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GUARDANDO LAS APARIENCIAS

Sus labios entreabiertos y él encima de mi, sudoroso y agitado y a nada de venirse y yo tratando de pensar en cualquier cosa que me pudiera generar un poco de placer, algo que si no me haría explotar, cuando menos encendiera una chispa mínima y de ahí hacer el caos.

—Grandioso —le escuché decir mientras se vaciaba por completo dentro de mi, tan egoísta era que o no se daba cuenta que yo estaba totalmente seca y que no estaba disfrutando absolutamente nada, o era que no le importaba, yo cerré mis ojos y dejé salir un suspiro cargado de frustración.

—Dame permiso —le dije en voz baja y tocando su brazo, el cual estaba suelto sobre mi abdomen y me impedía levantarme.

—Perdón, estoy agotado —fue su escueta respuesta y levantó el brazo para que yo pudiera levantarme.

Arrastré mis pies con desgano y llegué hasta el cuarto de baño, encendí la luz y le puse el seguro a la puerta y me paré frente al espejo, repasé cada una de las líneas de mi rostro en un intento por reconocer algo de ese reflejo como mío; siempre fui ojerosa, la familia de mi padre me heredó esa característica que me agradaba, pero esto ya no era atractivo, se habían formado bolsas bajo mis ojos y pesaban. Mi piel se miraba agotada, con una capa de ceniza encima, me toqué las mejillas y no sentí nada, solo podía ver que esa chica de casi 24 años parecía de unos 35 o quizá mas. Nunca fui una mujer glamorosa, pero sí notaba la vida en mi cuerpo, cuando sonreía lo sentía de verdad y hacía ya tanto tiempo que eso no ocurría. Sentí los fluidos escurrir de entre mis piernas y fue hasta entonces que mi vagina dejó de estar seca, no me molesté en limpiarme, en lugar de eso abrí la llave de la regadera y con el agua helada me metí para darme un buen baño. Cuando terminé tomé una toalla y me sequé perfectamente y luego la dejé al lado, me puse otra en la larga cabellera y la hice rollo, luego me paré frente al espejo nuevamente y me imaginé otras manos recorrerme con calma y deseo, increíblemente mis sentidos se encendieron y comencé a sentir la humedad brotar de entre mis piernas, llevé uno de mis dedos a la entrada y comprobé que estaba rebosante de deseo, entonces hice lo que cada noche hacía, luego de aquel intento de sexo con mi marido, luego de cada noche de insatisfacción y frustración que tenía que soportar por guardar las apariencias.

Con mis dedos me brindaba el placer que ni con su tamaño por encima de la media él lograba, porque lo dicho por tantas mujeres no es solo por hacerlos sentir mejor cuando son de medidas reducidas, el tamaño no importa, el placer no lo da lo largo o ancho del miembro, es la mente con todas sus perversiones y la complicidad con la pareja, de lo cual nosotros carecíamos y debía utilizar mis dedos porque hasta un juguete me fue prohibido pedir, ya que, según él y su mente tan cuadrada “Eso no era propio de una mujer decente, eso era para las putas".

Pero lo que Arturo nunca entendió es que nos gusta ser putas en la intimidad, que disfrutamos tanto de ello que no queremos ser santas, que estamos hasta la madre de ser adornitos y apariencias.

—¿Qué haces? —Me interrumpió con un toquido insistente en la puerta del baño y no me quedó mas remedio que truncar mi camino a la gloria y salir desnuda hasta la cama.

Me dio una mirada inquisidora y caminó atrás de mi, sí, él sabía perfectamente lo que estaba haciendo, no era la primera vez que me descubría.

—¿Es en serio Amanda? —Me cuestionó muy molesto y hasta indignado —¿Te estabas masturbando luego de tener sexo conmigo?

Me giré para quedar frente a él y cuando clavó su mirada en la mía yo rodé los ojos y respondí con verdadera molestia e indignación, yo sí tenía derecho de sentirme así, él no.

—Si te refieres a que me estaba masturbando luego de prestarte mi vagina para que te vaciaras en ella, la respuesta es sí, no tuvimos sexo Arturo, solo te vaciaste en mi y ya.

—Ahora soy impotente —gritó molesto, su problema no era solo tener la mente cerrada, también daba una interpretación errónea a mis palabras y las usaba a su conveniencia.

Conté mentalmente hasta diez para no contestarle lo que pensaba, una vez mas, era algo sin sentido ya que no entendía absolutamente nada.

—No eres impotente, eres todo un semental —le respondí con mi característico sarcasmo, el cual aún le costaba entender y en verdad pensaba que lo estaba adulando.

—Entonces, Amanda ¿Qué pasa? ¿Has considerado ir a terapia? No es sano que te toques a escondidas en el baño, vamos, que no es sano que te toques siquiera, dejando de lado el hecho de que sea a escondidas o no. Soy tu marido, todas las noches te cumplo y me lastima tanto que hagas eso.

—Arturo, por favor —le dije casi en una súplica —hemos tenido esta charla incontables veces y siempre llegamos a lo mismo, lo resumiré en breves palabras y lo siento si te hieren, pero a mi me hiere sentirme insatisfecha en todos aspectos, pero justo ahora hablo solo a lo que se refiere a sexo.

—Pues es que eres frígida, amor, quizá el sobrepeso te ha hecho mal —golpe bajo, muy bajo y aquí empezaba la guerra campal de cada noche —Amanda, sigo contigo porque te quiero en verdad, porque hablando con sinceridad atractiva no eres —para este momento las lágrimas ya habían abandonado mis ojos y se precipitaban hasta el suelo, hasta perderse entre la nada, ese era mi problema, que aunque yo no lo amara me dolía tanto lo que me decía —pero si encima de gorda, eres frígida pues va a estar muy cabrón que te soporte así, recuerda que se termina por buscar en la calle lo que en casa no se nos da.

—Eso recuérdalo tú, porque te vas a tragar tus palabras.

Di media vuelta y antes de salir de la habitación alcancé a tomar mi bata, salí y di un portazo que le cimbró hasta las ideas, me fui a la habitación de nuestro hijo y me metí en las sábanas con él, necesitaba olerlo, abrazarlo y con ello retomar las fuerzas para seguir ahí.

Hay que estar severamente dañados para aceptar estar en una relación sin amor y poniendo de pretexto a los hijos. Así crecí yo, viendo que mis padres discutían cada lunes y martes, viendo que mi papá tenía una querida que nos paseaba por enfrente sin el mínimo descaro y mi madre a su lado, con la frente en alto porque ella era la que guardaba el título de "esposa" como si eso fuera gran cosa, como si fuera lo mas normal, eso sí, sin dejar de recordarnos cada día a mi hermano y a mi que ella soportaba todo por nosotros, tenía grabadas sus palabras: “Haré lo que sea necesario para que ustedes tengan a su padre y para que nadie los avergüence, porque apenas me vean sola cualquier pendejo me va a faltar al respeto y es normal, porque sin un hombre a nuestro lado las mujeres no valemos nada".

Definitivamente no era lo que yo creía, yo valía por lo que era, yo fui siempre una alumna destacada en todos aspectos, mis extraescolares me dieron grandes glorias en declamación, creación de cuento, poesía y mucho mas, me gané la admiración y el respeto de muchos con mis logros académicos, con mi trabajo y era grande, yo era grande y luego llegó Arturo a mi vida.

Cuando sentí la luz penetrar a través de mis párpados me levanté con calma para no despertar a Emilio, tenía el sueño tan ligero como los gatos y si quería tener algo de paz por la mañana debía dejarlo dormir de menos a eso de las nueve. Salí y bajé de inmediato a la cocina, preparé unos chilaquiles y café que serví para Arturo y me devolví con Emilio, no tenía ganas de ver a mi frustrante marido porque sabía que iba a terminar en pelea matutina.

Lo escuché intentando abrir la puerta y paró cuando se dio cuenta que tenía seguro, no insistió y se fue, debía ir a trabajar y yo como cada día a encargarme del hogar, de que la ropa estuviera limpia y ordenada, la comida lista para cuando llegara y la casa reluciente de limpia.

A eso del medio día las labores estaban realizadas y yo presa del aburrimiento, Emilio siempre fue un niño activo, no travieso, solamente disfrutaba ver todos sus juguetes decorando el piso pero una vez ahí se entretenía por horas y yo me quedaba a mirarlo o a intentar participar un rato de sus juegos.

—Mandy ¿estás? —Escuché la voz de su prima Karen a través de la puerta y bajé las escaleras para ir a abrirle.

—Hola, pasa pero vamos arriba porque allá está Emilio jugando —me siguió y fuimos a la habitación de mi hijo.

—Me dijiste que estabas aburrida —me dijo con una enorme sonrisa —así que he traído mis estambres y agujas para que me ayudes a tejer zapatitos o algo para mi bebé —culminó mientras se tocaba con ternura el pequeño bulto que sobresalía ya de su delgado cuerpo.

Le correspondí también sonriendo, me hacía feliz saber que encontré personas que sin ser nada de mi, me recibieron en su casa y me arroparon con cariño, creo que mi relación fue perfecta con la familia de Arturo, solo me faltaba estar bien con él y eso era caso perdido.

—Pues si me enseñas a hacerlo, yo no se nada de tejer pero aprendo rápido cualquier cosa, mira que me tomó solo una semana aprender a manejar. Mi papá me intentó enseñar, pero nunca tuvo tiempo y el auto se quedó parado en casa.

—Ya te he visto de arriba abajo en tu carro, me da gusto.

—Sí, tu primo me compró un auto para compensar las groserías de tu tía —otra con la que no podía tener buena relación.

—No le hagas caso —dijo Karen sin darle importancia al hecho de que fuera su tía —esa señora así de pesada es, ya ves de nosotros todo lo que habla, le gusta humillar sin importar de quien se trate, pero ignórala, tú sabes que en nosotros tienes una familia, los queremos mucho.

—No me hagas llorar, extraño tanto a mi familia y me llena de gozo saber que ustedes me ven como parte de la suya, también nosotros los queremos mucho.

Comenzó a enseñarme primero los estambres que traía y las agujas, me explicó que para cada grosor de estambre correspondía un número de aguja distinta, que dependiendo la labor era que se elegía el estambre, había unos gruesos y burdos que normalmente dejaba para tapetes y otros por el contrario eran muy suaves, y entonces escogí una bola de una hilaza suavecita de color lila, me acaricié suavemente con ella y descubrí que mi piel sí sentía porque el contacto fue tan lindo y Karen me miró fijamente.

—Arturo de nuevo ¿cierto?

—Ay Karen, ¿Qué te puedo decir?

—Por eso soy tan feliz así como estamos con Max, él en su casa y yo en la mía, se nos antoja vernos y lo hacemos con ganas.

—Estoy a nada, créeme.

Y era real, estaba sin trabajo porque él nos proveía de todo, no faltaba nada y quería que yo estuviera al cien por ciento con Emilio al menos hasta los seis años, pero sus negras intenciones eran preñarme antes de que nuestro hijo cumpliera cuatro y para eso no faltaba mucho, así que debía irme de ahí. Me levanté del taburete donde estaba sentada junto a Karen para ir por mi teléfono que timbró con tono de mensaje, lo abrí y venía una captura de pantalla que me enviaba Victoria, una de mis mejores amigas de prepa.

—“Mira a quien encontré”

Casi me caigo de boca al ver la fotografía, era Alberto, mi primer amor, mi único amor y de quien tenía casi ocho años de no saber nada, parecía habérselo tragado la tierra.

—¿Es él? —Le pregunté rápido para evitar ser observada por Karen que le estaba ayudando a Emilio a construir con bloques.

—Sí, lo agregué y me aceptó casi al instante y lo primero que hizo fue pedirme tu número ¿se lo doy?

¡Demonios! ¿Qué debía hacer? Yo era una mujer casada, que lo seguía amando era verdad, pero me casé con otro hombre y teníamos un hijo.

—Sí —le respondí, pasando por alto todas las consecuencias que eso pudiera traer, no me importaba, necesitaba hablar con él y saber qué era lo que había pasado para que desapareciera de esa forma de mi vida.

FLASHBACK

—¿Qué diablos te pasó Amanda?

Ya regresaba de la junta de padres, ya se enteró que obtuve un 8 de calificación en matemáticas y estaba hecha una furia, mas valía prepararse para lo peor.

Alcancé a poner el seguro a la puerta y ella se quedó golpeando con fuerza y gritando todo el montón de cosas que se le ocurrían sobre mi.

—Tu única obligación es estudiar y fallas de esta manera, todo es culpa de muchachito ese con el que sales, es un vago vividor y mala influencia, tu padre se va a enterar de esto.

—Mamá, deja de gritar —le dije con toda la calma del mundo —si me hablas con volumen moderado yo te escucho muy bien y no es culpa de nadie, simplemente las matemáticas no son lo mío.

—Pretextos que pones, nunca tuviste menos de 10 y tampoco es que fuera una hazaña, pero al menos hacías algo medianamente bien.

Sí, mi madre sabía perfectamente cómo hacerme pedacitos, tenía 16 años y aún no entendía porque me odiaba, no perdía oportunidad de hacerme notar cualquier fallo, de decirme que tal cosa ella la hacía mejor cuando tenía mi edad, que me faltaba mucho para siquiera igualarla y yo lo único que deseaba era parecerme lo menos posible a ella. Aún con que no era nada nuevo y en teoría yo ya estaba acostumbrada a sus comentarios hirientes, no podía simplemente ignorarlos y me afectaban, me hacían pomada y no sabía como evitarlo. Abrí la puerta y le hice frente.

—Hasta donde se yo he sido primer lugar siempre, cuadros de honor, reconocimientos, concursos ganados y tú ¿Qué de eso puedes presumirme? —Me atreví a retarla, no se de dónde salió el valor pero lo hice y pude ver el coraje en su rostro, pero yo era poderosa en ese instante y no me iba a achicar —deja de intentar competir conmigo, soy tu hija y te ves ridícula intentando hacer lo mismo que yo siempre, compórtate como una cuarentona que eres y deja de joderme la vida.

Salí como alma que lleva el diablo, no me iba a quedar para permitirle que descargara su furia, había ganado la primera de no se cuantas que tenía perdidas de toda la vida y me sentí tan bien, esa victoria me supo a gloria y a raíz de ahí no perdería una mas.

—¿Dónde estás? —Le dije apenas respondió mi llamada.

—Vine con Marco ¿Qué te pasó? —Se alarmó al escucharme llorando y de inmediato fue a mi encuentro en la casa de un amigo en común, no éramos novios, y de hecho él tenía su novia y ella me odiaba por no terminar mi amistad con él.

Apenas lo vi entrar y corrí a abrazarlo, me besó y correspondí como siempre, no éramos novios, no de manera oficial, pero es que siendo adolescentes se puede ser tan tontos como para no hablar con verdad de los sentimientos y solo dejarlos fluir y nosotros nos adorábamos con el alma.

—No la soporto, te juro que ya no se cómo chingados lidiar con ella.

—Ya te dije que te vengas a vivir conmigo —me tomó el rostro con sus manos, me llenó de una ternura que en ese momento me hacía tanta falta y estuve a punto de mandar todo al diablo.

—Tengo dieciséis años, tú ya eres mayor de edad y sabes que mi madre te mandaría directito y sin escalas a la cárcel y eso no lo soportaría.

Suspiró con pesar y me abrazó.

—¿Entonces qué? ¿Soportamos dos años mas?

Cuando él me propuso ser su novia yo me negué y lo hice por temor a mi madre y sus ataques constantes hacia él, entonces la manera que encontró para que siguiéramos viéndonos fue tener él una novia a ojos del mundo, y esa no era yo. Pero en la práctica lo era y sabía que perderlo iba a ser perderme yo misma, por lo que preferí permanecer a la sombra que separarme de él.

FIN DEL FLASHBACK.

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