—¿Pero los Hidalgo no saldrán perdiendo? —cuestioné.
Si yo me iba, al ser una de las hijas de Eduard Hidalgo, ¿no generaría problemas eso? Mi mente estaba llena de interrogantes del por qué hicieron un acuerdo de tal magnitud.
—No, Aurora. Ambas partes tendrán un lado ganador, y uno perdedor. Se trata de llegar a la igualdad, pero por supuesto, sabes que mi apellido es Hidalgo y como sea terminaré haciendo que eso siga así durante generaciones —aclaró, con unos ojos ambiciosos.
—Haré lo que se me pida... —respondí, cabizbaja.
—No te preocupes, seguirás viviendo en la mansión. Lo único que cambiará será tu lugar de trabajo. De todas formas, la empresa Zelaznog no queda muy lejos de aquí —comentó, para calmarme.
Carajo...
¿Significaba que trabajaría para Jean? Vaya manera de darle un giro a mi vida. Seguro él no estaría muy contento de saberlo.
Suspiré.
—¿Y por qué se me encomienda esto a mí? No creo que sea la más capacitada —solté.
—Hace unos años se ha estado llevando a cabo un proceso en donde se averiguan las capacidades y habilidades de cada empleado. Tú, a parte de ser mi hija, eres una empleada de esta empresa, y la única en cumplir con los requisitos —aseveró.
Eso no me dio mucha información.
—Soy una simple secretaria —le recordé.
—Aunque no lo creas, ser la secretaria de un CEO es un puesto bastante alto. No lo eches a perder —expresó, alzando una ceja.
—¿Seré su secretaria? —inquirí.
Increíble.
—Sí. Jean Zelaznog necesita una ayudita, por lo que le mandaremos a la mejor secretaria de nuestra empresa —proclamó, decidido—. Sé que Salomé y tú no se llevan muy bien, así como también sé que ella suele mentir sobre el trabajo que haces mal, cuando realmente lo haces excelente. Te he estado observando, Aurora.
—¿Me estás elogiando? —Parpadeé varias veces, sin creerlo.
Mi padre, ese hombre que siempre se mantenía serio y nunca me había hecho un cumplido en comparación a Salomé. Ese hombre era un completo extraño, o yo estaba acostumbrada a no ser importante en la familia.
—Tómalo como quieras. Lo primordial es que cumplas tu deber como hija de Eduard Hidalgo y apoyes a la familia Zelaznog como el primer paso a la expansión. Es todo —indicó, con el ceño un poco fruncido.
—De acuerdo, ¿algo más que tenga que saber? —interrogué.
No iba a seguir haciéndole preguntas porque sabía lo irritable que podía ser papá. Su paciencia era algo que se agotaba rápido, en especial con sus hijas.
—Por ahora, solo eso. En su momento sabrás el resto —respondió—. Puedes continuar con tu trabajo.
—Sí, padre.
Me levanté, haciendo una reverencia por educación. Me regaló una sonrisa forzada que me pareció hipócrita.
Salí de su oficina, para dirigirme a mi puesto. Estaba segura de que Salomé me esperaba con una falsa alegría, si es que estaba al tanto de mi situación.
Seguía teniendo interrogantes de qué era lo que planeaba mi padre... Había algo más que no podía saber, ¿pero qué? ¿Para qué arriesgarse tanto con los Zelaznog? Si ellos eran los que le debían muchísimo a los Hidalgo.
¿Por qué entregarme así de fácil?
Esas preguntas tal vez no serían respondidas por mi padre, así que tenía que averiguarlo por mi propia cuenta.
Abrí la puerta de la oficina de Salomé. La castaña se encontraba con la mano en la sien, escribiendo sobre unos papeles. Alzó el mentón cuando notó mi presencia.
—¡Al fin llegas, estúpida! ¿Por qué tardaste tanto? Ven y haz este trabajo, me estoy estresando —exigió, con fastidio en su expresión.
Caminé hasta llegar a su escritorio y sentarme a su lado. A ella le molestó estar tan cerca de mí, que terminó levantándose.
—Escribe todo eso en hojas limpias, es tu misión —señaló unos papeles impresos.
—Salomé, ¿estabas al tanto de mi destino? —pregunté, con la voz apagada.
—¿Destino? ¿Te estás quejando de lo bueno que es nuestro padre contigo? —inquirió, con incredulidad y ambas manos en la cintura—. Agradece que no te echó a la calle, como hubiera hecho yo.
—Hace rato actuaste como si no supieras —comenté, tomando el bolígrafo.
—¿Cuál es el problema? ¿Te molesta que te haya engañado? Por favor, eres una ingenua —demandó, con una sonrisa piadosa.
—Da igual, haré mi trabajo —resoplé.
—Pero hazlo bien —ordenó.
Vivir en las sombras de Salomé, eso era lo que había estado haciendo siempre... ¿Por qué se me daba otro destino? ¿Por qué tenía que llamar la atención? Preferiría seguir como estaba, no tener que conocer a gente nueva, no tener que involucrarme con otra familia.
Una voz conocida me sacó de mis pensamientos, no me percaté de que el director de marketing de la empresa había entrado, saludando a Salomé con un beso en la mano, como si de una reina se tratase.
—Salomé, un placer ver tu angelical rostro —comentó.
Estaba fingiendo. Ese tipo solo quería caerle bien a sus superiores porque era lo que más le convenía. Mi mandíbula se tensó al verlo, porque era el hombre que más me molestaba en el edificio.
—Eliott, ¿me vas a saludar a mí y a mi hermanita no? —cuestionó Salomé, con una mirada maliciosa.
Inhalé hondo, estaba preparada para las posibles palabras que me diría ese imbécil. Era un hombre castaño, de ojos tan oscuros como su corazón. Llevaba un traje formal de color marrón y su expresión juguetona me causó escalofríos.
Se fue acercando poco a poco, con la aprobación de Salomé. Cerré mis puños, tratando de ignorar el contacto visual para no caer presa del miedo. Él posó las yemas de sus dedos sobre el escritorio, con detenimiento.
—Aurora, querida. ¿Te has estado ocultando de mí? No te he visto en los últimos días —expresó, en un tono seductor.
Se lamió el labio inferior. Vi a mi hermana, la cual estaba disfrutando del espectáculo.
—Eliott, estoy muy ocupada —respondí, sin verlo.
Me sobresalté cuando el hombre golpeó la mesa con ambas palmas de sus manos. Lo miré, sus cejas estaban inclinadas y su mandíbula tensa, casi dejaba ver sus dientes.
—¿Te vas a comportar como una perra otra vez? —preguntó, frustrado.
—Sabes que ella se resiste, Eliott, pero en el fondo quiere que la hagas tuya —aclaró Salomé, con una voz aguda y burlona.
—¿Eso quieres, Aurora? Ya te he dicho que puedo darte tanto placer que no podrás olvidarme —comentó el hombre.
—¡Eso no es lo que quiero! —defendí, con firmeza.
No quería problemas. Siempre era lo mismo con algunos hombres de la empresa, me trataban como si fuera un juguete con el cual divertirse, claro que yo no me dejaba y lograba escaparme.
La mayoría eran puras palabras, nada de acciones. Pero Eliott, él era diferente... Él era el único hombre que actuaba, aunque gracias a Dios no me había hecho nada, todavía...
—¡No seas una zorra, Aurora! —exclamó Eliott, furioso por mis respuestas.
Tomó mi brazo con una fuerza increíble que logró lastimarme. Sentí una punzada en el mismo. Él me levantó, sin que yo estuviera de acuerdo, pero como era hombre, tenía más poder sobre mí que mi propio cuerpo.
Agarró mis dos muñecas y me pegó a la pared, haciendo imposible mi libertad. Mis ojos lo fulminaban, pero él lo disfrutaba. Su rodilla se interpuso en mi entrepierna, causándome un leve pinchazo de dolor.
Tragué en seco, asustada por lo que haría.
—¿Te crees la gran cosa? —habló, muy cerca de mi boca—. Solo eres una cara bonita, querida. Deja que disfrute un poco de ti.
Volteé mi cara para evitar que su boca chocara con la mía. Era una sensación repugnante, y la primera vez que ese hombre llegaba tan lejos.
Miré de reojo a Salomé, quien estaba con una sonrisa cínica y una mano en la cintura. ¿Tal vez fue obra suya? No, no podía ser tan cruel con su propia hermana... ¿O sí? ¿A tal punto de lanzarme un lobo encima?
Moví mis manos para tratar de zafarme, pero fue en vano. El agarre me presionaba las venas.
—¡Suéltame! ¡Auxilio! —exclamé, sin dejar de luchar.
—¿Te han dicho que calladita te ves más bonita? —Se mordió el labio.
Su aliento era desagradable. Una mezcla de cebolla con cigarro, me generó una fuerte repulsión en el estómago.
Un nudo se apoderó de mi garganta, porque por más que le rogaba con mi mirada a Salomé para que lo detuviera, ella solo se reía de mi sufrimiento.
—¡Hermana! —chillé, presa del miedo.
—Entiende tu lugar, Aurora —respondió ella, acercándose—. Haz lo que te plazca con ella —Echó su cabello hacia atrás.
—Estaré encantado... —acató Eliott, extasiado.
Carajo...
¿En serio me iba a pasar lo peor? ¿Un tipo se aprovecharía de mí en frente de mi propia hermana? ¿Por qué?
—¡¿Qué te he hecho?! —grité, furiosa y ahogada con mi propia saliva.
—¡Tu simple existencia es una plaga para mí! —exclamó Salomé, molesta.
Mi corazón se oprimió. Estaba claro que ella me odiaba, sin una razón lógica que llenara mi conciencia. Solté una bocanada de aire, rendida ante lo que me esperaba.
Mi hermana no me quería, tenía que entenderlo de una vez.
Nadie iba a ayudarme.
Yo no era importante, después de todo.
Cerré mis ojos, esperando lo peor. Eliott tomó las palabras de Salomé como una aprobación a lo que haría. Sostuvo mis dos muñecas con una de sus manos sobre mi cabeza, pegadas a la pared. Con la otra, agarró mi barbilla y me plantó un brusco beso que me repugnó.
Su saliva me dio asco y ganas de vomitar. Mis ojos estaban llorosos, mi pecho subía y bajaba, pero sobre todo, no dejaba de forcejear para liberarme.
Hasta que ocurrió un milagro y echaron la puerta abajo. Él volteó el rostro para comprobar quién entró, y los tres quedamos sobresaltados al ver que literalmente rompieron la puerta de una patada.
—Disculpen la intromisión, pero estuve tocando y no recibí ninguna respuesta —El hombre tenía ambas manos en los bolsillos y una sonrisa piadosa.
Era Jean Zelaznog...
Mi salvador.
*Narrado por Jean*Iba de camino a la empresa de los Hidalgo, me habían solicitado porque necesitaban hablar sobre la nueva incorporación de una empleada en mi empresa...Me preguntaba con qué fin mis padres hacían esto, si en el fondo sabían que los Hidalgo eran personas con ansias de poder y se preocupaban por ellos mismos.Detuve el coche en el estacionamiento y me bajé, con una mano en el bolsillo. Aurora no salía de mi cabeza, ojalá pudiera encontrarla de camino, me sacaría una sonrisa su simple presencia.No tardé en llegar a la oficina de Eduard Hidalgo, después de aclararle a la recepcionista que tenía una cita previa. El hombre me estaba esperando con una sonrisa, sentado en su escritorio de madera y con una pierna sobre la otra.—Un placer verlo, Jean Zelaznog —habló, levantándose para estrechar mi mano.—El placer es mío. Es un gusto estar aquí —respondí, siendo un poco hipócrita para no decepcionar a mis padres.Tenía que conservar mi cargo y volverme un CEO oficial a como
Jean fue mi héroe, jamás iba a olvidar el hecho de que derribó la puerta para evitar un trágico destino.No paraba de sonreír al recordarlo.Estaba desayunando junto a mi madre. Papá me dio otro día libre para descansar y recuperarme del pequeño trauma que me hicieron pasar. No había visto a Salomé desde lo sucedido, y eso que vivíamos en la misma casa.Me preguntaba qué le había dicho mi padre, o si le quitó el cargo, era muy poco probable que sucediera, teniendo en cuenta que era la heredera.Removí los huevos revueltos. Mamá no me miraba y estaba concentrada en leer las noticias por internet desde su celular. Era como su periódico diario.—Aquí tiene, disculpe la tardanza, señorita —Una sirvienta terminó de traer el café que faltaba.—Gracias —respondí.—Parece que los Zelaznog han avanzado bastante con nuestra ayuda —habló la mujer.Levanté la vista luego de haber bebido un sorbo de café. Ella no solía hablar a menos que estuviéramos todos en la mesa. Conmigo era bastante reservad
Abrí la puerta de la oficina de Salomé, ya quería irme y dejar de trabajar para ella, así la evitaba lo más posible.Entré con cautela, tratando de no llamar su atención. Pero ella alzó el mentón de inmediato y se levantó de su escritorio para caminar hacia mí.Sus ojos azules me asesinaban, y sus dientes estaban chocando.—Eres la culpable de todo lo que me pasa —gruñó, señalándome con el dedo.—¿Crees que está bien lanzar a tu hermana a los brazos de un abusador? —cuestioné, con la voz temblorosa.—¡Me importas un carajo! —exclamó—. Por tu culpa papá me quitó el sueldo durante los próximos meses y me duplicó el trabajo si quiero conservar el puesto.—Es un buen castigo, de hecho, fue piadoso —confesé, asintiendo.No iba a seguir quedándome callada.—¿Te estás burlando de mí? —masculló, cerrando los puños—. ¡Ponte a trabajar de una vez!—Salomé, no eres una buena hermana —escupí, decidida en acabar la ligera relación que teníamos.O bueno, yo era la única que lo veía como una buena r
Un día más y me iría a trabajar para los Zelaznog.No había visto a Jean desde el día que estuvo en la empresa y me dio el beso en la mejilla que me tomé muy a pecho. No le pedí el número. Él tampoco había ido a la biblioteca, por lo que solía leer sola.Me preguntaba qué le había pasado, aunque seguro estaba bastante ocupado con sus labores.Estaba sentada en el comedor, era la hora de la cena y siempre nos reuníamos en familia. El ambiente era silencioso todos los días, pero la costumbre hizo que se volviera cómodo.—Papi, ¿todavía no consigues a un buen candidato como esposo para mí? —inquirió Salomé, sonando el plato con el tenedor.Entre cerré mis ojos porque esa mujer hablaba con nuestros padres como si fuera la niña buena.Removí la ensalada frente a mí y llevé un poco a mi boda, prestando atención a la conversación que tendrían.—Es un poco pronto para hacer esas preguntas, pero ten por seguro que este año te casas, Salomé —informó papá, con seriedad.—¿Y piensas buscarle espo
Nervios.Era la palabra adecuada que me describía en el momento en que pisé el edificio ZP. Mi nuevo lugar de trabajo.Inhalé hondo, atravesando las puertas de vidrio de la entrada y caminando hasta llegar a la recepción en donde estaba una joven con una amplia sonrisa.Me acerqué y posé mi mano sobre el mostrador con poca confianza, no se me daba muy bien conocer a alguien nuevo, pero vería a esa recepcionista a diario, así que tenía que socializar.—Bienvenida, debes ser la nueva empleada —comentó, con los ojos entrecerrados.—Aurora Hidalgo, un placer conocerla —me presenté.Ella era una mujer de cabellera negra y corta, le llegaba hasta las orejas. Sus rasgos eran asiáticos, sobre todo sus pequeños ojos café que me miraban con amabilidad.Se formaban ligeros hoyuelos en sus mejillas y su piel era muchísimo más pálida que la mía.—Sé quién eres. Jean me ordenó acompañarte hasta su oficina, así que firma esta hoja y nos pondremos a ello —Me entregó un bolígrafo—. Ah, olvidé presenta
*Narrado por Jean*Las cenas en casa eran un poco incómodas porque mis padres siempre buscaban la manera de regañarme por mi propio bien.Lo cual era una excusa para llevar por el camino de la perfección a su único hijo.La sirvienta terminó de servir el vino en cada copa. Por muy grande que fuera la mesa, sentía la mirada penetrante de ambos sobre mí. Los cubiertos y el plato de porcelana relucían gracias a la lámpara que teníamos encima.Querían decirme algo, eso estaba más que claro.—Muy bien, los escucho —hablé, rompiendo el silencio que predominaba en el ambiente.Apoyé ambos codos sobre la mesa, dejando la comida caliente de lado, porque estaba seguro que se me quitaría el apetito al hablar con ellos.—Deberías llevarte bien con la hija mayor de los Hidalgo. Es una joven adecuada para nuestra familia, Jean —indicó mi madre, con un tono neutral.La mujer tenía cincuenta y seis años y un corto cabello negro. Sus pequeños ojos miel me miraban con detenimiento, buscando que yo come
Era un día importante para Jean, aunque me comentó que no se lo dijera a nadie porque lo que hablarían sería un secreto.Llegué a la recepción, en donde una muy animada Sakura me recibió. Sus achinados ojos casi se cerraron gracias a la sonrisa que tenía.—Aurora, tan hermosa como siempre —expresó—. Ya me he memorizado tu nombre, es un avance para mí.—No me imagino lo difícil que es tener que recibir a todos los empleados de este edificio —respondí, un poco empática.—Ni me lo recuerdes. Lo bueno es que ya llevo bastante tiempo aquí —alegó, entregándome la hoja de firma.—¿No te aburres estando sola? —pregunté, tomando el bolígrafo.—Para nada. Suelen visitarme a menudo para pedirme ciertas cosas o saludarme. Podrías hacer lo mismo en tu hora libre —sonrió, guiñándome un ojo.—Estaré encantada de charlar un poco más contigo —Hice una ligera reverencia y ambas reímos—. Bueno, mejor me retiro antes de que se me haga tarde.—Llamaré en cuanto llegue el hombre que se reunirá con Jean —in
Llegamos a la sala de reuniones. Estaba limpia y había una mesa ovalada de una fina madera en el centro. Debajo tenía una alfombra redonda.Ocho sillas la rodeaban. Un poco más atrás, había una especie de pantalla transparente que se vería con claridad mediante un proyector de video que estaba en lo más alejado de la habitación, al lado de una laptop.Suspiré, tomando asiento en cuanto cerraron la puerta.—Tomaré el atrevimiento de conectar el usb que traje —informó Ezequiel.Caminó hasta donde estaba la laptop. Jean se sentó a mi lado, por lo que desvié la mirada para no entrar en pánico.—No te preocupes, estamos aquí porque ambos queremos salir beneficiados —alegó el moreno.Ezequiel terminó de hacer su trabajo y de pronto la pantalla se iluminó, dejando a la vista la primera imagen de la diapositiva.Se titulaba: Plataforma de computación en la nube sostenible.Parpadeé, no estaba entendiendo lo que significaba, después de todo mis padres llevaban una empresa gastronómica y no tec