PRIMER DÍA

—¿Cómo están mis amores? —Preguntó efusivo en cuanto acepté la llamada y no supe si sorprenderme o simplemente reír ante su muestra tan falsa de cariño, nunca me habló así en presencia.

—Hola —fue mi escueto saludo.

—¿Cómo están Mandy? El fin de semana iré a verlos.

¡Vaya! Eso era demasiado, para empezar él odiaba llamarme Mandy, decía que él no le daba chiqueos al nombre de nadie y luego que viniera, no.

—A ver Arturo, vamos con calma. Primero deja eso de “mis amores" le dije con tono molesto –no me metas a mi en ese costal y por supuesto que no vas a venir, el punto de una separación es justamente no verse. ¿Qué te hace pensar que quiero tenerte aquí?

—Eres muy cruel, Amanda. Yo los amo y los extraño como no tienes idea.

—Ah, de manera que la crueldad será el tema de hoy. Entonces empiezo por todas las veces que me dijiste que me veía mal con determinadas prendas, con la mayoría de hecho. Cada que me llamaste gorda, celulítica y demás…

—Lo siento —me interrumpió —aceptó que me porté mal, pero si lo que querías era darme una lección ya cumpliste tu propósito.

—No, mi propósito es salir adelante sola, demostrarme a mi misma que puedo, que tengo el valor y la capacidad y sobre todo quiero ser feliz.

—Entonces vas a estar con él, pero te advierto que a mi hijo no lo vas a llevar con ese imbécil…

No escuché mas y corté la llamada, yo ni siquiera había hablado con Alberto como para que me estuviera enjuiciando de esa manera. El domingo lo pasé en casa con mi hijo, llamé a mi amiga Victoria para avisarle que estaba de regreso y me dijo que en la semana iría a visitarme.

Cociné toda la tarde para dejar los guisos de la semana y no regresar atareada y cansada, lo mismo hice con los cambios de ropa de Emilio y preparé su pañalera para el siguiente día, solo esperaba que tomara de la mejor manera su ingreso a la guardería. Él siempre había sido solito, Karen tiene una hija de ocho años con la que jugaba y se llevaba muy bien, pero con otras personas no convivía, no de su edad. Como no tenía una cuna para él ahí y me daba algo de temor que dormido se cayera, lo llevé a mi habitación, había una cama king y ahí estaría pendiente de él, solo tomó un poco de leche con un plátano y se fue a la cama, solía ser dormilón mi pequeño demonio. Anoté mentalmente ir el fin de semana a buscar una cama adaptada para él.

Al día siguiente me levanté temprano para darme un regaderazo antes de irme, saqué la ropa que usaría y dudé antes de ponérmela, me sentía mas segura en unos jeans y un blusón que en un coordinado de falda de tubo y saco, para mi gusto estaba entallado, y no es que no me gustara la ropa entallada, es que ahora me sentía demasiado apretada en ella, mis pechos nunca fueron pequeños, pero vamos que ahora estaba en una 36—C y sentía que eran enormes y mis caderas se crecieron también un poco, que pasé de ser talla 9 a 13 de pantalón y eso en el atuendo que iba me hacía sentir la mujer mas insegura del mundo, pero el trabajo lo ameritaba y decidí ponerme lo mejor posible. Dejé mi cabello suelto, daba a media espalda y si lo cepillaba estando semi—húmedo daba la impresión de haberlo alaciado, así que eso hice, me puse mis zapatillas y fui a preparar a Emiliano.

La guardería era solo a la vuelta de mi casa, unos 40 metros adelante, así que fuimos caminando, le iba platicando que iría a una escuela para niños que sus mamás trabajan y que aprendería muchas cosas, esperaba que quizá llorara al separarnos y que yo me iría también rota en mil pedazos y nada mas alejado de la realidad, mi pequeño demonio se emocionó al entrar y ver las paredes cubiertas de murales hermosos y coloridos, nos recibía un sistema solar precioso y con lo que él amaba eso, fue saltando de la mano de su maestra y ni para atrás volteó, creo que de ese punto en el cual nos separamos solo una persona se fue con el corazón roto y esa fui yo, era la primera vez que me separaba de mi hijo y se sentía horrible.

—Tranquila, mamá —me dijo una de las maestras que reciben en la entrada —así es la primera vez, pero tu pequeño estará bien.

Asentí levemente y le entregué la pañalera, la revisó para cerciorarse de que estuviera todo lo que necesitaba y me entregó una lista con el material de limpieza y de trabajo que debía llevar para Emilio.

—Gracias —le dije al recibir la lista —hoy por la tarde haré las compras para traer todo mañana.

—Perfecto, que tenga buen día.

Volví a casa para tomar el auto, no era muy lejos, pero posiblemente tuviera que salir del despacho y no quería lidiar con taxis. En quince minutos estaba en mi destino, diez minutos antes de la hora y nadie había llegado aún, solo el guardia y me dijo que la secretaria del abogado Vasconcelos no tardaba en llegar.

—¿Usted es la nueva asistente?

—Así es —le respondí con una sonrisa —Amanda Sandoval, mucho gusto —le estreché la mano y él la tomó con reservas. Era un hombre de unos 36 años, nada mal parecido y atento.

—A sus órdenes licenciada, yo soy Alfonso Zepeda.

Llegaba a prisa una mujer de unos treinta años, con el cabello aún escurriendo y el rostro a medio maquillar, apenas apareció ante nosotros y Alfonso abrió las puertas y nos dio acceso.

—Perdón la tardanza, licenciada —se disculpó y enseguida vino la justificación —la alarma no sonó y mis hijos son un caos por las mañanas. Gracias “Poncho" –Le dijo al guardia y siguió hablando como merolico mientras se terminaba de maquillar. Yo permanecí de pie frente a su escritorio y ya de rato que se le bajó el color de sus mejillas por la agitación que le provocó el venir corriendo y maquillarse a contra reloj, hasta entonces fue que me ofreció sentarme.

—Perdón, licenciada, que grosera he sido —se cubrió el rostro visiblemente apenada —tome asiento por favor, el licenciado no tarda en llegar ¿le ofrezco algo mientras espera?

—Estoy bien, gracias.

Justo cuando me acababa de sentar entró el licenciado Vasconcelos, portaba un traje gris que parecía un poco mas grande de la talla que realmente era él, su cabello entrecano se miraba curioso, como si fuera una extensión del traje, tenía unos cincuenta y cinco años, un poco regordete pero muy sonriente y amable.

—Licenciada, buenos días. Pase por favor —me indicó con un gesto de su mano y me guió a su oficina —tome asiento.

—Gracias —respondí con un poco de timidez.

—¿Qué tal fue su viaje? —Me preguntó con interés.

—Oh, muy bien, he llegado desde el viernes y me hace feliz volver a estar aquí.

—Me alegra. Bueno, yendo a lo nuestro —carraspeó y entrelazó sus dedos al frente sobre su escritorio —me permití pedir referencias con Cázares, pero no está en la ciudad y no hemos podido hablar, pero uno de sus abogados habló maravillas de usted, así que espero que podamos acoplarnos bien al trabajo. Por aquel lado —me indicó con su dedo índice hacía un lado de la estancia —está su oficina y tiene línea directa a mi celular, mi secretaria le entregará mi agenda y le dirá sobre los expedientes.

—Muy bien, licenciado.

—¿Le parece hablarnos por nuestro nombre?

—No se si me sienta cómoda de tutearlo —dije con una leve sonrisa.

—De acuerdo, sin tutearnos, pero por nuestros nombres ¿le parece? Ya se que soy viejo y que me hable así me lo reafirma.

Ambos reímos y supe que estaría agusto en mi trabajo.

—No es viejo, Antonio, y me parece bien por el nombre.

—Muy bien, Amanda. ¿Alguna duda?

—Ninguna, voy a comenzar. Con su permiso.

Fui a mi oficina y me instalé, Leticia, la secretaria me indicó dónde y cómo tenían ordenados los expedientes y fui dando un vistazo, llevaba mas o menos una hora en ello cuando me llegó un mensaje.

—Número desconocido —dije para mi y lo abrí.

《Señorita Sandoval, no se si me molesta o decepciona que no haya sido a mi firma a la que pidió trabajo, aunque eso tiene arreglo aún. La veo en dos días, a las tres en punto en el restaurante del centro que usted ya bien conoce》

Mi profesor de derecho penal, el doctor Julián Cázares. Me sorprendió un poco leerlo y no respondí, francamente me dio un poco de pena, él me dio la oportunidad por vez primera de un empleo y lo mas lógico era que volviera a él y sin embargo fue la última opción que consideré y no se el motivo.

El día fue rápido y a las tres de la tarde ya iba rumbo a casa, fui primero a dejar el auto y a cambiarme de ropa, un pantalón tipo capri y una blusa halter, me puse unas balerinas negras y salí por Emilio, fue maravilloso verlo salir contento y con su primer trabajo en sus manos.

—¡Mami! —Gritó emocionado cuando me vio y me ondeaba la hoja que llevaba en su mano —es un “fante" —me dijo y me pareció tan gracioso escucharlo decir así.

—Está hermoso mi vida. Gracias —le dije a la maestra que me lo entregó, luego de firmar su salida —hasta mañana.

—Hasta mañana, adiós Emilio.

Mi hijo se despidió de ellas con alegría.

Alberto me estuvo escribiendo esa tarde y el día siguiente, no respondí sus mensajes. Quería verme y yo no podía, tenía un hijo al que no quería exponer ante nadie ni a ningún tipo de situación y definitivamente verlo no sería algo como cualquier cosa, se que cuando lo viera iba a querer abrazarlo y besarlo y mi hijo no debía ver ese tipo de cosas de su madre.

El día que vería al licenciado Cázares llegó pronto y dado que iría a comer con él, pedí en la guardería un par de horas extras para Emilio, la guardería estaba de siete a siete, de manera que no había problema con ello.

Esta vez llevaba un traje tipo sastre pero en color rojo, una blusa de seda en color blanco y mis zapatillas negras de diez centímetros. Fui a mi trabajo y organicé la agenda de mi jefe, debía alcanzarlo en una audiencia y salí a prisa a los juzgados, esperé a que saliera y eso fue bastante tarde, ya eran casi las dos de la tarde.

—Amanda, es tarde.

—Un poco, pero yo se que así es esto, tranquilo —le dije sin apuración alguna.

—No, tarde para ti —me aclaró y rodeó mi cuerpo a la altura de los hombros con su brazo derecho en un gesto que lejos de sentirme incómoda me agradó, es que lo sentí protector y paternal en demasía y eso me hizo sentir muy bien —me llamó Cázares para decirme que tienen una reunión a las tres y que te deje salir antes, vete ya para que estés a tiempo.

—¡¿Cómo?! —Pregunté asombrada.

—Que a Julián no le gusta que lo hagan esperar.

Si lo sabré yo, que en mi primera clase con él me dejo fuera.

FLASHBACK

Yo salí a fumar un cigarrillo, era la segunda clase y el edificio de la facultad era de cantera, aulas enormes y muy altas, en temporada de lluvia aquello era acogedor pero también apetecía fumar y la licenciada que nos impartía la primera clase no asistió, así que salimos y no medí el tiempo. Cuando abrí la puerta me negó la entrada.

—La clase empieza a las ocho, señorita.

—Perdón, son ocho con tres.

—Las ocho con uno ya no son las ocho. Regrese mañana.

Para mi orgullo y arrogancia eso era demasiado, no volvería a entrar a su clase, prefería llevarme la materia a extraordinarios antes que estarle viendo la cara cada clase. Me retiré maldiciendo y me quedé sentada en una de las bancas del pasillo y cuando la clase terminó me pidió con una compañera que pasara al aula. Entré y me paré frente a él, guardé silencio y él me miró de arriba abajo como examinándome, yo le sostuve la mirada hasta que sentí que me quemó y entonces rodé los ojos, me importó poco si era eso grosero o no.

—Sandoval —dijo mi apellido en un tono medio, pero firme y me miró a los ojos, me percaté de su timbre de voz, era muy grave y tenía un tono dulzón —mi clase jamás inicia tarde, después de que entro yo, se cierra la puerta y nadie la abre —hizo énfasis en el nadie —mi evaluación es un 50% los ejercicios prácticos de clase, 30% el examen y 20% los trabajos de investigación. No repito indicaciones, considérese afortunada de que le esté dando a usted de manera particular esta información —me tendió la mano con una tarjeta —envíeme un correo para darle la clase de hoy y sea puntual en lo sucesivo.

—Gracias —fue todo lo que pude decir y sí, me tragué mi orgullo y volví a cada una de sus clases.

FIN DEL FLASHBACK

Dejé el auto en la casa y fui caminando, vivía en el primer cuadro de la ciudad y ahí mismo se localizaba el restaurante, no me dio nombre, pero asumí que era en el que él acostumbraba frecuentar, yo siempre hacía sus reservaciones y en varias ocasiones me llevó por cuestiones de trabajo. Era una terraza con una preciosa vista al emblema de la ciudad, la catedral de Valladolid.

Llegué y pregunté por una reservación para el doctor Cázares.

—¿La señorita Sandoval? —Me preguntó el joven con amabilidad.

—Sí.

—Venga conmigo, ya la esperan.

¡Mierda! No iba tarde y ya estaba llegando después que él, seguro estaría molesto y pensando que he sido una grosera.

Lo vi ponerse de pie y dirigirse a mi para saludarme con un suave beso en la mejilla. Abrió la silla para mi y yo le agradecí el gesto.

—Algunos años de no verla, Sandoval ¿cómo ha estado?

—Bien, doctor, gracias.

Estaba muy nerviosa de estar a la mesa con él, trabajé a su lado hace tiempo, pero nunca estuvimos a solas a menos que fuera por trabajo y ahora no había eso de por medio, francamente el hombre me ponía en exceso inquieta, andaba cerca de los cuarenta aunque para nada los aparentaba, pinche genética tenía que apenas parecía un poco mayor que yo, bastante atractivo y de un cuerpo perfecto, los hombres muy delgados no eran precisamente mi debilidad y él estaba lejos de ser uno de ellos, por el contrario. Por donde le viera su cuerpo este gritaba ¡Pecado!

—Amanda, ya no soy tu profesor, ya no es para que me hables de usted.

Solo asentí con calma y me froté las manos discretamente sobre las piernas, estaban sudorosas.

—¿Tomas algo? —Me preguntó con una risa de lado muy coqueta a mi parecer.

—No soy muy buena bebiendo, solo agua mineral.

—Agua mineral para los dos, por favor.

—Dos preguntas, doctor —le dije cuando nos quedamos a solas —la primera ¿de dónde ha conseguido mi número telefónico? Y la segunda y que mas me inquieta ¿por qué ha pedido verme?

—Deberías saber que tengo formas de averiguar cualquier cosa —me dijo con suficiencia y eso me causó una risa un tanto nerviosa, sí, era un hombre muy influyente, seguía trabajando en la universidad pero ya se dedicaba mas a sus asuntos particulares, sin embargo había hecho carrera y nadie le negaría un favor, incluso Antonio, que siendo mayor que Julián le guardaba mucho respeto.

—Eso responde solo a una pregunta y no del todo, pero me basta.

—Quería verte —me dijo sin mas y yo casi escupo el trago de agua que recién me había llevado a la boca.

—Perdón, me… me… —en el momento mas inapropiado me dio por titubear y segura estoy que mi rostro y mi ropa eran ya del mismo color.

—Tranquila —me dijo posando su mano sobre mi espalda y haciendo un suave masaje circular que me hizo correr electricidad en chorro por todo mi cuerpo.

—Disculpe, es solo que me suena algo rara su respuesta ¿para qué querría usted verme?

—Amanda —me dijo en tono de advertencia —no me vuelvas a hablar de usted, tutéame, por favor.

—Sí, perdón —dije a prisa —pero dime entonces ¿para qué querías verme?

—Me gustaría saber el motivo de tu desaire.

—¿Qué desaire? —Pregunté sorprendida e intentando adivinar de qué hablaba, cuando lo vi reír con descaro.

—Siempre pensé que el día que terminaras tu carrera vendrías a trabajar conmigo, y resulta que de un día para otro cambias de universidad y desapareces de las redes sociales y prácticamente de la faz de la tierra.

—Me casé —le digo sin tiento y lo veo abrir sus ojos con asombro.

—¡Vaya! Creo que esperaba todo, menos eso. Y ahora que has regresado ¿qué?

—No entiendo su pregunta —le dije mientras tomaba la carta para ver el menú, de a poco recuperaba mi confianza y seguridad.

—¿Vendrías a trabajar conmigo? A menos que tu esposo te imponga como norma trabajar con hombres de la tercera edad.

—Que malo eres, Antonio no es tan viejo. Y no, no sigo ningún tipo de norma, de hecho creo que contrataré los servicios de tu despacho para tramitar mi divorcio.

—¿Ah sí? Y ¿bajo qué causal? —Preguntó divertido, pensó quizá que era broma hasta que me vio el semblante serio y se percató de mi voz apagada.

—Ninguna en especial, solo diferencias irreconciliables.

—Disculpa ¿es en serio?

—¿Por qué jugaría con algo así?

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