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Capítulo 6: Agradable

Jean fue mi héroe, jamás iba a olvidar el hecho de que derribó la puerta para evitar un trágico destino.

No paraba de sonreír al recordarlo.

Estaba desayunando junto a mi madre. Papá me dio otro día libre para descansar y recuperarme del pequeño trauma que me hicieron pasar. No había visto a Salomé desde lo sucedido, y eso que vivíamos en la misma casa.

Me preguntaba qué le había dicho mi padre, o si le quitó el cargo, era muy poco probable que sucediera, teniendo en cuenta que era la heredera.

Removí los huevos revueltos. Mamá no me miraba y estaba concentrada en leer las noticias por internet desde su celular. Era como su periódico diario.

—Aquí tiene, disculpe la tardanza, señorita —Una sirvienta terminó de traer el café que faltaba.

—Gracias —respondí.

—Parece que los Zelaznog han avanzado bastante con nuestra ayuda —habló la mujer.

Levanté la vista luego de haber bebido un sorbo de café. Ella no solía hablar a menos que estuviéramos todos en la mesa. Conmigo era bastante reservada, pero a Salomé la trataba como a una muñeca de porcelana que se rompería con cualquier mal tacto.

Carmen Hidalgo, esa era mi madre. Una mujer de cincuenta y cuatro años, con un ruloso cabello rubio como el mío, algunas arrugas en su rostro que trataba de tapar con bastante maquillaje y por supuesto, una cara de culo que no se la quitaba nadie.

Sus pequeños ojos marrones me miraban con detenimiento.

—Ah... —solté.

—¿Ya tu padre te habló sobre tu nuevo trabajo? —cuestionó, alzando una ceja.

—Sí, trabajaré para los Zelaznog —respondí, con firmeza.

Apreté los labios. ¿Por qué mamá me estaba hablando con normalidad? Ella solía ignorarme hasta en los temas más importantes.

—Más te vale que te comportes, Aurora. No podemos cometer ningún error si queremos a esa familia de nuestro lado —informó, dejando su celular de lado.

—En mis planes no está cometer errores —expresé.

Se me había quitado el hambre, por alguna razón quería salir corriendo de ahí. Tal vez era por la incomodidad que sentía al estar a solas con esa mujer, y eso que nunca me había pegado o alzado la voz.

—Aprende un poco de tu hermana mayor, ella siempre aspira por lo más grande —recomendó, llevando un bocado a su boca.

—No tengo intenciones de superar a Salomé. Se enojaría mucho si lo intento —confesé, evitando su mirada.

¿Desafiar a mi hermana mayor? No, eso no fue lo que quiso decir ella, ¿verdad?

—Hay una diferencia entre ustedes dos, Aurora. Ella tiene carácter, pero le falta empatía, algo que tú sí tienes —aseguró, con una mano sobre la mesa—. Tu padre me explicó hace poco que si Salomé llega a cometer algún error, tú serás la próxima heredera. Tenlo en cuenta, aunque no creo que eso suceda. Mi Salomé es la mejor en todo, solo le falta pulir un poco su defecto —añadió, con una sonrisa al mencionar a su hija.

Me confundieron un poco sus palabras, fueron contradictorias.

—Madre, ¿por qué me dices esto? —pregunté, con el ceño fruncido.

—Por nada en especial. No te atrevas a desear el puesto de tu hermana, porque tú y yo sabemos que ella es la más capacitada para ser la CEO de H&G, dejando de lado su falta de empatía —proclamó, con una mirada amenazante.

—No pienso tomar su puesto, mamá. No me tomes como una ladrona —Me levanté, dejando el desayuno a la mitad—. Saldré un rato.

—Por esto no me gusta hablarte cuando estamos solas, te enojas con mucha facilidad, hija —resopló, con la palma en su mejilla.

Se estaba haciendo la inocente, pero sentí que esa mujer me estaba provocando.

¿Quitarle el puesto a Salomé? ¿Por qué creía algo así?

No me interesaba ser ninguna CEO. Suficiente tenía con lo que estaba pasando en mi vida, como para tener que llevar un cargo tan grande.

(...)

Después de la discusión con mi madre decidí ir a mí lugar seguro para calmar mis sentidos. Me habían pasado tantas cosas en un corto período de tiempo.

Necesitaba despejar la mente y leer un poco, aprovechando que tenía todo el día libre. Por lo menos mi padre no estaba en mi contra después de ver un poco la verdadera personalidad de Salomé.

El problema era que mi madre, por más que fingía no estar del lado de ninguna, Salomé era su favorita. Aunque me hacía creer que no era cierto...

Ya estaba cansada de todo.

Estaba dispuesta a cambiar, pero para eso necesitaba ayuda. Poder expresar mis sentimientos iba a ser un trabajo difícil, y no me iba a rendir.

Llegué a la biblioteca, siendo recibida por una animada Sara.

—Buen día, Aurora. ¿Todo bien?

—Creo que mi vida se ha vuelto un revoltillo —resoplé, con pesadez.

—Uh, eso suena terrible. Nada que un libro no resuelva —Me guiñó un ojo.

Le sonreí, me entregó el pase y me dispuse a sentarme en mi sillón favorito. Pero cuando llegué me quedé estática porque ahí estaba sentado el mismísimo Jean.

En sus manos tenía un libro abierto y no tardó en notar mi presencia para mirarme con picardía.

—Hola, bonita —saludó.

—H-hola —tartamudeé, mordiéndome el labio—. Estás en mi sillón.

—¿Lo compraste? —inquirió, juguetón.

Dejó el libro en una mesita a su lado y apoyó ambos antebrazos sobre sus piernas para detallarme.

—Disculpa, es la costumbre. Nadie se sienta en ese sillón —murmuré.

—¿No quieres hablar sobre lo que pasó ayer? —preguntó, interesado.

—No deberías preocuparte, agradezco tu ayuda, pero estoy bien —Sacudí ambas manos con nervios.

Me senté en el sillón frente a él. Había escogido unos libros anteriormente, por lo que los coloqué en la mesa grande que nos separaba.

Estaba un poco nerviosa. La mirada de Jean no se apartaba de mí, no sabía si era un sentimiento de incomodidad u otro.

—Aurora... —me llamó—. ¿Tú hermana te trata mal? —preguntó.

—Mal se queda corto —respondí, con una risa—. Con lo que pasó ayer, se me acabó la esperanza de esperar un cambio en ella.

—No deberías dejarte pisotear por ella —animó, con las cejas inclinadas—. Eres mucho mejor. Seguro te tiene envidia —Puso una pierna sobre la otra.

—No, creo que mi hermana solo está asustada de que le robe el puesto —aclaré, negando con la cabeza—. De todas formas, no me conoces... ¿Cómo estás tan seguro de que soy mejor?

—Pero puedo conocerte, si me lo permites —Se mordió el labio—. Tu hermana se pasó de la raya al dejar que ese tipo se te lanzara encima. Tu padre pensaba lo mismo, ¿qué castigo le puso?

—Todavía no sé... No la he vuelto a ver —Bajé la cabeza.

—Bueno, cambiemos de tema —sugirió, cruzando sus brazos—. ¿Lista para trabajar conmigo la siguiente semana? —sonrió.

Cómo olvidarlo. Él sería mi nuevo jefe y era un poco incómodo estar hablando con normalidad en la biblioteca. Comprimí una sonrisa y eché un mechón de mi cabello hacia atrás con timidez.

—Espero no causarte problemas... —respondí.

—Amarás tanto trabajar conmigo que no querrás regresar —expresó, seguro de sí mismo.

—Veo que eres muy egocéntrico —reí, cruzando mis piernas.

Jean me hacía sentir diferente, que podía hablar sin ser juzgada porque él también decía todo lo que pensaba. Era un sentimiento agradable que me envolvía el corazón con una manta protectora.

Lo miré, con más confianza.

—¿Egocéntrico? Creo que esa palabra se queda un poco corta —refutó, con aires de grandeza—. Por otro lado, ¿te han dicho que tienes unos hoyuelos muy lindos? —añadió.

Solté una ligera carcajada. Ese hombre tenía ocurrencias nuevas todos los días. Era cierto que se me marcaban los hoyuelos, pero nadie solía decírmelo.

—¿Me estás coqueteando, Jean? —indagué, con la voz juguetona.

—Supongo que lo estoy haciendo —afirmó—. ¿Te molesta? Puedo parar.

—No es ninguna molestia —Negué—. Pero no prometo resistirme a tus encantos —me burlé.

—Es que no espero que te resistas —Me guiñó un ojo.

Me mordí el labio inferior porque la chispa entre nosotros iba creciendo cada vez más. A penas nos habíamos conocido, pero sentí que teníamos una química que se desbordaba.

—Me gusta —dije, risueña—. Es cómodo hablar contigo.

—Pensé que te hacía sentir incómoda —soltó, confundido.

—También creí lo mismo, pero acabo de cambiar de opinión —confesé, jugando con mis dedos.

—¿Mañana vendrás? —preguntó.

—En la mañana, luego tengo que ir al trabajo —Bajé la mirada, recordando que vería a Salomé.

—Hey, estarás bien —comentó, con aflicción—. Recuerda que eres fuerte, Aurora. Tal vez no te conozca del todo, pero sé que puedes defenderte de tu hermana. No te dejes pisotear más —sentenció, con seriedad.

—Como ordenes, majestad —bromeé, haciendo una reverencia con mi torso.

—Hablo en serio, Aurora —Me miró neutral—. No te dejes pisotear, o tendré que ir yo mismo a defenderte.

—¿Harías algo así por mí? —inquirí, frunciendo el ceño.

—Podría hacer eso y mucho más, pero es mejor si aprendes a defenderte tú misma, ¿no crees? —mencionó, alzando una ceja.

—Gracias... Lo intentaré. Ya me cansé de no ser nada para Salomé —resoplé, dejando salir todo el aire—. Siempre lo mismo.

—Esa es la actitud —apoyó, más calmado.

Ese día estuvimos en la biblioteca, compartiendo lecturas, riendo y conociéndonos más. Mi corazón se sentía feliz, tanto que latía con una rapidez reconfortante.

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