Capítulo 2: Un rey aterrador

Celeste 

El gran rey avanza como si estuviera gobernado por otras leyes. Era elegante y rápido, y yo tiemblo cuando estuvo frente a mí. 

—¿Qué hay aquí?— susurra.

Con una mano enguantada, tomó mi barbilla y levantó mi cara. Ahí estaba yo, una simple muchacha, frente a ese gran señor, a ese rey de leyendas: alto, imponente, que ahora me miraba impactado.

El rostro del rey era hermoso. Decían que era un lobo que había vivido por siglos, pero a mí me parecía atractivo, como si el tiempo no pasara en él. Su cabello negro y sus cejas oscuras le daban un aspecto misterioso. Su piel era muy clara y veo en su perfecto rostro un ceño lleno de preocupación, y tuve que contener la tentación de pasar mi mano por su cara, aliviar su pena, entender su dolor. Olía al tiempo, a los brotes verdes de las plantas, a semillas abriéndose a la vida.

—No puede ser… —dice voz baja. Su voz era tan aterradora como fascinante.

Aparta mi cabello delicadamente con su mano y, cuando repara en mi horrible cicatriz, vi el espanto en sus ojos. Intenté cubrirme, pero él me contuvo y siguió observándome. Era una marca terrible, una de la que siempre me había sentido avergonzada.

—¿Quién te hizo esto? —pregunta firme, con una voz ronca y furiosa que hizo temblar a los lobos a su lado. 

Sus ojos verdes y maravillosos estaban fijos en mí, como si yo fuese la cosa más rara del mundo. Cuando levanta su mano, ya sin guantes, vi sus dedos largos y fuertes. Al tocar suavemente mi mejilla, siento una corriente eléctrica, y sus ojos se abren de par en par.

Había vida, dolor, fascinación y odio en esos ojos. Su mirada se oscureció, y su expresión cambia a furia. Parecía que al gran rey se le había olvidado en qué estaba, qué hacía.

—¿Su Majestad? —aparece una mujer rubia, vestida de guerrera, y me sorprende ver que era una vampira. El rey parece despertar de su trance, y se aleja de mí, resoplando.

—¡Enciérrenlos a todos, y a esta, colóquenla en una celda aparte, en el calabozo sombrío! ¡Ahora mismo! ¡Aléjenla de mí! —ordena sin quitarme la mirada de encima. Las guerreras lo ven extrañadas.

—Pero, es solo una humana —indica la vampira.

—Amelia… —gruñe él. Y le hicieron caso. Fui arrastrada junto con los otros prisioneros. Escucho gritos, más interrogatorios, y alaridos. No sé a cuantos mataron, éramos cada vez menos.

—¿A dónde me llevan? —pregunto mientras nos subían a un camión. Los aliados de mi tío me miraban con desdén.

—Al castillo, y de ahí a donde merecen estar. Den gracias a la diosa de que Su Majestad ha querido que vivan, aunque quizás no por mucho tiempo —susurra la vampira. Era hermosa, pero arrugó la nariz y se alejó de mí lo más pronto posible.

—No sé por qué no te han matado antes, eres un fracaso —dijo Félix, uno de los guerreros de mi tío, esos que me han odiado desde siempre.

—Eres una humana débil y además una mujer —menciona otro. Todos se rieron. Aun en esta situación crítica, me seguían viendo inferior a ellos. La única buena noticia era que no habían atrapado a nadie más. Los niños, Elías y lo que quedó de la manada están a salvo. Había cumplido con mi deber, aunque me sacrificara en el proceso.

—Fui la última que atraparon, y yo me entregué. En cambio, ustedes se supone que son guerreros, y cayeron rápidamente en sus garras —respondo. Gruñeron, agitándose. Nana solía decirme que debía evitar contestar, que me traería problemas. ¿Pero qué problemas peores podía tener en la situación en la que estaba?

—Cállate, humana, o si no...—

—¡Silencio! —gritan las  guerreras. 

El castillo se asoma, vibrante e impresionante, era gigantesco y estaba muy bien resguardado. Nos arrastraron por pasillos oscuros mientras veo lobos y guerreros caminando de un lado a otro. Bajamos muchas escaleras, pasando por mazmorras iluminadas con antorchas. Se escuchaban gritos, sollozos y chillidos de angustia, y me aterra pensar nuestro destino.

—Tú, por aquí —dijo una guerrera, y me colocó en una celda apartada. Me recosté en la pared húmeda y fría. 

Me quedé pensando en Nana, en Elías y en los niños, soñando con volver a verlos. Ya no estaba en manos de un vampiro que me quería para tener un hijo, ni tampoco en las garras de mi tío por primera vez en años. Pero el rey… me había mirado de una forma que no puedo olvidar.

—Hay más de los Lobos Rebeldes que cazar. Pronto caerán en nuestra manos— dijo una guerrera y yo me asusto. ¡No podían atraparlos! Y no se qué hora era cuando siento que había alguien frente a mi celda. Cuando se acerca más a la luz, era un hombre, y me sobresalto al ver que era un vampiro.

—Lo siento, señorita, no quise molestarla —dijo con una voz muy amable. En mi vida nadie me había llamado "señorita", y no sabía si me encantaba o me aterraba.

—Aléjese por favor —susurro. Me doy cuenta de que era un hombre muy bien vestido, de expresión seria.

—Eres una hechicera — susurra asombrado.

—No, no lo soy—

—Hay un poder antiguo en ti. En mis siglos de vida, he conocido a un par, y tú eres una de ellas —menciona él. Mi corazón se acelera. Ser reconocida como hechicera era como tener un cartel en la frente que dijera "amenaza", lo que hacía que te cazaran como a un animal. 

—No es mi intención asustarla, señorita, todo lo contrario. Además, no puedo hacerle daño; usted tiene plata... en su sangre. Algo que no había visto hace muchos años, algo que solo hacen las hechiceras. Por eso también la reconocí— explica. Parece ser un vampiro realmente amable, pero me habían enseñado a no confiar en ellos.

—¿Qué es lo que quiere? —pregunto.

—Necesito su ayuda, para buscar a alguien—

—No ayudaré a que nadie más sea apresado por este loco rey —respondo, y él sonríe, como si la idea lo divirtiera.

—En realidad es una búsqueda más personal. Estoy buscando a mi compañera— los vampiros tenían una única compañera, una especie de mate.

—No tengo poderes, ya se lo he dicho —

—Creo que igual puede ser de utilidad. Yo podría sacarla de aquí —menciona, pero solo hay algo que me preocupa.

—Lo haré si ayuda a mi gente —explico detalles sobre Nana, los niños y Elías. Él se queda pensando.

—Lobos... rebeldes. Su Majestad los detesta, pero voy a hacer mi intento—

—Si los ayuda yo estaré en deuda con usted señor— susurro.

—Fabrizio. Mi nombre es Fabrizio—

—Celeste—

—Muchas gracias, Celeste. Creo que vamos a llevarnos muy bien —comenta sonriente y se va. No sé si he firmado mi condena o si realmente obtendré ayuda, pero si puedo salvar a los niños, haría lo que fuera.

Escucho que se llevan a algunos lobos para interrogarlos. Los hombres gritan desesperados y yo me quedo sola en esta mazmorra oscura y fría. Empiezo a temblar cuando el aire se escapa del lugar y alguien se aproxima. 

Me quedo sin aliento al ver que es un lobo gigante... una bestia descomunal fija su mirada en mí, roja, acercándose, mientras yo retrocedo, alejándome de la reja.

—¿Quién eres pequeña? ¿Quién eres de verdad? ¿Has venido a torturarnos? —ruge la bestia, y yo tiemblo. Veo sus ojos, esos ojos verdes que me impactan, esos que ya conocía, que me fascinaban y aterraban y tengo que contener un grito.

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