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Capítulo 3 El Eco de la Luz

Rhidian observaba a Tara mientras ella luchaba con las emociones que se agitaban en su interior. Sus manos aún temblaban después de haber liberado aquella explosión de luz que, sin entrenamiento, había sido pura fuerza cruda. Había algo en ella que no esperaba encontrar: una chispa que se negaba a apagarse, incluso en medio del miedo.

“Así que esta es la última portadora de luz”, pensó, mientras pasaba una mano por el mango de su espada, más por costumbre que por necesidad. Durante años había esperado este momento, preparado para lo que implicaría. Pero verla frente a él, pequeña pero llena de una intensidad que no podía ignorar, era más de lo que había anticipado.

No era la primera vez que escuchaba su nombre. Los Tejedores de Sombras, esa orden corrupta que juró erradicar todo rastro de magia luminosa, llevaban años susurrándolo en sus reuniones clandestinas. Tara. El nombre había surgido una y otra vez, acompañado de profecías y advertencias. “La última luz renacerá en las sombras”, decían. Y cuando lo hicieron, Rhidian supo que su misión cambiaría para siempre.

Había estado rastreándola desde hacía meses. Siguiendo fragmentos de información y rastros de magia que apenas lograba percibir. Lo que no esperaba era encontrarla en un rincón tan remoto, viviendo como una simple curandera, ajena al poder que fluía en sus venas.

Cuando la vio por primera vez en las ruinas, algo en su interior se estremeció. Ella no era como los otros portadores que había conocido. Había una fragilidad en su mirada, pero también una fuerza que lo desconcertó. No tenía ni idea de lo que era, de lo que significaba su existencia, y sin embargo, su presencia llenaba el aire de una forma que era imposible ignorar.

“Tan ingenua, tan vulnerable”, pensó. Y, al mismo tiempo, no podía apartar la vista de ella.

Rhidian había visto a muchos portadores antes de que los Tejedores los destruyeran. Sabía lo que su poder podía hacerles si no lo controlaban. La magia luminosa no solo era un don, era una maldición. Cuanto más la usaban, más atraían la oscuridad hacia ellos, hasta que quedaban consumidos por completo. Tara no sería diferente, a menos que aprendiera a luchar.

Sin embargo, había algo más que lo inquietaba, algo que no había compartido ni siquiera con Kael, su único aliado. Había escuchado rumores sobre el linaje de Tara, sobre la conexión que tenía con una antigua reliquia capaz de inclinar la balanza entre luz y oscuridad. Si los Tejedores llegaban a ella primero, no solo acabarían con su vida. Usarían su sangre para desatar un poder que destruiría el equilibrio del mundo.

“Ella no tiene idea del caos que lleva dentro”, pensó mientras se acercaba a ella, después de la batalla.

La criatura que habían enfrentado no era una amenaza real. Apenas un emisario de los Tejedores, enviado para probarla. Pero si ya sabían dónde estaba, significaba que el tiempo se agotaba. Tara no tenía ni idea del peso de su existencia, pero pronto tendría que enfrentarlo.

Cuando ella alzó la mirada hacia él y le pidió que la enseñara, Rhidian sintió una punzada inesperada en el pecho. Había algo en su voz, en la mezcla de miedo y determinación que transmitía, que lo hizo querer protegerla más de lo que debía.

“Cuidado, Rhidian”, se advirtió a sí mismo. “Ella es la clave, no un vínculo”.

Pero sabía que no sería tan simple. Desde el momento en que la vio, supo que Tara no era como los demás. Su luz no solo era poderosa; lo llamaba, lo atraía de una forma que no podía ignorar.

—Espero que estés lista para lo que viene, pequeña —dijo, su tono más duro de lo que realmente sentía. Porque si ella no lo estaba, todo estaba perdido.

Se apartó un poco de ella, dejando que recuperara el aliento mientras miraba el horizonte. La luna todavía brillaba sobre ellos, pero las sombras parecían más densas, más cercanas.

Kael le había advertido que esto podría pasar. “Si la encuentras, no te acerques demasiado”, le había dicho. “Ella es peligrosa, no solo para los Tejedores, sino para ti. Su poder no es algo que puedas controlar, y lo sabes”.

Pero no podía mantenerse alejado. Algo en Tara lo anclaba, lo desafiaba, lo hacía querer algo que no podía permitirse.

Mientras ella intentaba calmarse, Rhidian tomó una decisión. Si Tara iba a sobrevivir, necesitaría saberlo todo: sobre los Tejedores, sobre su linaje, y sobre el destino que la esperaba. Pero no le daría toda la verdad de inmediato. Ella todavía no era lo suficientemente fuerte para cargar con ella.

“Primero, la prepararé para pelear”, pensó. “Y después... después veremos si puede manejar el resto”.

Pero en el fondo, sabía que no solo estaba preparándola a ella. Cada momento que pasaba con Tara, cada mirada, cada palabra, lo hacía enfrentar sus propios demonios. Y el mayor de ellos era la certeza de que protegerla significaba algo más que salvar al mundo.

Significaba salvarse a sí mismo.

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