Capitulo 4

Ana 

En la actualidad 

En este mundo, nos encontramos con dos tipos de personas: aquellos que se 

esfuerzan por forjar su propio futuro y aquellos que permiten que otros moldeen su destino.

La vida a veces puede resultar abrumadora y difícil de comprender...

Durante tantos años, me he cuestionado una y otra vez: ¿Qué hice mal? ¿Por qué fui abandonada y terminé en aquel hogar? Esos interrogantes me han perseguido, y a veces me han hecho sentir sola y perdida en un mar de incertidumbre.

Pero, a pesar de todas esas turbulencias emocionales, ahora estoy aquí, en la tranquilidad de nuestro cuarto junto a mi novio, Arthur. Nuestro amor ha sido mi bálsamo en los momentos más oscuros. Sus brazos alrededor de mí me envuelven con una sensación de seguridad y consuelo que no puedo explicar con palabras.

En ese instante fugaz, mientras yo me apuraba en mis quehaceres cotidianos, Arthur me detuvo y me abrazó desde atrás, sus brazos fuertes rodeando mi cuerpo. Me hizo sentir amada y protegida, como si nada más importara en ese momento.

— ¿A dónde vas con tanta prisa? — me preguntó suavemente, su voz llena de ternura. En ese instante, su simple pregunta disipó mis preocupaciones, al menos por un momento, y me recordó que no estoy sola en este viaje de la vida. Juntos, enfrentaremos cualquier desafío que se nos presente.

En los brazos de Arthur, encuentro consuelo y la certeza de que nuestro amor tiene el poder de sanar las heridas del pasado. Juntos, creamos un espacio seguro donde puedo ser yo misma y dejar atrás las inseguridades que me atormentan. Este cuarto es más que solo las paredes que nos rodean, es nuestro refugio de amor y complicidad.

Estoy agradecida por su presencia en mi vida y por ser mi compañero de viaje en esta caminata llena de altibajos. Con Arthur a mi lado, sé que puedo afrontar cualquier reto que la vida me presente, sabiendo que siempre tendré su amor reconfortante para apoyarme.

— ¡Lo siento! No tuve tiempo para avisarte. Voy a Dubái para participar en el concurso —cerré el cierre de mi equipaje mientras intentaba tranquilizarme.

Arthur me tenía en sus brazos, apretándome con una fuerza que me hacía sentir prisionera en sus garras, como si fuera su presa.

—¿Es realmente necesario que vayas? —preguntó con una expresión de tristeza en su rostro, sus ojos brillando como los de un cachorrito.

—¡Por supuesto que es necesario! Esto será una gran oportunidad para mí —le toqué la nariz con mi dedo índice, intentando transmitirle un poco de alegría en medio de mi decisión.

— ¡Lo siento! No tuve tiempo para avisarte. Voy a Dubái para participar en el concurso —cerré el cierre de mi equipaje mientras intentaba tranquilizarme.

Todo estaba preparado para tomar mi vuelo y Arthur me acompañó al aeropuerto, esperando conmigo hasta que fuera el momento de abordar el avión.

Una vez dentro del avión, me asomé por la ventana y pude admirar el hermoso cielo azul con nubes esponjosas que parecían algodón de azúcar.

—¡Oh, dios! Por fin he llegado —exclamé, estirando mis extremidades con alivio y emoción por lo que vendría.

Sentada durante diecinueve largas horas, me sentía frustrada. Mi pequeño trasero estaba entumecido y mis piernas hinchadas. Ahora comprendía lo difícil y estresante que podía ser viajar.

Rebusqué en mi bolso en busca de mi celular, desactivé el modo avión y busqué la información sobre el alojamiento. Estaba en el lado opuesto del mundo, en un país extranjero por primera vez en mi vida. Las expectativas eran muy altas y sentía una mezcla de emoción y nerviosismo.

Mientras caminaba por el aeropuerto, pude apreciar las maravillosas decoraciones y las notables diferencias en comparación con los aeropuertos de México. Era evidente que este lugar era ostentoso y deslumbrante, dejándome maravillada.

Cuando salí a la acera, esperando un transporte, sentí una suave brisa rozando mis mejillas, como una caricia delicada de una rosa. Fue refrescante y me hizo sentir más conectada con el entorno que me rodeaba.

Con un elegante atuendo compuesto por un pantalón acampanado y una camisa de manga larga que dejaba al descubierto mi ombligo, combinado con unas zapatillas de plataforma que se fusionaban a la perfección con el ambiente urbano de la ciudad, caminaba con seguridad por las calles.

Mirando de un lado a otro ansiosamente buscando transporte, mis ojos se posaron en unos autos aparcados unos metros más adelante, listos para llevarme a mi destino.

Finalmente, el chofer me dejó en la entrada majestuosa del hotel. Mi mirada se elevó para contemplar el edificio que se alzaba imponente frente a mí. Sus características arquitectónicas y su impecable diseño exterior lo convertían en una verdadera obra maestra. Las columnas altas y esculpidas, las ventanas elegantes y los balcones adornados, todo en perfecta armonía. Su fachada exudaba lujo y sofisticación, invitándome a adentrarme en su majestuosidad.

Me sentí abrumada por la grandeza del lugar, maravillada por su belleza y aturdida por la presencia imponente del edificio. Era realmente impresionante y me dejó sin palabras por un momento.

El sol brillaba en el cielo mientras caminaba hacia el mostrador de recepción del hotel. Sentía una mezcla de emoción y cansancio después de un largo viaje. 

—Buen día, tengo una reservación a nombre de Ana Montes—, dije educadamente al recepcionista, entregándole mis documentos.

El recepcionista me miró con una sonrisa amable y dijo: —Buen día, señorita Montes. Aquí tiene sus llaves, habitación trescientos dos—. Me devolvió la sonrisa mientras me entregaba la tarjeta de la habitación.

Agradecida, tomé la tarjeta con cuidado, guardándola en mi bolso. Luego, me acerqué al botones y le entregué mi equipaje, quien lo recibió con amabilidad.

Me sentí aliviada al tener todo en orden y lista para instalarme en mi habitación. La atención cordial de los empleados del hotel me hizo sentir bienvenida, y estaba emocionada por descansar y disfrutar de mi estadía en este lugar.

Con paso decidido, me dirigí hacia el ascensor, pero noté cierta agitación detrás de mí. Curiosa, me giré para ver qué pasaba y me di cuenta de que solo era un grupo de hombres elegantemente vestidos. Decidí restarle importancia y continué mi camino hacia el ascensor, esperando pacientemente a que llegara.

Finalmente, escuché el pequeño sonido del ascensor y las puertas se abrieron. Con pasos lentos, entré en el espacio confinado, preparada para dirigirme a mi habitación. Sin embargo, justo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, una mano las detuvo abruptamente. Miré sorprendida a la persona que había logrado mantener las puertas abiertas.

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