Las tierras que el hermano de Andrew Scott, marqués de Wellingham perdió antes de su precipitada muerte sólo se podían recuperar embaucando a la nueva dueña de las mismas, una solterona y romántica dama escocesa, quien a sus veinticinco años aún cree que el verdadero amor existe y, peor aún, que alguien a su edad puede conseguirlo. Determinando que la dama será una presa fácil de conquistar, para un libertino tan astuto como él, Andrew la lleva hasta el altar, para finalmente descubrir que lo más valioso de lady Eugenia Simpson no eran las tierras que él tanto añoraba, sino el corazón que estaba a punto de perder a causa de todas sus mentiras .
Leer másAndrew se quedó boquiabierto. El que esa mujer se acercara a intentar hablar con él, era inadmisible. ¿Qué podía querer? ¿De qué pensaba hablar con él ahora? Habían pasado más de tres años desde la última vez que hablaron formalmente. Era demasiado tarde si pensaba pedirle perdón por todo lo que sucedió aquella noche por su culpa. Es cierto que asistió a su fiesta, pero solo porque tenía un objetivo en mente, no porque le hubiese perdonado y quisiera entablar una amistad. Ella era la principal culpable de todos sus problemas.—Buenas noches. Lady Cecily… perdón por mi falta, Lady McDonald —escupió con desprecio.—No es mi intención quitarle demasiado tiempo Andrew.—Lord Wellingham, para usted.—Entonces; Lord Wellingham será—. Respondió Cecily, sin dejarse amilanar con sus palabras. —Conozco sus intenciones para casarse con Eugenia. Debo decir que quedé estupefacta cuando ella nos dio la noticia, y no me extraña para nada que usted esté de acuerdo en no come
Apoyado contra la pared se encontraba Andrew en el último evento al cual había asistido. Solo había pasado un par de días después de proponerle matrimonio a Eugenia y no podía evitar que su mirada la siguiera por la habitación mientras bailaba un vals con lord Hightower. Había algo diferente en ella esta noche. Su sonrisa era más brillante, sus ojos más vivos, y en cuanto a su vestido, bueno, no creía haber visto a nadie más hermoso en su vida.Se recordó a sí mismo que su matrimonio era un medio para lograr un fin. Realmente se odiaba por ser tan cruel, pero él era un marqués a quien le habían arrebatado a su hermano por simple ambición. Aunque no podía probarlo estaba seguro que Campbell tenía algo que ver. Y a pesar de no merecerlo, sabía que Eugenia había comenzado a preocuparse por él más de lo que merecía.No le gustaba engañarla. No era culpa suya que su hermano hubiera sido un imbécil y hubiera perdido su propiedad en un juego de cartas, pero tampoco el hermano d
Eugenia vio a sus amigas, esperando que el impacto de su compromiso les permitiera hablar, y pronto. Ambas mujeres la miraron con la boca abierta y los ojos muy abiertos. —Digan algo, ¿quieren? Saben que me importa mucho saber su opinión. Cecily habló con el puño en la boca, parpadeando por su estupor. —¿Te vas a casar con el marqués Wellingham? ¿Cuándo empezó a cortejarte en serio? Yo… simplemente no lo entiendo. No lo conoces.—Más importante —dijo Megan, con la boca aún abierta. ¡¿En qué momento su interés llegó más allá del coqueteo inocente a una oferta de matrimonio?! Eugenia extendió las manos pidiendo calma. —Ha sido un torbellino, lo sé. Mi hermano ni siquiera ha sido informado, pero creo que Andrew y yo nos entendemos bien. Es divertido, atento, dulce y se preocupa por mí—. Quería continuar y decirles a sus amigas que sus besos eran devastadores y le hacían encoger los dedos de los pies, que sentía un torbellino en su estómago
Andrew se quedó quieto, puso a trabajar su mente pues se encontraba dando vueltas para formar una respuesta y recordar todas y cada una de las mentiras que había dicho hasta ahora. Lady Eugenia no era tonta, un desliz de su lengua, y su habilidad para conquistarla y la labor por recuperar su propiedad terminarían. Aunque seguía pensando que la propiedad era lo principal, en el fondo una vocecilla le aseguraba que eso se estaba convirtiendo en algo secundario. Deseó poder tragarse su propia lengua estúpida. ¿Cómo salir de este lío de palabras que había creado?—Mi madre era escocesa y tenía una casa aquí, pero yo era demasiado pequeño para recordar dónde—. Cerró los ojos un momento, odiando el hecho de que se había hecho parecer un idiota.—Qué lindo que tenga una conexión aquí también. Podría decir que me gusta un poquito más ahora que ayer, hasta me hace ignorar por un momento que es un inglés —bromeó ella, riendo por lo bajo.Sus palabras burlonas hi
Paseando por el vestíbulo de la casa de la condesa de Mounthbatten, se encontraba Eugenia escuchando atentamente si algún carruaje se detenía frente a la casa. De vez en cuando cesaba en su caminata nerviosa, y se asomaba por las ventanas delanteras junto a la puerta, con cuidado de no mover las cortinas de encaje que colgaban allí; no fuera que lord Wellingham hiciera acto de presencia y la viera esperando demasiado ansiosa.Aunque, ciertamente estaba impaciente por marcharse a solas con su señoría. Su doncella estaba sentada en una silla cercana, con un libro apretado con fuerza en sus manos y sin el menor interés en lo que estaba haciendo Eugenia. Después del beso de anoche, apenas había dormido. La idea de que él se hubiera escurrido con ella a la biblioteca de los Fitzgerald y la hubiera besado hasta que los dedos de sus pies se curvaran en sus zapatillas de seda tal como había dicho Megan en algún momento, la sorprendió todavía más. Su corazón latía
Andrew no estaba seguro de dónde venía la necesidad de tener a lady Eugenia para él solo, pero estaba allí, tan seguro como el aire que respiraba, o el vino que bebía, él la deseaba. El último día sin verla había sido el más largo de su vida. Era totalmente impropio de él pensar constantemente en una mujer en particular. Y, sin embargo, eso era exactamente lo que estaba haciendo.Había querido verla la mañana en que había dejado la propiedad de Lady McDonald, pero no la había visto en la sala de desayunos ni en ninguna de las otras salas de la planta baja abiertas a los invitados. No estaba seguro de qué le habría dicho si ella hubiera estado allí. Tal vez necesitaba recordarse a sí mismo que lo que habían compartido no era una fantasía imaginada, que ella le había devuelto el beso, se había hundido en sus brazos y le había permitido llenarse de ella tanto como había deseado.Oh, por todos los demonios del infierno. Si seguía pensando de esta mane
Eugenia flotaba en el borde del opulento salón de la mansión Fitzgerald, tomándose un momento para admirar las decoraciones festivas: las guirnaldas de rosas, los candeleros con velas titilantes que adornaban la repisa de mármol blanco sobre la chimenea, los paneles de caoba en las paredes y el majestuoso candelabro colocado perfectamente en el centro del techo abovedado alumbrando todo el lugar. Los Honorables Edward Fitzgerald y su esposa Marie, una mujer algo rechoncha, de aspecto amable y prima segunda de Fergus, habían sido unos magnánimos anfitriones.Eugenia ingresó a la sala en donde se realizaría la velada. Y decidió sentarse en la parte de atrás, aún se sentía cansada y no quería que se le escapara un bostezo y todos los invitados se burlaran de ella por su falta.El evento estaba a punto de empezar. Acompañada como siempre de su amiga Megan y lady Agatha quien, se había estado quejado de estar demasiado cansada después del largo viaje, se enc
Regresaron a Edimburgo dos días después, para integrarse nuevamente a la temporada en la ciudad. Eugenia saludó al mayordomo en la casa que había alquilado lady Agatha, y en la que amablemente le habían invitado a quedarse, le entregó los guantes y el sombrero a un lacayo cercano. Estaba exhausta después de su viaje y el par de días agitados que vivió en la casa de campo de su amiga, pero aun así no pudo evitar sentirse llena de energía y emoción por lo que deparaban las próximas semanas.—¿Se encuentra usted bien? —preguntó su doncella.—Sí, perfectamente. Lottie, ayúdame a quitarme el vestido, por favor. —Se giró para que pudiese alcanzar los botones—. Y me gustaría darme un baño, gracias.—¿Se va a lavar el cabello con tan poco tiempo para la velada? —La doncell
—Apenas he bebido vino, milady. Y déjeme decirle que no es el vino lo que me ha embriagado. «Oh por Dios… ¿Realmente había dicho tal cosa?»—Y que es lo que ha bebido el día de hoy entonces.Creo que no le gustan los cumplidos —dijo Andrew, quizá no haya escuchado los suficientes de ellos—. Él la alcanzó, tomando su rostro entre sus manos.Eugenia jadeó, sin saber qué hacer, qué decir o pensar. ¿Iba a besarla? Nunca antes la habían besado de la manera en la que él pensaba hacerlo y ahora, en sus brazos, no podía pensar en nada que quisiera más. Era tan abrumadoramente guapo, sus ojos azul oscuro y su mandíbula fuerte, sus labios que la hacían querer cerrar el espacio entre ellos y tocar su boca con la de él. «Si tan solo pudiera ser tan atrevida».Como en un sueño, él se inclinó lentamente y luego sus labios rozaron los de ella. Eran tan suaves como imaginaba, y luego el beso cambió. Él cerró la bo