*Narrado por Jean*
Iba de camino a la empresa de los Hidalgo, me habían solicitado porque necesitaban hablar sobre la nueva incorporación de una empleada en mi empresa...
Me preguntaba con qué fin mis padres hacían esto, si en el fondo sabían que los Hidalgo eran personas con ansias de poder y se preocupaban por ellos mismos.
Detuve el coche en el estacionamiento y me bajé, con una mano en el bolsillo. Aurora no salía de mi cabeza, ojalá pudiera encontrarla de camino, me sacaría una sonrisa su simple presencia.
No tardé en llegar a la oficina de Eduard Hidalgo, después de aclararle a la recepcionista que tenía una cita previa. El hombre me estaba esperando con una sonrisa, sentado en su escritorio de madera y con una pierna sobre la otra.
—Un placer verlo, Jean Zelaznog —habló, levantándose para estrechar mi mano.
—El placer es mío. Es un gusto estar aquí —respondí, siendo un poco hipócrita para no decepcionar a mis padres.
Tenía que conservar mi cargo y volverme un CEO oficial a como diera lugar, al menos hasta que tuviera un plan B.
—Acompáñeme, tengo que presentarle a mi hija mayor porque de ahora en adelante se verán seguido para tratar los temas de ambas compañías. Ella es mi sucesora, por lo que debe aprender —explicó, saliendo.
Estuve caminando a su lado, prestando atención a cada cosa que me decía, pero me preocupaba un poco el futuro que tendría Aurora si su hermana era la elegida.
—¿Y qué hay de Aurora? —pregunté.
—Oh, mi segunda hija. Ella será tu próxima secretaria. No dudes en avisarme cualquier inconveniente que suceda, me encargaré personalmente de darle una reprimenda —comentó, con un aire natural.
Parpadeé varias veces, asimilando la situación. ¿Aurora sería mi secretaria? Una sonrisa se formó en mis labios, tenía la esperanza de llevarme bien con ella y conocerla más a fondo.
Era una mujer interesante...
—Comprendo —dije.
El señor se detuvo en frente de una puerta, giró la perilla pero no abrió, por lo que frunció el ceño.
—Que extraño, no suele ponerle seguro a la puerta —murmuró, haciendo un segundo intento.
—¡Suéltame! ¡Auxilio! —dijeron desde adentro.
El señor Hidalgo y yo intercambiamos miradas. Algo no estaba bien, esa era la voz de Aurora y parecía estar en peligro.
—¡Salomé, abre la puerta! —exclamó Eduard, tocando la puerta de manera repetida.
Nadie respondió, estaban concentrados en lo que sea que pasaba del otro lado.
¿Y si Aurora estaba en peligro?
—Señor, permítame derribar esta puerta —pedí, con sumo respeto.
—¿Estás loco? —cuestionó, extrañado—. Voy a buscar las llaves.
Él iba a marcharse, pero yo tenía un mal presentimiento y buscar las llaves solo nos quitaría tiempo. Lo detuve, poniendo mi mano en su hombro.
Negué con la cabeza.
—¡¿Qué te he hecho?! —Se volvió a escuchar desde el otro lado.
—Prometo que me haré cargo de todos los daños, le pido disculpas —dictaminé.
Inhalé hondo. Eduard me miró confundido, pero se quedó boquiabierto en el momento en que levanté mi pierna para dar mi mejor patada. No por nada había entrenado mi cuerpo durante tantos años.
Derribé la puerta. La madera cayó al suelo, dejándome a la vista. Metí ambas manos en mis bolsillos y lo primero que vi fue a un hombre con traje, tratando de hacerle daño a Aurora.
—Disculpen la intromisión, pero estuve tocando y no recibí ninguna respuesta —informé, sintiéndome victorioso.
La rubia estaba asustada y tenía los ojos cristalizados. Se notaba el alivio en su expresión. ¿Qué hubiera pasado si no llegábamos a tiempo?
Lo peor es que había otra mujer presenciando la escena, sin hacer nada. Estaba claro que se trataba de su hermana. El abusador se separó se su víctima, tenía una cara de horror al ver que Eduard Hidalgo venía detrás de mí, con seriedad.
—¿P-papá? ¿L-la reunión no es en una hora? —cuestionó la castaña, con la voz temblorosa.
—Salomé, esto es el colmo —reprochó el señor, con ambas manos en la cintura—. ¿En verdad ibas a dejar que le hicieran daño a tu hermana?
Apreté los labios, en definitiva, esa familia tenía algunos problemas, como me dijo Aurora. Y yo pensé que eran una familia ejemplar, comparada con la mía que me exigían hasta más no poder.
Me acerqué a la rubia, quien todavía seguía en shock por lo sucedido. Sus manos estaban temblorosas y la sostuve con delicadeza para que me mirara.
—¿Estás bien? —pregunté, en un tono bajo para que solo ella me escuchara.
—¿Qué haces aquí? —inquirió, asustada.
—Tengo asuntos pendientes con tu padre y hermana —Le guiñé un ojo—. Pero ese tipo no se merece trabajar aquí —susurré, mirando al castaño con desagrado.
—S-señor Hidalgo, no es lo que parece —defendió, sacudiendo ambas manos con nerviosismo—. Esto es un malentendido.
—Eliott, no puedo creer que seas un director y tengas este tipo de conductas —refutó el señor, molesto—. ¡Estás despedido!
—¡¿Qué?! —exclamó el susodicho, estupefacto—. N-no puede... —balbuceó.
—Padre, no es para tanto. ¿Vas a defender a Aurora por un malentendido? —masculló Salomé, con el ceño fruncido—. Hermanita, dile que es un malentendido.
La castaña miró a su hermana menor con unos ojos furiosos y manipuladores. A simple vista, pensé que Aurora iba a hacerle caso, eso sería muy tonto de su parte.
¿Dejarse pisotear por su hermana?
No sabía que tenía ese tipo de problemas familiares. Con razón se escapaba a la biblioteca para despejar su mente.
Que inocente eres, Aurora.
—Aurora, tienes la última palabra —aclaró su padre, sin quitarle los ojos de encima.
La rubia estaba temblorosa a mi lado, dudando en lo que iba a decir. ¿Por qué le costaba tanto? Me tenía preocupado. Algo en mi interior me obligaba a protegerla a toda costa. Se veía como una pequeña flor que todavía no había florecido.
Ella jugó con sus dedos, no dejaba de parpadear y ver a todos. Estaba nerviosa, pero apoyé mi mano en su hombro para que se calmara y le regalé una sincera sonrisa.
—Aurora. Habla —dijo Salomé, cruzada de brazos.
La estaba amenazando con la mirada, de eso me pude dar cuenta.
—No... —murmuró Aurora, en un hilo que a penas se escuchó—. ¡No es ningún malentendido! ¡Ese imbécil estuvo a punto de abusar de mí y no hiciste nada para ayudarme! —gritó, señalándolos.
—¿Qué mentiras dices? ¡Estás loca! —Salomé tenía la mandíbula tensa y cerró sus puños.
—Eliott, estás despedido. Recoge tus cosas y pasa por mi oficina a firmar —ordenó Eduard—. Y tú, Salomé, te quiero en media hora en mi oficina. Hablaremos un buen rato.
—¡¿En serio le vas a creer a ella?! ¡Pero papi! —chilló, su voz me irritaba un poco.
El castaño hizo una reverencia, asustado y nervioso, pero se marchó como su jefe le pidió.
Suspiré.
—Acordamos una reunión contigo, Jean, pero en vista de los inconvenientes, tendremos que posponerla —comentó el señor.
—No se preocupe —Negué.
—¡Pero papá! —exclamó su hija mayor, agarrándolo del brazo—. ¡La culpa es de Aurora! ¿No le dirás nada? —cuestionó, frustrada por no ser escuchada.
Vaya, y pensar que esa mujer sería la próxima CEO de H&G. Se veía muy inmadura para llevar ese cargo. Le quedaba grande. Estaba claro que la habían malcriado.
—Vi con mis propios ojos lo que casi le hacen a tu hermana, Salomé. No me lleves la contraria o te irá peor —sentenció, mirándola con unos ojos amenazantes.
Salomé abrió los párpados y soltó el agarre que le imponía a su padre. Al fin entendió que ella tenía las de perder, porque juntó ambas manos sobre su falda y bajó la cabeza.
—Sí, padre... —acató, entre dientes.
El drama que cargaba esa familia era interesante.
—Aurora, puedes irte a casa, no te descontaré el día —le dijo su padre.
Ella se sorprendió, pero asintió en acuerdo. La miré con curiosidad.
—Gracias, padre —respondió la rubia, pasando por mi lado—. Gracias a ti también —me susurró y salió de la oficina.
Me mordí el labio.
—Ah, supongo que puedo irme, ¿no? —reí con nervios.
—Por supuesto. Te contactaré luego —informó el señor.
Me despedí con un estrechón de manos y salí a toda velocidad. No conocía mucho ese lugar, pero sabía cómo salir. Troté por los pasillos hasta llegar al ascensor, en donde estaba ella esperando.
Mi respiración estaba agitada, pero valió la pena. No la perdí de vista. Sus ojos estaban fijos en las puertas de hierro frente a ella. No había notado mi presencia.
Me acerqué a pasos lentos.
—Aurora —La llamé.
Enseguida volteó, dejándome apreciar esos hermosos ojos azules que brillaban con intensidad. Su cabello estaba lleno de rulos que se movieron por un momento.
Verla me llenaba un vacío que no sabía que existía.
Era preciosa, como una gema reluciente en medio de un cálido entorno. Apreciar su belleza lograba calmar mi corazón y darme la paz inmensa que necesitaba.
—¿Jean? ¿Me seguiste? —cuestionó, echando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—También me iba, casualmente estabas aquí —mentí, acercándome—. Lo de tu hermana... No sabía que podía ser así contigo.
—No le des importancia, yo soy la estúpida que no sabe defenderse —resopló.
Las puertas del ascensor se abrieron y entramos. Era un espacio pequeño, pero no me importó.
—¿Quieres que te lleve a tu casa? Estoy seguro de que la mansión Hidalgo me queda de camino —sugerí, tratando de no sonar muy simpático.
—No te preocupes. Llamaré al chófer familiar —Negó con ambas manos—. Necesito aclarar mis pensamientos, pero agradezco tu ofrecimiento.
No sabes invitar a una chica, Jean. Mal por ahí.
—Entiendo.
Un incómodo silencio nos inundó, hasta que la puerta se abrió y ambos salimos. Caminamos juntos porque íbamos a salir del edificio, pero no hablamos durante ese breve trayecto.
Ella se detuvo, ya estando afuera. El viento movía su cabello con salvajismo.
—Gracias por lo de hoy. Fuiste mi héroe sin capa —sonrió, envolviendo mi corazón.
—Llámame y estaré cuando me necesites —dictaminé, haciendo una reverencia como caballero.
Aurora... Cada vez me interesas más.
Jean fue mi héroe, jamás iba a olvidar el hecho de que derribó la puerta para evitar un trágico destino.No paraba de sonreír al recordarlo.Estaba desayunando junto a mi madre. Papá me dio otro día libre para descansar y recuperarme del pequeño trauma que me hicieron pasar. No había visto a Salomé desde lo sucedido, y eso que vivíamos en la misma casa.Me preguntaba qué le había dicho mi padre, o si le quitó el cargo, era muy poco probable que sucediera, teniendo en cuenta que era la heredera.Removí los huevos revueltos. Mamá no me miraba y estaba concentrada en leer las noticias por internet desde su celular. Era como su periódico diario.—Aquí tiene, disculpe la tardanza, señorita —Una sirvienta terminó de traer el café que faltaba.—Gracias —respondí.—Parece que los Zelaznog han avanzado bastante con nuestra ayuda —habló la mujer.Levanté la vista luego de haber bebido un sorbo de café. Ella no solía hablar a menos que estuviéramos todos en la mesa. Conmigo era bastante reservad
Abrí la puerta de la oficina de Salomé, ya quería irme y dejar de trabajar para ella, así la evitaba lo más posible.Entré con cautela, tratando de no llamar su atención. Pero ella alzó el mentón de inmediato y se levantó de su escritorio para caminar hacia mí.Sus ojos azules me asesinaban, y sus dientes estaban chocando.—Eres la culpable de todo lo que me pasa —gruñó, señalándome con el dedo.—¿Crees que está bien lanzar a tu hermana a los brazos de un abusador? —cuestioné, con la voz temblorosa.—¡Me importas un carajo! —exclamó—. Por tu culpa papá me quitó el sueldo durante los próximos meses y me duplicó el trabajo si quiero conservar el puesto.—Es un buen castigo, de hecho, fue piadoso —confesé, asintiendo.No iba a seguir quedándome callada.—¿Te estás burlando de mí? —masculló, cerrando los puños—. ¡Ponte a trabajar de una vez!—Salomé, no eres una buena hermana —escupí, decidida en acabar la ligera relación que teníamos.O bueno, yo era la única que lo veía como una buena r
Un día más y me iría a trabajar para los Zelaznog.No había visto a Jean desde el día que estuvo en la empresa y me dio el beso en la mejilla que me tomé muy a pecho. No le pedí el número. Él tampoco había ido a la biblioteca, por lo que solía leer sola.Me preguntaba qué le había pasado, aunque seguro estaba bastante ocupado con sus labores.Estaba sentada en el comedor, era la hora de la cena y siempre nos reuníamos en familia. El ambiente era silencioso todos los días, pero la costumbre hizo que se volviera cómodo.—Papi, ¿todavía no consigues a un buen candidato como esposo para mí? —inquirió Salomé, sonando el plato con el tenedor.Entre cerré mis ojos porque esa mujer hablaba con nuestros padres como si fuera la niña buena.Removí la ensalada frente a mí y llevé un poco a mi boda, prestando atención a la conversación que tendrían.—Es un poco pronto para hacer esas preguntas, pero ten por seguro que este año te casas, Salomé —informó papá, con seriedad.—¿Y piensas buscarle espo
Nervios.Era la palabra adecuada que me describía en el momento en que pisé el edificio ZP. Mi nuevo lugar de trabajo.Inhalé hondo, atravesando las puertas de vidrio de la entrada y caminando hasta llegar a la recepción en donde estaba una joven con una amplia sonrisa.Me acerqué y posé mi mano sobre el mostrador con poca confianza, no se me daba muy bien conocer a alguien nuevo, pero vería a esa recepcionista a diario, así que tenía que socializar.—Bienvenida, debes ser la nueva empleada —comentó, con los ojos entrecerrados.—Aurora Hidalgo, un placer conocerla —me presenté.Ella era una mujer de cabellera negra y corta, le llegaba hasta las orejas. Sus rasgos eran asiáticos, sobre todo sus pequeños ojos café que me miraban con amabilidad.Se formaban ligeros hoyuelos en sus mejillas y su piel era muchísimo más pálida que la mía.—Sé quién eres. Jean me ordenó acompañarte hasta su oficina, así que firma esta hoja y nos pondremos a ello —Me entregó un bolígrafo—. Ah, olvidé presenta
*Narrado por Jean*Las cenas en casa eran un poco incómodas porque mis padres siempre buscaban la manera de regañarme por mi propio bien.Lo cual era una excusa para llevar por el camino de la perfección a su único hijo.La sirvienta terminó de servir el vino en cada copa. Por muy grande que fuera la mesa, sentía la mirada penetrante de ambos sobre mí. Los cubiertos y el plato de porcelana relucían gracias a la lámpara que teníamos encima.Querían decirme algo, eso estaba más que claro.—Muy bien, los escucho —hablé, rompiendo el silencio que predominaba en el ambiente.Apoyé ambos codos sobre la mesa, dejando la comida caliente de lado, porque estaba seguro que se me quitaría el apetito al hablar con ellos.—Deberías llevarte bien con la hija mayor de los Hidalgo. Es una joven adecuada para nuestra familia, Jean —indicó mi madre, con un tono neutral.La mujer tenía cincuenta y seis años y un corto cabello negro. Sus pequeños ojos miel me miraban con detenimiento, buscando que yo come
Era un día importante para Jean, aunque me comentó que no se lo dijera a nadie porque lo que hablarían sería un secreto.Llegué a la recepción, en donde una muy animada Sakura me recibió. Sus achinados ojos casi se cerraron gracias a la sonrisa que tenía.—Aurora, tan hermosa como siempre —expresó—. Ya me he memorizado tu nombre, es un avance para mí.—No me imagino lo difícil que es tener que recibir a todos los empleados de este edificio —respondí, un poco empática.—Ni me lo recuerdes. Lo bueno es que ya llevo bastante tiempo aquí —alegó, entregándome la hoja de firma.—¿No te aburres estando sola? —pregunté, tomando el bolígrafo.—Para nada. Suelen visitarme a menudo para pedirme ciertas cosas o saludarme. Podrías hacer lo mismo en tu hora libre —sonrió, guiñándome un ojo.—Estaré encantada de charlar un poco más contigo —Hice una ligera reverencia y ambas reímos—. Bueno, mejor me retiro antes de que se me haga tarde.—Llamaré en cuanto llegue el hombre que se reunirá con Jean —in
Llegamos a la sala de reuniones. Estaba limpia y había una mesa ovalada de una fina madera en el centro. Debajo tenía una alfombra redonda.Ocho sillas la rodeaban. Un poco más atrás, había una especie de pantalla transparente que se vería con claridad mediante un proyector de video que estaba en lo más alejado de la habitación, al lado de una laptop.Suspiré, tomando asiento en cuanto cerraron la puerta.—Tomaré el atrevimiento de conectar el usb que traje —informó Ezequiel.Caminó hasta donde estaba la laptop. Jean se sentó a mi lado, por lo que desvié la mirada para no entrar en pánico.—No te preocupes, estamos aquí porque ambos queremos salir beneficiados —alegó el moreno.Ezequiel terminó de hacer su trabajo y de pronto la pantalla se iluminó, dejando a la vista la primera imagen de la diapositiva.Se titulaba: Plataforma de computación en la nube sostenible.Parpadeé, no estaba entendiendo lo que significaba, después de todo mis padres llevaban una empresa gastronómica y no tec
La reunión fue un rotundo éxito y un nuevo día había llegado. Me alegraba que Jean estuviera planeando crecer por su propia cuenta, sin tener ninguna responsabilidad en cuanto a su apellido.Había salido del trabajo mucho antes de lo previsto, y cuando llegué a casa me topé de lleno con Salomé.—Había olvidado por completo que existías —soltó, cruzada de brazos—. ¿Cómo te va en tu nuevo trabajo? ¿Ya la cagaste?—De hecho, Jean me trata muy bien en comparación tuya —respondí, orgullosa de mis palabras.Caminé, pasando por su lado porque deseaba llegar a mi habitación y darme un baño para quitarme el cansancio. Pero Salomé me detuvo, sosteniendo mi brazo.—Ni se te ocurra escapar —ordenó—. ¿Qué buscas con Jean? Te dije que me interesa.—Hermana, lo has visto una sola vez —reproché, frunciendo el ceño—. ¿Cómo puedes decir eso?—Dos veces —corrigió—. Puede gustarme quien me dé la gana, Aurora. ¿No eres tú la que cree en el amor a primera vista? —se burló.Me solté de su agarre y tensé la