La puerta de la habitación de Lizzy se abrió de par en par. La joven abrió sus ojos muy grandes. Al ver quien era la persona que entraba sin llamar.
Lucía Mendoza su mejor amiga, acababa de llegar, agitada, con el rostro encendido y el aliento entrecortado. Su vestido ligeramente arrugado delataba que había corrido sin descanso hasta allí. —¡¿Estás loca Liz?! — dijo, a los gritos — ¿Cómo es eso que te casas con ese engendro? Lizzy se levantó lentamente de su cama, sus ojos esmeralda, mostraban que había llorado mucho, y su cara demacrada mostraban una tristeza absoluta. — Quién... ¿Quién te dijo? —preguntó, asombrada. — Tu tía le contó a mi madre, hace un rato y ella a mí, ¿Cómo es posible que siendo tu mejor amiga no me lo hayas dicho? — preguntó enojada. — No es algo que me enorgullezca contarlo— dijo, tirándose abatida sobre un silloncito. —¿Entonces? —Lucía, hay situaciones que escapan de mí, créeme tengo razones muy poderosas e importantes para mí que me orillan a tomar esta decisión. — Me imagino. La situación económica de tu familia se ha convertido en el principal chisme en esta hipócrita sociedad, pero Liz, sé que preferirías morir antes que casarte con alguien que no amas. ¿Aun así aceptas? ¿Has pensado que dirá Pablo? Lizzy miró a su amiga de manera extraña, sonriendo levemente. — Tu hermano y yo... nunca podríamos estar juntos, tus padres me aprecian, pero jamás aprobarían nuestra relación, lo sabes muy bien. — ¿Te crees que a él le importan esas tonterías? Lo conoces muy bien Liz, como para saber que a Pablo eso no le importa. Pronto va a regresar y podrán estar juntos como siempre quisieron... Lizzy respiró profundamente, con resignación. — Mi querida amiga, éramos unos niños tontos, en esos tiempos... planificando algo absurdo. Quiero mucho a Pablo como para opacar su vida en esta sociedad que solo me ha visto como una escoria —dijo, tomando del hombro a Lucía—. A mí, realmente no me importa lo que me digan, pero ustedes dos, son muy importantes para mí. —¡No te cases Liz! por favor, ¡no lo hagas! — le rogó, llorando—. Te conozco y sé que todo el lujo que te puede dar Alvear, no te hará feliz. Elizabeth la abrazó fuerte, luego le rogó. —De esto, ni una palabra a Pablo, deja que el continúe con sus posgrados en el extranjero ¿OK? Prometelo. ¡Él no debe saberlo! Si me quieres, prométeme que no le contarás hasta que me haya casado, sé que tu madre no lo hará, así que tú tampoco. Lucia miró hacia abajo, dubitativa. — Yo, este... yo... Liz... — ¡Prometelo! —Está bien, lo prometo. Luego de media hora, Lucía se retiró. Elizabeth quedó pensativa evocando momentos felices junto a ella, de cuando se conocieron en el colegio e inmediatamente congeniaron. Poco le importaban a Lucía las habladurías de los demás acerca del origen de Elizabeth y del vacío que ellos le hacían sólo por no pertenecer a su círculo. Y luego estaba Pablo… Él había sido su mejor amigo, su confidente. Cuatro años mayor que ella, pero siempre protector y cariñoso. Antes de irse a estudiar al extranjero, él le confesó su amor: —Te amo con todo mi corazón, Liz. ¡Eso no va a cambiar nunca! Aunque me rechaces mil veces, me importa poco lo que piensen mis padres o el mundo. Solo espérame, encontraremos la forma… Pero ella había sido cruelmente honesta. —Pablo, te quiero demasiado como para arruinarte. Haz tu vida. Él le había tomado la mano con fuerza, atrayéndola hacia él. —Nada de esto es un juego para mí. Sin embargo, con el tiempo, sus cartas y llamadas se hicieron más esporádicas. Él nunca volvió a mencionarle su amor. —Era obvio— musitó Lizzy, sonriendo amargamente—. Ahora que está lejos, conociendo gente nueva y sofisticada, se habrá dado cuenta que todo era un amor ficticio, algo de chiquillos tontos. Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos. Se levantó y se lavó la cara, tratando de borrar los rastros del llanto. Luego tomó el cepillo y pasó sus largos cabellos entre sus dedos, peinándolos con calma. Tenía que ir con Victoria a comprar un vestido para la boda. Algo sencillo, sin importancia. Para ella, no era más que un trámite. —Solo lo hago por mi tío —se recordó a sí misma. Suspiró. Todo le parecía una locura… Y por primera vez en su vida, experimentó algo parecido al miedo. Se miró al espejo con angustia. Nunca había estado con un hombre. Ni siquiera Pablo se había atrevido a besarla de verdad… Apenas un roce en los labios, un gesto tímido y fugaz. Y ahora… un completo extraño sería su esposo. —¿Y si él quiere besarme? —murmuró, alarmada. Solo pensarlo le provocó náuseas. Su expresión cambió, endureciéndose de pronto. —Ah… quiero ver cómo lo logra. ¡Ese hombre está loco si cree que me va a tocar un pelo! Se cruzó de brazos, desafiante, y se miró con furia en el espejo. —¡Elizabeth! —llamó una voz desde el pasillo. —¡Ya voy, tía! —respondió, apresurándose al encuentro de Victoria.Era 5 de septiembre, el día señalado para la boda. Abajo, todo estaba dispuesto para la celebración. Los sirvientes habían seguido las instrucciones de Victoria al pie de la letra. Flores y decoraciones elegantes inundaban el salón y los jardines. En la sala principal se había dispuesto un pequeño altar donde los novios firmarían ante el juez. Si bien Elizabeth había pedido algo discreto, Victoria hizo caso omiso e invitó a varias personas. Incluso Esteban había llegado del extranjero junto a su prometida, Laura, y los padres de esta. También estaban el alcalde, su esposa y varias figuras importantes. La mayoría había asistido por el novio; siendo el hombre más rico y poderoso del país, era imposible desairarlo. —¿Qué pasó con la boda discreta y sencilla, Victoria? —preguntó Alfonso, ofuscado. —Tonterías —replicó Victoria, restándole importancia—. ¿Te das cuenta de lo que significa para nuestra familia emparentar con Federico Alvear? A nadie le interesa lo que opine Elizabeth. Alfo
—Recoge todas las pertenencias de la señora y llévalas a la mansión. En dos semanas volvemos —ordenó Federico a su asistente.Elizabeth estaba a su lado, pero era como si no existiera. Se abrazó a su tío Alfonso con desesperación, como si quisiera retenerlo para siempre.—Lizzy, solo deseo que seas feliz… y que no me odies —dijo el hombre con la voz quebrada.Ella alzó la mirada y vio que Federico se alejaba.—Tío, te prometo que estaré bien, mientras tú estés bien —susurró, antes de darle un beso en la mejilla. Luego se giró y, sin mirar atrás, caminó hasta el lujoso automóvil que la esperaba.—Adiós, Victoria. Quizás ahora estés un poco más feliz —murmuró antes de desaparecer tras la puerta del coche.La aludida la miró con asombro, pero no dijo nada.El chófer le abrió la puerta y Elizabeth agradeció con un leve asentimiento antes de entrar. A su lado estaba él, su flamante esposo, observándola con esa mirada que le resultaba incómoda, sofocante.—Elizabeth, querida, todo se ha hech
Federico llegó al majestuoso Hotel Regina, el orgullo de su familia y una de las cadenas más lujosas del mundo. Su chófer bajó las maletas mientras el personal del hotel, al reconocerlo, se apresuraba a atenderlo. No lo esperaban, pero en cuestión de minutos dispusieron la suite Emperador, la más exclusiva del hotel.Desde el balcón, contempló las luces vibrantes de la ciudad, un reflejo del lujo y el poder que siempre había rodeado su vida. Pero, en ese momento, no pensaba en negocios ni en éxito. Pensaba en Elizabeth. Si no fuera tan malditamente orgullosa, ahora mismo estaría disfrutando de su cuerpo, de su piel tersa y delicada, de esos labios que aún no sabían besar. Pero él se encargaría de enseñarles.El deseo lo golpeó con la fuerza de un vendaval. De solo pensarlo el deseo lo golpeó con la fuerza de un vendaval. Por alguna razón que desconocía, Elizabeth avivaba en él una lujuria que apenas podía controlar, ninguna mujer había logrado eso en él. Desde el día en que la vio y co
Lizzy durmió plácidamente toda la noche. Al despertar, apenas recordaba los sucesos de los días anteriores.—¡Diablos, estoy casada! — murmuró, incrédula, mirando su alianza.Se puso la bata y corrió las cortinas. El sol iluminaba con fuerza la habitación. Buscó su celular y encontró mensajes de su tío y de Lucía, ambos preguntando cómo iba todo. Contestó escuetamente, sin dar detalles. Pero de él, ni rastro. Arqueó una ceja. Supuso que estaría trabajando, o con alguna chica complaciente. Tal vez con esa heredera rubia con la que aparecía en las revistas. En realidad, no le importaba mientras no la molestara.Se dirigió a la cocina y, al instante, apareció una mujer de unos treinta años, sonriente y atenta.—Buenos días, señora Alvear. Soy Lupe Cardona, su asistente. El señor Alvear dispuso que yo la atienda en todo lo que necesite.Lizzy abrió los ojos con asombro. Jamás había tenido una asistente. En la casa de su tío había empleados, pero nada tan personal.—Lupe, muchas gracias, pe
Habían pasado unos 5 días sin ninguna noticia sobre su esposo. El día que llegó del paseo Lizzy había visto las llamadas perdidas y quiso llamarlo, pero después consideró que era en vano hacerlo puesto que, no tenía nada de qué hablar y a decir verdad cruzar dos palabras con Federico la incomodaba.Los días parecían eternos, así que localizó una librería y adquirió varios libros, ya que amaba leer. Era un hábito que había adquirido junto a su madre y luego continuó con Alfonso quien siempre le traía algún libro cuando regresaba de sus viajes de negocios.Como esos días había usado el dinero que su tío le depositaba todos los meses, consultó su saldo.— Diablos, tendré que ser más cuidadosa o tendré que pedirle dinero a ese hombre y me niego a hacerlo. Quizás debería buscarme un empleo, ¡Cuánto antes!Era demasiado orgullosa como para pedirle algo a alguien y mucho menos a Federico, pues ella lo consideraba despreciable y lo odiaba.De pronto sonó el teléfono.—Lizzy, ¿Cómo estás mi peq
.Parecía que Federico había hallado en las duchas frías la solución a cada encontronazo con Lizzy, eso le daba la oportunidad de bajar el fuego corporal y espiritual. Era una continua lucha con el mismo desde que la había visto. No podía entender cómo es que una chiquilla caprichosa, orgullosa e inmadura lo había atrapado así. Él era un hombre de mundo, había vivido diferentes situaciones y de todas, había salido airoso. En otro momento hubiese aprovechado la soltura de Elizabeth y se habría sacado ventaja de la situación, pero por alguna razón era incapaz de hacerlo. Mientras estaba besándola y casi por desnudándola se le vinieron a la mente muchas cosas. ¿Y sí ella se entregaba a él por obligación? o ¿porque estaba un tanto ebria? o quizás mientras él la besaba y acariciaba ¿ella pensaba en Pablo?. Ya no le bastaba el cuerpo de Lizzy, él quería absolutamente todo, su alma si era necesario. La consideraba suya sólo porque había logrado comprar su voluntad para que se ca
Apenas abrió sus ojos, Elizabeth divisó una silueta contra el ventanal de la habitación, era Federico.—Buenos días, señor Alvear— Saludó con total naturalidad como si la noche anterior, no hubiese sucedido absolutamente nada.Él se volteó para mirarla, parecía no haber dormido muy bien. Su aspecto demacrado mostraba haber pasado una mala noche o una noche de juergas.—¿Preparaste todo como ordené? — dijo fríamente.Ella asintió con la cabeza, no se atrevía a hablarle.— Sí señor—dijo suavemente.Federico le tomó el rostro, tenía una mirada tan vacía, que hacía confundir a Lizzy.—Si quieres volver a tu casa, vuelve no pienso retenerte a la fuerza— fue firme y desinteresado al decirlo.Elizabeth quedó helada. ¡Jamás esperó algo así de él! De repente, una sensación gélida la invadió. ¿Qué iba a pasar con su tío?él pareció adivinar sus pensamientos.—No haré nada contra tu tío. ¿Quieres irte?, vete. Si decides seguir a mi lado, te estaré esperando afuera. Si en media hora no bajas, es p
Pablo Mendoza estaba tratando de arreglar todos sus asuntos y viajar cuanto antes a Houston para interiorizarse bien del apresurado y extraño matrimonio de Liz.Mientras hacía sus maletas en su cabeza resonaban las palabras que había leído en las noticias mientras desayunaba: “El multimillonario Federico Alvear se casó con la bellísima Elizabeth Valverde, sobrina del empresario naviero Alfonso Valverde” El joven se sentía desolado ante esta noticia. No podía entender que alguien tan dulce y libre como Lizzy, se hubiera unido a ese hombre que tenía una reputación de ser cruel e inescrupuloso.La explicación de Lucía había sido bastante escueta y poco creíble, se negaba a creer que Elizabeth se haya casado por dinero, no lo aceptaba. Pero su hermana por alguna razón estaba renuente a darle explicaciones.Se sentó en la cama y afirmó su barbilla sobre sus pulgares, evocando los recuerdos que lo apegaban a Liz, nunca había dudado de los sentimientos que tenía hacia ella, la amaba profund