Aliana
Érase una vez, en una pequeña aldea que estaba rodeada de grandes montañas; allí había una casa de madera, donde vivía una niña a quien le gustaba jugar en el bosque con los animalitos. Dado que ella siempre usaba una capa de color carmesí, todos la llamaban «Caperucita roja» ...
Dejo de escribir cuando el tren avisa mi estación, la última, por cierto, entonces cierro la libreta y la guardo dentro de mi mochila junto al lápiz que estaba utilizando. Una vez estoy lista para salir, agarro el asa de mi maleta con la intención de arrastrarla hacia la salida; sin embargo, el choque brusco de parte de algún distraído me hace tambalear.
—Perdón —dice la persona que me ha chocado y maltratado el hombro en el acto. Trato de no gruñir por el dolor causado por el golpe y me limito a asentir con la cabeza—. ¿Cómo te llamas? —inquiere él, como si pararnos en medio del pasillo a conversar fuera una buena idea; pero como no lo es, decido ignorarlo y salir.
Una vez que el sol me acaricia la piel y que yo respiro del alivio al verme en tierra firme, le presto atención al extraño que ahora se encuentra frente a mí, observándome como si esperara mi respuesta.
—Caperucita roja —respondo en broma y sin reparo. La cara del tipo es un poema, mas supongo que debe haber entendido que me molesta que me haya abordado, después de que me atropellara con su monumental figura.
—Entonces yo soy el cazador, Caperucita roja —me devuelve la broma con una sonrisa ladina—. Prometo que te protegeré del lobo feroz. —Extiende su mano en mi dirección; por mi parte, accedo a su saludo para que me deje en paz; no obstante, al girarme, su penetrante mirada me causa escalofríos—. Estaré pendiente y no dejaré que él te engañe de nuevo —susurra lo último con voz misteriosa.
—¿Perdón? —Lo encaro de mal humor porque su bromita me ha molestado.
—Me refiero al lobo. Si él no te engaña, no tienes porqué pasar el mal rato y yo no tendría que ir a cazarlo. Aunque…, acabar con esa bestia sería un placer.
Me quedo helada en mi lugar debido a las incoherencias que habla este sujeto.
No sé si se deba a que este hombre raro tiene cara de psicópata o a que sus frases sin sentidos me parecen turbias, pero por alguna extraña razón, su tonta broma me molesta y me provoca un extraño nerviosismo.
Miro al sujeto a los ojos para encontrarme con una mirada seria y sugerente, como si lo que me estuviese diciendo fuera real y no un tonto juego.
«Fantaseas mucho, Aliana».
—Pues todos los pueblerinos le estarán eternamente agradecidos, señor cazador. —Decido seguirle el juego para relajar el ambiente y para que mi pronta despedida no se sienta descortés.
—Te invito el almuerzo, Caperucita. —Bueno, al parecer no será fácil deshacerme de este lunático—. Viajamos desde esta mañana hasta el fin del mundo y sólo nos dieron un par de pancitos con agua saborizada. Disculpa si sueno atrevido, pero me parece que una buena comida te quitará el mal humor —añade con una sonrisa airosa que me irrita.
Miro al extraño con incredulidad. ¿Es posible ser más atrevido? Aunque un almuerzo gratis no me caería mal, dadas mis circunstancias económicas. Creo que solo por esta vez podría soportar a un pedante. Es mejor escuchar boberías con el estómago lleno a estar tranquila, pero con hambre.
Con esta conclusión masoquista, acepto la invitación de este raro y enorme hombre.
Muy a pesar de lo que creí, platicar en el restaurante con el bromista sin gracia, lejos de ser una tortura, me ha divertido. Podría decir que la he pasado bien con todo lo que hemos conversado.
—Entonces eres detective... —balbuceo, antes de meter el tenedor en mi boca. Tenía mucho tiempo que no comía este tipo de alimento delicioso; por lo tanto, disfruto cada bocado como si temiera que el contenido de mi plato se fuera a terminar.
—Así es. Estoy aquí para investigar algunos casos de asesinatos violentos, que se han registrado con más frecuencia en estos últimos meses.
—¿Con más frecuencia? —inquiero, una vez me trago la carne que mastiqué de más.
—Sí, mi caperucita. —Me guiña un ojo—. Siempre se han registrado muertes en el temido bosque del pueblo Hadima, con la creencia de que hay lobos en esos terrenos. Sin embargo, las muertes no eran muy comunes y, dado que este pueblo está olvidado por la civilización y las autoridades, aquellos casos quedaron impunes. Pero en estos últimos meses, se han registrado más de diez casos de personas desaparecidas, de quienes encuentran los restos en la entrada del bosque.
Me ahogo con mi propio bocado. Los vellos se me erizan, gracias al miedo que me invade el cuerpo. Mi suerte no puede ser peor, justo cuando decido empezar de nuevo en este pueblo de mala muerte y que ni siquiera figura en el mapa, suceden estas cosas.
Lo peor de todo es que mi casa que queda al final del pueblo y cerca del bosque del demonio ese. Podría regresar a la ciudad; sin embargo, no tengo dinero para volver ni un lugar a dónde refugiarme.
Las palabras del detective se repiten en mi cabeza, una y otra vez. No puedo estar tan salada. ¿Cómo viviré allí sola y a merced de un asesino?
—¿Estás bien? —inquiere el detective con remordimiento—. Te pusiste pálida de repente. Disculpa que te haya contado esas cosas; tú acabas de mudarte aquí y ya te estoy asustando. Comoquiera no hay razón para preocuparte, ya que los casos de muerte que se han registrado se tratan de personas que viven cerca del bosque.
Muy bien, creo que me voy a desmayar en cualquier momento.
—Yo... —Trato de mantener la compostura—. Yo viviré a las afueras del pueblo; es más, mi casa es la última y el patio termina en la entrada del bosque. —Trago saliva al imaginarme los restos de cadáveres adornando mi jardín.
—Ya veo... —La mirada de John cambia a una que me causa escalofríos—. Eso quiere decir que eres hija de Victoria. Entonces no hice mal en nombrarte como lo hice, ya que tú eres la pequeña a quien todos le llamaban caperucita roja, más de quince años atrás.
—Entonces conoció a mi madre —confirmo con curiosidad y ganas de saber más. Todo en torno a ella me es interesante y, saber sobre su pasado, me hace sentir que fue real. —Claro que sí, ella... —Hace una pausa al perderse en sus pensamientos—. Ella era como una tía para mí. Fue nuestra vecina por mucho tiempo; papá y Victoria se llevaban muy bien. Incluso, vivo al lado de tu casa, así que no debes preocuparte por el asesino, no dejaré que nadie te dañe.Siento el alivio recorrerme al escuchar que vive cerca, pese a que la expresión en su mirada me causa escalofríos. Yo ya estaba pensando en utilizar mis últimos centavos en un motel de mala muerte, para pasar la noche hoy.John se ofrece a llevarme, puesto que vamos para el mismo vecindario. Desde que encendió el auto me ha contado sobre su vida, que hace unos meses regresó a casa de sus difuntos padres, pero que tiene que estar viajando a la ciudad por causa de su trabajo todas las semanas. Mientras habla, me distraigo con su figura
—Caperucita, toma la canasta de cintas rojas, que te he puesto comida para un día. Ahora corre al bosque y no mires atrás. Escoge el camino de las flores rojas y no te quites tu capa. —Mami, pero en el bosque está la bestia. —Mi amor, mientras tengas tu capa, la bestia no te dañará. —¿No vienes conmigo? —Espérame junto al niño de los ojos grises, él te guiará. —¿Y cómo lo encuentro? —Él te encontrará. Mi amor, si llegas a ver a la abuelita...Un sonido brusco me despierta, provocando que salte de la cama con exaltación.Solo fue un rayo.Suspiro, aliviada.Después de lo sucedido en la tarde, conciliar el sueño fue toda una odisea, ya que cada mínimo sonido y hasta el mismo silencio me ponían alerta. Tal vez deba rendirme y regresar con el dinero que me queda a la ciudad, aunque tenga que vivir debajo de los puentes como mendiga; quizás si tengo suerte consigo un albergue del estado; cualquier cosa sería mejor que morir despedazada por un psicópata.Con ese pensamiento vuelvo a d
«¿Por qué tomar el camino largo cuando puedes coger un atajo?»***Camino por el pueblo, distraída con la peculiaridad de este sitio, y noto que me gano las miradas extrañadas de los presentes. Las personas aquí son raras y un poco anticuadas. Por lo menos existen los servicios públicos, como la electricidad, teléfonos fijos, agua y demás. Todavía no me creo que nadie aquí use celulares, es como si hubiese viajado al pasado donde la tecnología se limitaba a un enorme cajón a la que llamaban computadora.Pero, ¿qué se puede esperar de un pueblo que ni siquiera está registrado en el mapa? Cuando mi madrina me habló de Hadima creí que estaba alucinando, puesto que ni siquiera en Google aparecía.Sin embargo, así como cada lugar tiene sus contras, también sus ventajas; ya que por lo menos, aquí el dinero vale mucho. Con los pocos centavos que tenía, logré contratar los servicios de la electricidad y el teléfono, así que sólo me falta buscar a un plomero que no cobre mucho o a quien pueda
—Hola, caperucita —me saluda John cuando estoy abriendo la puerta. Al parecer ya tengo un apodo en este pueblo.—Hola, John. ¿Qué tal todo? —inquiero por cortesía, pero sin ganas de mantener una larga conversación.—Pues, he estado buscando pistas del asesino. Lamento mucho no haber pasado anoche, estuve ocupado.—No sabía que vendrías anoche... —murmuro, y podría asegurar que he fruncido el ceño de manera involuntaria porque siento una pequeña presión en el rostro.—Te dije que te protegeré. No dejé de pensar en ti ni un momento. Temía tanto por tu vida.—Como puedes ver estoy bien. De todas formas, creo que están sobrevalorando el asunto.—No es así. Hay un asesino y lo voy a atrapar. Esas bestias deben morir todas, son una plaga en... Hadima. —Se queda pensativo por unos segundos. Hay algo en su mirada que no me convence, es como si mi cuerpo me pidiera que me alejara de él.—Bueno, espero que lo atrapen rápido —corto el tema con la esperanza de que se vaya.—Tengo la noche libre,
Doy vueltas de un lado a otro, dedicándole miradas fugaces a la canasta que yace en la mesa de mi cocina. Tengo esa sensación de familiaridad al observarla, pero la tristeza en el pecho me impide analizarla por mucho tiempo; es como si mi corazón se resistiera a ella, como si mis defensas se negaran a recibir esa respuesta que se encuentra allí porque siento que ella tiene un mensaje oculto, esperando a ser descifrado por mí.Agito la cabeza en negación, puesto que la sensación en el pecho es muy fuerte para soportarla.Quiero escapar.De repente, una imagen de una pequeña niña rubia, con capa roja y una canasta similar a esta se filtra en mis pensamientos y me da la sensación de recordar algo. Pesadas lágrimas mojan mis mejillas y el dolor en el pecho aumenta, a tal punto que siento mis pulmones quemarme. —¡Basta! —grito con desesperación. No quiero sentir este sufrimiento, este temor... Caigo de rodillas sobre el suelo mientras deja salir sollozos sonoros. ¿Qué me está sucediendo?
Llévale un pastel y una jarra de miel a la abuelita...***Estoy en un trance, donde no sé si lo que está sucediendo es real o una alucinación. Es que me parece tan irreal…Un lobo enorme, de pelaje plateado y mirada gris, que ahora mismo me enseña sus grandes dientes y colmillos, camina a paso lentos en mi dirección, listo para atacarme. De repente reacciono, entonces me volteo y corro por mi vida, pese a que me falta el aliento. No sé si los sudores en mi piel se deben al ejercicio o a los nervios, tal vez es una mezcla de ambos.Corro con desesperación y con el miedo apretándome el pecho, mientras que las lágrimas se vuelven una con el sudor; no obstante, la temperatura está muy fría. ¿Me volví más rápida o el lobo es lento? Digo, sólo le cuesta dar un salto para atraparme; sin embargo, él mantiene el mismo ritmo, como si no quisiera atacarme.Aliana, deja de pensar tonterías y corre.No sé hacia dónde dirigirme, así que me limito a huir de aquella enorme bestia sin un rumbo fijo.
—Hola, eres caperucita roja, ¿cierto? —Sí. Tú eres quien me encontraría, ¿me equivoco? —No... Eres muy linda, me gustas. —Gracias... Tú también eres lindo. —¿Quieres jugar? —Sí, pero no podemos ahora porque tenemos que estar ocultos hasta que venga mamá. ¿La tuya vendrá por ti también? —No... Mi mami se fue al cielo... —Y, ¿volverá pronto? —No... —¿Por qué? —Porque se convirtió en una estrella que brilla en el firmamento. Nunca la conocí… —Lo siento mucho...—Gracias... Pero ya no estaré solo; tú y yo estaremos juntos por siempre. Mi papá me dijo que tú y yo estamos destinados.Despierto exaltada y con sudores fríos recorriéndome la piel. Desde que llegué de casa de mi madrina, he tenido un malestar insoportable. Con un quejido, me levanto de la cama sedienta, mareada y sin fuerzas; acto seguido, me conduzco fuera de la habitación para calmar mi agonía. Por inercia, contemplo el enorme reloj que decora la sala, el cual se me hace familiar y hasta fastidioso de ver, como s
Admiro mi alrededor, encantada. Si bien este lugar parece de los años sesenta o algo así, no puedo negar que es hermoso. Las luces dan vida a la noche, los vendedores ambulantes llenan el ambiente con el aroma de deliciosa comida, asimismo, varios músicos tocan por las calles y las parejas pasean agarradas de manos. A este hermoso escenario se unen el brillo de las estrellas, que adornan el cielo negro, donde la luna luce llena en todo su esplendor.—La luna está hermosa —comento mientras la admiro maravillada.—Así es, lástima que eso... —No termina. De nuevo ese silencio incómodo que evidencia omisiones y verdades ocultas. Tal vez sea mala idea empezar a salir con este chico.—¿Siempre eres así? —inquiero molesta—. ¿Por qué hablas a medias? —Su rostro se tensa ante mi cuestionamiento.—Lamento darte esa impresión. Es sólo que me ahorro los dichos de este lugar porque no vienen al caso.—No creo que sea lo único que te ahorras. A veces siento que me ocultas cosas, lo que es ridículo