Capítulo 8
Daniel.

Se abre la puerta, es ella, me dedica una tímida mirada por una milésima de segundo, baja la cabeza, tiene los ojos y la nariz roja, aunque se maquilló para disimularlo, y puedo darme cuenta.

—¿Todo bien? —pregunto observándola con detenimiento.

—Sí, todo bien. Continuaré con lo que hacía.

La observó, se b**e el cabello y sigue en la misma posición que estaba más temprano, no aparta los ojos de la pantalla.

Me relamo los labios observando su boca carnosa, paso saliva recordando mi boca sobre la suya, la lucha de nuestras lenguas, sus jadeos y gemidos debajo de mí.

Me mira, desvía la mirada de nuevo.

—Parece que lloraste —digo, menea la cabeza, y suspira.

—No, todo está bien, señor Evans.

—Mañana debo ir a la sucursal de Puerto nuevo, quiero que vengas conmigo.

Me mira fijamente.

—Está bien, usted manda —responde parca.

—Trajeron café y galletas, ¿quieres?

Cierra los ojos, suspira y me mira de nuevo, con reproche en su mirada.

—Solo soy amable —le aclaro.

—Lo sé, pero soy quien
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