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La tentación del CEO
La tentación del CEO
Por: Pantergirl
Capítulo 1: Discusión

—¡Ay, ya! ¡Quítate! Ni para eso sirves —exclamó Salomé, empujándome con fuerza.

Se abrió paso hacia la mesa del estudio. Me había pedido que le redactara un informe acerca de los nuevos productos frescos que llegaron al restaurante, pero no le gustó.

A mi hermana mayor nunca le gustaba nada de lo que yo hacía, era como si mi simple presencia le enojara. No entendía, si yo lo único que quería era caerle bien. Me portaba bien con ella, sin recibir el mismo trato.

—Hermana, ¿no puedes volverlo a revisar? Estoy segura de que quedó bien —inquirí, acercándome.

Ella era una mujer castaña, de veintiocho años, cuyos ojos eran tan azules como el cielo, y yo los tenía igual. Me clavó su típica mirada de fastidio, esa que claramente me decía: vete.

Traté de colocar mi mano en su hombro para tranquilizarla, pero me la quitó de golpe, arrugando la nariz.

—¡Te he dicho que no me toques! Ash, me agotas la paciencia, Aurora. No entiendo cómo puedes ser tan estúpida —masculló, con una mano en su sien—. Yo haré el trabajo que nunca haces bien. Ya puedes marcharte.

Bajé la cabeza.

¿Por qué se molestaba todo el tiempo? No podíamos tener ni un momento tranquilo sin que se le salieran los humos.

Apreté los labios, sostuve los pliegues de mi sencillo vestido estampado con flores y me atreví a refutar en su contra, porque mi intención no era arruinar su día, solo quería que fuéramos hermanas normales.

Sin discusiones, sin peleas, ni nada por el estilo.

—Salomé, no creo que debamos llevarnos mal, te lo he venido diciendo desde hace años —solté, tratando que mi voz saliera con firmeza.

Ella levantó el mentón y me miró como si estuviera ofendida. Frunció el ceño y se levantó de su asiento, apoyando sus dedos en el escritorio con cautela. No sabía si estaba buscando intimidarme, pero esa sonrisa maliciosa me daba mala espina.

—¿En serio crees que tienes derecho de hablar? —Se cruzó de brazos—. Yo soy la responsable de seguir llevando a la cima a H&G. Te trataré como me dé la gana —añadió.

Se acercó hasta posar su dedo índice sobre mi frente, es lo que solía hacer cuando mis palabras la aturdían y quería liberarse de mí.

—Que te quede claro —Tomó una pausa para susurrarme al oído—: No me agradas, y nunca lo harás. Eres muy tonta, hermanita. Lástima que no te das cuenta de ello.

Se separó para soltar una aguda carcajada fingida. La miré con las cejas hundidas. En verdad, lo único que deseaba era caerle bien a mi propia hermana.

No me rendía, porque mi objetivo era hacer que dejara de odiarme, pero dadas las circunstancias, no iba a aguantar esos tratos para siempre.

Cada vez era más difícil hacerla cambiar de opinión.

—¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho? —cuestioné, sintiendo el nudo en la garganta.

—¿Es que no lo entiendes? —bufó, con diversión—. Tu simple aspecto me desagrada, querida. ¿Crees que por ser rubia serás el centro de atención? ¿Crees que por tener una cara bonita y hacerte la inocente me ganarás? —escupió.

Caminó con lentitud por toda la habitación, ella exploraba el lugar con sus ojos. ¿Todo por mi apariencia? Eso no tenía sentido, si ella era muchísimo más hermosa que yo.

Su figura esbelta la hacía parecer una modelo, sobre todo sus firmes y bien formados glúteos que se notaban más gracias a su falda de tubo. Su blusa blanca de botones apoyaba al look de oficina, aunque estuviéramos en la mansión Hidalgo.

Salomé y yo trabajábamos en la misma empresa, solo que ella era la futura heredera del cargo de CEO, pero antes de poder asumir ese papel, debía contraer matrimonio... Nunca solía hablarme de ese tema.

Papá seguía siendo el CEO de H&G, nadie dudaba de él porque su restaurante era el más famoso de la ciudad, calificado con cinco estrellas y más de un millón de reseñas en la web.

—¡Pero hermana, yo no te voy a quitar nada! —exclamé, defendiéndome.

Algo en mí me decía que ella cambiaría el día que subiera a la cima. A Salomé le asustaba la posibilidad de que yo pudiera quedarme con el cargo, lo cual era totalmente imposible, pues nuestros padres dejaron en claro que ella era la heredera.

Yo solo sería su mano derecha, más nada.

En la empresa yo era una simple secretaria que trabajaba para Salomé, quien era la directora ejecutiva de operaciones. Ambas solíamos tener discusiones bastante fuertes en el trabajo.

Nuestros padres no apoyaban a ninguna de las dos cuando teníamos diferencias, o bueno; mamá estaba más del lado de Salomé. Nos veían como inmaduras a la hora de discutir por trivialidades, pero la que siempre llegaba a esas discusiones era Salomé.

—Cállate, Aurora. Tu voz es muy molesta, entiéndeme —dijo, entre dientes—. ¿Por qué no te vas? Déjame terminar este trabajo sola.

—Tenemos el día libre, deberías descansar un poco —recomendé, juntando ambas manos.

—¿Vas a cuestionarme otra vez? —inquirió, en tono burlón—. Es increíble que tu cabecita no comprenda lo que te digo.

—Hermana, yo solo me preocupo por ti —expresé, lastimada por sus palabras.

Yo la quería. Ella había sido mi ejemplo a seguir desde pequeñas. ¿Por qué no se sentía igual?

Haber crecido junto a Salomé fue bonito, pero también doloroso... No recordaba en qué momento empezó a tratarme así, si antes nos divertíamos mucho.

—Pues yo no me preocupo por ti, así que lárgate, Aurora —ordenó, señalando la puerta.

—Puedo ayudarte... —murmuré, con la vista en el suelo.

—¡Deja de decir estupideces! ¡No pudiste redactar bien el informe! ¿Cómo no quieres que esté molesta? —chilló, viéndose frustrada—. Mejor vete.

—Pero... —No me dejó terminar.

—Si no te vas ahora, le diré a papá que no dejas de hacer todo mal —amenazó.

Tragué saliva. Mis ojos se abrieron con sorpresa y horror porque Salomé cada vez caía más bajo al querer acusarme con nuestro padre.

Ya no éramos niñas, eso no le iba a servir para toda la vida.

—Salomé, estamos un poco grandes para esto... —titubeé.

—¡No me digas qué puedo hacer y qué no! —exclamó, con la mandíbula tensa.

Agarró el vaso de agua que estaba sobre el escritorio y con un movimiento rápido, lo derramó encima de mí. Cerré los ojos, esperando que el líquido terminara de recorrer mi frente, hasta bajar por mi cuello.

Apreté los puños con rabia. Estaba fría, y eso que no tenía hielo. Salomé hacía ese tipo de cosas cuando perdía la paciencia, pero era mi culpa, después de todo la hice enojar.

—Lo siento...

—¡Que te calles, tonta! ¡Vete de una buena vez! —Empezó a empujarme con sus manos.

Sus uñas se enterraron un poco en mi espalda, dejándome entristecida por no poder hacerla cambiar de opinión respecto a mí. Anhelaba que fuéramos unas buenas hermanas, pero por más que pasaran los años, no lo lograba.

Tenía que rendirme con ella.

Abrió la puerta del estudio, sacándome casi a patadas de ahí. Estaba mojada, sola y pensando en cada cosa que yo hacía para molestar a Salomé sin querer.

—Dios... —resoplé.

Caminé por los pasillos de la mansión hasta llegar al baño de mi habitación y poder cambiarme de ropa. Debía salir de ahí, aprovechando que tenía el día libre.

Mi horario de trabajo empezaba a la una de la tarde, por lo que también solía salir en las mañanas a mi lugar seguro: una biblioteca.

Leer libros me alejaba de la realidad, lograba que yo me metiera de lleno en una historia para poder ignorar todo lo malo que me sucedía.

Salí de la mansión, sin avisarle a mi madre porque era la que se encontraba en casa. Le pedí al chófer de la familia que me llevara. De todas formas, nadie se daba cuenta cuando yo salía de casa.

Era como si no tuviera importancia. Una vez estuve fuera durante dos días y no preguntaron por mí. ¿Debería de sentirme mal por eso?

Llegué a mi destino. Abrí las puertas de vidrio hasta toparme con la bibliotecaria, se podía decir que era mi única buena conocida. Una mujer de piel pálida y cabello naranja. Sus ojos azules me miraban con ternura, junto a una agradable sonrisa.

—Aurora, bienvenida. Hoy has venido temprano —comentó, con amabilidad.

—Sara, hoy me quedaré un buen rato... —resoplé.

—¿Otra vez problemas con tu hermana? Siempre vienes por eso —preguntó, con la palma de la mano en su mejilla.

—Adivinaste.

—De acuerdo. Hay una nueva maquina expendedora en el lugar donde te sientas siempre. Y como ya sabes, son sesenta la hora, pero como eres una fiel visitante, te la bajaré a cincuenta —informó con un guiño de ojo.

—Muchas gracias, aunque sabes que puedo pagarlo —reí.

Tomé el pase que me dio y caminé, mirando el montón de libros de diferente contenido en los estantes. Prefería leer en la biblioteca porque lo sentía mi lugar seguro, sin tener que llevármelos a casa.

Busqué el libro que estaba leyendo la última vez que estuve ahí... Lo encontré con facilidad, estaba en la misma estantería. Lo tomé y contenta me senté en mi sillón favorito, de una textura aterciopelada y color rosado.

Mi culo se hundía en el asiento, era una experiencia agradable. Solté una bocanada de aire, lista para comenzar con mi lectura.

Me dejé llevar por las palabras y lo atrapante que era la historia. Mi concentración se fue más allá de lo que imaginaba.

—¿Salvada por el CEO? Es un excelente libro —Una voz masculina y desconocida me habló.

Mi cuerpo se sobresaltó y me cubrí la mitad de la cara con el libro abierto, solo dejé a la vista mis ojos ante aquél desconocido.

Fue un poco extraño.

¿Quién era él?, ¿por qué me habló?

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