—Recoge todas las pertenencias de la señora y llévalas a la mansión. En dos semanas volvemos —ordenó Federico a su asistente.
Elizabeth estaba a su lado, pero era como si no existiera. Se abrazó a su tío Alfonso con desesperación, como si quisiera retenerlo para siempre.
—Lizzy, solo deseo que seas feliz… y que no me odies —dijo el hombre con la voz quebrada.
Ella alzó la mirada y vio que Federico se alejaba.
—Tío, te prometo que estaré bien, mientras tú estés bien —susurró, antes de darle un beso en la mejilla. Luego se giró y, sin mirar atrás, caminó hasta el lujoso automóvil que la esperaba.
—Adiós, Victoria. Quizás ahora estés un poco más feliz —murmuró antes de desaparecer tras la puerta del coche.
La aludida la miró con asombro, pero no dijo nada.
El chófer le abrió la puerta y Elizabeth agradeció con un leve asentimiento antes de entrar. A su lado estaba él, su flamante esposo, observándola con esa mirada que le resultaba incómoda, sofocante.
—Elizabeth, querida, todo se ha hecho como pediste. ¿Eres feliz? —preguntó con una sonrisa que le heló la sangre.
—Señor Alvear, si algo se hubiese hecho como yo quería, hoy no estaría casada con usted —respondió con firmeza, frunciendo el ceño.
La expresión de Federico se endureció. De repente, la tomó por la cintura y la atrajo con fuerza contra su cuerpo.
—Eres mía, y eso ya no puedes cambiar —susurró antes de besarla.
Elizabeth trató de resistirse, de mantener la boca cerrada, pero él logró quebrarla con facilidad. Cuando se apartó, la miró con diversión.
"Nunca la han besado", pensó, sorprendido. “Entonces… jamás ha estado con un hombre”
La idea lo encendió aún más. No solo la belleza de Elizabeth le pertenecía, sino que él sería el primer hombre en su vida. Sus pensamientos lo nublaron, su instinto lo dominó. Bajó la mano por su hombro y rozó su pecho. Ella se arqueó de inmediato, y él estuvo a punto de perder el control.
—Por favor, señor… —suplicó Lizzy con la voz temblorosa—. Por favor, no lo haga.
Federico se detuvo de golpe. La miró, agitado. No sabía si eran sus ojos, su piel o las lágrimas deslizándose por su rostro lo que lo había paralizado. Se sintió estúpido. Y eso lo enfureció.
—¡Como quieras! —exclamó con exasperación—. Actúas como si esto fuera nuevo para ti.
Sabía que Elizabeth no había estado con otro hombre, pero por alguna razón, quería herirla. No soportaba su rechazo.
Ella secó sus lágrimas con rabia y lo fulminó con la mirada.
—Usted, señor, es un ser despreciable. ¡Jamás lo amaré!
Federico puso los ojos en blanco.
—¿Te pedí que me amaras? No seas ridícula, Elizabeth. Solo me importa tu cuerpo, y eso, no podrás negármelo. Eres y serás mi esposa… hasta que yo lo decida.
Elizabeth quedó helada. ¿Con qué clase de monstruo se había casado?
El resto del camino transcurrió en silencio.
—¿A dónde vamos, señor Alvear? —preguntó al fin.
—Tengo negocios en Nueva York—respondió con frialdad—. ¿Pensaste que habría luna de miel?
En realidad, había dispuesto todo en su exclusivo pent-house en la ciudad más cosmopolita del país. Pero la actitud huraña de Elizabeth lo dejó furioso. Ni él mismo entendía por qué sentía esa frustración con su desprecio.
Subieron al avión privado sin mediar palabra.
Durante el vuelo, Elizabeth lo observó de reojo. Federico leía documentos con atención, como si ella no existiera. Nunca volvió a mirarla.
Al llegar al pent-house, quedó maravillada. Todo era lujoso, impecable. Un ventanal enorme dominaba la sala, junto a un piano de cola.
—Señor Alvear, la habitación está lista —anunció el mayordomo.
—Lleva todo y asegúrate de que la señora tenga lo que necesite —ordenó él.
Se giró hacia Elizabeth, tomándola de la barbilla.
—Espero que todo sea de tu agrado. Por unos días, este será tu hogar. Tienes una cuenta a tu nombre y tus tarjetas. Úsalas como quieras.
Ella lo miró con desconcierto.
—¿Pero… se irá?
—Dije que tenía asuntos que atender. Vendré eventualmente, no sé cuándo. No creo que eso te afecte. Quedó claro que no te interesa estar conmigo.
Elizabeth abrió los ojos, sorprendida. Este hombre tenía la capacidad de dejarla sin argumentos, lo cual era bastante difícil.
Federico la observó por un instante, como si dudara. Luego la atrajo de nuevo hacia sí y la besó con intensidad. Fue un beso rápido, pero cargado de algo que ella no quiso interpretar.
—Te quedas en casa, señora Alvear. Trata de no extrañarme.
—Señor, lo conozco hace un par de horas... Nunca podría extrañarlo —respondió ella con desdén.
Él le dedicó una mirada gélida. Se inclinó y le dejó un leve beso en los labios.
—Eso lo veremos —susurró, rozando con su dedo la punta de su nariz antes de marcharse.
Elizabeth recorrió el lugar en silencio. Tocó los lujosos objetos, admiró los cuadros de artistas renombrados. Cuando llegó a la habitación principal, no pudo evitar asombrarse. Era grande, luminosa, con sábanas blancas y suaves.
En el vestidor, los trajes de Federico estaban perfectamente ordenados. En su lado, había vestidos, joyas y lo básico que necesitara. Sobre la pequeña isla de mármol, encontró una nota.
"Compra todo lo que necesites, señora Alvear."
Se cruzó de brazos. Buscó hasta encontrar un pijama de seda rosa y unas pantuflas a tono. Preparó su baño y se sumergió en la tina, dejando que la espuma la envolviera.
—¿Y ahora qué? —murmuró en voz alta. — ¿Este hombre solo aparecerá para besarme y luego se irá? ¿Será así?
Suspiró con alivio.
—Si es así, podré estar tranquila. El tiempo que él desee tenerme prisionera en este absurdo matrimonio…
Cerró los ojos y pensó en su tío.
Alfonso siempre había estado para ella y su madre, pagando sus cuentas, su educación. Cuando quedó huérfana, él asumió el rol de padre.
—Por él haría cualquier cosa… incluso someterme a este hombre despreciable —susurró, sintiendo las lágrimas correr por su rostro—. Todo vale la pena por él.
Apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos.
Sí. Cualquier sacrificio valía la pena.
Federico llegó al majestuoso Hotel Regina, el orgullo de su familia y una de las cadenas más lujosas del mundo. Su chófer bajó las maletas mientras el personal del hotel, al reconocerlo, se apresuraba a atenderlo. No lo esperaban, pero en cuestión de minutos dispusieron la suite Emperador, la más exclusiva del hotel.Desde el balcón, contempló las luces vibrantes de la ciudad, un reflejo del lujo y el poder que siempre había rodeado su vida. Pero, en ese momento, no pensaba en negocios ni en éxito. Pensaba en Elizabeth. Si no fuera tan malditamente orgullosa, ahora mismo estaría disfrutando de su cuerpo, de su piel tersa y delicada, de esos labios que aún no sabían besar. Pero él se encargaría de enseñarles.El deseo lo golpeó con la fuerza de un vendaval. De solo pensarlo el deseo lo golpeó con la fuerza de un vendaval. Por alguna razón que desconocía, Elizabeth avivaba en él una lujuria que apenas podía controlar, ninguna mujer había logrado eso en él. Desde el día en que la vio y co
Lizzy durmió plácidamente toda la noche. Al despertar, apenas recordaba los sucesos de los días anteriores.—¡Diablos, estoy casada! — murmuró, incrédula, mirando su alianza.Se puso la bata y corrió las cortinas. El sol iluminaba con fuerza la habitación. Buscó su celular y encontró mensajes de su tío y de Lucía, ambos preguntando cómo iba todo. Contestó escuetamente, sin dar detalles. Pero de él, ni rastro. Arqueó una ceja. Supuso que estaría trabajando, o con alguna chica complaciente. Tal vez con esa heredera rubia con la que aparecía en las revistas. En realidad, no le importaba mientras no la molestara.Se dirigió a la cocina y, al instante, apareció una mujer de unos treinta años, sonriente y atenta.—Buenos días, señora Alvear. Soy Lupe Cardona, su asistente. El señor Alvear dispuso que yo la atienda en todo lo que necesite.Lizzy abrió los ojos con asombro. Jamás había tenido una asistente. En la casa de su tío había empleados, pero nada tan personal.—Lupe, muchas gracias, pe
Habían pasado unos 5 días sin ninguna noticia sobre su esposo. El día que llegó del paseo Lizzy había visto las llamadas perdidas y quiso llamarlo, pero después consideró que era en vano hacerlo puesto que, no tenía nada de qué hablar y a decir verdad cruzar dos palabras con Federico la incomodaba.Los días parecían eternos, así que localizó una librería y adquirió varios libros, ya que amaba leer. Era un hábito que había adquirido junto a su madre y luego continuó con Alfonso quien siempre le traía algún libro cuando regresaba de sus viajes de negocios.Como esos días había usado el dinero que su tío le depositaba todos los meses, consultó su saldo.— Diablos, tendré que ser más cuidadosa o tendré que pedirle dinero a ese hombre y me niego a hacerlo. Quizás debería buscarme un empleo, ¡Cuánto antes!Era demasiado orgullosa como para pedirle algo a alguien y mucho menos a Federico, pues ella lo consideraba despreciable y lo odiaba.De pronto sonó el teléfono.—Lizzy, ¿Cómo estás mi peq
.Parecía que Federico había hallado en las duchas frías la solución a cada encontronazo con Lizzy, eso le daba la oportunidad de bajar el fuego corporal y espiritual. Era una continua lucha con el mismo desde que la había visto. No podía entender cómo es que una chiquilla caprichosa, orgullosa e inmadura lo había atrapado así. Él era un hombre de mundo, había vivido diferentes situaciones y de todas, había salido airoso. En otro momento hubiese aprovechado la soltura de Elizabeth y se habría sacado ventaja de la situación, pero por alguna razón era incapaz de hacerlo. Mientras estaba besándola y casi por desnudándola se le vinieron a la mente muchas cosas. ¿Y sí ella se entregaba a él por obligación? o ¿porque estaba un tanto ebria? o quizás mientras él la besaba y acariciaba ¿ella pensaba en Pablo?. Ya no le bastaba el cuerpo de Lizzy, él quería absolutamente todo, su alma si era necesario. La consideraba suya sólo porque había logrado comprar su voluntad para que se ca
Apenas abrió sus ojos, Elizabeth divisó una silueta contra el ventanal de la habitación, era Federico.—Buenos días, señor Alvear— Saludó con total naturalidad como si la noche anterior, no hubiese sucedido absolutamente nada.Él se volteó para mirarla, parecía no haber dormido muy bien. Su aspecto demacrado mostraba haber pasado una mala noche o una noche de juergas.—¿Preparaste todo como ordené? — dijo fríamente.Ella asintió con la cabeza, no se atrevía a hablarle.— Sí señor—dijo suavemente.Federico le tomó el rostro, tenía una mirada tan vacía, que hacía confundir a Lizzy.—Si quieres volver a tu casa, vuelve no pienso retenerte a la fuerza— fue firme y desinteresado al decirlo.Elizabeth quedó helada. ¡Jamás esperó algo así de él! De repente, una sensación gélida la invadió. ¿Qué iba a pasar con su tío?él pareció adivinar sus pensamientos.—No haré nada contra tu tío. ¿Quieres irte?, vete. Si decides seguir a mi lado, te estaré esperando afuera. Si en media hora no bajas, es p
Pablo Mendoza estaba tratando de arreglar todos sus asuntos y viajar cuanto antes a Houston para interiorizarse bien del apresurado y extraño matrimonio de Liz.Mientras hacía sus maletas en su cabeza resonaban las palabras que había leído en las noticias mientras desayunaba: “El multimillonario Federico Alvear se casó con la bellísima Elizabeth Valverde, sobrina del empresario naviero Alfonso Valverde” El joven se sentía desolado ante esta noticia. No podía entender que alguien tan dulce y libre como Lizzy, se hubiera unido a ese hombre que tenía una reputación de ser cruel e inescrupuloso.La explicación de Lucía había sido bastante escueta y poco creíble, se negaba a creer que Elizabeth se haya casado por dinero, no lo aceptaba. Pero su hermana por alguna razón estaba renuente a darle explicaciones.Se sentó en la cama y afirmó su barbilla sobre sus pulgares, evocando los recuerdos que lo apegaban a Liz, nunca había dudado de los sentimientos que tenía hacia ella, la amaba profund
Elizabeth estaba impaciente. De pronto sintió un dolor en el pecho, como una angustia aplastante. Quería correr a su casa con Alfonso, Lucía y sí fuera posible verlo a Pablo, siempre se sentía segura cuando él la abrazaba.No se dio cuenta de cuanto lo extrañaba como en ese momento. Recordó el día cuando él la rescató y la defendió en esa fiesta y sintió una terrible nostalgia.Lo que más le dolía era no poder seguir hablando con él. Apretó los labios amargamente, para no llorar.Era mejor así para todos, pero sobre todo para Pablo. Siempre lo iba a cuidar, porque lo quería y porque siempre sería especial para ella.Federico la miró frunciendo el ceño y tensando su mandíbula, como si adivinara los pensamientos de ella.Estamos llegando- dijo para sacarla de ese ostracismo.El avión aterrizó en la pista de la lujosa finca. Ella miró hacia afuera y suspiró, como no queriendo bajar, sólo quería regresar a su hogar. Él le tomó la mano.— Venga señora Alvear, bienvenida a Río Grande —le dij
Una vez que estuvo lista, Elizabeth bajó para comer algo, Federico la esperaba.— ¡Oh, se ve todo muy rico! Melesia es una muy buena cocinera —exclamó sonriendo.Federico asintió. — Vengo muy poco por aquí, de niño solía venir con mis abuelos, cuando mi madre se fue...Elizabeth soltó el tenedor y él de repente, dejó de hablar.—¿Sí? —dijo ella, interesada.— Olvídalo, son cosas pasadas. ¿Quieres ir a conocer los establos después?Ella se quedó estupefacta. Se dio cuenta que era muy difícil lograr que ese hombre hablara de sí mismo.—¡Oh sí! me gustaría —dijo como si nada hubiese pasado.Federico la miró en silencio, con el ceño apenas fruncido. No respondió. No estaba seguro de querer ahondar en una conversación que removiera recuerdos dolorosos, ni en ella ni en sí mismo. Siguieron caminando, envueltos en una calma íntima.Más tarde, salieron a caminar. Atravesaron un gran parque, ya que decidieron ir caminando hasta los establos en vez de usar algún vehículo, era septiembre el cli