La noche estaba cargada de oscuridad, una que parecía más espesa y viva de lo que debería ser. Los árboles susurraban con un viento inexistente, y las estrellas, habitualmente brillantes, estaban veladas por una sombra inquietante.
En el corazón de un bosque olvidado por el tiempo, una figura encapuchada avanzaba con pasos rápidos, sosteniendo algo envuelto en tela entre sus brazos. La respiración del hombre era pesada, cada inhalación un recordatorio de que el peligro acechaba cerca. —Debemos llegar antes de que ellos lo hagan —murmuró, más para sí mismo que para el pequeño grupo que lo seguía. —¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó una mujer detrás de él, su voz tensa pero controlada. —No hay otra opción. Si no lo escondemos ahora, todo estará perdido. El grupo llegó a un claro donde un círculo de piedras antiguas se alzaba como guardianes olvidados. Las runas que adornaban las piedras brillaban débilmente, como si respondieran a la presencia del hombre. Él se detuvo en el centro del círculo y comenzó a susurrar palabras en una lengua antigua, sus manos temblando mientras desenrollaba la tela para revelar lo que llevaba. Era una gema, pero no como cualquier otra. Dentro de su superficie cristalina, parecía arder una pequeña llama, viva y palpitante, como un corazón latiendo en el interior de la roca. —¿Estás seguro de que funcionará? —insistió la mujer, mirando hacia los árboles con preocupación. —No tengo dudas —respondió él, aunque su voz traicionaba un leve temblor—. Pero debemos ser rápidos. Antes de que pudiera continuar, un sonido cortó el aire: un crujido, como ramas rompiéndose bajo un peso invisible. La oscuridad alrededor del claro pareció cobrar vida, retorciéndose y avanzando hacia ellos. —Han llegado —dijo la mujer, desenvainando una espada que parecía brillar con luz propia. —Protejan el círculo. —La orden del hombre era clara, y los demás se movieron rápidamente, formando un muro alrededor de las piedras mientras las sombras avanzaban. El hombre colocó la gema en el centro del círculo y levantó las manos hacia el cielo. —Por la luz que queda, por el fuego que no se extingue, escondo este poder donde nadie pueda alcanzarlo. La gema comenzó a brillar, y el fuego en su interior pareció expandirse, llenando el claro con una luz cálida. Pero las sombras no retrocedieron. Al contrario, se movieron con más rapidez, convergiendo hacia el hombre con una intención letal. La mujer gritó, lanzándose hacia él para protegerlo, pero las sombras fueron más rápidas. En un parpadeo, lo alcanzaron, y su grito resonó en el claro mientras la oscuridad lo reclamaba. Pero su sacrificio no fue en vano. La gema desapareció, su luz desvaneciéndose en un parpadeo, como si nunca hubiera existido. La mujer cayó de rodillas, mirando el espacio vacío donde antes había estado la gema. Las sombras retrocedieron, pero no desaparecieron del todo. —No hemos terminado —dijo una voz, fría y susurrante, que parecía surgir de todas partes a la vez—. Ella no podrá escapar de su destino. La mujer apretó los dientes, su mirada endureciéndose. —Puede que no, pero lucharemos hasta el final. Y con esas palabras, la historia de Tara comenzó, mucho antes de que ella siquiera supiera quién era o qué llevaba dentro de sí.El bosque Esmeralda siempre había sido un refugio para Tara. Con sus altos árboles que susurraban secretos al viento y el canto de los riachuelos que cruzaban su hogar, era un lugar que prometía paz. Pero esa noche, el bosque parecía diferente. La tranquilidad habitual se sentía como una ilusión, rota por un temblor invisible que crecía en el aire.Tara estaba sola en su cabaña, mirando sus manos con una mezcla de asombro y terror. Desde la extraña luz que había salido de ellas horas atrás, no había podido dejar de pensar en lo que eso significaba. Todo comenzó cuando el hijo de la panadera llegó con fiebre alta, al borde de la muerte. Tara había intentado todos sus remedios habituales, pero nada funcionó. Fue entonces, en un acto desesperado, cuando sintió que algo ardía dentro de ella, una fuerza que no controlaba pero que la obedecía.El niño había sanado al instante. Pero no fue el alivio lo que la consumió después, sino el miedo. Aquella luz, aquel calor, no era natural. Algo e
Tara nunca había sentido el tiempo tan lento como en esos momentos. La mirada intensa de Rhidian era una prisión, pero también una invitación. Una parte de ella quería desafiarlo, pero otra, más oscura y desconocida, quería ceder a esa sensación de vértigo que él provocaba.—Si realmente tienes respuestas, será mejor que hables —dijo finalmente, esforzándose por mantener la voz firme, aunque el temblor en sus manos la traicionó.Rhidian ladeó la cabeza, evaluándola. La forma en que la estudiaba era casi hipnótica, como si estuviera desentrañando cada parte de ella con sus ojos.—Las respuestas no siempre son amables, Tara. Y las tuyas... podrían ser una carga que no estás lista para llevar.Ella apretó los dientes, odiando el tono condescendiente en su voz, pero también sabiendo que él tenía razón. Había algo en ella que no entendía, algo que la aterrorizaba. Pero eso no significaba que se rendiría sin luchar.—Prueba conmigo —replicó, cruzando los brazos sobre el pecho, más para
Rhidian observaba a Tara mientras ella luchaba con las emociones que se agitaban en su interior. Sus manos aún temblaban después de haber liberado aquella explosión de luz que, sin entrenamiento, había sido pura fuerza cruda. Había algo en ella que no esperaba encontrar: una chispa que se negaba a apagarse, incluso en medio del miedo.“Así que esta es la última portadora de luz”, pensó, mientras pasaba una mano por el mango de su espada, más por costumbre que por necesidad. Durante años había esperado este momento, preparado para lo que implicaría. Pero verla frente a él, pequeña pero llena de una intensidad que no podía ignorar, era más de lo que había anticipado.No era la primera vez que escuchaba su nombre. Los Tejedores de Sombras, esa orden corrupta que juró erradicar todo rastro de magia luminosa, llevaban años susurrándolo en sus reuniones clandestinas. Tara. El nombre había surgido una y otra vez, acompañado de profecías y advertencias. “La última luz renacerá en las sombra
El sol apenas asomaba entre las montañas cuando Tara salió al claro donde Rhidian le había indicado que comenzaría su entrenamiento. Habían pasado solo dos días desde que su vida había cambiado por completo, pero ya sentía que todo lo que había conocido antes era un recuerdo lejano.Rhidian la esperaba, con los brazos cruzados y una expresión seria que no dejaba lugar a protestas. Llevaba una espada en la mano, no una de esas armas ceremoniales relucientes que había visto en historias, sino una que parecía forjada para la batalla. Oscura, pesada, y con un filo que reflejaba la luz de la mañana.—Llegas tarde —dijo, sin preámbulos.Tara alzó una ceja. Había tenido suficiente de su actitud arrogante, pero sabía que discutir con él no la llevaría a ninguna parte.—Estaba preparándome mentalmente para soportarte —replicó con un toque de sarcasmo.Rhidian dejó escapar una risa baja, inesperada, que la hizo estremecer.—Eso es bueno. La resistencia mental es clave. Aunque dudo que est
El claro se llenó del eco de espadas chocando, el sonido metálico resonando en el aire como una canción de desafío. Tara apenas llevaba un par de días entrenando con Rhidian, y ahora, para su sorpresa y consternación, tenía a Bella como oponente.La hermana de Rhidian se movía con una elegancia que rozaba lo burlón, esquivando los torpes ataques de Tara con facilidad.—Vamos, portadora de luz —dijo Bella, con una sonrisa irónica mientras giraba su espada de madera con facilidad—. Pensé que tendrías algo más interesante que ofrecer.—Tal vez debería mostrarte lo que puedo hacer con mi magia —replicó Tara, estrechando los ojos mientras trataba de ignorar el ardor en sus músculos.—Oh, claro, usa un poco de fuego para quemarme el cabello. Eso seguro que salvará el mundo.—¡Bella! —La voz firme de Rhidian cortó el aire. Estaba apoyado contra un árbol cercano, observándolas con una mezcla de frustración y paciencia.Bella rodó los ojos y bajó su espada, dándole a Tara una oportunidad
Tara despertó temprano, con el cuerpo todavía dolorido del entrenamiento del día anterior. Cada músculo le recordaba los innumerables golpes que había recibido tanto de Rhidian como de Bella. "Sobreviví," pensó, con una mezcla de alivio y resignación mientras se levantaba.El claro estaba envuelto en una suave neblina, el aire fresco impregnado de los sonidos del bosque. Tara encontró a Bella junto a un fuego pequeño, ajustándose la capa mientras murmuraba algo en voz baja.—¿Vas a ignorarme como ayer, o esto será más civilizado? —preguntó Tara mientras se acercaba, con la intención de romper el hielo.Bella alzó una ceja, pero esta vez su sonrisa no era tan desdeñosa.—No soy tan terrible como crees. Solo estoy probándote.—¿Probándome para qué? —Tara se sentó frente a ella, cruzando las piernas.—Para ver si mereces todo el esfuerzo que estamos poniendo en ti. —Bella se encogió de hombros, pero sus ojos se suavizaron un poco—. Y, si te soy honesta, para protegerme.Tara se in
El claro se llenó de un silencio inquietante, la luz de la gema que había desaparecido dejando solo oscuridad. Tara podía sentir la presencia de los Tejedores, acercándose, acechando. El aire estaba denso, pesado, como si todo el bosque hubiera dejado de respirar.—¡Atrás! —gritó Rhidian, su espada levantada mientras avanzaba para ponerse entre Tara y las sombras que se deslizaban entre los árboles. Bella, detrás de él, también estaba lista, con la espada firmemente en sus manos.Tara sintió un frío helado recorrer su espina dorsal. En ese mismo instante, la oscuridad cobró forma, tomando las siluetas de criaturas altas y delgadas, con ojos brillantes como brasas ardientes. Los Tejedores.No eran humanos, ni criaturas puras de la oscuridad. Eran algo entre medio, seres que jugaban con la magia para torcerla a su voluntad. Tara había escuchado historias de ellos, pero nunca había creído que existieran realmente. Hasta ahora.—¡Defiéndete, Tara! —gritó Bella mientras atacaba a uno d
El silencio de la mansión se rompía solo por el crujir de la madera bajo sus pies mientras Tara recorría los pasillos. Aún no se había acostumbrado al ambiente oscuro y solemne de la casa. Las paredes, cargadas de historia, parecían susurrar secretos olvidados, pero Tara no podía dejar de pensar en lo que había sucedido en el bosque y lo que significaba la magia dentro de ella.Había algo que cambiaba cada vez que Rhidian la miraba. La tensión entre ambos había crecido, alimentada por las batallas, por la revelación de su poder, y por una atracción que ninguno de los dos quería admitir.—¿Estás bien? —La voz de Rhidian rompió sus pensamientos, suave, pero llena de preocupación.Tara se giró, encontrándose con él al final del pasillo. Él estaba allí, como una sombra que tomaba forma, su mirada fija en ella.—Solo… pensaba en todo esto —respondió ella, sin poder evitar que su voz sonara más vulnerable de lo que quisiera.Rhidian se acercó lentamente, su presencia dominante llenando