El frío del suelo de piedra se filtra a través de mi piel, penetrando hasta los huesos. El aire aquí abajo es espeso, rancio, cargado de humedad y desesperanza. No sé cuántas horas llevo encerrado. Tal vez días. Tal vez más.Estoy encadenado a la pared como un animal rabioso. Como si fuera una bestia incapaz de razonar. Lo peor es que eso es lo que creen de mí ahora. Un Alfa caído. Un error.Las cadenas que rodean mis muñecas y tobillos están impregnadas con algo que me debilita. No es solo plata. Es más que eso. Cada vez que intento tirar de ellas, siento el ardor recorriéndome los músculos, drenando mi fuerza. Me han reducido a poco más que un hombre ordinario.Un hombre ordinario no puede salvarla.Rita.El simple hecho de pensar en su nombre hace que la rabia me hierva en la sangre. No porque la culpe. No porque haya hecho algo mal. Sino porque está sola. En manos de ellos. Y yo aquí, atado como un perro callejero, incapaz de moverme, incapaz de pelear por ella.Mis garras raspan
La primera cadena cede con un chasquido sordo.El dolor sigue ahí, una quemadura punzante en la piel donde la plata se ha hundido demasiado profundo. Mi muñeca tiembla cuando la libero, pero no me detengo. Mi instinto me grita que me mueva. Que huya, que pelee, que haga algo antes de que sea tarde.El desconocido sigue trabajando en la otra cadena. Veo su silueta moverse en la penumbra, su respiración contenida, la tensión en sus dedos.No necesito verlo de frente para reconocerlo.—¿Por qué haces esto? —murmuro, con la voz ronca.No responde de inmediato. Solo sigue trabajando, con una paciencia que me impacienta.—Porque la manada está perdida. —Su voz es baja, casi un susurro. No hay emoción en ella, solo un frío pragmatismo—. Y porque tú eres el único que puede salvarla.Suena irónico.Yo, el traidor. El lobo derrotado. El Alfa caído.Pero la segunda cadena cede, y el metal golpea el suelo con un sonido hueco.Soy libre.Me pongo de pie demasiado rápido. El mundo da un giro brusco
El campamento es un caos.Gritos. Gruñidos. Miradas afiladas como cuchillos.Los lobos se dividen en dos grupos, como un río que se parte en dos direcciones. Unos se colocan a mi lado, instintivamente, con la lealtad reflejada en sus posturas tensas. Otros rodean a Natan, listos para lanzarse sobre mí con la primera orden.Rita sigue detrás de mí. Puedo oír su respiración entrecortada. No me atrevo a girarme para mirarla, no ahora. No cuando un solo movimiento en falso podría sellar nuestro destino.Me mantengo firme.Natan me observa con esa sonrisa despectiva, como si toda esta situación le divirtiera.—Siempre con el discurso heroico, hermano. —Su voz es una mezcla de burla y veneno—. ¿No te cansas?Lo ignoro.—Escuchen —levanto la voz—. Esto es una estupidez.Algunos parpadean. Otros tensan las mandíbulas.—Tenemos algo más grande de qué preocuparnos. Nos están cazando.Silencio.Veo las dudas en algunos. Los lobos más jóvenes, los que han sentido la presencia de los cazadores per
Nos alejamos sin mirar atrás.El bosque nos engulle con su manto de sombras y silencio, pero el eco de lo que dejamos atrás sigue vibrando en el aire, como un aullido contenido. La manada ya no es nuestro refugio, sino nuestra sentencia.Rita camina a mi lado, su respiración entrecortada, pero sus pasos firmes. No se ha quejado ni una sola vez, pero sé que está agotada. Todos lo estamos.La luna se alza sobre nosotros, una esfera pálida que proyecta sombras distorsionadas entre los árboles. Nos hemos detenido en un claro apartado, oculto entre las raíces retorcidas de robles centenarios. El aroma a humedad y tierra recién removida me inunda los sentidos.Mi cuerpo está tenso, aún en estado de alerta. Aunque hemos escapado, no estamos seguros.Los cazadores están cerca.La manada nos odia.Y la noche aún no ha terminado.—Debemos encender un fuego —dice uno de los lobos, pero niego con la cabeza.—No. No podemos arriesgarnos. Nos están buscando.Varios gruñen en desacuerdo, pero nadie
La sangre aún gotea de mis garras cuando Rita me toca.Su contacto es cálido, humano. Me ancla.Levanto la vista y la encuentro observándome con esos ojos enormes y oscuros, llenos de algo que no logro descifrar. No es miedo. No es asco. Es… algo más.Los disparos han cesado por ahora, pero sabemos que no durará mucho.—Tenemos que irnos —susurra otra vez, su voz más apremiante.Pero yo no me muevo.El mundo debería estar ardiendo a nuestro alrededor. Debería preocuparme por los cazadores, por mi manada, por el peligro inminente.Pero en este instante, solo existe ella.El temblor en su respiración.El ligero movimiento de sus labios entreabiertos.La forma en que la luna ilumina su piel manchada de lodo y ceniza, como si ella fuera lo único puro en medio de la masacre.Mi mente me dice que corra.Mi cuerpo… tiene otras prioridades.—Luke… —Su voz es apenas un suspiro.No sé quién da el primer paso.Tal vez fui yo. Tal vez fue ella.Solo sé que, en el siguiente latido, su boca está so
El bosque arde en destellos de luz artificial. Cada disparo ilumina los árboles con un resplandor espectral antes de desvanecerse en la noche cerrada. Mi instinto me grita que corra, pero no puedo. No todavía.Rita se aferra a mi brazo. Su respiración es un temblor cálido contra mi piel. Sus ojos oscuros buscan los míos, esperando una respuesta, esperando que haga algo.—Mantente detrás de mí —le ordeno en un gruñido bajo.El aire es denso con el olor del gas, de la pólvora, del sudor de los cazadores mezclado con el hedor químico de sus armas. Están entrenados. No son los típicos idiotas con rifles de plata y trampas oxidadas. Se mueven en formación, calculando cada paso.No hay escapatoria.—¡Ahí están! ¡Muévanse! —grita uno de ellos.Las linternas de sus cascos barren el área como ojos demoníacos. Mis oídos captan el clic mecánico de un seguro destrabándose.No hay tiempo para pensar.Me muevo.Cargo contra el primero antes de que pueda reaccionar, hundiendo mis garras en su armadu
El eco de los pasos de Natan se desvanece en la distancia, dejándome en un silencio sofocante.El dolor en mis muñecas y tobillos es constante, punzante, pero no peor que la ira que me consume por dentro. La impotencia es un veneno que se filtra en cada fibra de mi ser. Tiro de las cadenas otra vez, esta vez con más furia, sintiendo cómo el metal corta mi piel. La sangre caliente escurre por mis dedos, pero no me importa.No puedo quedarme aquí.No puedo dejarla con ellos.Rita.El pensamiento de su nombre golpea dentro de mi cráneo como un tambor. Imaginarla sola, en manos de aquellos que me quieren muerto, con Natan decidiendo su destino, hace que el odio me queme la garganta.¿Dónde estará ahora? ¿Sola en algún rincón oscuro? ¿Herida?Cierro los ojos, respirando hondo, intentando encontrar calma en el caos. Pero lo único que veo es a ella, con su cabello desordenado, con esa expresión feroz que ha aprendido a ocultar detrás de su miedo. Me acuerdo de la última vez que la vi antes d
El cuerpo de Rita tiembla entre mis brazos. Su respiración es entrecortada, rápida, como si todavía estuviera atrapada en el terror de los últimos minutos.Yo también estoy temblando. Pero no de miedo.De rabia.De odio.De la pura necesidad de seguir matando.Pero no puedo. No ahora.Porque la tengo en mis brazos, porque necesito sacarla de este maldito lugar antes de que vengan más.Me levanto con ella sin esfuerzo. Sus brazos siguen aferrados a mi cuello, como si tuviera miedo de que la soltara, de que esto fuera una pesadilla de la que despertaría volviendo a estar atrapada en esas manos inmundas.Pero no voy a permitirlo.—Nos vamos.Ella no responde, pero su agarre se hace más fuerte.Mis sentidos están al límite. Sé que el ruido de la pelea alertó a los demás. Sé que no pasará mucho tiempo antes de que alguien venga a ver qué pasó.Salgo de la habitación con los músculos tensos, preparado para encontrarme con cualquiera. Pero el pasillo está vacío.La cabaña de los prisioneros