Eugenia entro en el salón de baile vestida como Ondina ninfa de las aguas, su vestido era una túnica de estilo griego, hecha con capas y capas de tul y gasa blanca, formando hermosos pliegues que se ajustaban en su cintura con un cinturón dorado que enmarcaba su figura muy favorablemente. Estaba muy agradecida con sus amigas por convencerla de atreverse a utilizar algo tan intrépido, aunque tampoco era tan atrevido como la sugerencia que hizo lady Russell, la anciana había dicho que con ese cabello rojo quedaba perfecto el disfraz de última moda, el de la diablesa. Ella sería incapaz de utilizar algo así, el solo pensar que debía mostrar sus tobillos le causaba repelús, incluso si las medias del disfraz eran extremadamente oscuras. No, ella dejaría esas ideas para las chicas más intrépidas. Estaba muy conforme con la decisión tomada.
Recorrió con la mirada la habitación y observo que era todo lo que uno podría desear para un baile de máscaras. Seductora, secretil y decadente. Cientos de velas de cera de abeja ardían en los candelabros sobre sus cabezas. Flores rojas en muchos jarrones y telas negras transparentes cruzaban el techo, haciendo que la habitación pareciera más pequeña y perversa a la vista. Algunas de las grandes esculturas de porcelana habían sido traídas para dar la apariencia de grandeza, coronas en miniatura podían verse en sus cabezas, haciendo que parecieran estatuas reales. Oro por todas partes. Eugenia estaba orgullosa de su amiga que en poco tiempo había logrado prepararse perfectamente bien para el baile.
El espacio era magnifico. Incluso la orquesta estaba vestida de negro con librea dorada, así como los lacayos que servían en el baile.
Lentamente camino hacia donde se encontraba su amiga para felicitarle por el logro, mientras seguía admirando la belleza del lugar.
—Esto es asombroso, Cecily. Esta noche ciertamente este es el lugar para estar, y luego ir a Edimburgo y hablar de ello por el resto de la temporada. Que inteligente eres.
Megan, quien se encontraba a la derecha de Cecily, asintió de acuerdo con las palabras de Eugenia.
—Me alegra que les guste —respondió Cecily, caminando hacia la orquesta, ordenando que comenzaran la velada—. Quería que fuera mágico y visualmente creo que lo he logrado. Volviéndose hacia ellas comento: Ambas se ven impresionantes con sus disfraces, los asistentes solteros no sabrán que les golpeo cuando las vean.
Megan se sonrojo, y Eugenia miró su vestido en un espejo gigante frente a ellas. La túnica era ciertamente seductora, un escalofrío de precaución le atravesó la espalda por lo atrevido que parecía.
Su rostro estaba cubierto con una máscara| dorada, decorada con diamantes artificiales. Su doncella le había pintado los labios de un rojo intenso, pues había dicho que al ser lo único que se vería de su rostro debía llamar la atención. Al terminar de observarse en el espejo ya no se sentía como una ninfa. No, ella ahora se sentía como una diosa.
Cecily se unió a su padre en la puerta del salón para recibir a los invitados. Eugenia camino al lado de Megan por el salón disfrutando de todas las maravillas que ofrecía la velada. Incluso los jardines estaban suntuosamente decorados, para los invitados que quisieran aventurarse a dar un paseo a la luz de la luna llena.
—Te ves hermosa, Megan. ¿Crees que hoy te presentarán a alguien de tu agrado?
Megan sonrió, sus ojos brillando detrás de su máscara negra adornada con plumas. —Me gusta alguien que conocí durante el desayuno, y también me gusta burlarme de él aún más. Creo que lo reconoceré. Dejo escapar que vendría como el Rey Enrique VIII. Las túnicas en sí mismas de diseño Tudor, lo delatara si sus rasgos hermosos no lo hacen.
—¿En algún momento me dirás quién es tu caballero misterioso? Y no solo eso, ¿Crees que puede haber algo entre ustedes más allá de la temporada? —preguntó Eugenia, curiosa por los pensamientos de su amiga. Megan era más reservada que Cecily, con sus opiniones con respecto al amor.
—Sabes cual es mi requisito para encontrar un esposo —respondió Megan encogiéndose de hombros—, pero nada es seguro, tendré que probar los besos de mi caballero misterioso y averiguar si me hace cambiar de opinión. Hasta entonces no tomare una decisión—. Tomaron una copa de la bandeja de un lacayo y siguieron su camino al rededor del salón.
Eugenia se rio entre dientes, sorbiendo de su copa.
—Me gusta lord Wellingham —dijo Eugenia sin pensar, sorprendiendo a su amiga—. Me gusta más de lo que pensé que me gustaría un inglés. La forma en que me ve…— Su corazón empezó a acelerarse de recordar su encuentro la noche anterior. Seductor; le vino a la mente junto con deseo—. He de admitir que me gustaría besarlo también, para decidir si es apropiado para mí.
Si Megan se sorprendió con su confesión no lo demostró. Y solo asintió en aprobación a las palabras de la pelirroja.
Hablaron con cualquiera que se les acercara, deseándoles una agradable velada, y en menos de lo que se imaginaron, la habitación estaba a reventar. El baile había comenzado, y el fuerte zumbido de las conversaciones hizo que fuera casi imposible escucharse hablar.
La idea de volver a ver a lord Wellingham hizo que los nervios le recorrieran la piel. Ningún hombre le había hecho sentir tal emoción, y aunque le gustaba la idea de que coqueteara con ella, igualmente, no podía confiar que fuera genuino con ella. Había tenido tanta mala suerte en el pasado, que no podía deshacerse fácilmente del temor a que otra mujer bailara con él, llamara su atención y ella quedara en el olvido junto a la multitud.
No lo conocía de nada se habían visto tres veces, cuatro si contaba el baile de los Bowie, y aunque había sido encantador durante la cena y en la biblioteca no podía hacer castillos en el aire. Los había hecho en el pasado. Cinco años atrás para ser exactos.
En Londres estuvo recibiendo las atenciones de lord Jason Winchester, luego la dejó plantada para el vals que tan amablemente había solicitado, y después de bailar con su amiga, la señorita Helen Bradbury, se enamoró locamente y tres semanas después, caminaban por el pasillo de la iglesia de Sant Paul, prometiéndose amor eterno delante de toda la educada sociedad.
«Tú fuiste la única que vio intensiones casamenteras donde no había nada».
Megan estaba platicando con unos amigos, y ella siguió parada allí, pero su atención no estaba aquí. Ella se quedó observando a los asistentes, tratando de reconocer a algunos, buscó al Enrique VIII de Megan, solo encontró a alguien vestido totalmente de negro con un sombrero de ala ancha, se veía como alguien bastante bronceado, así que llegó a la conclusión que era el español de Edimburgo de Cecily. ¿Cómo estaría vestido su inglés? ¿Su, de dónde había salido ese pensamiento tan absurdo? El solo pensarlo le provocaba escalofríos, o era el hecho de sentirse observada. Buscó con la mirada por toda la habitación, pero no encontró al dueño de sus sueños inquietos.
El aliento en sus pulmones se detuvo. Su mente se revolvió en busca de palabras. Pero sus pensamientos se volvieron erráticos al observar al imponente caballero que venía caminando hacia ella. Iba vestido de un traje negro clásico de corte elegante y perfecto, un dominó largo y oscuro sobre los hombros y una máscara blanca que le cubría la mitad de la cara, dejando la mitad de los labios y un ojo visibles.
Hizo una reverencia ante ella, con una sonrisa pícara en los labios.
—Lady Eugenia, está usted increíblemente hermosa.
—Su señoría. —Fue lo único que ella alcanzo a decir. Respiro hondo, luchando por recuperar su ingenio.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Estaba tan desesperada por encontrar marido que empezaría a comportarse como una debutante? Querido cielo que lamentable si eso era cierto. El marqués solo venia por un baile, y ella ya los veía diciendo si acepto ante un párroco. Debía recobrar la compostura inmediatamente, ella no tenía diecisiete años no era nueva en esto de las temporadas.
—Espero que no haya olvidado nuestro baile, y mi nombre esté anotado en su carné señorita Simpson—. Le tomo la mano y beso la parte superior de sus guantes de seda dorada. Sus ojos se encontraron con los de ella mientras sus labios la tocaban, era algo tan sencillo, pero se sintió tan íntimo.
—Por supuesto no lo olvidé, milord —logró decir, ignorando el temblor de nerviosismo en su voz.
—Sabía que era usted en el momento que entre a la habitación. Creo que podría distinguirle entre la multitud en cualquier lugar que nos encontremos.
Eugenia se rio entre dientes, negando con la cabeza.
—¿De verdad, milord? ¿Tan malo es mi disfraz, que me distinguió tan fácilmente entre la multitud?
Él negó con la cabeza, extendió la mano, y recogió un rizo suelto y lo deslizo entre sus dedos. Su corazón se detuvo, su mente imagino sus manos acariciando otras partes de ella. —Su cabello ya ve. Es de un rojo tan hermoso y rico, hace que uno quiera pasar los dedos por el para ver si chamusca la piel.
Eugenia no podía formar palabras. Nadie había dicho nunca que su cabello fuera encantador. Y, sin embargo, la forma en que lord Wellingham la miraba en ese momento, la hizo creer que hablaba en serio.
—Está en Escocia. Hay muchos pelirrojos en esta área. ¿Está coqueteando nuevamente conmigo, milord? —. Por supuesto a ella le encantaba que lo hiciera. Nunca antes, alguien había mostrado tanto interés por ella de una manera tan directa. Los caballeros que visitaron la casa de su infancia, Simpson Castle, siempre fueron demasiado precavidos debido a la presencia de su hermano. La hermana del vizconde Ashcroft era alguien para ser cortes y educado, pero nunca alguien para mirar más allá de la amistad.
Su hermano tenía una forma de asustar a los pretendientes si pensaba que eran demasiado atrevidos. Y durante su tiempo en Londres nadie le había dado una verdadera oportunidad. Para ella fue un alivio el volver a su casa en Escocia al terminar la temporada londinense. Tal vez el marqués si estaba coqueteando con ella. ¿Sería tan malo que lo hiciera?
—Pero nadie tan hermosa y seductora como lo es usted —continúo el marqués.
—¿Está dispuesto a lograr que me sonroje, aunque no pueda verlo a través de la máscara, milord?
Encogiéndose de hombros Andrew respondió: —Que hay de especial en decir cumplidos si no puedo lograr un sonrojo de su parte, incluso si no puedo llegar a verlo.
Sus ojos brillaron detrás de su máscara blanca, observando, asimilando cada palabra de ella, cada reacción de ella hacia él. Era fascinante, le hacía querer cosas que nunca pensó que necesitaba antes. Sus labios se curvaron en una sonrisa de complicidad, y sintió el abrumador deseo de ser tocada por sus labios. Para ver por sí misma si eran tan suaves como parecían.
—Es más, ¿qué pensaría de mí, si le digo que deseo besarle, señorita Simpson?
¿Qué? ¿Acaso el marqués podía leer la mente? Aun así, suspiro interiormente, sabiendo que sería un excelente besador. Junto con ese pensamiento estaba uno más perturbador; de que otras mujeres habían disfrutado estando en sus brazos. Mujeres que incluso podría seducir ahora que la estaba seduciendo a ella. Las odiaba a todas. Dios del cielo, de dónde venían esos pensamientos crueles y posesivos, apenas conocía al marques, ni siquiera habían bailado un carrete juntos. Saliendo de sus pensamientos tortuosos le respondió: —Le diría que puede que no sea tan malo, incluso siendo usted inglés.
Andrew se apretó el pecho con dramatismo herido. —No me lastime, señorita Simpson. Nunca sobreviviré al dolor de su rechazo.
Sonaron los acordes del vals prometido, y Eugenia dejó la copa que aún sostenía en la charola de un lacayo que paseaba entre los asistentes, y lord Wellingham cogió su mano.
—Es hora de bailar milord. Puede continuar con los halagos en la pista de baile y sobre ese beso, solo puedo asegurarle que… lo pensaré.
Con una sonrisa en los labios Andrew atrajo a Eugenia con fuerza a sus brazos, perdiéndose en sus brillantes ojos verdes. Observo que aparte de hermosa ella podía ser bastante divertida, más de lo que él pensaba.El vals se le haría demasiado corto pues descubrió que encajaban perfectamente bien uno en los brazos del otro. Y le gustaba que fuera de esa manera.—Usted menciono anoche que ahora somos vecinos. ¿Hace mucho su familia es propietaria de Holdstoke Manor? —curioseó ella.—Seis años más o menos. Mi hermano adquirió la propiedad y me la lego un año antes de su muerte—. Andrew se contuvo de decir más o revelar que su hermano había adquirido Holdstoke, porque estaba al lado de Greelane, ahora propiedad que poseía lady Eugenia. Para que sus familias pasaran los veranos juntos y sus hijos convivieran felices y amados como ellos habían sido en su niñez. Su hermano podría haber sido un tonto, pero en el fondo también era un sentimental.—Su
Andrew tardó varios minutos en encontrar a la que en su mente sería su futura esposa, pero finalmente la vio en el centro de una glorieta. El lugar lucía espléndido, había linternas encendidas que colgaban de árbol en árbol, iluminando el espacio, ella se veía celestial. Pero el humor de Andrew se resintió al verla tan bien acompañada. Estaba hablando con un hombre alto, a quien no pudo reconocer debido al disfraz que llevaba, lo vio extender los brazos y besarle en las mejillas, una punzada de rabia celosa lo atravesó. ¿Quién era este bastardo que se atrevió a tocarla? Ella le devolvió el abrazo, sonriendo ampliamente. «Mierda, ¿ella tenía un novio?»Eugenia se volteó y al verlo, su sonrisa se ensanchó. —Lord Wellingham, Lord Brice —les llamó, haciendo un gesto con la mano para que se unieran al grupo—. Él se acercó, y ella ignoró el hecho de que su rostro no le devolviera la sonrisa. Parecía atrapado en un ceño fruncido.—Este es un viejo amigo de la
—Apenas he bebido vino, milady. Y déjeme decirle que no es el vino lo que me ha embriagado. «Oh por Dios… ¿Realmente había dicho tal cosa?»—Y que es lo que ha bebido el día de hoy entonces.Creo que no le gustan los cumplidos —dijo Andrew, quizá no haya escuchado los suficientes de ellos—. Él la alcanzó, tomando su rostro entre sus manos.Eugenia jadeó, sin saber qué hacer, qué decir o pensar. ¿Iba a besarla? Nunca antes la habían besado de la manera en la que él pensaba hacerlo y ahora, en sus brazos, no podía pensar en nada que quisiera más. Era tan abrumadoramente guapo, sus ojos azul oscuro y su mandíbula fuerte, sus labios que la hacían querer cerrar el espacio entre ellos y tocar su boca con la de él. «Si tan solo pudiera ser tan atrevida».Como en un sueño, él se inclinó lentamente y luego sus labios rozaron los de ella. Eran tan suaves como imaginaba, y luego el beso cambió. Él cerró la bo
Regresaron a Edimburgo dos días después, para integrarse nuevamente a la temporada en la ciudad. Eugenia saludó al mayordomo en la casa que había alquilado lady Agatha, y en la que amablemente le habían invitado a quedarse, le entregó los guantes y el sombrero a un lacayo cercano. Estaba exhausta después de su viaje y el par de días agitados que vivió en la casa de campo de su amiga, pero aun así no pudo evitar sentirse llena de energía y emoción por lo que deparaban las próximas semanas.—¿Se encuentra usted bien? —preguntó su doncella.—Sí, perfectamente. Lottie, ayúdame a quitarme el vestido, por favor. —Se giró para que pudiese alcanzar los botones—. Y me gustaría darme un baño, gracias.—¿Se va a lavar el cabello con tan poco tiempo para la velada? —La doncell
Eugenia flotaba en el borde del opulento salón de la mansión Fitzgerald, tomándose un momento para admirar las decoraciones festivas: las guirnaldas de rosas, los candeleros con velas titilantes que adornaban la repisa de mármol blanco sobre la chimenea, los paneles de caoba en las paredes y el majestuoso candelabro colocado perfectamente en el centro del techo abovedado alumbrando todo el lugar. Los Honorables Edward Fitzgerald y su esposa Marie, una mujer algo rechoncha, de aspecto amable y prima segunda de Fergus, habían sido unos magnánimos anfitriones.Eugenia ingresó a la sala en donde se realizaría la velada. Y decidió sentarse en la parte de atrás, aún se sentía cansada y no quería que se le escapara un bostezo y todos los invitados se burlaran de ella por su falta.El evento estaba a punto de empezar. Acompañada como siempre de su amiga Megan y lady Agatha quien, se había estado quejado de estar demasiado cansada después del largo viaje, se enc
Andrew no estaba seguro de dónde venía la necesidad de tener a lady Eugenia para él solo, pero estaba allí, tan seguro como el aire que respiraba, o el vino que bebía, él la deseaba. El último día sin verla había sido el más largo de su vida. Era totalmente impropio de él pensar constantemente en una mujer en particular. Y, sin embargo, eso era exactamente lo que estaba haciendo.Había querido verla la mañana en que había dejado la propiedad de Lady McDonald, pero no la había visto en la sala de desayunos ni en ninguna de las otras salas de la planta baja abiertas a los invitados. No estaba seguro de qué le habría dicho si ella hubiera estado allí. Tal vez necesitaba recordarse a sí mismo que lo que habían compartido no era una fantasía imaginada, que ella le había devuelto el beso, se había hundido en sus brazos y le había permitido llenarse de ella tanto como había deseado.Oh, por todos los demonios del infierno. Si seguía pensando de esta mane
Paseando por el vestíbulo de la casa de la condesa de Mounthbatten, se encontraba Eugenia escuchando atentamente si algún carruaje se detenía frente a la casa. De vez en cuando cesaba en su caminata nerviosa, y se asomaba por las ventanas delanteras junto a la puerta, con cuidado de no mover las cortinas de encaje que colgaban allí; no fuera que lord Wellingham hiciera acto de presencia y la viera esperando demasiado ansiosa.Aunque, ciertamente estaba impaciente por marcharse a solas con su señoría. Su doncella estaba sentada en una silla cercana, con un libro apretado con fuerza en sus manos y sin el menor interés en lo que estaba haciendo Eugenia. Después del beso de anoche, apenas había dormido. La idea de que él se hubiera escurrido con ella a la biblioteca de los Fitzgerald y la hubiera besado hasta que los dedos de sus pies se curvaran en sus zapatillas de seda tal como había dicho Megan en algún momento, la sorprendió todavía más. Su corazón latía
Andrew se quedó quieto, puso a trabajar su mente pues se encontraba dando vueltas para formar una respuesta y recordar todas y cada una de las mentiras que había dicho hasta ahora. Lady Eugenia no era tonta, un desliz de su lengua, y su habilidad para conquistarla y la labor por recuperar su propiedad terminarían. Aunque seguía pensando que la propiedad era lo principal, en el fondo una vocecilla le aseguraba que eso se estaba convirtiendo en algo secundario. Deseó poder tragarse su propia lengua estúpida. ¿Cómo salir de este lío de palabras que había creado?—Mi madre era escocesa y tenía una casa aquí, pero yo era demasiado pequeño para recordar dónde—. Cerró los ojos un momento, odiando el hecho de que se había hecho parecer un idiota.—Qué lindo que tenga una conexión aquí también. Podría decir que me gusta un poquito más ahora que ayer, hasta me hace ignorar por un momento que es un inglés —bromeó ella, riendo por lo bajo.Sus palabras burlonas hi