Emir Cuando llegué a la planta baja, mi madre charlaba animadamente con Aria. Verla de nuevo me irritó de inmediato. Me recordó la conversación que había tenido con Emily.— Aria, acompáñame al despacho — le dije, con un tono firme pero cortés.— ¡Hijo!, ¿Por qué siempre tienes que interrumpir? — preguntó mi madre, con una sonrisa.— Será un momento, luego podrán seguir con su plática — respondí, sin mirar a Aria.Aria se levantó de su asiento y me siguió al despacho. Me senté detrás del escritorio, con la intención de establecer una distancia clara entre nosotros. Aria se sentó en la silla frente a mí, con una sonrisa en su rostro.— ¿Dime? — preguntó, con una voz de desinteres.— No te quiero cerca de Emily — le dije, con un tono firme.Aria se rió.— Lo que me pides es casi imposible — dijo, jugando con la silla de madera. — Trabajamos en la misma empresa, en los mismos horarios y con el mismo jefe.Me incliné hacia adelante, con la intención de hacer que mi voz fuera más intensa.
Ana Escuché el leve sonido del cierre de la puerta y el clic de la cerradura, el cual me hizo despertar. Al levantar la vista, lo vi caminando hacia mí, con una expresión impaciente, triste y afligida.— ¿Emily?, ¿Cómo te encuentras? — Su voz sonaba preocupada, pero algo no encajaba.Lo miré detenidamente, y por un momento, esas palabras resonaron en mi mente, haciendo eco en mi conciencia.¿Emily? ¿Quién era ella? Ese no era mi nombre.De repente, un dolor punzante me invadió la cabeza, como si mil dagas afiladas estuvieran atravesándome desde el interior. Fue un golpe tan fuerte que me hizo cerrar los ojos con fuerza, mi cuerpo tenso bajo las sábanas, pero no podía escapar de la sensación de que todo se desmoronaba.Y luego, todo vino de golpe.Recuerdos, imágenes, voces. Todo lo que había estado olvidado comenzó a regresar como una avalancha, apoderándose de mi mente. Vi flashes de momentos que había olvidado, fragmentos de mi vida que parecían demasiado lejanos, como si fueran r
Hace tres años Emir Mientras mi padre cortaba su jugoso filete, no pudo evitar preguntarme: — ¿Ya han fijado la fecha de la boda?— Suspiré, mi humor no era el mejor en esos días. — Aún no padre— mi respuesta fue seca. Aria, mi prometida, me había estado evitando con excusas poco convincentes, como el clásico "no tengo tiempo" que cualquiera puede usar. Me sentía confundido y preocupado. ¿Cómo era posible que Aria, una chica de veintitrés años sin muchas responsabilidades aparentes, estuviera tan ocupada? La incertidumbre comenzó a pesar sobre mí, haciéndome preguntar qué podría estar pasando por la mente de Aria. ¿Había algún problema en nuestra relación que no habíamos abordado? ¿Existía algún conflicto interno que ella no quisiera compartir? Estas preguntas daban vueltas en mi cabeza, dejándome aún más confundido. Convencido de la importancia de la comunicación abierta y honesta, decidí iniciar una conversación sincera con Aria. Quería comprender mejor su perspectiva y desc
Regresé a la ciudad sin previo aviso, decidido a resolver las diferencias con Aria. Sin embargo, mis intentos de comunicarme con ella fueron en vano, decidí tomar el teléfono y llamar a la señora Azunsolo, mi futura suegra. Tenía la esperanza de obtener información sobre el paradero de Aria.Marqué el número y esperé ansiosamente mientras el teléfono sonaba. Finalmente, la señora Azunsolo respondió y, con un tono educado pero preocupado, le pregunté: —Señora Azunsolo, ¿sabe dónde puedo encontrar a Aria?.La señora Azunsolo, con amabilidad, me informó que Aria se encontraba en su apartamento arreglando todo para la venta. Agradecí su ayuda y nos despedimos amistosamente.Con la información en mano, agradecí a la señora Azunsolo una vez más y colgué el teléfono. Sabiendo que el tiempo era limitado, me apresuré a planificar mi siguiente movimiento para encontrarme con Aria.La puerta del apartamento estaba frente a mí, pero me di cuenta de que no tenía la llave en la mano. Tardé un mom
Busqué con la mirada a la dueña de esa voz reconfortante y mi atención se dirigió hacia una señora sentada en el suelo, cuya apariencia sugería que era una gitana.A pesar de haber escuchado sus palabras de consuelo, el peso de mi tristeza me mantenía en silencio, incapaz de encontrar alivio en ese momento.La gitana, con una mirada penetrante, decidió abordar el tema directamente y me cuestionó: —¿Crees en las casualidades o en el destino?.Sin mirarla directamente, dejé escapar en un arrebato de dolor y frustración: —¡No creo en nada ahora!— Y en verdad así era ahora. Mis palabras estaban llenas de amargura, reflejando mi desilusión y mi negativa a aferrarme a cualquier esperanza en medio de mi desolación.La gitana permaneció en silencio por un momento, como si entendiera el peso de mis palabras. Luego, con calma y comprensión en su voz, respondió.—A veces, cuando menos lo esperamos, las piezas del rompecabezas se unen de una forma sorprendente. Puede que no creas ahora, pero e
Ana En la actualidad En este mundo, nos encontramos con dos tipos de personas: aquellos que se esfuerzan por forjar su propio futuro y aquellos que permiten que otros moldeen su destino.La vida a veces puede resultar abrumadora y difícil de comprender...Durante tantos años, me he cuestionado una y otra vez: ¿Qué hice mal? ¿Por qué fui abandonada y terminé en aquel hogar? Esos interrogantes me han perseguido, y a veces me han hecho sentir sola y perdida en un mar de incertidumbre.Pero, a pesar de todas esas turbulencias emocionales, ahora estoy aquí, en la tranquilidad de nuestro cuarto junto a mi novio, Arthur. Nuestro amor ha sido mi bálsamo en los momentos más oscuros. Sus brazos alrededor de mí me envuelven con una sensación de seguridad y consuelo que no puedo explicar con palabras.En ese instante fugaz, mientras yo me apuraba en mis quehaceres cotidianos, Arthur me detuvo y me abrazó desde atrás, sus brazos fuertes rodeando mi cuerpo. Me hizo sentir amada y protegida, como
El ascensor se abrió una vez más, revelando a un apuesto caballero de origen árabe. Su presencia imponente me dejó sin aliento. Con una estatura majestuosa, superaba fácilmente el metro ochenta, destacando entre la multitud. Su tez morena estaba resplandeciente, bañada por la suave luz que se filtraba en el ascensor. Una barba bien cuidada adornaba su rostro, acentuando aún más su atractivo.Mis sentidos se agudizaron al percibir su encanto y magnetismo. Sus ojos oscuros, profundos como el océano, irradiaban una mezcla de misterio y bondad. Su porte elegante y su vestimenta impecable reflejaban la sofisticación y la cultura árabe. Era como una figura salida de un cuento de fantasía, un príncipe encantador en carne y hueso.Sin poder evitarlo, mi cuerpo se enderezó involuntariamente y una sonrisa natural se dibujó en mi rostro al encontrarme con su mirada cautivadora. Instantáneamente, sentí una atracción magnética hacia él, un sentimiento que me llenaba de emoción y curiosidad.El hom
A veces, son esos pequeños gestos y detalles los que permiten que las conexiones entre las personas se construyan y florezcan. La manera en que la chica se enderezó fue un recordatorio de que todos tenemos el poder de mostrarnos al mundo tal como somos, sin miedo a ser juzgados. Si bien mi tiempo en el ascensor fue breve, ese encuentro despertó en mí una chispa de emoción y el deseo de explorar más allá de los límites de lo conocido. Nunca sabremos qué podría haber sucedido si el ascensor hubiera tardado un poco más en llegar a mi destino, pero estoy agradecido por ese instante robado en el que el mundo se volvió un poco más fascinante. No podía engañarme a mí mismo. Aunque no la conocía, sabía que ella despertaba mi curiosidad. Era un nuevo descubrimiento para mí, y deseaba, podía permitirme explorarlo. ... —¡Adelante!— dijo el gerente señalando con un gesto hacia la puerta del ascensor. Salí del ascensor y me detuve a un lado. —Como mencionaste, todas las habitaciones han sido