Rhidian observaba a Tara mientras ella luchaba con las emociones que se agitaban en su interior. Sus manos aún temblaban después de haber liberado aquella explosión de luz que, sin entrenamiento, había sido pura fuerza cruda. Había algo en ella que no esperaba encontrar: una chispa que se negaba a apagarse, incluso en medio del miedo.
“Así que esta es la última portadora de luz”, pensó, mientras pasaba una mano por el mango de su espada, más por costumbre que por necesidad. Durante años había esperado este momento, preparado para lo que implicaría. Pero verla frente a él, pequeña pero llena de una intensidad que no podía ignorar, era más de lo que había anticipado. No era la primera vez que escuchaba su nombre. Los Tejedores de Sombras, esa orden corrupta que juró erradicar todo rastro de magia luminosa, llevaban años susurrándolo en sus reuniones clandestinas. Tara. El nombre había surgido una y otra vez, acompañado de profecías y advertencias. “La última luz renacerá en las sombras”, decían. Y cuando lo hicieron, Rhidian supo que su misión cambiaría para siempre. Había estado rastreándola desde hacía meses. Siguiendo fragmentos de información y rastros de magia que apenas lograba percibir. Lo que no esperaba era encontrarla en un rincón tan remoto, viviendo como una simple curandera, ajena al poder que fluía en sus venas. Cuando la vio por primera vez en las ruinas, algo en su interior se estremeció. Ella no era como los otros portadores que había conocido. Había una fragilidad en su mirada, pero también una fuerza que lo desconcertó. No tenía ni idea de lo que era, de lo que significaba su existencia, y sin embargo, su presencia llenaba el aire de una forma que era imposible ignorar. “Tan ingenua, tan vulnerable”, pensó. Y, al mismo tiempo, no podía apartar la vista de ella. Rhidian había visto a muchos portadores antes de que los Tejedores los destruyeran. Sabía lo que su poder podía hacerles si no lo controlaban. La magia luminosa no solo era un don, era una maldición. Cuanto más la usaban, más atraían la oscuridad hacia ellos, hasta que quedaban consumidos por completo. Tara no sería diferente, a menos que aprendiera a luchar. Sin embargo, había algo más que lo inquietaba, algo que no había compartido ni siquiera con Kael, su único aliado. Había escuchado rumores sobre el linaje de Tara, sobre la conexión que tenía con una antigua reliquia capaz de inclinar la balanza entre luz y oscuridad. Si los Tejedores llegaban a ella primero, no solo acabarían con su vida. Usarían su sangre para desatar un poder que destruiría el equilibrio del mundo. “Ella no tiene idea del caos que lleva dentro”, pensó mientras se acercaba a ella, después de la batalla. La criatura que habían enfrentado no era una amenaza real. Apenas un emisario de los Tejedores, enviado para probarla. Pero si ya sabían dónde estaba, significaba que el tiempo se agotaba. Tara no tenía ni idea del peso de su existencia, pero pronto tendría que enfrentarlo. Cuando ella alzó la mirada hacia él y le pidió que la enseñara, Rhidian sintió una punzada inesperada en el pecho. Había algo en su voz, en la mezcla de miedo y determinación que transmitía, que lo hizo querer protegerla más de lo que debía. “Cuidado, Rhidian”, se advirtió a sí mismo. “Ella es la clave, no un vínculo”. Pero sabía que no sería tan simple. Desde el momento en que la vio, supo que Tara no era como los demás. Su luz no solo era poderosa; lo llamaba, lo atraía de una forma que no podía ignorar. —Espero que estés lista para lo que viene, pequeña —dijo, su tono más duro de lo que realmente sentía. Porque si ella no lo estaba, todo estaba perdido. Se apartó un poco de ella, dejando que recuperara el aliento mientras miraba el horizonte. La luna todavía brillaba sobre ellos, pero las sombras parecían más densas, más cercanas. Kael le había advertido que esto podría pasar. “Si la encuentras, no te acerques demasiado”, le había dicho. “Ella es peligrosa, no solo para los Tejedores, sino para ti. Su poder no es algo que puedas controlar, y lo sabes”. Pero no podía mantenerse alejado. Algo en Tara lo anclaba, lo desafiaba, lo hacía querer algo que no podía permitirse. Mientras ella intentaba calmarse, Rhidian tomó una decisión. Si Tara iba a sobrevivir, necesitaría saberlo todo: sobre los Tejedores, sobre su linaje, y sobre el destino que la esperaba. Pero no le daría toda la verdad de inmediato. Ella todavía no era lo suficientemente fuerte para cargar con ella. “Primero, la prepararé para pelear”, pensó. “Y después... después veremos si puede manejar el resto”. Pero en el fondo, sabía que no solo estaba preparándola a ella. Cada momento que pasaba con Tara, cada mirada, cada palabra, lo hacía enfrentar sus propios demonios. Y el mayor de ellos era la certeza de que protegerla significaba algo más que salvar al mundo. Significaba salvarse a sí mismo.El sol apenas asomaba entre las montañas cuando Tara salió al claro donde Rhidian le había indicado que comenzaría su entrenamiento. Habían pasado solo dos días desde que su vida había cambiado por completo, pero ya sentía que todo lo que había conocido antes era un recuerdo lejano.Rhidian la esperaba, con los brazos cruzados y una expresión seria que no dejaba lugar a protestas. Llevaba una espada en la mano, no una de esas armas ceremoniales relucientes que había visto en historias, sino una que parecía forjada para la batalla. Oscura, pesada, y con un filo que reflejaba la luz de la mañana.—Llegas tarde —dijo, sin preámbulos.Tara alzó una ceja. Había tenido suficiente de su actitud arrogante, pero sabía que discutir con él no la llevaría a ninguna parte.—Estaba preparándome mentalmente para soportarte —replicó con un toque de sarcasmo.Rhidian dejó escapar una risa baja, inesperada, que la hizo estremecer.—Eso es bueno. La resistencia mental es clave. Aunque dudo que est
El claro se llenó del eco de espadas chocando, el sonido metálico resonando en el aire como una canción de desafío. Tara apenas llevaba un par de días entrenando con Rhidian, y ahora, para su sorpresa y consternación, tenía a Bella como oponente.La hermana de Rhidian se movía con una elegancia que rozaba lo burlón, esquivando los torpes ataques de Tara con facilidad.—Vamos, portadora de luz —dijo Bella, con una sonrisa irónica mientras giraba su espada de madera con facilidad—. Pensé que tendrías algo más interesante que ofrecer.—Tal vez debería mostrarte lo que puedo hacer con mi magia —replicó Tara, estrechando los ojos mientras trataba de ignorar el ardor en sus músculos.—Oh, claro, usa un poco de fuego para quemarme el cabello. Eso seguro que salvará el mundo.—¡Bella! —La voz firme de Rhidian cortó el aire. Estaba apoyado contra un árbol cercano, observándolas con una mezcla de frustración y paciencia.Bella rodó los ojos y bajó su espada, dándole a Tara una oportunidad
Tara despertó temprano, con el cuerpo todavía dolorido del entrenamiento del día anterior. Cada músculo le recordaba los innumerables golpes que había recibido tanto de Rhidian como de Bella. "Sobreviví," pensó, con una mezcla de alivio y resignación mientras se levantaba.El claro estaba envuelto en una suave neblina, el aire fresco impregnado de los sonidos del bosque. Tara encontró a Bella junto a un fuego pequeño, ajustándose la capa mientras murmuraba algo en voz baja.—¿Vas a ignorarme como ayer, o esto será más civilizado? —preguntó Tara mientras se acercaba, con la intención de romper el hielo.Bella alzó una ceja, pero esta vez su sonrisa no era tan desdeñosa.—No soy tan terrible como crees. Solo estoy probándote.—¿Probándome para qué? —Tara se sentó frente a ella, cruzando las piernas.—Para ver si mereces todo el esfuerzo que estamos poniendo en ti. —Bella se encogió de hombros, pero sus ojos se suavizaron un poco—. Y, si te soy honesta, para protegerme.Tara se in
El claro se llenó de un silencio inquietante, la luz de la gema que había desaparecido dejando solo oscuridad. Tara podía sentir la presencia de los Tejedores, acercándose, acechando. El aire estaba denso, pesado, como si todo el bosque hubiera dejado de respirar.—¡Atrás! —gritó Rhidian, su espada levantada mientras avanzaba para ponerse entre Tara y las sombras que se deslizaban entre los árboles. Bella, detrás de él, también estaba lista, con la espada firmemente en sus manos.Tara sintió un frío helado recorrer su espina dorsal. En ese mismo instante, la oscuridad cobró forma, tomando las siluetas de criaturas altas y delgadas, con ojos brillantes como brasas ardientes. Los Tejedores.No eran humanos, ni criaturas puras de la oscuridad. Eran algo entre medio, seres que jugaban con la magia para torcerla a su voluntad. Tara había escuchado historias de ellos, pero nunca había creído que existieran realmente. Hasta ahora.—¡Defiéndete, Tara! —gritó Bella mientras atacaba a uno d
El silencio de la mansión se rompía solo por el crujir de la madera bajo sus pies mientras Tara recorría los pasillos. Aún no se había acostumbrado al ambiente oscuro y solemne de la casa. Las paredes, cargadas de historia, parecían susurrar secretos olvidados, pero Tara no podía dejar de pensar en lo que había sucedido en el bosque y lo que significaba la magia dentro de ella.Había algo que cambiaba cada vez que Rhidian la miraba. La tensión entre ambos había crecido, alimentada por las batallas, por la revelación de su poder, y por una atracción que ninguno de los dos quería admitir.—¿Estás bien? —La voz de Rhidian rompió sus pensamientos, suave, pero llena de preocupación.Tara se giró, encontrándose con él al final del pasillo. Él estaba allí, como una sombra que tomaba forma, su mirada fija en ella.—Solo… pensaba en todo esto —respondió ella, sin poder evitar que su voz sonara más vulnerable de lo que quisiera.Rhidian se acercó lentamente, su presencia dominante llenando
El ambiente en la mansión se había vuelto aún más tenso después de la inesperada aparición de Emma. Tara no podía dejar de pensar en el modo en que la chica había tocado el brazo de Rhidian con esa confianza absoluta, como si ya tuviera un derecho sobre él.Aunque había algo en su mirada que le parecía amigable, no podía evitar sentirse como una intrusa, como si ella fuera la última persona que debería estar allí. Después de todo, Rhidian la había llevado a la mansión para protegerla, pero ahora parecía que había otras presencias en el lugar, fuerzas y relaciones que Tara no comprendía por completo.Pero, ¿quién era Emma realmente?Emma había desaparecido en una de las habitaciones de la mansión poco después de la incómoda reunión. Tara había decidido que no podía seguir pensando en ella. Sin embargo, cada rincón de la mansión parecía serconde más preguntas, y la curiosidad de Tara era tan fuerte como el miedo que la invadía.De noche, cuando la mansión estaba envuelta en sombras, Tar
La campanada resonó en toda la mansión, vibrando a través de las paredes como un susurro antiguo que despertaba algo dormido. Tara sintió que el sonido le helaba la piel, como si anunciara que algo estaba a punto de cambiar.—¿Qué fue eso? —preguntó, deteniéndose en el pasillo mientras Rhidian la guiaba rápidamente hacia las escaleras.—No es normal que suene a esta hora —respondió él, con la mandíbula apretada—. Y cuando lo hace… significa problemas.Tara se tensó, sintiendo una corriente de ansiedad recorriéndole la espalda.—¿Problemas de qué tipo?Rhidian se detuvo al pie de la escalera, mirándola con intensidad.—Del tipo que no quieres conocer, pero no tendrás opción.La seriedad en su tono dejó claro que no estaba bromeando. Tara tragó saliva y asintió, siguiéndolo mientras descendían hacia el gran salón.La mansión, normalmente silenciosa, estaba ahora llena de una tensión que parecía palpable. Cuando llegaron al salón principal, Bella y otro hombre al que Tara no había visto
El nombre de Lilith resonó en la mente de Tara como un eco interminable. Había algo en ella que la hacía sentir expuesta, vulnerable. Pero al mismo tiempo, algo en esa mirada violeta despertaba una curiosidad que no podía ignorar.—¿La verdad sobre quién soy? —preguntó Tara, intentando mantener su voz firme, aunque su corazón latía con fuerza.Lilith asintió, dando un paso hacia adelante, pero Rhidian alzó una mano, deteniéndola con un gesto.—No darás un paso más —dijo él con frialdad. Sus ojos estaban fijos en los de Lilith, y Tara pudo notar la tensión en su mandíbula, como si estuviera conteniendo una emoción que podría explotar en cualquier momento.Lilith lo observó con una sonrisa tranquila, como si estuviera acostumbrada a esa reacción.—Tranquilo, Rhidian. No estoy aquí para pelear… aún.—Entonces habla desde donde estás —replicó Bella, que sostenía su daga como si estuviera lista para lanzarla en cualquier momento.Lilith suspiró, como si estuviera tratando con niños obstina