¿Zelaznog? ¿Estábamos hablando de esa familia?
Parpadeé varias veces, porque tenía entendido que esa familia era el más grande aliado de los Hidalgo, por lo que le debían muchísimo a mis padres... Aunque evitaban hablar del tema con la excusa de que lo harían en su momento.
—¿Zelaznog? ¿Los creadores de la marca ZP? —cuestioné, para estar segura.
Pero una mesera nos interrumpió para pedir nuestra orden.
—Disculpen, ¿qué desean ordenar? —preguntó, preparada para anotar en una libreta pequeña.
—Un café frío, sin leche. Y para la señorita... —El moreno me miró, esperando que continuara.
—Ah, solo café... Caliente, con mucha azúcar —murmuré.
—Enseguida.
—Yo invito, podías haber pedido algo más. Hay variedad de desayunos y postres —comentó Jean.
—No tengo hambre —respondí—. ¿Sabes quién soy? De otra forma, no me hubieras buscado...
Él me miró, con unos ojos curiosos que me aceleraron los latidos, ¿cómo es que sus expresiones eran capaces de causarme distintas emociones? Tal vez porque nunca había estado con un hombre.
Y los de la empresa no solían ser muy amables conmigo, gracias a Salomé.
—Eres la chica de la biblioteca, así te apodé —sonrió, echándose hacia atrás en la silla.
Se me formó una ligera "o" en los labios que pronto se transformó en una sutil carcajada que me hizo sostenerme el abdomen. Vaya ocurrencias tenía ese hombre.
Parecía ser un empresario y me ponía ese apodo infantil, era un poco extraño. Me intrigaba conocerlo, porque no resultó ser un imbécil como los hombres que me rodeaban.
Apoyé ambos codos sobre la mesa.
—Entonces, Jean, ¿solo me buscaste por tener el mismo pasatiempo? Supongo que sueles acudir a la biblioteca seguido —comenté, sin apartar la vista.
—Diste en el blanco, pequeña —expresó—. Leer es un escape de la realidad...
—Es lo que pienso —afirmé, sintiendo que por fin conectaba con alguien—. Pero... Nuestros padres son socios, no creo que debamos charlar como si nada.
—¿Socios? —Frunció el ceño—. Por favor, precisamente salgo de casa para no tener que aguantar sermones de mis padres en "no cometer ningún error y ser perfecto" —bufó, sin mucho interés.
—No pensé que el hijo de la familia Zelaznog llevara una carga tan pesada —bromeé, con una leve risa.
—¿Te estás burlando de mí? —inquirió, con picardía—. Me agradas, pero todavía no me has dicho tu nombre —añadió, curioso.
—Aurora Hidalgo —solté.
No estaba muy contenta de pertenecer a esa familia. Los lujos era lo único rescatable, pero no servía de nada si el amor familiar no existía en esa casa...
Suspiré.
Jean se quedó con los ojos abiertos y apoyó ambas manos sobre la mesa, sorprendido. Echó su cabello hacia atrás, como si no pudiera creerlo.
—Carajo... Siento que mis padres me están respirando en la nuca —definió, agobiado—. No sabía que eras una Hidalgo. Imagino que estás al tanto de que nuestras familias pronto llevarán a cabo un acuerdo que lleva años planeándose —comentó, con seriedad.
—Desgraciadamente, estoy al tanto —resoplé, recordando—. Sé que pronto se dará un comunicado, pero no me han dicho de qué trata.
—Lo mantienen en secreto, pero sé que nos involucra a nosotros... —murmuró, pensativo—. Sabes que soy un CEO ¿no?
—Eh... Sí, no sé mucho los detalles —respondí, nerviosa.
—Técnicamente soy un CEO plano, quiere decir, que asumiré ese papel por completo cuando mis padres decidan que es el momento —resopló, llevando ambos brazos detrás de su nuca—. Siento que me están ocultando algo, por eso están tardando. No me sorprendería si mañana me exigen contraer matrimonio con cualquier mujer que ellos escojan.
Matrimonio.
¿Por qué era tan importante en familias poderosas?
—Entonces, buscas escapar de tus padres cada vez que vas a la biblioteca —argumenté, alzando una ceja.
—¿Cómo es que me conoces tan bien? —cuestionó, halagado—. Podría enamorarme de ti si sigues así.
Tragué saliva.
—No... No juegues con eso —balbuceé, sintiendo mis palabras enredarse.
No le costaba expresarse, decía todos y cada uno de sus pensamientos. Era algo que me agradaba. Ojalá yo pudiera ser como él y alzar mi voz, pero me dominaba el miedo.
—Estoy bromeando, no te tomes todo muy a pecho —Me guiñó el ojo.
—Aquí tienen —habló la mesera.
Colocó ambas tazas en la mesa para luego hacer una reverencia y marcharse.
—Si gustas pedir algo más, no lo dudes —informó, bebiendo un sorbo.
—Creo que tengo más dinero que tú —me burlé.
Entre las dos familias, Hidalgo era más poderosa por tener el mejor restaurante de la ciudad. En cambio, los Zelaznog tenían una marca que fabricaba computadoras actualizadas, se movían al ritmo de la evolución.
Cada año mejoraban. Llegaron lejos gracias a la gran inversión que le hicieron mis padres en el pasado. Siempre les pregunté cuál fue el motivo de arriesgarse con una compañía pequeña, pero lo mantenían oculto. Ni la propia Salomé lo sabía todavía.
—Puede ser, pero un caballero no dejaría que una dama lo invite a comer —Se formó una curva coqueta en sus labios.
—Serás tonto —reí, bebiendo de mi café.
Se me fue la noción del tiempo en esa cafetería. Hablar con Jean era reconfortante porque a pesar de que recién lo conocía, sentí que teníamos una extraña y agradable conexión.
Ambos nos sentíamos excluidos, o no comprendidos por nuestras familias. Pude compartir esa parte de mí con él...
(...)
Un nuevo día había llegado y estaba de camino a la empresa. Salomé me había dejado atrás, solo me faltaba guardar mis cosas, pero ella no me esperó y se fue, por lo que tuve que tomar un taxi.
No era la primera vez que hacía eso, luego me regañarían por llegar tarde... Estaba preparada.
Llegué al edificio y pasé por la recepción para anotar mi asistencia rápidamente. Caminé a pasos rápidos con mis tacones, rogando para no tropezar. Subí por el ascensor, mi respiración estaba agitada.
No tardé mucho en pisar la oficina de Salomé, la cual me estaba esperando con una postura firme y moviendo el pie repetidas veces. A su lado estaba mi padre... El CEO de H&G.
Era un hombre barbudo y con una notoria panza. Salomé era la copia exacta de mi padre; cabello castaño y ojos azules. Tal para cual, hasta podía decir que tenían el mismo carácter gruñón y mandón.
Ese hombre tenía cincuenta y ocho años, y todavía no le había salido la primera cana. Lo que sí sabía, es que tenía planes de jubilarse pronto y dejarle el cargo a Salomé.
—Aurora Hidalgo, ¿por qué llegas tarde otra vez? —inquirió el señor, de brazos cruzados.
—Lo lamento mucho, padre —Me incliné, para demostrar respeto.
Aunque él fuera un poco ausente en mi vida, no me trataba mal como lo hacía mi hermana.
—Sabes que esto perjudica tu rendimiento en la empresa y me dolería bajar de puesto a mi propia hija —demandó, en un tono intimidante.
—Deberías despedirla de una vez —sugirió Salomé, mirándome con fastidio.
—De hecho, quería comentarte que la próxima semana dejarás de trabajar para los Hidalgo —habló papá, dejándome con la boca abierta.
Mi cuerpo no se movía, por más que intentara protestar, mi boca se quedó temblorosa por no saber qué había pasado.
¿A qué se refería?
¿Me iba a despedir? Porque no lo veía lógico. Llevaba trabajando años para Salomé. Era su secretaria y no fallaba en nada, exceptuando que ella no valoraba mi trabajo.
¿Se había cansado de mí y por eso le pidió a nuestro padre que me echara?
No, había algo más. Él no tomaría decisiones a la ligera, mucho menos para cumplir los caprichos innecesarios de su hija mayor. Papá era más maduro y sabía lo quisquillosa que podía ser Salomé.
—Que bueno, porque no deja de hacer todo mal. Me ahorras las molestias, papi —Usó su típica voz de niña mimada.
—Aurora, acompáñame a mi oficina —ordenó mi viejo, parándose en la puerta.
—C-claro —tartamudeé.
—Nos vemos, hermanita —La castaña me saludó con la mano, junto a una maliciosa sonrisa.
Seguí a mi padre por el largo pasillo de esa planta, hasta llegar a su oficina. Mi mente estaba nublada porque era imposible que me echaran tanto del trabajo como de la casa, ¿verdad?
Trabajé muy duro para mantener mi cargo y ser buena con todos ellos, a pesar de los malos tratos de Salomé.
Él se sentó en su escritorio, invitándome a que hiciera lo mismo. Apreté los labios, temiendo por mi destino.
—No te estoy despidiendo porque seas una mala trabajadora —comentó, juntando sus manos sobre la mesa.
—¿Sucedió algo? Porque puedo mejora, prometo que... —No me dejó terminar.
Alzó su mano y la puso en forma de pared para silenciarme.
—Aurora, como ya sabrás, hay una familia que nos debe muchísimos favores —explicó, y asentí—. Hice un trato en el pasado con dicha familia, por los momentos solo te puedo revelar una cosa y es que tienes que trabajar para ellos como parte del acuerdo.
¿Irme a otra empresa?
—¿Qué gana usted con eso? —pregunté, aturdida.
—Nuestro plan es unir las dos compañías en el futuro. Convertirnos en una sola familia y el primer paso es, entregarles una parte importante de nosotros. Un empleado cuyas capacidades superan a los demás, y esa eres tú —informó, mirándome con orgullo.
Era la primera vez que mi padre me regalaba esa expresión. No sabía si lo hacía para convencerme, o si de verdad estaba orgulloso de mí...
—¿Pero los Hidalgo no saldrán perdiendo? —cuestioné.Si yo me iba, al ser una de las hijas de Eduard Hidalgo, ¿no generaría problemas eso? Mi mente estaba llena de interrogantes del por qué hicieron un acuerdo de tal magnitud.—No, Aurora. Ambas partes tendrán un lado ganador, y uno perdedor. Se trata de llegar a la igualdad, pero por supuesto, sabes que mi apellido es Hidalgo y como sea terminaré haciendo que eso siga así durante generaciones —aclaró, con unos ojos ambiciosos.—Haré lo que se me pida... —respondí, cabizbaja.—No te preocupes, seguirás viviendo en la mansión. Lo único que cambiará será tu lugar de trabajo. De todas formas, la empresa Zelaznog no queda muy lejos de aquí —comentó, para calmarme.Carajo...¿Significaba que trabajaría para Jean? Vaya manera de darle un giro a mi vida. Seguro él no estaría muy contento de saberlo.Suspiré.—¿Y por qué se me encomienda esto a mí? No creo que sea la más capacitada —solté.—Hace unos años se ha estado llevando a cabo un proce
*Narrado por Jean*Iba de camino a la empresa de los Hidalgo, me habían solicitado porque necesitaban hablar sobre la nueva incorporación de una empleada en mi empresa...Me preguntaba con qué fin mis padres hacían esto, si en el fondo sabían que los Hidalgo eran personas con ansias de poder y se preocupaban por ellos mismos.Detuve el coche en el estacionamiento y me bajé, con una mano en el bolsillo. Aurora no salía de mi cabeza, ojalá pudiera encontrarla de camino, me sacaría una sonrisa su simple presencia.No tardé en llegar a la oficina de Eduard Hidalgo, después de aclararle a la recepcionista que tenía una cita previa. El hombre me estaba esperando con una sonrisa, sentado en su escritorio de madera y con una pierna sobre la otra.—Un placer verlo, Jean Zelaznog —habló, levantándose para estrechar mi mano.—El placer es mío. Es un gusto estar aquí —respondí, siendo un poco hipócrita para no decepcionar a mis padres.Tenía que conservar mi cargo y volverme un CEO oficial a como
Jean fue mi héroe, jamás iba a olvidar el hecho de que derribó la puerta para evitar un trágico destino.No paraba de sonreír al recordarlo.Estaba desayunando junto a mi madre. Papá me dio otro día libre para descansar y recuperarme del pequeño trauma que me hicieron pasar. No había visto a Salomé desde lo sucedido, y eso que vivíamos en la misma casa.Me preguntaba qué le había dicho mi padre, o si le quitó el cargo, era muy poco probable que sucediera, teniendo en cuenta que era la heredera.Removí los huevos revueltos. Mamá no me miraba y estaba concentrada en leer las noticias por internet desde su celular. Era como su periódico diario.—Aquí tiene, disculpe la tardanza, señorita —Una sirvienta terminó de traer el café que faltaba.—Gracias —respondí.—Parece que los Zelaznog han avanzado bastante con nuestra ayuda —habló la mujer.Levanté la vista luego de haber bebido un sorbo de café. Ella no solía hablar a menos que estuviéramos todos en la mesa. Conmigo era bastante reservad
Abrí la puerta de la oficina de Salomé, ya quería irme y dejar de trabajar para ella, así la evitaba lo más posible.Entré con cautela, tratando de no llamar su atención. Pero ella alzó el mentón de inmediato y se levantó de su escritorio para caminar hacia mí.Sus ojos azules me asesinaban, y sus dientes estaban chocando.—Eres la culpable de todo lo que me pasa —gruñó, señalándome con el dedo.—¿Crees que está bien lanzar a tu hermana a los brazos de un abusador? —cuestioné, con la voz temblorosa.—¡Me importas un carajo! —exclamó—. Por tu culpa papá me quitó el sueldo durante los próximos meses y me duplicó el trabajo si quiero conservar el puesto.—Es un buen castigo, de hecho, fue piadoso —confesé, asintiendo.No iba a seguir quedándome callada.—¿Te estás burlando de mí? —masculló, cerrando los puños—. ¡Ponte a trabajar de una vez!—Salomé, no eres una buena hermana —escupí, decidida en acabar la ligera relación que teníamos.O bueno, yo era la única que lo veía como una buena r
Un día más y me iría a trabajar para los Zelaznog.No había visto a Jean desde el día que estuvo en la empresa y me dio el beso en la mejilla que me tomé muy a pecho. No le pedí el número. Él tampoco había ido a la biblioteca, por lo que solía leer sola.Me preguntaba qué le había pasado, aunque seguro estaba bastante ocupado con sus labores.Estaba sentada en el comedor, era la hora de la cena y siempre nos reuníamos en familia. El ambiente era silencioso todos los días, pero la costumbre hizo que se volviera cómodo.—Papi, ¿todavía no consigues a un buen candidato como esposo para mí? —inquirió Salomé, sonando el plato con el tenedor.Entre cerré mis ojos porque esa mujer hablaba con nuestros padres como si fuera la niña buena.Removí la ensalada frente a mí y llevé un poco a mi boda, prestando atención a la conversación que tendrían.—Es un poco pronto para hacer esas preguntas, pero ten por seguro que este año te casas, Salomé —informó papá, con seriedad.—¿Y piensas buscarle espo
Nervios.Era la palabra adecuada que me describía en el momento en que pisé el edificio ZP. Mi nuevo lugar de trabajo.Inhalé hondo, atravesando las puertas de vidrio de la entrada y caminando hasta llegar a la recepción en donde estaba una joven con una amplia sonrisa.Me acerqué y posé mi mano sobre el mostrador con poca confianza, no se me daba muy bien conocer a alguien nuevo, pero vería a esa recepcionista a diario, así que tenía que socializar.—Bienvenida, debes ser la nueva empleada —comentó, con los ojos entrecerrados.—Aurora Hidalgo, un placer conocerla —me presenté.Ella era una mujer de cabellera negra y corta, le llegaba hasta las orejas. Sus rasgos eran asiáticos, sobre todo sus pequeños ojos café que me miraban con amabilidad.Se formaban ligeros hoyuelos en sus mejillas y su piel era muchísimo más pálida que la mía.—Sé quién eres. Jean me ordenó acompañarte hasta su oficina, así que firma esta hoja y nos pondremos a ello —Me entregó un bolígrafo—. Ah, olvidé presenta
*Narrado por Jean*Las cenas en casa eran un poco incómodas porque mis padres siempre buscaban la manera de regañarme por mi propio bien.Lo cual era una excusa para llevar por el camino de la perfección a su único hijo.La sirvienta terminó de servir el vino en cada copa. Por muy grande que fuera la mesa, sentía la mirada penetrante de ambos sobre mí. Los cubiertos y el plato de porcelana relucían gracias a la lámpara que teníamos encima.Querían decirme algo, eso estaba más que claro.—Muy bien, los escucho —hablé, rompiendo el silencio que predominaba en el ambiente.Apoyé ambos codos sobre la mesa, dejando la comida caliente de lado, porque estaba seguro que se me quitaría el apetito al hablar con ellos.—Deberías llevarte bien con la hija mayor de los Hidalgo. Es una joven adecuada para nuestra familia, Jean —indicó mi madre, con un tono neutral.La mujer tenía cincuenta y seis años y un corto cabello negro. Sus pequeños ojos miel me miraban con detenimiento, buscando que yo come
Era un día importante para Jean, aunque me comentó que no se lo dijera a nadie porque lo que hablarían sería un secreto.Llegué a la recepción, en donde una muy animada Sakura me recibió. Sus achinados ojos casi se cerraron gracias a la sonrisa que tenía.—Aurora, tan hermosa como siempre —expresó—. Ya me he memorizado tu nombre, es un avance para mí.—No me imagino lo difícil que es tener que recibir a todos los empleados de este edificio —respondí, un poco empática.—Ni me lo recuerdes. Lo bueno es que ya llevo bastante tiempo aquí —alegó, entregándome la hoja de firma.—¿No te aburres estando sola? —pregunté, tomando el bolígrafo.—Para nada. Suelen visitarme a menudo para pedirme ciertas cosas o saludarme. Podrías hacer lo mismo en tu hora libre —sonrió, guiñándome un ojo.—Estaré encantada de charlar un poco más contigo —Hice una ligera reverencia y ambas reímos—. Bueno, mejor me retiro antes de que se me haga tarde.—Llamaré en cuanto llegue el hombre que se reunirá con Jean —in