Me quedé observando a ese corpulento hombre con traje formal. Su corbata adornaba su trabajado pecho y tenía ambas manos en los bolsillos.
A simple vista, parecía ser un hombre importante por el estilo. Su cabello negro era tan liso como el de Salomé, y sus ojos oscuros me hipnotizaban de cierta forma por lo intrigantes que eran. Tenía poca barba que contorneaba su rostro. La tonalidad de su piel era café con leche, ni muy clara, ni muy oscura.
Una ligera curva se formó en sus labios, sin dejar de verme.
—¿Puedes hablar? —cuestionó, en tono divertido.
—¿Me hablas a mí? —pregunté.
Me di cuenta de lo tonta que fue esa pregunta, después de pronunciarla. Quité el libro de mi rostro para mostrar mi cara y poder hablarle con más normalidad, aunque había algo en él que despertaba mi curiosidad.
—Sí, ¿ves a alguien más aquí? —bromeó, explorando el lugar con sus ojos.
Éramos los únicos que estábamos en ese espacio. Apreté los labios, tratando de evitar su penetrante mirada. Por alguna razón, me hacía sentir nerviosa, o tal vez era porque ningún extraño solía acercarse a mí.
Yo pasaba desapercibida con facilidad, muchos reconocían de inmediato que yo era Aurora Hidalgo, por eso preferían no involucrarse conmigo, para no tener problemas con mi padre.
—¿Necesitas algo? —inquirí, apoyando mis manos sobre mis muslos.
—También estoy leyendo ese libro, solo me falta el último capítulo y da la casualidad que lo tienes tú —expresó, señalándome disimuladamente con el dedo—. Sabes que es su única edición, no han llegado más copias a esta biblioteca.
—Oh, vale... Yo a penas voy por la mitad —titubeé, un poco nerviosa.
¿Cómo es que su voz gruesa causaba un aumento en mis latidos?
Era un completo desconocido. Jamás lo había visto y ya estaba imaginando cosas raras.
—Pero no te preocupes, puedo esperar a que lo termines —resopló, con pesadez.
Se dejó caer, sentándose frente a mí en otro sillón de la misma tela que el mío. Él apoyó ambos antebrazos sobre sus rodillas y fijó sus ojos en mí.
¿En serio esperaba que leyera el libro siendo observada?
Un escalofrío me recorrió la nuca.
—¿Me vas a ver todo el rato? —cuestioné.
—Sí.
—¿No te parece un poco extraño? Creo que ver a una persona mientras lee no es para nada cómodo —argumenté, dejando el libro sobre mis piernas.
—Bueno, ¿por qué no cambiamos? Yo termino de leer el capítulo que me falta, y tú me observas —insinuó, con picardía.
¿Estaba loco?
Sí, seguramente era un tipo loco que casualmente decidió ir a la biblioteca a molestar.
—Oye, si vas a seguir incomodándome voy a tener que llamar a la bibliotecaria para decirle que eres un acosador —amenacé, poniéndome de pie con firmeza.
Estaba dispuesta a marcharme.
El hombre también hizo lo mismo, pero buscaba detenerme. Tomó mis muñecas con delicadeza, lo cual me sorprendió. Gracias a ese agarre, dejé caer el libro al suelo porque su tacto me generó una punzada desconocida que alertó a mi corazón.
—No tienes que hacer eso —murmuró, con una voz profunda que me heló la sangre—. No planeo molestarte. Si te soy sincero, llevo varios días observándote.
Abrí los ojos, todavía seguía imponiendo su agarre en mí, pero no era algo que me lastimaba. Sentí que lo hacía para que yo no huyera, porque la realidad es que planeaba salir corriendo.
—¿Qué? ¿Sí eres un acosador? —interrogué, extrañada.
Mi ceño estaba fruncido. ¿Cómo es que llevaba días observándome y no me di cuenta? ¿Qué se traía entre manos?
—No lo veas así. Estaba buscando la manera de acercarme a ti porque me di cuenta que tenemos el mismo gusto en libros. Sería agradable poder hablar sobre ellos cada vez que nos topemos —explicó, soltando un suspiro.
Me soltó. Yo me quedé quieta, sin poder mover un músculo, tratando de descifrar lo que decía. ¿Tenían sentido sus palabras? Puede ser, pero eso significaba que él no sabía quién era yo.
Carraspeé, sacudiendo mi vestido por instinto.
—¿De casualidad sabes quién soy? Las demás personas evitan acercarse a mí para no tener problemas con mi familia —confesé, cruzada de brazos.
—Pues, eres una linda chica que seguro tiene una personalidad única. Podría seguir halagando cada parte de ti, pero prefiero no incomodarte —soltó, mirándome con diversión.
¿Estaba escuchando bien y me dijo linda? Vaya tonto...
No quería incomodarme, pero lo ha estado haciendo todo el rato.
Aun así, no pude evitar sentir un ardor extraño en mis mejillas. Tragué saliva, buscando las palabras adecuadas. Mi familia tenía poder, por lo tanto estaban planeando unir a sus hijas en matrimonio en el futuro, o por lo menos a Salomé.
No podía darme el lujo de conocer a cualquier hombre si ya mi destino estaba escrito.
Pero, ¿y si no planeaban casarme a mí?
—Agradezco tus palabras —Hice una ligera reverencia—. Pero no creo que tengamos nada en común, a parte de los libros —zanjé.
Era hora de irme. Recogí el libro del suelo para dárselo con formalidad. Lo mejor sería evitar cualquier tipo de problemas.
Él tomó el objeto, pero arrugó un poco la boca en descontento.
—¿No me aceptas un café? En símbolo de disculpa. Creo que no supe expresarme contigo. No planeo nada extraño, en serio, es la primera vez que veo a alguien con mis mismos gustos literarios, ¿está mal que quiera conocerte? —aclaró, con unos brillosos ojos que me apretaron el corazón.
Se veía sincero, por lo menos tenía modales y no era un imbécil como los del trabajo que solían lanzarme unos cumplidos un poco morbosos. A veces pensaba que Salomé no me defendía a propósito y le gustaba burlarse.
¿Aceptar un café de un desconocido?
Solo yo haría algo tan estúpido... Es que su mirada me transmitía una increíble calma, no parecía un mal hombre. De todas formas, mi chófer seguía esperándome afuera.
—Tranquila, será en la cafetería de al lado, no estaremos lejos —comentó, dejándome sorprendida.
¿Había una cafetería al lado? Dios, el único lugar en mi mente era esa biblioteca, tanto para no prestarle atención a su alrededor.
—Oh... De acuerdo, no veo ningún problema —respondí, con una risa nerviosa.
¿Por qué me costaba tanto decirle que no a la gente?
Me encogí de hombros.
—Y no te asustes, no soy ningún secuestrador —bromeó.
Le devolví la sonrisa, pero más forzada. El hombre empezó a caminar y yo lo seguí, hasta que pasamos por la recepción, en donde Sara nos veía con sorpresa.
—¿Están saliendo? —La mujer llevó ambas manos a su boca—. Me parece increíble. Dos personas de alto nivel juntas. Tal para cual.
—Qué va... Sara —Negué con ambas manos.
—Somos amigos, nada más —informó el moreno.
Lo miré con incredulidad, ¿cómo se inventaba semejante cosa? Aunque, Sara nos bombardearía de preguntas si le decíamos que éramos desconocidos... Seguro ellos dos también se conocían.
Lo que quería decir, que él no mentía al dejarme en claro que visitaba la biblioteca seguido. ¿Por qué tardé en darme cuenta? Eso de meterme dentro de los libros me lo tomé muy a pecho.
Suspiré.
—Pues, espero que hayan tenido una excelente visita, aunque duraron menos de lo previsto —sonrió Sara.
Le devolvimos nuestros pases y me despedí de ella, prometiendo que iba a volver como siempre lo hacía. El hombre salió, atravesando las puertas de vidrio y conmigo detrás.
Mi chófer seguía esperando en el estacionamiento del frente. Por lo menos él no hacía preguntas cada vez que yo salía, tampoco le comentaba a mis padres...
No es como si yo fuera tan importante para ellos.
El desconocido tenía razón, había una cafetería al lado bajo el nombre: Sugar Coffee. Miré el letrero con detenimiento, era sencillo. Ambos entramos, haciendo sonar la campanilla que alertaba a los que ya estaban dentro.
—Vayamos a mi mesa favorita —expresó.
El lugar no era sencillo como el letrero. Me quedé boquiabierta porque la cerámica blanca relucía con las luces y todas las mesas eran de una madera gruesa y pura, sin ningún tipo de daño. Las sillas hacían juego con la decoración del lugar.
Había una barra donde atendían a las personas, con una caja registradora incluida y múltiples bebidas en la estantería de atrás.
Él escogió un sitio al lado de la ventana, pudiéndose ver el exterior con facilidad. Yo seguía apreciando el lugar, sobre todo porque las personas parecían ser del mismo estatus social que yo.
¿Qué tan costoso sería?
—Lamento los problemas que te he causado —habló, sacándome de mis pensamientos.
—Ah, no... Tranquilo, no pareces ser un mal chico —lo calmé, con una sonrisa sincera.
—Me halagas, pero al decirme chico siento que piensas que soy más joven que tú —expresó, con una curva de lado en sus labios—. Y tengo veintiocho años, un poco viejo si te pones a pensar.
La misma edad que mi hermana...
Era tres años mayor que yo, igual no eran muchos.
—Bueno, no recuerdo haberte preguntado tu edad —reí, cubriéndome un poco la boca.
—¿Te han dicho que tu risa es encantadora? —inquirió, con ambas manos debajo de su barbilla.
Abrí los ojos.
—¿Eres así con todas? —cuestioné, cruzándome de brazos.
Alcé una ceja, si me iba a tratar como a una más del montón, no iba a permitírselo. Tal vez yo era una tonta, como decía Salomé, pero no iba a rebajarme con los desconocidos.
—A decir verdad, es la primera vez que hago esto —confesó, me dio gracia su expresión de inocencia.
—¿Te refieres a ligar? —pregunté, divertida.
—Bingo —Chasqueó sus dedos—. No nos hemos presentado. Mi nombre es Jean Zelaznog.
Mis párpados se abrieron más que nunca. ¿Zelaznog? No podía creerlo, ¿era una jodida broma? ¿En dónde me estaba metiendo?
¿Zelaznog? ¿Estábamos hablando de esa familia?Parpadeé varias veces, porque tenía entendido que esa familia era el más grande aliado de los Hidalgo, por lo que le debían muchísimo a mis padres... Aunque evitaban hablar del tema con la excusa de que lo harían en su momento.—¿Zelaznog? ¿Los creadores de la marca ZP? —cuestioné, para estar segura.Pero una mesera nos interrumpió para pedir nuestra orden.—Disculpen, ¿qué desean ordenar? —preguntó, preparada para anotar en una libreta pequeña.—Un café frío, sin leche. Y para la señorita... —El moreno me miró, esperando que continuara.—Ah, solo café... Caliente, con mucha azúcar —murmuré.—Enseguida.—Yo invito, podías haber pedido algo más. Hay variedad de desayunos y postres —comentó Jean.—No tengo hambre —respondí—. ¿Sabes quién soy? De otra forma, no me hubieras buscado...Él me miró, con unos ojos curiosos que me aceleraron los latidos, ¿cómo es que sus expresiones eran capaces de causarme distintas emociones? Tal vez porque nunc
—¿Pero los Hidalgo no saldrán perdiendo? —cuestioné.Si yo me iba, al ser una de las hijas de Eduard Hidalgo, ¿no generaría problemas eso? Mi mente estaba llena de interrogantes del por qué hicieron un acuerdo de tal magnitud.—No, Aurora. Ambas partes tendrán un lado ganador, y uno perdedor. Se trata de llegar a la igualdad, pero por supuesto, sabes que mi apellido es Hidalgo y como sea terminaré haciendo que eso siga así durante generaciones —aclaró, con unos ojos ambiciosos.—Haré lo que se me pida... —respondí, cabizbaja.—No te preocupes, seguirás viviendo en la mansión. Lo único que cambiará será tu lugar de trabajo. De todas formas, la empresa Zelaznog no queda muy lejos de aquí —comentó, para calmarme.Carajo...¿Significaba que trabajaría para Jean? Vaya manera de darle un giro a mi vida. Seguro él no estaría muy contento de saberlo.Suspiré.—¿Y por qué se me encomienda esto a mí? No creo que sea la más capacitada —solté.—Hace unos años se ha estado llevando a cabo un proce
*Narrado por Jean*Iba de camino a la empresa de los Hidalgo, me habían solicitado porque necesitaban hablar sobre la nueva incorporación de una empleada en mi empresa...Me preguntaba con qué fin mis padres hacían esto, si en el fondo sabían que los Hidalgo eran personas con ansias de poder y se preocupaban por ellos mismos.Detuve el coche en el estacionamiento y me bajé, con una mano en el bolsillo. Aurora no salía de mi cabeza, ojalá pudiera encontrarla de camino, me sacaría una sonrisa su simple presencia.No tardé en llegar a la oficina de Eduard Hidalgo, después de aclararle a la recepcionista que tenía una cita previa. El hombre me estaba esperando con una sonrisa, sentado en su escritorio de madera y con una pierna sobre la otra.—Un placer verlo, Jean Zelaznog —habló, levantándose para estrechar mi mano.—El placer es mío. Es un gusto estar aquí —respondí, siendo un poco hipócrita para no decepcionar a mis padres.Tenía que conservar mi cargo y volverme un CEO oficial a como
Jean fue mi héroe, jamás iba a olvidar el hecho de que derribó la puerta para evitar un trágico destino.No paraba de sonreír al recordarlo.Estaba desayunando junto a mi madre. Papá me dio otro día libre para descansar y recuperarme del pequeño trauma que me hicieron pasar. No había visto a Salomé desde lo sucedido, y eso que vivíamos en la misma casa.Me preguntaba qué le había dicho mi padre, o si le quitó el cargo, era muy poco probable que sucediera, teniendo en cuenta que era la heredera.Removí los huevos revueltos. Mamá no me miraba y estaba concentrada en leer las noticias por internet desde su celular. Era como su periódico diario.—Aquí tiene, disculpe la tardanza, señorita —Una sirvienta terminó de traer el café que faltaba.—Gracias —respondí.—Parece que los Zelaznog han avanzado bastante con nuestra ayuda —habló la mujer.Levanté la vista luego de haber bebido un sorbo de café. Ella no solía hablar a menos que estuviéramos todos en la mesa. Conmigo era bastante reservad
Abrí la puerta de la oficina de Salomé, ya quería irme y dejar de trabajar para ella, así la evitaba lo más posible.Entré con cautela, tratando de no llamar su atención. Pero ella alzó el mentón de inmediato y se levantó de su escritorio para caminar hacia mí.Sus ojos azules me asesinaban, y sus dientes estaban chocando.—Eres la culpable de todo lo que me pasa —gruñó, señalándome con el dedo.—¿Crees que está bien lanzar a tu hermana a los brazos de un abusador? —cuestioné, con la voz temblorosa.—¡Me importas un carajo! —exclamó—. Por tu culpa papá me quitó el sueldo durante los próximos meses y me duplicó el trabajo si quiero conservar el puesto.—Es un buen castigo, de hecho, fue piadoso —confesé, asintiendo.No iba a seguir quedándome callada.—¿Te estás burlando de mí? —masculló, cerrando los puños—. ¡Ponte a trabajar de una vez!—Salomé, no eres una buena hermana —escupí, decidida en acabar la ligera relación que teníamos.O bueno, yo era la única que lo veía como una buena r
Un día más y me iría a trabajar para los Zelaznog.No había visto a Jean desde el día que estuvo en la empresa y me dio el beso en la mejilla que me tomé muy a pecho. No le pedí el número. Él tampoco había ido a la biblioteca, por lo que solía leer sola.Me preguntaba qué le había pasado, aunque seguro estaba bastante ocupado con sus labores.Estaba sentada en el comedor, era la hora de la cena y siempre nos reuníamos en familia. El ambiente era silencioso todos los días, pero la costumbre hizo que se volviera cómodo.—Papi, ¿todavía no consigues a un buen candidato como esposo para mí? —inquirió Salomé, sonando el plato con el tenedor.Entre cerré mis ojos porque esa mujer hablaba con nuestros padres como si fuera la niña buena.Removí la ensalada frente a mí y llevé un poco a mi boda, prestando atención a la conversación que tendrían.—Es un poco pronto para hacer esas preguntas, pero ten por seguro que este año te casas, Salomé —informó papá, con seriedad.—¿Y piensas buscarle espo
Nervios.Era la palabra adecuada que me describía en el momento en que pisé el edificio ZP. Mi nuevo lugar de trabajo.Inhalé hondo, atravesando las puertas de vidrio de la entrada y caminando hasta llegar a la recepción en donde estaba una joven con una amplia sonrisa.Me acerqué y posé mi mano sobre el mostrador con poca confianza, no se me daba muy bien conocer a alguien nuevo, pero vería a esa recepcionista a diario, así que tenía que socializar.—Bienvenida, debes ser la nueva empleada —comentó, con los ojos entrecerrados.—Aurora Hidalgo, un placer conocerla —me presenté.Ella era una mujer de cabellera negra y corta, le llegaba hasta las orejas. Sus rasgos eran asiáticos, sobre todo sus pequeños ojos café que me miraban con amabilidad.Se formaban ligeros hoyuelos en sus mejillas y su piel era muchísimo más pálida que la mía.—Sé quién eres. Jean me ordenó acompañarte hasta su oficina, así que firma esta hoja y nos pondremos a ello —Me entregó un bolígrafo—. Ah, olvidé presenta
*Narrado por Jean*Las cenas en casa eran un poco incómodas porque mis padres siempre buscaban la manera de regañarme por mi propio bien.Lo cual era una excusa para llevar por el camino de la perfección a su único hijo.La sirvienta terminó de servir el vino en cada copa. Por muy grande que fuera la mesa, sentía la mirada penetrante de ambos sobre mí. Los cubiertos y el plato de porcelana relucían gracias a la lámpara que teníamos encima.Querían decirme algo, eso estaba más que claro.—Muy bien, los escucho —hablé, rompiendo el silencio que predominaba en el ambiente.Apoyé ambos codos sobre la mesa, dejando la comida caliente de lado, porque estaba seguro que se me quitaría el apetito al hablar con ellos.—Deberías llevarte bien con la hija mayor de los Hidalgo. Es una joven adecuada para nuestra familia, Jean —indicó mi madre, con un tono neutral.La mujer tenía cincuenta y seis años y un corto cabello negro. Sus pequeños ojos miel me miraban con detenimiento, buscando que yo come