UN AMOR DEL PASADO

—Mandy ¿me oyes?

—Perdón, me distraje un poco.

—Si quieres vuelvo otro día.

—No ¿cómo crees? Es solo que hacía tiempo que no sabía de una amiga y me escribió —me justifiqué y volví a coger el estambre, pasamos parte de la tarde en mis clases de tejido.

Arturo llegó ya pasadas las seis de la tarde, cansado y con un genio de perros, como últimamente llegaba. Le serví la comida, casi cena ya, para el otoño las seis de la tarde ya eran los últimos rayos de sol que se veían, yo había acostado a Emilio un ratito antes y me senté a acompañar a mi marido con un café.

—¿No cenas? —Me preguntó con la mirada postrada en su plato.

—No —respondí escuetamente —solo el café.

—Dejar de cenar no es suficiente, tienes que bajar de peso, mi madre ya me dijo que Emilio ya está cerca de los cuatro y tú no has bajado nada.

—Eso no es asunto de ella, no es que tu madre sea la descripción gráfica de perfección —le respondí molesta.

—Solo se preocupa por ti, deberías agradecerlo —me dijo en un tono un poco mas alto.

—Podría creer eso de tus tías porque todas se han portado de maravilla conmigo, de cualquier otro miembro de tu familia pero no de ella.

—Amanda, no seas desagradecida, ella solo quiere lo mejor para nosotros.

Me molestaba lo ciego que podía estar, su madre era la persona que se encargaba de sembrar la discordia entre nosotros en todo momento, ella le daba cada consejo a su hijo y él obedecía como un niño. Aún recuerdo la vez que íbamos a ir de viaje solo nosotros tres, el destino era Huatulco y aunque ir a la playa no me hace mucha ilusión acepté, por ir en familia, por darle buenos recuerdos a Emilio, por intentar ser una familia de verdad y al final un día antes canceló el viaje, el argumento era que su mamá le dijo que no era bueno que fuéramos solos a un viaje tan largo, que ella debía acompañarnos y se encargó de reservar las habitaciones, ella dormiría con su hijo y yo con el mío y como yo me opuse rotundamente a ello, él no vio otra solución mas que cancelar el viaje.

—Mira, creo que tu mamá no debe ser tema central en nuestras conversaciones, tú jamás serás objetivo en lo que a eso respecta. Por otro lado, ya te he dicho que dejes un turno y yo tomo el otro, me distraigo, pasas tiempo con Emilio, de salida puedo quedarme en el gimnasio, es un ganar—ganar.

—No. Busca alternativas aquí en casa, porque sí estás algo pasadita eh.

Lo que menos deseaba era discutir, así que ignoré sus palabras y bebí mi café de golpe, luego lo dejé ahí solo y fui a asearme la boca y a la cama. El llegó luego de un rato y sí, fue lo mismo de cada noche, se quitaba la ropa y me abría las piernas.

—Tócame —le pedí y se alejó.

—¿Qué dices?

—Que me toques —le repetí y comencé a tocarme yo con hambre voraz —que metas tus dedos en mi, la lengua, que me beses…

—¡Basta! —Me interrumpió molesto —no se de verdad de dónde has aprendido esas cosas, Amanda, pareces una cualquiera.

—Cualquiera lo será tu madre —le dije molesta —estoy hasta la madre de ti, de tus pinches críticas que bajita la mano me joden, de que tu madre se meta en lo que no le importa y todo podría soportarlo si al menos el sexo fuera bueno, pero eres deprimente.

—Mide tus palabras, no te permito que me hables así.

—Me vale madre lo que me permitas, estoy cansada de hablar, de intentar en vano. No se si de verdad no entiendes, si es tema tabú para ti el sexo, pero oye que para disfrutar nosotras necesitamos mas que tener el pene dentro y fuera, muero de ganas de que me des sexo oral, de ser yo quien este arriba, o en cuatro o lo que sea, pero tú simplemente me dices que no.

—¿Oral? ¿Sabes la cantidad de bacterias que hay en esa parte? —Dijo haciendo cara de asco.

—Supongo que mas o menos las mismas que trae tu amiguito —le dije señalando su miembro, que para ese momento ya no tenía ni una muestra de erección —y sin embargo tú sí has disfrutado de ese placer.

—Me da asco, entiende, por ahí orinas —me dijo con cara de disgusto y entendí que en verdad siempre sería así con él.

—Y supongo que tú meas por las orejas ¿verdad? Pues bien, Arturo, pues verás que a mi también me da asco que llegues y quieras penetrarme sin mas, me siento usada, y no sea tan malo sentirse así, pudiera ser excitante, pero me doy cuenta que no es el acto sino el actor.

Salí de la cama y de la habitación, dormiría de nuevo con mi hijo y no me detuve a ver la cara de horror que puso al escucharme, no me importaba ya si lo lastimaba o no, él no medía sus palabras para conmigo, no tenía yo porque hacerlo.

También yo podía ser hiriente y dura y estaba decidida, lo dejaría, había reunido unos ahorros y me marcharía con mi hijo.

—Hola Mandy, Vicky me ha dado tu número ¿podemos vernos?

Mi corazón latió tan fuerte al leer esas palabras, lo escuchaba por encima de los ruidos que estaba haciendo mi hijo con sus juguetes y di gracias de que no hubiera nadie mas en casa, di mil vueltas en la sala, pensaba si responderle o no, las implicaciones que pudiera traer una u otra y finalmente decidí, le respondí.

—Hola ¿cómo estás?

—Bien, hermosa. Debemos vernos y hablar.

—Lo se, pero es que yo no se si te enteraste pero no vivo donde mismo, me casé y vivo en otro estado.

—Lo se. También se que tienes un hijo y que no eres feliz con la persona que elegiste.

No pude responderle porque me tiré a llorar, era verdad y me pesaba tanto aceptarlo, muchas veces había pensado que yo era la culpable de esa desdicha porque no había momento en que no pensara en Alberto, cada que la madre de Arturo me hacía alguna grosería y él simplemente callaba yo no dejaba de recordar que Alberto me defendió en todo momento de su madre y del mundo entero, cada que Arturo hacía un comentario despectivo sobre mi persona yo no podía evitar pensar en que Alberto nunca me haría eso; pero se fue, me dejó sin darme una explicación y eso me dio mucho coraje y le respondí.

—Tienes toda la razón, no soy feliz y eso te lo debo a ti por haberme dejado.

Escuché el auto de Arturo llegar, lo cual era raro porque normalmente venía para la cena y dejé el teléfono sobre la cómoda y fui a abrir la puerta, ni siquiera nos saludamos, solo di media vuelta y fui a la cocina y él con Emilio, yo calenté y serví su comida y luego lo llamé y cuando lo vi pude percatarme que estaba furioso y apretaba mi teléfono en su mano derecha con rabia.

—¡¿Qué diablos significa esto, Amanda?! ¿Tienes un amante?

—Ya que andas metiendo las narices donde no debes, hazlo bien al menos.

—¡Estoy viendo, Amanda, no soy estúpido! Le reclamas que te dejó y le dices que no eres feliz conmigo ¿es el noviecito ese del que hablaba tu madre?

Guardé silencio y lo miré fijamente y sin expresión alguna, cualquier mujer trataría de dar una explicación, especialmente cuando no había nada de lo que el marido supone y sin embargo no era lo que yo deseaba hacer, Arturo se alteraba mas a cada instante y me tomó por los brazos sacudiendo mi cuerpo y exigiendo una respuesta.

—¡Responde, m*****a sea!

—Suéltame —le dije casi en un susurro pero firme en mi petición, nunca he sido una mujer de callar o a quien se le intimide fácilmente y a él le había soportado demasiado poniendo de pretexto a mi hijo, pero jamás le toleraría emplear la fuerza física conmigo, al menos no de esa forma.

—¿Qué quieres que haga? Me echas en cara que no disfrutas conmigo y encuentro esto en tu teléfono, dime entonces si tienes un amante.

—No.

—¿Solo eso? ¡Explícame!

—No se que explicación quieres, preguntas si tengo un amante y la respuesta es no.

—¿Es el tipo del que habló tu madre? ¿Es ese infeliz?

—No, ningún infeliz y sí es ese mismo.

—Lo sabía, no lo has olvidado —dijo molesto y con el rostro rojo de rabia —seguro te revuelcas con él y por eso me pones miles de pretextos y me dices que no disfrutas, eres una cualquiera y de ahí vienen tus ideas retorcidas sobre el sexo.

—Arturo, en serio me tienes hasta la madre —le respondí furiosa —si para ti es retorcido que quiera disfrutar de un acto que su principal fin a estas alturas es justamente disfrutarse, entonces sí soy una retorcida y enferma, no se por quien me tomes que me voy a meter con uno y otro. Tienes razón, no lo he olvidado y fue un completo error casarme contigo estando enamorada de alguien mas, pero eso no me hace una cualquiera.

—¿Tienes el descaro de admitirlo?

—¿Eso es lo que te importa? ¿Qué admita una verdad? Sabes bien que hablo derecho, y lo intenté, tu Dios sabe que cada pinche día he intentado enamorarme, hacer que esto funcione, conformarme con el sexo mediocre pero simplemente no he podido. Perdón por ello.

En ese instante ya no era razonable, hablaba la mujer frustrada y dolida, aquella a la que le tocaba conformarse con lo que tenía al lado, que si bien no me lo saqué en rifa, tampoco fue una decisión que hubiera tomado en mi mejor momento y no voy a justificarme por eso, es simplemente que todo influye y yo realmente estaba mal cuando conocí a Arturo.

FLASHBACK

—Perdóname, que torpe —se disculpo al chocar conmigo saliendo de un café al que solía ir por las tardes para hacer mis tareas, estaba cerca de mi casa y nos daban acceso a internet a cambio del consumo, lo cual convertía ese lugar en el sitio perfecto para mis tardes, hacía mi tarea, disfrutaba la música tan agradable que ponían a un volumen que podías apreciarla y dejarla entrar en tus sentidos sin que resultara molesta, me tomaba uno o varios cafés y además no me sentía tan sola, no era lo mismo hacer eso en casa —¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes.

Iba a darme la vuelta y seguir mi camino pero se apresuró a hablar.

—¿Me darías tu número? Verás, yo no soy de aquí, vine a unas prácticas de la universidad y mañana me voy, pero me gustaría volver a coincidir contigo.

Algo dentro me decía que no, soy la persona mas desconfiada del mundo, interactuar con los demás no es lo mío, especialmente tratándose de un extraño y me sorprendí a mi misma al darle esa información que incluso para muchos conocidos es confidencial.

—¿Cómo te agendo?

—Mandy.

—Un gusto, soy Arturo.

Solo asentí y me fui, esa noche me llamó y se le hizo hábito de cada una de las siguientes noches a la misma hora, me agradaba, me sacaba de mis ratos de tristeza en los que llorar a Alberto era lo único que necesitaba.

Hacía un año, tres meses y dieciséis días que se había esfumado y aunque Adal, mi mejor amigo y de él también, me decía que diera vuelta a la página y siguiera mi vida, yo simplemente no podía. Cuando Arturo me pidió que fuéramos novios yo no vi nada de malo, finalmente estábamos lejos y quizá me enamorara de él con el trato constante, pero pasó mas de un año y lo que ocurrió fue que quedé embarazada, y dudé en decirle porque no me veía con él como pareja pero pensé que tenía derecho a saberlo y le conté y el día que hablamos con mis padres para contarles me fui a vivir con él, lo pensé mas de dos horas y él estaba con el auto esperando por mi y me sentí mal de tenerlo ahí afuera, entonces me fui y nos casamos al civil y ahí todo cambio.

FIN DEL FLASHBACK.

Pasé a ocupar el último lugar en su vida, y no me dolía porque no lo amaba, pero mi ego se sentía herido, era un hombre en exceso desconsiderado en todos aspectos y disfrutaba de hacerme notar que estaba gorda, que tenía estrías y mil defectos mas. Y era cierto, nunca fui precisamente delgada, pero era lo que suelen llamar gordibuena y me gustaba, pero el embarazo trajo consigo estrías y celulitis que por mas que intenté no se fueron, las desgraciadas trajeron equipaje para quedarse y no entendían que a mi marido le incomodaban solo de verlas, de tocarlas ni hablamos porque siempre hacía referencia a lo mal que se sentía mi piel a su tacto, bueno que al menos alguno de los dos sentía.

—Te revolcaste con él ¿es eso?

—Revolcarme no, pero sí sabías que tuve relaciones con él antes de ti y no te importó mucho.

—¿Es mejor que yo?

Rodé los ojos y fui escaleras arriba, no pensaba discutir ese tipo de cosas con él, era humillante y no precisamente para mi.

—¡Responde, Amanda! ¿Te coge mejor que yo?

No era broma, el hombre en verdad pensaba que lo de él era coger, aún con todas las veces que le dije que necesitaba estimulación, creatividad, tiempo y mil cosas mas y sin embargo pensaba que cogía riquísimo.

Yo siempre he sido de mecha corta, basta una mínima provocación para responder y él me la dio.

—Digamos que él sí me coge. Buenas noches.

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