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Lobo feroz
Lobo feroz
Por: Angie Pichardo
Capítulo 1: Regresa a casa

Aliana

Érase una vez, en una pequeña aldea que estaba rodeada de grandes montañas; allí había una casa de madera, donde vivía una niña a quien le gustaba jugar en el bosque con los animalitos. Dado que ella siempre usaba una capa de color carmesí, todos la llamaban «Caperucita roja» ...

Dejo de escribir cuando el tren avisa mi estación, la última, por cierto, entonces cierro la libreta y la guardo dentro de mi mochila junto al lápiz que estaba utilizando. Una vez estoy lista para salir, agarro el asa de mi maleta con la intención de arrastrarla hacia la salida; sin embargo, el choque brusco de parte de algún distraído me hace tambalear.

 —Perdón —dice la persona que me ha chocado y maltratado el hombro en el acto. Trato de no gruñir por el dolor causado por el golpe y me limito a asentir con la cabeza—. ¿Cómo te llamas? —inquiere él, como si pararnos en medio del pasillo a conversar fuera una buena idea; pero como no lo es, decido ignorarlo y salir.

Una vez que el sol me acaricia la piel y que yo respiro del alivio al verme en tierra firme, le presto atención al extraño que ahora se encuentra frente a mí, observándome como si esperara mi respuesta.

 —Caperucita roja —respondo en broma y sin reparo. La cara del tipo es un poema, mas supongo que debe haber entendido que me molesta que me haya abordado, después de que me atropellara con su monumental figura.

 —Entonces yo soy el cazador, Caperucita roja —me devuelve la broma con una sonrisa ladina—. Prometo que te protegeré del lobo feroz. —Extiende su mano en mi dirección; por mi parte, accedo a su saludo para que me deje en paz; no obstante, al girarme, su penetrante mirada me causa escalofríos—. Estaré pendiente y no dejaré que él te engañe de nuevo —susurra lo último con voz misteriosa.

 —¿Perdón? —Lo encaro de mal humor porque su bromita me ha molestado.

 —Me refiero al lobo. Si él no te engaña, no tienes porqué pasar el mal rato y yo no tendría que ir a cazarlo. Aunque…, acabar con esa bestia sería un placer.

Me quedo helada en mi lugar debido a las incoherencias que habla este sujeto.

No sé si se deba a que este hombre raro tiene cara de psicópata o a que sus frases sin sentidos me parecen turbias, pero por alguna extraña razón, su tonta broma me molesta y me provoca un extraño nerviosismo.

Miro al sujeto a los ojos para encontrarme con una mirada seria y sugerente, como si lo que me estuviese diciendo fuera real y no un tonto juego.

«Fantaseas mucho, Aliana».

 —Pues todos los pueblerinos le estarán eternamente agradecidos, señor cazador. —Decido seguirle el juego para relajar el ambiente y para que mi pronta despedida no se sienta descortés.

 —Te invito el almuerzo, Caperucita. —Bueno, al parecer no será fácil deshacerme de este lunático—. Viajamos desde esta mañana hasta el fin del mundo y sólo nos dieron un par de pancitos con agua saborizada. Disculpa si sueno atrevido, pero me parece que una buena comida te quitará el mal humor —añade con una sonrisa airosa que me irrita.

Miro al extraño con incredulidad. ¿Es posible ser más atrevido? Aunque un almuerzo gratis no me caería mal, dadas mis circunstancias económicas. Creo que solo por esta vez podría soportar a un pedante. Es mejor escuchar boberías con el estómago lleno a estar tranquila, pero con hambre.

Con esta conclusión masoquista, acepto la invitación de este raro y enorme hombre.

 Muy a pesar de lo que creí, platicar en el restaurante con el bromista sin gracia, lejos de ser una tortura, me ha divertido. Podría decir que la he pasado bien con todo lo que hemos conversado.

—Entonces eres detective... —balbuceo, antes de meter el tenedor en mi boca. Tenía mucho tiempo que no comía este tipo de alimento delicioso; por lo tanto, disfruto cada bocado como si temiera que el contenido de mi plato se fuera a terminar.

 —Así es. Estoy aquí para investigar algunos casos de asesinatos violentos, que se han registrado con más frecuencia en estos últimos meses.

 —¿Con más frecuencia? —inquiero, una vez me trago la carne que mastiqué de más.

 —Sí, mi caperucita. —Me guiña un ojo—. Siempre se han registrado muertes en el temido bosque del pueblo Hadima, con la creencia de que hay lobos en esos terrenos. Sin embargo, las muertes no eran muy comunes y, dado que este pueblo está olvidado por la civilización y las autoridades, aquellos casos quedaron impunes. Pero en estos últimos meses, se han registrado más de diez casos de personas desaparecidas, de quienes encuentran los restos en la entrada del bosque.

Me ahogo con mi propio bocado. Los vellos se me erizan, gracias al miedo que me invade el cuerpo. Mi suerte no puede ser peor, justo cuando decido empezar de nuevo en este pueblo de mala muerte y que ni siquiera figura en el mapa, suceden estas cosas.

Lo peor de todo es que mi casa que queda al final del pueblo y cerca del bosque del demonio ese. Podría regresar a la ciudad; sin embargo, no tengo dinero para volver ni un lugar a dónde refugiarme.

Las palabras del detective se repiten en mi cabeza, una y otra vez. No puedo estar tan salada. ¿Cómo viviré allí sola y a merced de un asesino?

 —¿Estás bien? —inquiere el detective con remordimiento—. Te pusiste pálida de repente. Disculpa que te haya contado esas cosas; tú acabas de mudarte aquí y ya te estoy asustando. Comoquiera no hay razón para preocuparte, ya que los casos de muerte que se han registrado se tratan de personas que viven cerca del bosque.

Muy bien, creo que me voy a desmayar en cualquier momento.

 —Yo... —Trato de mantener la compostura—. Yo viviré a las afueras del pueblo; es más, mi casa es la última y el patio termina en la entrada del bosque. —Trago saliva al imaginarme los restos de cadáveres adornando mi jardín.

 —Ya veo... —La mirada de John cambia a una que me causa escalofríos—. Eso quiere decir que eres hija de Victoria. Entonces no hice mal en nombrarte como lo hice, ya que tú eres la pequeña a quien todos le llamaban caperucita roja, más de quince años atrás.

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