—Lástima que la cita con el ginecólogo me la dieron para la próxima semana —resoplé.Me encontraba en una cafetería hablando con Sara. Ella me ayudó muchísimo cuando me echaron de casa, y en general nunca me había dejado abandonada.—Bueno, yo voto por que sean trillizos —Cruzó los dedos, bebiendo un sorbo de su batido.—¡Sara! No sean tan cruel conmigo —reproché—. Tener tres niños al mismo tiempo sería muy agotador.—Estaba bromeando —rió—. ¿Y qué tal les va? ¿Todo bien en su nuevo hogar? —Apoyó sus codos sobre la mesa.—Es increíble, no pensé que sería agradable vivir con un hombre —aseveré, comiendo una papa frita.Últimamente me estaba dando el doble de hambre, sobre todo si se trataba de comida chatarra. Ya nos habíamos comido unas buenas hamburguesas que habían llegado por tiempo limitado y estaban en promoción.—Corrección, vivir con un hombre que amas —alegó—. En mis treinta años he compartido piso durante una semana con dos hombres distintos, y ya sabes para qué.Me guiñó el
Mis ojos se abrieron lentamente, luchando contra el peso del sueño inducido por el daño que recibí. Las luces del techo blanco parpadeaban borrosas sobre mí, y el olor estéril del antiséptico llenaba mis sentidos.Me di cuenta que estaba acostada en una camilla y tenía una intravenosa. Sentía el cuerpo adolorido, pero sorprendentemente intacto, salvo por los rasguños que ardían en mi piel, y uno que otro moretón.Mi cabeza también estaba rodeada con vendas, en la parte de arriba. Supuse que me llevé un fuerte golpe sin darme cuenta.—¿Aurora? ¿Puedes oírme? —La voz alguien sonaba lejana, pero clara.Con un esfuerzo, asentí, intentando aferrarme a la realidad que se deslizaba entre mis dedos temblorosos por tratar de recordar lo que había pasado.—Estás en el hospital —continuó el hombre que empecé a visualizar, llevaba una bata de médico—. Hubo un accidente... pero tienes suerte. Tú y los bebés están bien, fue todo un milagro que salieran ilesos, considerando las circunstancias. Solo
Habían pasado unos días en los que estuve en reposo ya que el doctor quería asegurarse de que no tuviera ningún problema. Por fin me dieron de alta y Jean seguía sin despertar, pero solía ir a su habitación todos los días con la esperanza de que abriera los ojos.Mi padre también me visitaba, trayéndome alguno que otro postre que fue previamente aprobado por el doctor. Por alguna razón sentí que quería enmendar el pasado.—¿Por qué no vas a ver a tu hermana? Así te burlas de ella en su cara —sugirió Sara.Ambas estábamos caminando hacia la habitación de Jean, ella me dejaría con él porque tenía que trabajar ese día y ya había mantenido la biblioteca cerrada para estar pendiente de mí.Le estaba agradecida. Sakura también quiso hacer lo mismo, pero tenía que ayudar en la empresa a Marcus y a Ezequiel debido a la situación de Jean.—No creo que haga falta. Estoy bien al saber que recibió una cucharada de su propia medicina —resoplé, abrazándome por el frío que hacía dentro del hospital—
Las semanas pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y Jean ya estaba listo para que le dieran de alta. Podía caminar, pero le costaba un poco mover su torso ya que todavía le daban ciertos dolores que se calmaban con analgésicos.—¿Listo para regresar a casa? —pregunté.Le tenía una sorpresa para cuando llegara. Allá se encontraban: Sara, Ezequiel, Sakura y Marcus. Esperándonos con un gran cartel de bienvenida, unos cuantos globos y una buena cantidad de comida servida en la mesa como si de una fiesta se tratase.—No sabes cuánto. La comida del hospital ya me tiene harto —se quejó, tomando mi mano.—Bien, Jean. Todo listo para que te vayas, recuerda que debes de hacerte chequeos cada cierto tiempo para comprobar que los huesos hayan sanado por completo —Apareció el doctor, sorprendiéndonos—. Sigue mis indicaciones y la receta médica, y estarás bien.—Muchas gracias por la ayuda y el apoyo, doc —expresó, estrechando su mano.—Un placer haberlo ayudado. No se olvide de la fisioterapia, le
*Cuatro meses después*Parecía que los días pasaban volando, porque Jean ya estaba mucho mejor e inició con la fisioterapia, por lo que podía moverse con más facilidad que al principio.Era el día de nuestra boda, y aunque no fuera la gran cosa porque sería una reunión pequeña, yo me sentía la mujer más afortunada del mundo.Mi padre al final siguió en contacto conmigo, por lo que se ofreció a llevarme al altar improvisado que había hecho Sara.—No sabes lo arrepentido que estoy por no darme cuenta de que tú debías ser la heredera, Aurora —confesó, mi brazo se entrelazaba con el suyo.—Padre, ahorita puedo decir que soy muy feliz sin necesidad de heredar ese puesto. Estoy bien con mi vida —aseveré.—Y no lo dudo.—Gracias por ser parte de esto, padre... —murmuré, con gratitud—. Es reconfortante saber que cuento con tu apoyo.—Es mi forma de redimirme por lo que te causé, Aurora —alegó.Al final, a Salomé la habían metido a un hospital psiquiátrico porque sus ataques de ira siguieron,
*Cinco años después*La brisa era reconfortante para la mujer que estaba sentada en en la orilla del mar, viendo a sus dos hijas corriendo de un lado a otro.Estaba feliz, porque en los últimos años habían logrado conseguir todo lo que se propusieron. Fue difícil criar a dos niñas al mismo tiempo, sobre todo en aquéllas noches en donde lloraba una, luego la otra, y los mantenía a ambos en vela.Jean se acercó a su mujer, sentándose a su lado con dos bebidas refrescantes para el calor.—No pensé que Sara tuviera un niño poco tiempo después del nacimiento de nuestras hijas —habló el moreno, recordando los viejos tiempos.—¡Te acabo de escuchar, Jean! —se quejó la recién nombrada.Y es que Sara había estado con ellos desde los inicios de su relación. Por desgracia, creyó haber conseguido el amor de un hombre, pero se equivocó y terminó siendo madre soltera, aunque estaba agradecida con el hijo que se le dio.—Es que de ti no me lo vi venir —bromeó él.—Yo extraño a Sakura, ¿ustedes no? —c
—¡Ay, ya! ¡Quítate! Ni para eso sirves —exclamó Salomé, empujándome con fuerza.Se abrió paso hacia la mesa del estudio. Me había pedido que le redactara un informe acerca de los nuevos productos frescos que llegaron al restaurante, pero no le gustó.A mi hermana mayor nunca le gustaba nada de lo que yo hacía, era como si mi simple presencia le enojara. No entendía, si yo lo único que quería era caerle bien. Me portaba bien con ella, sin recibir el mismo trato.—Hermana, ¿no puedes volverlo a revisar? Estoy segura de que quedó bien —inquirí, acercándome.Ella era una mujer castaña, de veintiocho años, cuyos ojos eran tan azules como el cielo, y yo los tenía igual. Me clavó su típica mirada de fastidio, esa que claramente me decía: vete.Traté de colocar mi mano en su hombro para tranquilizarla, pero me la quitó de golpe, arrugando la nariz.—¡Te he dicho que no me toques! Ash, me agotas la paciencia, Aurora. No entiendo cómo puedes ser tan estúpida —masculló, con una mano en su sien—.
Me quedé observando a ese corpulento hombre con traje formal. Su corbata adornaba su trabajado pecho y tenía ambas manos en los bolsillos.A simple vista, parecía ser un hombre importante por el estilo. Su cabello negro era tan liso como el de Salomé, y sus ojos oscuros me hipnotizaban de cierta forma por lo intrigantes que eran. Tenía poca barba que contorneaba su rostro. La tonalidad de su piel era café con leche, ni muy clara, ni muy oscura.Una ligera curva se formó en sus labios, sin dejar de verme.—¿Puedes hablar? —cuestionó, en tono divertido.—¿Me hablas a mí? —pregunté.Me di cuenta de lo tonta que fue esa pregunta, después de pronunciarla. Quité el libro de mi rostro para mostrar mi cara y poder hablarle con más normalidad, aunque había algo en él que despertaba mi curiosidad.—Sí, ¿ves a alguien más aquí? —bromeó, explorando el lugar con sus ojos.Éramos los únicos que estábamos en ese espacio. Apreté los labios, tratando de evitar su penetrante mirada. Por alguna razón, m