algo de repente que le afecta. Puedo sentir esa frustración como si se tratara de mí. ¿Me estoy volviendo loca?

—No, sólo lavo los trastes. Entra, por favor. —Debo ser más disimulada o creerá que soy una pervertida, pero me es imposible no contemplar ese lindo trasero, que se encuentra apretado en sus vaqueros.

—Vaya, pareciera que aquí dentro pasó un terremoto. —Suspiro al escuchar su broma que, por alguna extraña razón, no me parece lo sea. Su mirada melancólica escanea la sala como si lo reconociera con nostalgia.

—¿Cómo supiste que tenías esta casa aquí? —Se aclara la garganta—. Creo que mi pregunta es estúpida —susurra.

—No lo es. Yo no estaba enterada de esto, es más, ni siquiera sabía que existía un pueblo llamado Hadima en Bulgaria.

—¿Bulgaria? —Me mira con curiosidad.

—Ah... ¿Nuestro país? —Levanto una ceja y lo miro con diversión.

—Oh... —masculla con expresión ensombrecida—. Vamos a empezar. Miraré el baño, primero.

—Bien, gracias.

Después de dos horas, Arel recoge sus utensilios y regresa a la sala.

—Debo comprar algunas piezas para poder continuar. Mañana termino todo, te lo prometo.

—¿Cuánto cuestan las piezas? —pregunto con nerviosismo. No tengo dinero para eso, ni siquiera sé cómo le voy a pagar.

—Yo las compraré, no te preocupes.

Tiemblo. Por alguna razón, siento como si este bombón me hubiera leído la mente.

—Este... —No sé cómo responder a eso. Debería decirle que debo darle el dinero, pero no tengo. Esta situación es muy vergonzosa.

» Yo compro las piezas, hago el trabajo y luego te paso la factura de todo. No te preocupes, incluiré los recibos de la ferretería, no te engañaré.

—No, no, no, no... —niego, agitando la cabeza y manos. Por suerte estoy acostumbrada a negar como lo hacía mi novio extranjero, pues he notado que en Hadima no lo hacen como en Burgas; es como si este pueblo no perteneciera a nuestro país. Tan raro—. No he pensado eso, de verdad.

Él sonríe divertido ante mi expresión de susto. Vaya, debería hacerlo más seguido, su gesto es hermoso y me da ganas de...

Controla tus hormonas, Aliana.

—Lo sé, pero de todas formas debo hacerlo.

—Oye... —Juego con mis dedos porque estoy nerviosa y avergonzada—. ¿Cuánto me va a costar todo esto?

—Pues... Es un gran trabajo... —Se rasca la nuca.

—Lo sé. ¿Aceptas cuotas? Es que no he empezado a trabajar porque no tengo electricidad, también porque he estado organizando toda la vivienda; pero desde que empiece a vender te pago.

Me mira de una manera que me hace temblar, estoy perdida. ¿En qué estaba pensando al contratar a alguien sin tener dinero?

—¿Qué vas a vender? Veo que tienes una máquina de coser, ¿eres modista?

—Sí, algo así. Soy diseñadora de moda y, pues, diseño y coso ropa, que luego vendo. Bueno, eso hacía hasta que... —Muerdo mis labios del coraje. Cada vez que recuerdo lo que me hizo mi ex, me dan ganas de golpear a alguien.

—¿Hasta que...?

—Me traicionaron —concluyo porque no quiero dar detalles. Miro sus ojos grises, pero lo que veo me asusta. Sus pupilas dilatadas, su ceño fruncido y sus labios apretados. Es como si no soportara la ira. Esto me pasa por contratar a una persona sin tener cómo pagarle.

—¿Quién se atrevió a hacerte daño? —Su voz gruesa me asusta.

—Eso no es importante, ahora. No vale la pena siquiera mencionar a ese maldito infeliz. Lamento mucho esto, yo sólo tengo unos centavos, pero desde que empiece a vender te pago todo.

—Tranquila —su voz se torna suave—, no tienes que pagarme con dinero. —Su sonrisa socarrona me hace sonrojar. Siento como mi sangre arde y se me sube la bilis. No me decepciones, chico lindo.

—¿Perdón? —cuestiono, escandalizada.

—Creo que eso sonó raro. —Ríe con diversión ante mi cara de loca, porque mi imagino que así debo lucir—. Mejor aclaro, antes de me caigas a escobazos. —Mira la escoba en mis manos. Había olvidado que la tenía sostenida—. Me refiero a que puedes pagarme con ropa. El invierno se acerca y necesitaré abrigos, bufandas y chaquetas. Aunque en Hadima no nieva, el frío es igual de insoportable.

—Oh... Te referiste a eso... —No puedo estar más avergonzada.

—Tu imaginación es excitante, pero no soy un patán. —Muerde su labio inferior, provocando que me pierda en su hermosa boca, lamiendo los míos por instinto.

¿De dónde ha salido esta tensión sexual?

Despido al chico sensual y de belleza exótica, aunque me gustaría tener una excusa para retenerlo aquí un poco más. Vaya, ahora me siento asustada por las sensaciones de mi cuerpo ante un desconocido.

Una vez la puerta me separa del chico de ojos grises, exhalo un suspiro. Miro a mi alrededor y el olor a vainilla y dulce de leche se ha quedado impregnado en esta casa, sintiéndose como un cálido hogar. Me lo puedo imaginar: Él, yo, los niños... Serían unos cachorros hermosos...

¿Cachorros? ¿Por qué dije cachorros? Vaya, necesito descansar.

***

El canto de los pájaros me despierta; dejo salir un bostezo y abro más mis piernas y brazos sobre el colchón, disfrutando la comodidad de éste y la suavidad de las sábanas. Me sacudo para poder levantarme, es tan tentador quedarme aquí acostada, pero no, hoy será un día agitado.

Otro bostezo y ya estoy lista para andar como zombi por toda la casa. Me tiro de la cama y me dirijo a mi ventana para recibir el aire fresco de la mañana. Este lugar me gusta mucho por el aire limpio, el contacto con la naturaleza, la tranquilidad... Creo que las personas del pueblo exageran con el asunto de la supuesta bestia; bueno, todos ellos están medio locos, así que no me parece raro que crean cualquier tontería.

Abro la ventana y una sonrisa se me escapa cuando el olor a tierra, madera y hojas inunda mis fosas nasales. ¡Se siente tan bien!

Miro el bosque, embelesada ante su belleza que me llama y, si no fuera por la posibilidad de encontrarme con un lobo feroz, ya me hubiera adentrado en él. Olfateo como si fuese un sabueso, disfrutando la frescura de este lugar, pero el olor a dulce me impacta.

«¡No puede ser!»

¿Otra canasta?

Corro con ansias hacia el patio, y al salir me encuentro con el mismo escenario de ayer. Una canasta con cintas rojas. Me acerco con precaución y un poco nerviosa. No cabe dudas de que alguien la deja aquí para mí, pero, ¿por qué? ¿Quién podría ser el buen samaritano?

La tomo con manos temblorosas y palpitaciones frenéticas en mi pecho; esta situación luce sospecha y peligrosa. ¿Qué debo hacer?

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