—¡Ay, ya! ¡Quítate! Ni para eso sirves —exclamó Salomé, empujándome con fuerza.
Se abrió paso hacia la mesa del estudio. Me había pedido que le redactara un informe acerca de los nuevos productos frescos que llegaron al restaurante, pero no le gustó.
A mi hermana mayor nunca le gustaba nada de lo que yo hacía, era como si mi simple presencia le enojara. No entendía, si yo lo único que quería era caerle bien. Me portaba bien con ella, sin recibir el mismo trato.
—Hermana, ¿no puedes volverlo a revisar? Estoy segura de que quedó bien —inquirí, acercándome.
Ella era una mujer castaña, de veintiocho años, cuyos ojos eran tan azules como el cielo, y yo los tenía igual. Me clavó su típica mirada de fastidio, esa que claramente me decía: vete.
Traté de colocar mi mano en su hombro para tranquilizarla, pero me la quitó de golpe, arrugando la nariz.
—¡Te he dicho que no me toques! Ash, me agotas la paciencia, Aurora. No entiendo cómo puedes ser tan estúpida —masculló, con una mano en su sien—. Yo haré el trabajo que nunca haces bien. Ya puedes marcharte.
Bajé la cabeza.
¿Por qué se molestaba todo el tiempo? No podíamos tener ni un momento tranquilo sin que se le salieran los humos.
Apreté los labios, sostuve los pliegues de mi sencillo vestido estampado con flores y me atreví a refutar en su contra, porque mi intención no era arruinar su día, solo quería que fuéramos hermanas normales.
Sin discusiones, sin peleas, ni nada por el estilo.
—Salomé, no creo que debamos llevarnos mal, te lo he venido diciendo desde hace años —solté, tratando que mi voz saliera con firmeza.
Ella levantó el mentón y me miró como si estuviera ofendida. Frunció el ceño y se levantó de su asiento, apoyando sus dedos en el escritorio con cautela. No sabía si estaba buscando intimidarme, pero esa sonrisa maliciosa me daba mala espina.
—¿En serio crees que tienes derecho de hablar? —Se cruzó de brazos—. Yo soy la responsable de seguir llevando a la cima a H&G. Te trataré como me dé la gana —añadió.
Se acercó hasta posar su dedo índice sobre mi frente, es lo que solía hacer cuando mis palabras la aturdían y quería liberarse de mí.
—Que te quede claro —Tomó una pausa para susurrarme al oído—: No me agradas, y nunca lo harás. Eres muy tonta, hermanita. Lástima que no te das cuenta de ello.
Se separó para soltar una aguda carcajada fingida. La miré con las cejas hundidas. En verdad, lo único que deseaba era caerle bien a mi propia hermana.
No me rendía, porque mi objetivo era hacer que dejara de odiarme, pero dadas las circunstancias, no iba a aguantar esos tratos para siempre.
Cada vez era más difícil hacerla cambiar de opinión.
—¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho? —cuestioné, sintiendo el nudo en la garganta.
—¿Es que no lo entiendes? —bufó, con diversión—. Tu simple aspecto me desagrada, querida. ¿Crees que por ser rubia serás el centro de atención? ¿Crees que por tener una cara bonita y hacerte la inocente me ganarás? —escupió.
Caminó con lentitud por toda la habitación, ella exploraba el lugar con sus ojos. ¿Todo por mi apariencia? Eso no tenía sentido, si ella era muchísimo más hermosa que yo.
Su figura esbelta la hacía parecer una modelo, sobre todo sus firmes y bien formados glúteos que se notaban más gracias a su falda de tubo. Su blusa blanca de botones apoyaba al look de oficina, aunque estuviéramos en la mansión Hidalgo.
Salomé y yo trabajábamos en la misma empresa, solo que ella era la futura heredera del cargo de CEO, pero antes de poder asumir ese papel, debía contraer matrimonio... Nunca solía hablarme de ese tema.
Papá seguía siendo el CEO de H&G, nadie dudaba de él porque su restaurante era el más famoso de la ciudad, calificado con cinco estrellas y más de un millón de reseñas en la web.
—¡Pero hermana, yo no te voy a quitar nada! —exclamé, defendiéndome.
Algo en mí me decía que ella cambiaría el día que subiera a la cima. A Salomé le asustaba la posibilidad de que yo pudiera quedarme con el cargo, lo cual era totalmente imposible, pues nuestros padres dejaron en claro que ella era la heredera.
Yo solo sería su mano derecha, más nada.
En la empresa yo era una simple secretaria que trabajaba para Salomé, quien era la directora ejecutiva de operaciones. Ambas solíamos tener discusiones bastante fuertes en el trabajo.
Nuestros padres no apoyaban a ninguna de las dos cuando teníamos diferencias, o bueno; mamá estaba más del lado de Salomé. Nos veían como inmaduras a la hora de discutir por trivialidades, pero la que siempre llegaba a esas discusiones era Salomé.
—Cállate, Aurora. Tu voz es muy molesta, entiéndeme —dijo, entre dientes—. ¿Por qué no te vas? Déjame terminar este trabajo sola.
—Tenemos el día libre, deberías descansar un poco —recomendé, juntando ambas manos.
—¿Vas a cuestionarme otra vez? —inquirió, en tono burlón—. Es increíble que tu cabecita no comprenda lo que te digo.
—Hermana, yo solo me preocupo por ti —expresé, lastimada por sus palabras.
Yo la quería. Ella había sido mi ejemplo a seguir desde pequeñas. ¿Por qué no se sentía igual?
Haber crecido junto a Salomé fue bonito, pero también doloroso... No recordaba en qué momento empezó a tratarme así, si antes nos divertíamos mucho.
—Pues yo no me preocupo por ti, así que lárgate, Aurora —ordenó, señalando la puerta.
—Puedo ayudarte... —murmuré, con la vista en el suelo.
—¡Deja de decir estupideces! ¡No pudiste redactar bien el informe! ¿Cómo no quieres que esté molesta? —chilló, viéndose frustrada—. Mejor vete.
—Pero... —No me dejó terminar.
—Si no te vas ahora, le diré a papá que no dejas de hacer todo mal —amenazó.
Tragué saliva. Mis ojos se abrieron con sorpresa y horror porque Salomé cada vez caía más bajo al querer acusarme con nuestro padre.
Ya no éramos niñas, eso no le iba a servir para toda la vida.
—Salomé, estamos un poco grandes para esto... —titubeé.
—¡No me digas qué puedo hacer y qué no! —exclamó, con la mandíbula tensa.
Agarró el vaso de agua que estaba sobre el escritorio y con un movimiento rápido, lo derramó encima de mí. Cerré los ojos, esperando que el líquido terminara de recorrer mi frente, hasta bajar por mi cuello.
Apreté los puños con rabia. Estaba fría, y eso que no tenía hielo. Salomé hacía ese tipo de cosas cuando perdía la paciencia, pero era mi culpa, después de todo la hice enojar.
—Lo siento...
—¡Que te calles, tonta! ¡Vete de una buena vez! —Empezó a empujarme con sus manos.
Sus uñas se enterraron un poco en mi espalda, dejándome entristecida por no poder hacerla cambiar de opinión respecto a mí. Anhelaba que fuéramos unas buenas hermanas, pero por más que pasaran los años, no lo lograba.
Tenía que rendirme con ella.
Abrió la puerta del estudio, sacándome casi a patadas de ahí. Estaba mojada, sola y pensando en cada cosa que yo hacía para molestar a Salomé sin querer.
—Dios... —resoplé.
Caminé por los pasillos de la mansión hasta llegar al baño de mi habitación y poder cambiarme de ropa. Debía salir de ahí, aprovechando que tenía el día libre.
Mi horario de trabajo empezaba a la una de la tarde, por lo que también solía salir en las mañanas a mi lugar seguro: una biblioteca.
Leer libros me alejaba de la realidad, lograba que yo me metiera de lleno en una historia para poder ignorar todo lo malo que me sucedía.
Salí de la mansión, sin avisarle a mi madre porque era la que se encontraba en casa. Le pedí al chófer de la familia que me llevara. De todas formas, nadie se daba cuenta cuando yo salía de casa.
Era como si no tuviera importancia. Una vez estuve fuera durante dos días y no preguntaron por mí. ¿Debería de sentirme mal por eso?
Llegué a mi destino. Abrí las puertas de vidrio hasta toparme con la bibliotecaria, se podía decir que era mi única buena conocida. Una mujer de piel pálida y cabello naranja. Sus ojos azules me miraban con ternura, junto a una agradable sonrisa.
—Aurora, bienvenida. Hoy has venido temprano —comentó, con amabilidad.
—Sara, hoy me quedaré un buen rato... —resoplé.
—¿Otra vez problemas con tu hermana? Siempre vienes por eso —preguntó, con la palma de la mano en su mejilla.
—Adivinaste.
—De acuerdo. Hay una nueva maquina expendedora en el lugar donde te sientas siempre. Y como ya sabes, son sesenta la hora, pero como eres una fiel visitante, te la bajaré a cincuenta —informó con un guiño de ojo.
—Muchas gracias, aunque sabes que puedo pagarlo —reí.
Tomé el pase que me dio y caminé, mirando el montón de libros de diferente contenido en los estantes. Prefería leer en la biblioteca porque lo sentía mi lugar seguro, sin tener que llevármelos a casa.
Busqué el libro que estaba leyendo la última vez que estuve ahí... Lo encontré con facilidad, estaba en la misma estantería. Lo tomé y contenta me senté en mi sillón favorito, de una textura aterciopelada y color rosado.
Mi culo se hundía en el asiento, era una experiencia agradable. Solté una bocanada de aire, lista para comenzar con mi lectura.
Me dejé llevar por las palabras y lo atrapante que era la historia. Mi concentración se fue más allá de lo que imaginaba.
—¿Salvada por el CEO? Es un excelente libro —Una voz masculina y desconocida me habló.
Mi cuerpo se sobresaltó y me cubrí la mitad de la cara con el libro abierto, solo dejé a la vista mis ojos ante aquél desconocido.
Fue un poco extraño.
¿Quién era él?, ¿por qué me habló?
Me quedé observando a ese corpulento hombre con traje formal. Su corbata adornaba su trabajado pecho y tenía ambas manos en los bolsillos.A simple vista, parecía ser un hombre importante por el estilo. Su cabello negro era tan liso como el de Salomé, y sus ojos oscuros me hipnotizaban de cierta forma por lo intrigantes que eran. Tenía poca barba que contorneaba su rostro. La tonalidad de su piel era café con leche, ni muy clara, ni muy oscura.Una ligera curva se formó en sus labios, sin dejar de verme.—¿Puedes hablar? —cuestionó, en tono divertido.—¿Me hablas a mí? —pregunté.Me di cuenta de lo tonta que fue esa pregunta, después de pronunciarla. Quité el libro de mi rostro para mostrar mi cara y poder hablarle con más normalidad, aunque había algo en él que despertaba mi curiosidad.—Sí, ¿ves a alguien más aquí? —bromeó, explorando el lugar con sus ojos.Éramos los únicos que estábamos en ese espacio. Apreté los labios, tratando de evitar su penetrante mirada. Por alguna razón, m
¿Zelaznog? ¿Estábamos hablando de esa familia?Parpadeé varias veces, porque tenía entendido que esa familia era el más grande aliado de los Hidalgo, por lo que le debían muchísimo a mis padres... Aunque evitaban hablar del tema con la excusa de que lo harían en su momento.—¿Zelaznog? ¿Los creadores de la marca ZP? —cuestioné, para estar segura.Pero una mesera nos interrumpió para pedir nuestra orden.—Disculpen, ¿qué desean ordenar? —preguntó, preparada para anotar en una libreta pequeña.—Un café frío, sin leche. Y para la señorita... —El moreno me miró, esperando que continuara.—Ah, solo café... Caliente, con mucha azúcar —murmuré.—Enseguida.—Yo invito, podías haber pedido algo más. Hay variedad de desayunos y postres —comentó Jean.—No tengo hambre —respondí—. ¿Sabes quién soy? De otra forma, no me hubieras buscado...Él me miró, con unos ojos curiosos que me aceleraron los latidos, ¿cómo es que sus expresiones eran capaces de causarme distintas emociones? Tal vez porque nunc
—¿Pero los Hidalgo no saldrán perdiendo? —cuestioné.Si yo me iba, al ser una de las hijas de Eduard Hidalgo, ¿no generaría problemas eso? Mi mente estaba llena de interrogantes del por qué hicieron un acuerdo de tal magnitud.—No, Aurora. Ambas partes tendrán un lado ganador, y uno perdedor. Se trata de llegar a la igualdad, pero por supuesto, sabes que mi apellido es Hidalgo y como sea terminaré haciendo que eso siga así durante generaciones —aclaró, con unos ojos ambiciosos.—Haré lo que se me pida... —respondí, cabizbaja.—No te preocupes, seguirás viviendo en la mansión. Lo único que cambiará será tu lugar de trabajo. De todas formas, la empresa Zelaznog no queda muy lejos de aquí —comentó, para calmarme.Carajo...¿Significaba que trabajaría para Jean? Vaya manera de darle un giro a mi vida. Seguro él no estaría muy contento de saberlo.Suspiré.—¿Y por qué se me encomienda esto a mí? No creo que sea la más capacitada —solté.—Hace unos años se ha estado llevando a cabo un proce
*Narrado por Jean*Iba de camino a la empresa de los Hidalgo, me habían solicitado porque necesitaban hablar sobre la nueva incorporación de una empleada en mi empresa...Me preguntaba con qué fin mis padres hacían esto, si en el fondo sabían que los Hidalgo eran personas con ansias de poder y se preocupaban por ellos mismos.Detuve el coche en el estacionamiento y me bajé, con una mano en el bolsillo. Aurora no salía de mi cabeza, ojalá pudiera encontrarla de camino, me sacaría una sonrisa su simple presencia.No tardé en llegar a la oficina de Eduard Hidalgo, después de aclararle a la recepcionista que tenía una cita previa. El hombre me estaba esperando con una sonrisa, sentado en su escritorio de madera y con una pierna sobre la otra.—Un placer verlo, Jean Zelaznog —habló, levantándose para estrechar mi mano.—El placer es mío. Es un gusto estar aquí —respondí, siendo un poco hipócrita para no decepcionar a mis padres.Tenía que conservar mi cargo y volverme un CEO oficial a como
Jean fue mi héroe, jamás iba a olvidar el hecho de que derribó la puerta para evitar un trágico destino.No paraba de sonreír al recordarlo.Estaba desayunando junto a mi madre. Papá me dio otro día libre para descansar y recuperarme del pequeño trauma que me hicieron pasar. No había visto a Salomé desde lo sucedido, y eso que vivíamos en la misma casa.Me preguntaba qué le había dicho mi padre, o si le quitó el cargo, era muy poco probable que sucediera, teniendo en cuenta que era la heredera.Removí los huevos revueltos. Mamá no me miraba y estaba concentrada en leer las noticias por internet desde su celular. Era como su periódico diario.—Aquí tiene, disculpe la tardanza, señorita —Una sirvienta terminó de traer el café que faltaba.—Gracias —respondí.—Parece que los Zelaznog han avanzado bastante con nuestra ayuda —habló la mujer.Levanté la vista luego de haber bebido un sorbo de café. Ella no solía hablar a menos que estuviéramos todos en la mesa. Conmigo era bastante reservad
Abrí la puerta de la oficina de Salomé, ya quería irme y dejar de trabajar para ella, así la evitaba lo más posible.Entré con cautela, tratando de no llamar su atención. Pero ella alzó el mentón de inmediato y se levantó de su escritorio para caminar hacia mí.Sus ojos azules me asesinaban, y sus dientes estaban chocando.—Eres la culpable de todo lo que me pasa —gruñó, señalándome con el dedo.—¿Crees que está bien lanzar a tu hermana a los brazos de un abusador? —cuestioné, con la voz temblorosa.—¡Me importas un carajo! —exclamó—. Por tu culpa papá me quitó el sueldo durante los próximos meses y me duplicó el trabajo si quiero conservar el puesto.—Es un buen castigo, de hecho, fue piadoso —confesé, asintiendo.No iba a seguir quedándome callada.—¿Te estás burlando de mí? —masculló, cerrando los puños—. ¡Ponte a trabajar de una vez!—Salomé, no eres una buena hermana —escupí, decidida en acabar la ligera relación que teníamos.O bueno, yo era la única que lo veía como una buena r
Un día más y me iría a trabajar para los Zelaznog.No había visto a Jean desde el día que estuvo en la empresa y me dio el beso en la mejilla que me tomé muy a pecho. No le pedí el número. Él tampoco había ido a la biblioteca, por lo que solía leer sola.Me preguntaba qué le había pasado, aunque seguro estaba bastante ocupado con sus labores.Estaba sentada en el comedor, era la hora de la cena y siempre nos reuníamos en familia. El ambiente era silencioso todos los días, pero la costumbre hizo que se volviera cómodo.—Papi, ¿todavía no consigues a un buen candidato como esposo para mí? —inquirió Salomé, sonando el plato con el tenedor.Entre cerré mis ojos porque esa mujer hablaba con nuestros padres como si fuera la niña buena.Removí la ensalada frente a mí y llevé un poco a mi boda, prestando atención a la conversación que tendrían.—Es un poco pronto para hacer esas preguntas, pero ten por seguro que este año te casas, Salomé —informó papá, con seriedad.—¿Y piensas buscarle espo
Nervios.Era la palabra adecuada que me describía en el momento en que pisé el edificio ZP. Mi nuevo lugar de trabajo.Inhalé hondo, atravesando las puertas de vidrio de la entrada y caminando hasta llegar a la recepción en donde estaba una joven con una amplia sonrisa.Me acerqué y posé mi mano sobre el mostrador con poca confianza, no se me daba muy bien conocer a alguien nuevo, pero vería a esa recepcionista a diario, así que tenía que socializar.—Bienvenida, debes ser la nueva empleada —comentó, con los ojos entrecerrados.—Aurora Hidalgo, un placer conocerla —me presenté.Ella era una mujer de cabellera negra y corta, le llegaba hasta las orejas. Sus rasgos eran asiáticos, sobre todo sus pequeños ojos café que me miraban con amabilidad.Se formaban ligeros hoyuelos en sus mejillas y su piel era muchísimo más pálida que la mía.—Sé quién eres. Jean me ordenó acompañarte hasta su oficina, así que firma esta hoja y nos pondremos a ello —Me entregó un bolígrafo—. Ah, olvidé presenta