Capítulo 2

Es Clarissa, mi Clarissa.

Su rostro no ha cambiado nada, sin embargo, es diferente, hay en su mirada la misma dulzura y candidez que siempre amé, pero ahora también hay algo de frialdad y tristeza en ellos, su forma de abrazarse, y la manera en la que sus labios tiemblan por el frío de la noche me hizo recordar las veces que la vi así y quise ser quien la abrazara para calmar el frío de su cuerpo y darle calor a su alma también, me acerco a ella de forma instintiva, quiero estar cerca de ella.

No me reconoce, no quiero aclararle quién soy, se ve decida a tener su noche de pasión con un desconocido, solo que no soy un desconocido, y ella no lo sabe, o más bien no lo recuerda. La miro atento mientras camina abrazada a ella.

Se ve hermosa enfundada en un vestido azul marino de mangas largas y de falda larga hasta las pantorrillas, le acentúa el trasero, calza zapatos azules de terciopelo como su vestido que le queda como un guante y abraza sus pechos llenos y su cadera pronunciada, su rostro angelical es adornado con labios carnosos pintados en rojos, lo que los hace más apetecibles para besar, su cabello negro lacio lo lleva amarrado en una cola de caballo alta, se ve imponente, ojalá ella pudiera verse con mis ojos.

—¿Dónde dejaste tu auto? —pregunta fastidiada cuando llegamos al estacionamiento.

Trago saliva obligándome a volver a la conversación en la que ella no sabe quién soy.

Señalo el Mercedes negro, ella abre la boca y los ojos en señal de sorpresa, estiro mi mano y tomo la de ella, el contacto con su suave piel me electriza, sonrío y ella ladea la cabeza con coquetería.

Se vuelve a sorprender cuando la dirijo hacia los asientos traseros del auto, me mira con seriedad y se sube, la acompaño. Mi chófer hace contacto visual conmigo por el espejo retrovisor.

—Buenas noches, señor, señorita.

—Buenas noches, Marcos —respondo.

Ella se vuelve a mirarme, se acomoda en el asiento y mira por la ventana del auto mientras nos ponemos en marcha.

—¿Así que tienes chófer?

—Sabía que bebería, no es prudente manejar si bebes.

Sonríe de medio lado y afirma moviendo su cabeza con tanta delicadeza que hace que mi corazón se desboque.

—¿Entonces no lo haces para impresionarme? —pregunta con fingida coquetería.

Suelto una risa suave para no hacerla sentir mal, es tan inocente.

—Sí, desde que el adivino me dijo en un mercado hace tres años que me encontraría con una candente mujer en una fiesta y que debía llevarla a casa conmigo, dije que tenía que tener un Mercedes para impresionarla.

Sonríe.

—Con un Porsche me habrías impresionado más.

—¿En serio? —pregunto con tono divertido.

—No —responde, se echa a reír, aunque descubro un dejo de tristeza en su tono, y en la forma como deja de sonreír de forma abrupta. Hay un velo de tristeza en su mirada, apenas contengo las ganas de abrazarla, me conformo con estar cerca de ella.

Es preciosa.

Se muestra segura, pero se ve tan frágil tras esa mirada triste y abatida.

Deseo abrazarla y besar su frente, decirle que la evidente mala situación por lo que esté pasando, pasará y que será solo un mal recuerdo cuando mire atrás.

No deja de mirar asombrada el recorrido que hacemos por la urbanización hasta mi casa, parece una niña admirando vitrinas en Navidad, sonrío viendo su asombro, hasta que nos detenemos frente a las enormes rejas que dan la bienvenida a mi hogar, las rejas se abren y ella vuelve a mirarme, parece a punto de decir algo, pero se arrepiente.

Descendemos del auto, la ayudo a subir las escaleras, ya adentro mira a los lados como absorbiendo todas las imágenes.

—¿Quieres algo de tomar?

Niega.

—He bebido suficiente.

—Coincido, me referia a agua o una soda.

Niega de nuevo, está vez me dedica su sonrisa triste.

Señalo con la palma de la mano el amplio sofá de la sala tras el recibidor, admira la imagen del lugar con sorpresa y avanza con delicadeza, se sienta y me mira con sus enormes ojos.

—Definitivamente, estás pasando por algo, ¿quieres contarme? —pregunto mientras me siento en el sofá frente a ella, toma un par de respiraciones y niega mientras sonríe.

—No quiero pasar la noche sola, a veces solo quieres compañía.

Sonrió y afirmó.

—¿Por qué querías salir de allí así, de forma tan abrupta?

Se encoge de hombros, pasa saliva y sacude la cabeza.

—Solo quiero un desahogo, ¿Vives solo? ¿Estás casado? —pregunta en un suave susurro.

Mi pulso se acelera, imaginé tantas veces volver a verla y conversar con ella y ahora la tengo sentada en la sala de mi casa. Siento que el corazón me va a estallar en el pecho, paso saliva.

Alzo las cejas y aspiro aire para calmar mis emociones llenas de recuerdos de ella.

—Solo, no tengo pareja y vivo solo.

Chasquea la lengua, sacude su cabello y se relame los labios, suspiro mirándolos, vuelvo a ver sus ojos tristes.

—Mi prometido me traicionó —dice con un hilo de voz, baja la mirada.

Siento una punzada en la boca del estómago. Me levanto y me apresuro a sentarme a su lado, tomo sus manos entre las mías.

—Lo siento, él es un idiota.

Se relame los labios, suspira y los entreabre ligeramente, sus ojos vidriosos me miran atenta.

—Quizás él tenga razón —susurra.

—¿Sobre qué?

Cierra los ojos, un par de lágrimas recorren sus mejillas, baja la cabeza.

—Qué soy nadie, que nadie me desea.

Chasqueo la lengua, y aprieto más sus manos.

—No vales lo que él dice que vales.

—Fue tan cruel —dice, cierra los ojos y un par de lágrimas salen para recoger sus mejillas, se las retiro e instintivamente beso sus ojos húmedos, me alejo al darme cuenta del contacto tan íntimo que hemos compartido.

Alza la vista, me sonríe.

—Me has tratado muy bien, así me trata él, pero por detrás de mí, a mis espaldas dice todas las cosas horribles que de verdad piensa de mí.

—No eres lo que él dice que eres, quizás solo lo hacía para poder llevarse a la cama a la otra chica.

Afirma y sonríe, como si no hubiese contemplado esa posibilidad.

—¿Tú me deseas? —pregunta, relame sus labios carnosos, trago grueso, es hermosa y la deseo, pero no así, vulnerable y alcoholizada.

—Has bebido, no creo que debamos tener esta conversación ahora —digo intentando convencerla de que no es el momento.

Sonríe con tristeza, niega con los ojos cerrados meneando la cabeza de un lado a otro.

—Él tiene razón —murmura con dolor.

Mi cuerpo se tensa, beso sus manos con intensidad.

—Clarissa… —murmuro, mi voz cargada de emociones que apenas puedo controlar. 

Ella levanta la mirada, sorprendida por la intensidad en mi tono. En sus ojos hay un destello de confusión, pero también algo más: una chispa que no puedo ignorar. Me inclino hacia ella, y nuestros labios están tan cerca que puedo sentir su aliento.

Me preocupo porque recuerdo que no me ha dicho cómo se llama, examino su rostro, pero parece afectada por las emociones y no se ha dado cuenta de que la he llamado por su nombre.

—No quiero aprovecharme.

—Quizás sea yo la que se aproveche —susurra. Su aliento me excita aun más.

Por un instante, el tiempo parece detenerse. Luego, como si un imán invisible nos atrajera, nuestros labios se encuentran. Es un beso lleno de pasión contenida y de emociones que no necesitan palabras.

Nos levantamos así del sofá.

La tomo por las caderas pegándola de mi, jadea, pone sus delicadas manos sobre mi pecho, me mira como ave asustada, también veo deseo en sus ojos, su respiración está agitada y los latidos de su corazón se han disparado, se relame los labios y los entreabre con sensualidad.

—¿De verdad esto es lo que quieres? —pregunto una vez más.

—Lo deseo.

—Has bebido, quizás mucho, quiero asegurarme de que esto es lo que quieres.

—He bebido, tú también, sé lo que hago, lo deseo, es solo una vez, una noche —insiste, suspira y se pega más de mí, trago con dificultad, su movimiento ha hecho que mi sexo reaccione, jadeo y salto con mis labios sobre su boca, la ataco con hambre y deseo, ella responde con igual intensidad, se aferra a mi pecho, la oigo gemir mientras recorro su trasero con mis manos amansando con intensidad, y hurgo en su boca con mi lengua.

Suelto su boca para recorrer su cuello con mis labios, cierro los ojos y satisfago mi necesidad de recorrer su piel, ella gime y ladea la cabeza para que lo haga con más facilidad, echa la cabeza hacia atrás y se relame los labios, beso la delicada piel de su cuello.

—Vamos a mi habitación —digo con la voz entrecortada, agitado por el deseo.

La llevo de la mano, como tantas veces antes desee tomarla de la mano, estoy ansioso por desvestirla, abro la puerta de la habitación, la cierro detrás de ella, y la pego contra la pared, vuelvo sobre su boca, nos enredamos en un beso apasionado y aprovecho de recorrer su cintura y sus pechos que acaricio por encima de la tela del vestido, gimotea y pone su mano sobre la mía guiando el movimiento sobre su pecho que le hace sentir más placer.

Vuelvo a besar su cuello mientras subo la falda de su vestido, meto mis manos en su intimidad y tanteo su sexo, está húmedo, ella se contonea ante mi contacto y suelta un quejido de placer aferrándose a mis hombros.

—¡Házmelo!

—¿Segura?

—Basta ya, sí ¡Házmelo! Demuéstrame que sí me deseas.

—A eso vamos, preciosa.

La muevo con brusquedad hacia la cama, alzo su vestido, ella está agitada, con el rostro rojo, me ayuda y por fin tengo ante mí una imagen que hace que mi pecho estalle: sus pechos blancos y llenos de diosa, sus pezones erectos por el efecto de lo que hacíamos, su piel como porcelana, se queda mirándome y arrebata mi camisa, me desvisto con desespero y la alzo sobre mí.

La deposito en la cama y no espero nada para sentirla, sentir su piel ardiendo con la mía, nos volvemos un caos de besos y caricias, gemidos y gritos de placer en medio de la habitación con la luz encendida.

Es tan hermosa que me duele, es sensual y también es tan tierna, me ha rotó verla llorar por ese imbécil. Mi Clarissa, pienso.

La deseaba tanto.

Es la mujer más hermosa del mundo.

Contengo sus sacudidas de placer y beso sus labios cuando el acto acaba. Se echa a mi lado cubriéndose con la sabana, cierra los ojos y trata de regular su respiración, como yo.

Mi cuerpo sigue agitado, es su piel, he estado en ella me ha hecho arder el cuerpo y el alma.

—Eres increíble —digo jadeante. Cierro los ojos sin poder creer que lo acabo de hacer con ella, siento mi corazón y mi cuerpo elevandose por encima de mi.

Suspira hondo.

—Fue cosa de una noche, no volverá a pasar, te lo dije —dice.

Me echo a reír. Me vuelvo a verla, sigue mirando de forma fija el techo.

—¿Y crees que después de tenerte así te voy a dejar ir tan fácil?

—No nos hemos dicho nuestros nombres. Solo quería un desahogo.

Me pongo serio, ella no recuerda mi nombre, pero yo sé el suyo y se lo dije, pero no lo notó.

—Sé mis trucos —digo con tono seductor y divertido.

Sonríe con tristeza.

—El imbécil de mi prometido se coge a su asistente, lo oí decirle que es en ella, en quien piensa cuando está conmigo, que no le inspiro nada, que ningún hombre me desea por mala cama. Tú quieres volver a verme, supongo que no soy tan mala, entonces —dice con un gesto amargo.

—Es un imbécil, no mereces eso —escupo tenso, aprieto los puños deseando tenerlo al frente para partirle la cara por herirla.

—Es lo que hay, no puedo dejarlo, gracias por probar que se equivoca, debo irme.

Se levanta y se viste de forma monótona con expresión de dolor en el rostro, lo que me ha dicho le ha dolido decirlo, quisiera tener a ese hombre enfrente y partirle la cara.

—Mi chófer te llevará a dónde le digas.

—Gracias —dice con la voz quebrada. Me duele verla así. No lo merece.

Se aleja caminando hacia la puerta con paso decidido, mi corazón nunca la superó, creí que sí que después de tantos años había logrado enterrarla en lo más profundo de mi corazón.

Clarissa, preciosa, no mereces sufrir así, tú no, eres pura alegría y bondad, no merecías conocer la maldad, pienso.

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