Capítulo 4: Cambios

—¿Pero los Hidalgo no saldrán perdiendo? —cuestioné.

Si yo me iba, al ser una de las hijas de Eduard Hidalgo, ¿no generaría problemas eso? Mi mente estaba llena de interrogantes del por qué hicieron un acuerdo de tal magnitud.

—No, Aurora. Ambas partes tendrán un lado ganador, y uno perdedor. Se trata de llegar a la igualdad, pero por supuesto, sabes que mi apellido es Hidalgo y como sea terminaré haciendo que eso siga así durante generaciones —aclaró, con unos ojos ambiciosos.

—Haré lo que se me pida... —respondí, cabizbaja.

—No te preocupes, seguirás viviendo en la mansión. Lo único que cambiará será tu lugar de trabajo. De todas formas, la empresa Zelaznog no queda muy lejos de aquí —comentó, para calmarme.

Carajo...

¿Significaba que trabajaría para Jean? Vaya manera de darle un giro a mi vida. Seguro él no estaría muy contento de saberlo.

Suspiré.

—¿Y por qué se me encomienda esto a mí? No creo que sea la más capacitada —solté.

—Hace unos años se ha estado llevando a cabo un proceso en donde se averiguan las capacidades y habilidades de cada empleado. Tú, a parte de ser mi hija, eres una empleada de esta empresa, y la única en cumplir con los requisitos —aseveró.

Eso no me dio mucha información.

—Soy una simple secretaria —le recordé.

—Aunque no lo creas, ser la secretaria de un CEO es un puesto bastante alto. No lo eches a perder —expresó, alzando una ceja.

—¿Seré su secretaria? —inquirí.

Increíble.

—Sí. Jean Zelaznog necesita una ayudita, por lo que le mandaremos a la mejor secretaria de nuestra empresa —proclamó, decidido—. Sé que Salomé y tú no se llevan muy bien, así como también sé que ella suele mentir sobre el trabajo que haces mal, cuando realmente lo haces excelente. Te he estado observando, Aurora.

—¿Me estás elogiando? —Parpadeé varias veces, sin creerlo.

Mi padre, ese hombre que siempre se mantenía serio y nunca me había hecho un cumplido en comparación a Salomé. Ese hombre era un completo extraño, o yo estaba acostumbrada a no ser importante en la familia.

—Tómalo como quieras. Lo primordial es que cumplas tu deber como hija de Eduard Hidalgo y apoyes a la familia Zelaznog como el primer paso a la expansión. Es todo —indicó, con el ceño un poco fruncido.

—De acuerdo, ¿algo más que tenga que saber? —interrogué.

No iba a seguir haciéndole preguntas porque sabía lo irritable que podía ser papá. Su paciencia era algo que se agotaba rápido, en especial con sus hijas.

—Por ahora, solo eso. En su momento sabrás el resto —respondió—. Puedes continuar con tu trabajo.

—Sí, padre.

Me levanté, haciendo una reverencia por educación. Me regaló una sonrisa forzada que me pareció hipócrita.

Salí de su oficina, para dirigirme a mi puesto. Estaba segura de que Salomé me esperaba con una falsa alegría, si es que estaba al tanto de mi situación.

Seguía teniendo interrogantes de qué era lo que planeaba mi padre... Había algo más que no podía saber, ¿pero qué? ¿Para qué arriesgarse tanto con los Zelaznog? Si ellos eran los que le debían muchísimo a los Hidalgo.

¿Por qué entregarme así de fácil?

Esas preguntas tal vez no serían respondidas por mi padre, así que tenía que averiguarlo por mi propia cuenta.

Abrí la puerta de la oficina de Salomé. La castaña se encontraba con la mano en la sien, escribiendo sobre unos papeles. Alzó el mentón cuando notó mi presencia.

—¡Al fin llegas, estúpida! ¿Por qué tardaste tanto? Ven y haz este trabajo, me estoy estresando —exigió, con fastidio en su expresión.

Caminé hasta llegar a su escritorio y sentarme a su lado. A ella le molestó estar tan cerca de mí, que terminó levantándose.

—Escribe todo eso en hojas limpias, es tu misión —señaló unos papeles impresos.

—Salomé, ¿estabas al tanto de mi destino? —pregunté, con la voz apagada.

—¿Destino? ¿Te estás quejando de lo bueno que es nuestro padre contigo? —inquirió, con incredulidad y ambas manos en la cintura—. Agradece que no te echó a la calle, como hubiera hecho yo.

—Hace rato actuaste como si no supieras —comenté, tomando el bolígrafo.

—¿Cuál es el problema? ¿Te molesta que te haya engañado? Por favor, eres una ingenua —demandó, con una sonrisa piadosa.

—Da igual, haré mi trabajo —resoplé.

—Pero hazlo bien —ordenó.

Vivir en las sombras de Salomé, eso era lo que había estado haciendo siempre... ¿Por qué se me daba otro destino? ¿Por qué tenía que llamar la atención? Preferiría seguir como estaba, no tener que conocer a gente nueva, no tener que involucrarme con otra familia.

Una voz conocida me sacó de mis pensamientos, no me percaté de que el director de marketing de la empresa había entrado, saludando a Salomé con un beso en la mano, como si de una reina se tratase.

—Salomé, un placer ver tu angelical rostro —comentó.

Estaba fingiendo. Ese tipo solo quería caerle bien a sus superiores porque era lo que más le convenía. Mi mandíbula se tensó al verlo, porque era el hombre que más me molestaba en el edificio.

—Eliott, ¿me vas a saludar a mí y a mi hermanita no? —cuestionó Salomé, con una mirada maliciosa.

Inhalé hondo, estaba preparada para las posibles palabras que me diría ese imbécil. Era un hombre castaño, de ojos tan oscuros como su corazón. Llevaba un traje formal de color marrón y su expresión juguetona me causó escalofríos.

Se fue acercando poco a poco, con la aprobación de Salomé. Cerré mis puños, tratando de ignorar el contacto visual para no caer presa del miedo. Él posó las yemas de sus dedos sobre el escritorio, con detenimiento.

—Aurora, querida. ¿Te has estado ocultando de mí? No te he visto en los últimos días —expresó, en un tono seductor.

Se lamió el labio inferior. Vi a mi hermana, la cual estaba disfrutando del espectáculo.

—Eliott, estoy muy ocupada —respondí, sin verlo.

Me sobresalté cuando el hombre golpeó la mesa con ambas palmas de sus manos. Lo miré, sus cejas estaban inclinadas y su mandíbula tensa, casi dejaba ver sus dientes.

—¿Te vas a comportar como una perra otra vez? —preguntó, frustrado.

—Sabes que ella se resiste, Eliott, pero en el fondo quiere que la hagas tuya —aclaró Salomé, con una voz aguda y burlona.

—¿Eso quieres, Aurora? Ya te he dicho que puedo darte tanto placer que no podrás olvidarme —comentó el hombre.

—¡Eso no es lo que quiero! —defendí, con firmeza.

No quería problemas. Siempre era lo mismo con algunos hombres de la empresa, me trataban como si fuera un juguete con el cual divertirse, claro que yo no me dejaba y lograba escaparme.

La mayoría eran puras palabras, nada de acciones. Pero Eliott, él era diferente... Él era el único hombre que actuaba, aunque gracias a Dios no me había hecho nada, todavía...

—¡No seas una zorra, Aurora! —exclamó Eliott, furioso por mis respuestas.

Tomó mi brazo con una fuerza increíble que logró lastimarme. Sentí una punzada en el mismo. Él me levantó, sin que yo estuviera de acuerdo, pero como era hombre, tenía más poder sobre mí que mi propio cuerpo.

Agarró mis dos muñecas y me pegó a la pared, haciendo imposible mi libertad. Mis ojos lo fulminaban, pero él lo disfrutaba. Su rodilla se interpuso en mi entrepierna, causándome un leve pinchazo de dolor.

Tragué en seco, asustada por lo que haría.

—¿Te crees la gran cosa? —habló, muy cerca de mi boca—. Solo eres una cara bonita, querida. Deja que disfrute un poco de ti.

Volteé mi cara para evitar que su boca chocara con la mía. Era una sensación repugnante, y la primera vez que ese hombre llegaba tan lejos.

Miré de reojo a Salomé, quien estaba con una sonrisa cínica y una mano en la cintura. ¿Tal vez fue obra suya? No, no podía ser tan cruel con su propia hermana... ¿O sí? ¿A tal punto de lanzarme un lobo encima?

Moví mis manos para tratar de zafarme, pero fue en vano. El agarre me presionaba las venas.

—¡Suéltame! ¡Auxilio! —exclamé, sin dejar de luchar.

—¿Te han dicho que calladita te ves más bonita? —Se mordió el labio.

Su aliento era desagradable. Una mezcla de cebolla con cigarro, me generó una fuerte repulsión en el estómago.

Un nudo se apoderó de mi garganta, porque por más que le rogaba con mi mirada a Salomé para que lo detuviera, ella solo se reía de mi sufrimiento.

—¡Hermana! —chillé, presa del miedo.

—Entiende tu lugar, Aurora —respondió ella, acercándose—. Haz lo que te plazca con ella —Echó su cabello hacia atrás.

—Estaré encantado... —acató Eliott, extasiado.

Carajo...

¿En serio me iba a pasar lo peor? ¿Un tipo se aprovecharía de mí en frente de mi propia hermana? ¿Por qué?

—¡¿Qué te he hecho?! —grité, furiosa y ahogada con mi propia saliva.

—¡Tu simple existencia es una plaga para mí! —exclamó Salomé, molesta.

Mi corazón se oprimió. Estaba claro que ella me odiaba, sin una razón lógica que llenara mi conciencia. Solté una bocanada de aire, rendida ante lo que me esperaba.

Mi hermana no me quería, tenía que entenderlo de una vez.

Nadie iba a ayudarme.

Yo no era importante, después de todo.

Cerré mis ojos, esperando lo peor. Eliott tomó las palabras de Salomé como una aprobación a lo que haría. Sostuvo mis dos muñecas con una de sus manos sobre mi cabeza, pegadas a la pared. Con la otra, agarró mi barbilla y me plantó un brusco beso que me repugnó.

Su saliva me dio asco y ganas de vomitar. Mis ojos estaban llorosos, mi pecho subía y bajaba, pero sobre todo, no dejaba de forcejear para liberarme.

Hasta que ocurrió un milagro y echaron la puerta abajo. Él volteó el rostro para comprobar quién entró, y los tres quedamos sobresaltados al ver que literalmente rompieron la puerta de una patada.

—Disculpen la intromisión, pero estuve tocando y no recibí ninguna respuesta —El hombre tenía ambas manos en los bolsillos y una sonrisa piadosa.

Era Jean Zelaznog...

Mi salvador.

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