capítulo 4 ¡No te cases!

La puerta de la habitación de Lizzy se abrió de par en par. La joven abrió sus ojos muy grandes. Al ver quien era la persona que entraba sin llamar.

Lucía Mendoza su mejor amiga, acababa de llegar, agitada, con el rostro encendido y el aliento entrecortado. Su vestido ligeramente arrugado delataba que había corrido sin descanso hasta allí.

—¡¿Estás loca Liz?! — dijo, a los gritos — ¿Cómo es eso que te casas con ese engendro?

Lizzy se levantó lentamente de su cama, sus ojos esmeralda, mostraban que había llorado mucho, y su cara demacrada mostraban una tristeza absoluta.

— Quién... ¿Quién te dijo? —preguntó, asombrada.

— Tu tía le contó a mi madre, hace un rato y ella a mí, ¿Cómo es posible que siendo tu mejor amiga no me lo hayas dicho? — preguntó enojada.

— No es algo que me enorgullezca contarlo— dijo, tirándose abatida sobre un silloncito.

—¿Entonces?

—Lucía, hay situaciones que escapan de mí, créeme tengo razones muy poderosas e importantes para mí que me orillan a tomar esta decisión.

— Me imagino. La situación económica de tu familia se ha convertido en el principal chisme en esta hipócrita sociedad, pero Liz, sé que preferirías morir antes que casarte con alguien que no amas. ¿Aun así aceptas? ¿Has pensado que dirá Pablo?

Lizzy miró a su amiga de manera extraña, sonriendo levemente.

— Tu hermano y yo... nunca podríamos estar juntos, tus padres me aprecian, pero jamás aprobarían nuestra relación, lo sabes muy bien.

— ¿Te crees que a él le importan esas tonterías? Lo conoces muy bien Liz, como para saber que a Pablo eso no le importa. Pronto va a regresar y podrán estar juntos como siempre quisieron...

Lizzy respiró profundamente, con resignación.

— Mi querida amiga, éramos unos niños tontos, en esos tiempos... planificando algo absurdo. Quiero mucho a Pablo como para opacar su vida en esta sociedad que solo me ha visto como una escoria —dijo, tomando del hombro a Lucía—. A mí, realmente no me importa lo que me digan, pero ustedes dos, son muy importantes para mí.

—¡No te cases Liz! por favor, ¡no lo hagas! — le rogó, llorando—. Te conozco y sé que todo el lujo que te puede dar Alvear, no te hará feliz.

Elizabeth la abrazó fuerte, luego le rogó.

—De esto, ni una palabra a Pablo, deja que el continúe con sus posgrados en el extranjero ¿OK? Prometelo. ¡Él no debe saberlo! Si me quieres, prométeme que no le contarás hasta que me haya casado, sé que tu madre no lo hará, así que tú tampoco.

Lucia miró hacia abajo, dubitativa.

— Yo, este... yo... Liz...

— ¡Prometelo!

—Está bien, lo prometo.

Luego de media hora, Lucía se retiró. Elizabeth quedó pensativa evocando momentos felices junto a ella, de cuando se conocieron en el colegio e inmediatamente congeniaron. Poco le importaban a Lucía las habladurías de los demás acerca del origen de Elizabeth y del vacío que ellos le hacían sólo por no pertenecer a su círculo.

Y luego estaba Pablo…

Él había sido su mejor amigo, su confidente. Cuatro años mayor que ella, pero siempre protector y cariñoso.

Antes de irse a estudiar al extranjero, él le confesó su amor:

—Te amo con todo mi corazón, Liz. ¡Eso no va a cambiar nunca! Aunque me rechaces mil veces, me importa poco lo que piensen mis padres o el mundo. Solo espérame, encontraremos la forma…

Pero ella había sido cruelmente honesta.

—Pablo, te quiero demasiado como para arruinarte. Haz tu vida.

Él le había tomado la mano con fuerza, atrayéndola hacia él.

—Nada de esto es un juego para mí.

Sin embargo, con el tiempo, sus cartas y llamadas se hicieron más esporádicas. Él nunca volvió a mencionarle su amor.

—Era obvio— musitó Lizzy, sonriendo amargamente—. Ahora que está lejos, conociendo gente nueva y sofisticada, se habrá dado cuenta que todo era un amor ficticio, algo de chiquillos tontos.

Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos. Se levantó y se lavó la cara, tratando de borrar los rastros del llanto. Luego tomó el cepillo y pasó sus largos cabellos entre sus dedos, peinándolos con calma.

Tenía que ir con Victoria a comprar un vestido para la boda. Algo sencillo, sin importancia. Para ella, no era más que un trámite.

—Solo lo hago por mi tío —se recordó a sí misma.

Suspiró. Todo le parecía una locura… Y por primera vez en su vida, experimentó algo parecido al miedo.

Se miró al espejo con angustia. Nunca había estado con un hombre. Ni siquiera Pablo se había atrevido a besarla de verdad… Apenas un roce en los labios, un gesto tímido y fugaz.

Y ahora… un completo extraño sería su esposo.

—¿Y si él quiere besarme? —murmuró, alarmada. Solo pensarlo le provocó náuseas.

Su expresión cambió, endureciéndose de pronto.

—Ah… quiero ver cómo lo logra. ¡Ese hombre está loco si cree que me va a tocar un pelo!

Se cruzó de brazos, desafiante, y se miró con furia en el espejo.

—¡Elizabeth! —llamó una voz desde el pasillo.

—¡Ya voy, tía! —respondió, apresurándose al encuentro de Victoria.

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