Diecinueve

Emma

La mañana siguiente me levanté pareciendo un zombi. Los mocos se me caían y parecía que mi garganta había sido rasgada con el rallador de queso. No me tomé la temperatura, pero al poner mi mano sobre mi frente supe que tenía fiebre. Mi cuerpo me dolía y no tenía ganas de levantarme de la cama, pero si no lo hacía mi vejiga iba a explotar. Me levanté a regañadientes y con mala cara y fui hasta el baño arrastrando mis pantuflas de Sullivan. Adoraba ese regalo de papá porque eran cómodas y los fines de semana, cuando me quedaba en casa todo el día, las usaba para no tener que andar con las zapatillas. Me gustaba estar suelta, relajada, pero lástima que hoy me sentía para el traste.

Cuando toqué el agua me dio la sensación de que estaba helada, y eso que no hacía tanto frío. En realidad, estáb

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