Lizzy refunfuñaba con resignación, desconocía por qué un hombre al que apenas había visto a la distancia alguna vez quería casarse con ella.
Conocía su fama de mujeriego, déspota y arrogante y eso hacía que se negara más a aceptar el destino que su tío prácticamente de manera implícita le había impuesto. Si bien él no la obligaba, ella no tenía corazón para dejarlo “abandonado a su suerte” a Victoria y al molesto de Esteban, quizás sí " pensaba mientras sonría maquiavélicamente y divertida. Pero no a su amado tío Alfonso, él la había cuidado, mimado y le había dado todo lo que tuvo a su alcance para que ella recibiera una educación adecuada. ¡A través de los libros le había enseñado un mundo nuevo! Alfonso la valoraba y la protegía de los malos comentarios de la gente de alta sociedad, por su origen. Incluso de los maliciosos comentarios de su tía Victoria y de su primo Esteban, quien, aunque en la actualidad era más cercano a ella, en los primeros tiempos la tildaba de bastarda, junto a su madre, por el sólo hecho de llevar el apellido materno y no saber quién era su padre. Sus pensamientos se debatían entre esas emociones que los recuerdos generaban, juntamente con el desprecio que sentía por Federico. Toc ...toc ... el sonido en su puerta, la sacó de su ostracismo. — ¡Lizzy, soy yo! —¡Adelante tío! —dijo, sonriendo con tristeza. — Lo haré, acepto. Acepto casarme con ese hombre. Alfonso bajó la cabeza, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros. Sus dedos temblaban ligeramente mientras pasaba la mano por su rostro, como si intentara borrar el dolor que lo carcomía por dentro. Sus ojos, húmedos y cansados, recorrieron el rostro de su sobrina con un amor inmenso, pero también con una culpa insoportable. —Querida Lizzy, necesito que hoy tomes la decisión, ya no podemos esperar más… —dijo con la voz quebrada, apenas un susurro. Ella se levantó de golpe y corrió a abrazarlo con fuerza, enterrando el rostro en su pecho. —Lo haré —murmuró, sintiendo su propia voz temblar—. Acepto casarme con ese hombre. Alfonso cerró los ojos, incapaz de sostenerle la mirada. Si hablaba, su voz lo traicionaría. En su interior, gritaba que no quería esto para ella, que debería estar libre, que merecía algo mejor. Pero la realidad era cruel, y su amor por Lizzy no podía comprarle un destino distinto. Cuando por fin se atrevió a mirarla, vio en sus ojos verdes un brillo apagado, una tristeza tan profunda que lo atravesó como una daga. Quiso decirle que todo estaría bien, que encontraría una forma de salvarla, pero sabía que sería una mentira. — Haré todos los arreglos para la boda, Federico me ha encomendado de darte lo mejor, un vestido, fiesta, joyas lo que quieras... lo que desees se te dará. Ella quedó erguida, subió el mentón y sus ojos se endurecieron, jamás iba a p — Si quiere un matrimonio, que sea en el papel y nada más. No necesito sus joyas ni sus lujos, solo su indiferencia. No me venderé por un vestido de novia. No quiero boda religiosa, podremos mentirles a todos. Pero a Dios, no. Alfonso sintió que su pecho se encogía. Su sobrina tenía más dignidad y valentía de la que él había tenido en toda su vida. Victoria se había quedado parada en la puerta escuchando y viendo todo. — Pero ¿quién se cree esta mocosa que es? —pensó con rabia—. El hombre más rico del país quiere casarse con ella, darle todo y la señorita se da el lujo de rechazarlo. Alfonso la miraba como adivinando sus pensamientos, agachó su cabeza, pasando por su lado. — No todo en la vida es lujo y riquezas Victoria — dijo, sin mirarla. Ella lo siguió ofuscada, gritándole. — Le dimos todo a esa pequeña bastarda. Lo menos que puede hacer por nuestra familia, es eso. Alfonso de naturaleza tranquila se dio vuelta, la miró con desprecio y se encerró en su estudio. Lloró amargamente, recordando por qué se había casado con esa mujer desalmada. Él, mejor que nadie sabía lo que era un matrimonio sin amor, se había casado sólo para que Victoria no quedara expuesta ante la sociedad cuando quedó embarazada de Esteban y desde ahí, todo fue un terrible calvario. Esteban se crio en ese ambiente en donde los padres a veces se trataban como extraños y cuando Lizzy llegó, Victoria descargaba su frustración en ella y algo parecido hacía él porque sentía celos de su prima, hasta que un día ya ellos más grandes, Esteban fue cambiando un poco su actitud y comenzó a acercarse a Lizzy, protegiéndola a veces de su propia madre. Mientras Alfonso, pensaba en todo esto, sonó el teléfono. — Hola... — ¿Que decidió su sobrina? —Preguntó Federico, frio y tajante. — Dijo que sí, sólo quiere una boda sencilla y lo más íntima posible, es lo único que exige. — ¿Exige? ja —rio, fría y burlonamente, el hombre—. Está bien, se hará como ella quiera, no me interesa. Me da igual. Federico arrojó el teléfono sobre el escritorio con tal fuerza que rebotó y cayó al suelo. Se pasó una mano por el cabello, exhalando con furia. ¿Cómo demonios se atrevía esa mocosa a rechazarlo? ¡A él! Sonrió con frialdad. No importaba, pronto aprendería. —¡Maldit@ sea! —dijo, dando un puñetazo en el escritorio— Haz lo que quieras Elizabeth, en un par de días serás mía... absolutamente mía. Sonrió fríamente, estaba convencido de que tarde o temprano lograría su cometido, enamorarla, usarla y cuando se aburriera de ella, dejarla y así cobrarse todos los desprecios que ella le estaba haciendo ahora.La puerta de la habitación de Lizzy se abrió de par en par. La joven abrió sus ojos muy grandes. Al ver quien era la persona que entraba sin llamar. Lucía Mendoza su mejor amiga, acababa de llegar, agitada, con el rostro encendido y el aliento entrecortado. Su vestido ligeramente arrugado delataba que había corrido sin descanso hasta allí. —¡¿Estás loca Liz?! — dijo, a los gritos — ¿Cómo es eso que te casas con ese engendro? Lizzy se levantó lentamente de su cama, sus ojos esmeralda, mostraban que había llorado mucho, y su cara demacrada mostraban una tristeza absoluta. — Quién... ¿Quién te dijo? —preguntó, asombrada. — Tu tía le contó a mi madre, hace un rato y ella a mí, ¿Cómo es posible que siendo tu mejor amiga no me lo hayas dicho? — preguntó enojada. — No es algo que me enorgullezca contarlo— dijo, tirándose abatida sobre un silloncito. —¿Entonces? —Lucía, hay situaciones que escapan de mí, créeme tengo razones muy poderosas e importantes para mí que me orillan a
Era 5 de septiembre, el día señalado para la boda. Abajo, todo estaba dispuesto para la celebración. Los sirvientes habían seguido las instrucciones de Victoria al pie de la letra. Flores y decoraciones elegantes inundaban el salón y los jardines. En la sala principal se había dispuesto un pequeño altar donde los novios firmarían ante el juez. Si bien Elizabeth había pedido algo discreto, Victoria hizo caso omiso e invitó a varias personas. Incluso Esteban había llegado del extranjero junto a su prometida, Laura, y los padres de esta. También estaban el alcalde, su esposa y varias figuras importantes. La mayoría había asistido por el novio; siendo el hombre más rico y poderoso del país, era imposible desairarlo. —¿Qué pasó con la boda discreta y sencilla, Victoria? —preguntó Alfonso, ofuscado. —Tonterías —replicó Victoria, restándole importancia—. ¿Te das cuenta de lo que significa para nuestra familia emparentar con Federico Alvear? A nadie le interesa lo que opine Elizabeth. Alfo
—Recoge todas las pertenencias de la señora y llévalas a la mansión. En dos semanas volvemos —ordenó Federico a su asistente.Elizabeth estaba a su lado, pero era como si no existiera. Se abrazó a su tío Alfonso con desesperación, como si quisiera retenerlo para siempre.—Lizzy, solo deseo que seas feliz… y que no me odies —dijo el hombre con la voz quebrada.Ella alzó la mirada y vio que Federico se alejaba.—Tío, te prometo que estaré bien, mientras tú estés bien —susurró, antes de darle un beso en la mejilla. Luego se giró y, sin mirar atrás, caminó hasta el lujoso automóvil que la esperaba.—Adiós, Victoria. Quizás ahora estés un poco más feliz —murmuró antes de desaparecer tras la puerta del coche.La aludida la miró con asombro, pero no dijo nada.El chófer le abrió la puerta y Elizabeth agradeció con un leve asentimiento antes de entrar. A su lado estaba él, su flamante esposo, observándola con esa mirada que le resultaba incómoda, sofocante.—Elizabeth, querida, todo se ha hech
Federico llegó al majestuoso Hotel Regina, el orgullo de su familia y una de las cadenas más lujosas del mundo. Su chófer bajó las maletas mientras el personal del hotel, al reconocerlo, se apresuraba a atenderlo. No lo esperaban, pero en cuestión de minutos dispusieron la suite Emperador, la más exclusiva del hotel.Desde el balcón, contempló las luces vibrantes de la ciudad, un reflejo del lujo y el poder que siempre había rodeado su vida. Pero, en ese momento, no pensaba en negocios ni en éxito. Pensaba en Elizabeth. Si no fuera tan malditamente orgullosa, ahora mismo estaría disfrutando de su cuerpo, de su piel tersa y delicada, de esos labios que aún no sabían besar. Pero él se encargaría de enseñarles.El deseo lo golpeó con la fuerza de un vendaval. De solo pensarlo el deseo lo golpeó con la fuerza de un vendaval. Por alguna razón que desconocía, Elizabeth avivaba en él una lujuria que apenas podía controlar, ninguna mujer había logrado eso en él. Desde el día en que la vio y co
Lizzy durmió plácidamente toda la noche. Al despertar, apenas recordaba los sucesos de los días anteriores.—¡Diablos, estoy casada! — murmuró, incrédula, mirando su alianza.Se puso la bata y corrió las cortinas. El sol iluminaba con fuerza la habitación. Buscó su celular y encontró mensajes de su tío y de Lucía, ambos preguntando cómo iba todo. Contestó escuetamente, sin dar detalles. Pero de él, ni rastro. Arqueó una ceja. Supuso que estaría trabajando, o con alguna chica complaciente. Tal vez con esa heredera rubia con la que aparecía en las revistas. En realidad, no le importaba mientras no la molestara.Se dirigió a la cocina y, al instante, apareció una mujer de unos treinta años, sonriente y atenta.—Buenos días, señora Alvear. Soy Lupe Cardona, su asistente. El señor Alvear dispuso que yo la atienda en todo lo que necesite.Lizzy abrió los ojos con asombro. Jamás había tenido una asistente. En la casa de su tío había empleados, pero nada tan personal.—Lupe, muchas gracias, pe
Habían pasado unos 5 días sin ninguna noticia sobre su esposo. El día que llegó del paseo Lizzy había visto las llamadas perdidas y quiso llamarlo, pero después consideró que era en vano hacerlo puesto que, no tenía nada de qué hablar y a decir verdad cruzar dos palabras con Federico la incomodaba.Los días parecían eternos, así que localizó una librería y adquirió varios libros, ya que amaba leer. Era un hábito que había adquirido junto a su madre y luego continuó con Alfonso quien siempre le traía algún libro cuando regresaba de sus viajes de negocios.Como esos días había usado el dinero que su tío le depositaba todos los meses, consultó su saldo.— Diablos, tendré que ser más cuidadosa o tendré que pedirle dinero a ese hombre y me niego a hacerlo. Quizás debería buscarme un empleo, ¡Cuánto antes!Era demasiado orgullosa como para pedirle algo a alguien y mucho menos a Federico, pues ella lo consideraba despreciable y lo odiaba.De pronto sonó el teléfono.—Lizzy, ¿Cómo estás mi peq
.Parecía que Federico había hallado en las duchas frías la solución a cada encontronazo con Lizzy, eso le daba la oportunidad de bajar el fuego corporal y espiritual. Era una continua lucha con el mismo desde que la había visto. No podía entender cómo es que una chiquilla caprichosa, orgullosa e inmadura lo había atrapado así. Él era un hombre de mundo, había vivido diferentes situaciones y de todas, había salido airoso. En otro momento hubiese aprovechado la soltura de Elizabeth y se habría sacado ventaja de la situación, pero por alguna razón era incapaz de hacerlo. Mientras estaba besándola y casi por desnudándola se le vinieron a la mente muchas cosas. ¿Y sí ella se entregaba a él por obligación? o ¿porque estaba un tanto ebria? o quizás mientras él la besaba y acariciaba ¿ella pensaba en Pablo?. Ya no le bastaba el cuerpo de Lizzy, él quería absolutamente todo, su alma si era necesario. La consideraba suya sólo porque había logrado comprar su voluntad para que se ca
Apenas abrió sus ojos, Elizabeth divisó una silueta contra el ventanal de la habitación, era Federico.—Buenos días, señor Alvear— Saludó con total naturalidad como si la noche anterior, no hubiese sucedido absolutamente nada.Él se volteó para mirarla, parecía no haber dormido muy bien. Su aspecto demacrado mostraba haber pasado una mala noche o una noche de juergas.—¿Preparaste todo como ordené? — dijo fríamente.Ella asintió con la cabeza, no se atrevía a hablarle.— Sí señor—dijo suavemente.Federico le tomó el rostro, tenía una mirada tan vacía, que hacía confundir a Lizzy.—Si quieres volver a tu casa, vuelve no pienso retenerte a la fuerza— fue firme y desinteresado al decirlo.Elizabeth quedó helada. ¡Jamás esperó algo así de él! De repente, una sensación gélida la invadió. ¿Qué iba a pasar con su tío?él pareció adivinar sus pensamientos.—No haré nada contra tu tío. ¿Quieres irte?, vete. Si decides seguir a mi lado, te estaré esperando afuera. Si en media hora no bajas, es p