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Capítulo 4 Espadas y Secretos

El sol apenas asomaba entre las montañas cuando Tara salió al claro donde Rhidian le había indicado que comenzaría su entrenamiento. Habían pasado solo dos días desde que su vida había cambiado por completo, pero ya sentía que todo lo que había conocido antes era un recuerdo lejano.

Rhidian la esperaba, con los brazos cruzados y una expresión seria que no dejaba lugar a protestas. Llevaba una espada en la mano, no una de esas armas ceremoniales relucientes que había visto en historias, sino una que parecía forjada para la batalla. Oscura, pesada, y con un filo que reflejaba la luz de la mañana.

—Llegas tarde —dijo, sin preámbulos.

Tara alzó una ceja. Había tenido suficiente de su actitud arrogante, pero sabía que discutir con él no la llevaría a ninguna parte.

—Estaba preparándome mentalmente para soportarte —replicó con un toque de sarcasmo.

Rhidian dejó escapar una risa baja, inesperada, que la hizo estremecer.

—Eso es bueno. La resistencia mental es clave. Aunque dudo que estés lista para lo que viene.

Antes de que Tara pudiera responder, lanzó la espada hacia ella. Ella apenas tuvo tiempo de atraparla, y el peso del arma casi la derriba.

—¿Es en serio? —se quejó, ajustando la empuñadura en sus manos.

—La magia no es suficiente. Si quieres sobrevivir, tendrás que aprender a pelear. —Rhidian se acercó a ella, con pasos lentos pero decididos, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que Tara sintiera el calor de su cuerpo—. Y para pelear, primero tienes que confiar en tu fuerza.

—¿Y si no tengo fuerza? —preguntó, con una mezcla de desafío y duda en su voz.

Rhidian inclinó la cabeza, evaluándola como siempre hacía. Sus ojos grises eran intensos, como si pudieran atravesarla.

—Entonces aprenderás a encontrarla.

Sin darle más tiempo para replicar, Rhidian levantó su espada y atacó. Fue un movimiento controlado, pero lo suficientemente rápido como para que Tara apenas pudiera reaccionar. Alzó su propia espada torpemente, bloqueando el golpe con un chasquido metálico que resonó en el claro.

—¡¿Estás loco?! —gritó, retrocediendo tambaleante.

—No aprenderás si no sientes la presión —respondió él, imperturbable.

El entrenamiento continuó con intensidad. Rhidian no le dio tregua, obligándola a bloquear, esquivar y adaptarse a cada movimiento. Su cuerpo se tensaba con cada golpe, y aunque sabía que él estaba conteniéndose, sentía que estaba al límite.

Finalmente, después de lo que le parecieron horas, Tara perdió el equilibrio y cayó al suelo. La espada se deslizó de sus manos, y jadeó, tratando de recuperar el aliento. Rhidian se acercó, deteniéndose a un paso de ella.

—¿Eso es todo? —preguntó, con un tono que era mitad burla, mitad desafío.

—¡Dame un maldito respiro! —espetó Tara, mirándolo desde el suelo con furia.

Rhidian no respondió de inmediato. En cambio, se agachó frente a ella, lo suficientemente cerca como para que pudiera ver el brillo en sus ojos.

—La oscuridad no te dará respiros, Tara. Si caes, no habrá nadie para salvarte. —Su voz era baja, pero cargada de intensidad—. Tienes que levantarte.

Ella lo miró fijamente, sus ojos encontrándose en un momento que pareció alargarse. La proximidad entre ellos era electrizante, y Tara sintió su corazón acelerarse. Por un instante, olvidó el dolor en sus músculos, el peso de su espada, y todo lo demás. Solo estaban ellos, el uno frente al otro.

—¿Por qué te importa tanto si caigo? —preguntó, en un susurro.

Rhidian no apartó la mirada. Su mandíbula se tensó, y por un momento pareció debatirse consigo mismo.

—Porque si caes, todo lo demás también lo hará.

Antes de que Tara pudiera responder, un sonido rompió el momento.

—¿Interrumpo algo?

Ambos se giraron para ver a una mujer joven apoyada contra un árbol cercano. Tenía el cabello oscuro recogido en una trenza desordenada, y sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y desafío.

—Bella —dijo Rhidian, poniéndose de pie con un suspiro audible—. Llegas justo a tiempo.

—Eso parece. —Bella se acercó, mirando a Tara con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Así que tú eres la gran portadora de luz. Francamente, esperaba algo más impresionante.

Tara sintió que la sangre le hervía ante el comentario, pero antes de que pudiera responder, Rhidian interrumpió.

—Bella, compórtate. Ella no tiene que impresionarte.

—Oh, tranquilo, hermano. Solo estoy tanteando el terreno. —Bella alzó las manos en un gesto de falsa inocencia antes de volver a dirigir su atención a Tara—. Pero si realmente eres tan importante como él dice, espero que seas capaz de algo más que caer de culo.

—¿Quién demonios es esta? —preguntó Tara, mirando a Rhidian con el ceño fruncido.

—Mi hermana. —Rhidian parecía cansado, como si esta dinámica fuera algo que ya conocía bien—. Y va a ayudarnos.

Tara miró a Bella de nuevo, esta vez con más detenimiento. Había algo en su actitud que la irritaba profundamente, pero también una fuerza innegable en su porte.

—Genial —murmuró Tara, irónica—. Justo lo que necesitaba.

Bella sonrió ampliamente, claramente disfrutando de la incomodidad de Tara.

—Esto va a ser divertido.

Pero mientras los ojos de Bella destellaban con malicia, Tara sintió algo extraño. Había algo en ella, algo familiar, como si compartieran un lazo que no alcanzaba a entender.

El entrenamiento continuaría, pero Tara sabía que había mucho más bajo la superficie. Entre Rhidian, Bella, y los secretos que rodeaban su poder, estaba entrando en un juego mucho más peligroso de lo que había imaginado.

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