Capítulo Veinticinco

Al escuchar mis palabras susurrarle cerca, dejó de besar mi cuello, me miró directo a los ojos, su rostro estaba rojizo y húmedo del sudor. No había dejado de moverse en ningún momento. Cada roce era electrificante, y me llevaba segundo a segundo a mi siguiente orgasmo.

Cerró sus ojos y puso su frente sobre la mía. Intentaba controlar su respiración o controlar los pensamientos de ambos. ¡Maldición Elena, no debiste decirle eso! Miles de pensamientos de arrepentimientos y negativas me empezaron a enfriar el corazón.

– Tú también me gustas, Elena –dijo suavemente.

De un movimiento subió sus piernas, metió su brazo por mi espalda, me apretó fuerte y se dejó caer hacía atrás. Poniéndome encima de él de inmediato, sin que su miembro se saliera de mí. Ahogué un pequeño grito. Puso sus manos sobre mis caderas y me guío en los movimientos.

– Despacio, nena. Disfrútalo.

Me había desconcentrado, no porque no me gustara su respuesta, al contrario, su respu
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