Alaric Necesitaba escapar. Salir de aquí. Nunca había sido feliz en ese maldito castillo, y mucho menos quería ser rey o tener ese rol fatídico, pero las cosas sucedían por una razón. Aun cuando quisiera hacer oídos sordos a las señales, tenía que cumplir con mi destino. El destino, esa fuerza extraña que ahora parecía estar en mi contra. Se suponía que un rey podía hacer cualquier cosa. Y, en cambio, yo estaba preso, prisionero del bendito destino.—No importa a dónde vayamos, no va a salir de nuestra mente —resoplaba mi lobo, Roy, mientras corríamos por el bosque. Mi familia había sido la de los primeros lobos, pero nunca fuimos una familia feliz. En la última guerra me enfrenté al único hermano que me quedaba vivo... y lo maté. Era él o el resto del mundo, y yo, como siempre, elegí a todos menos a los míos. —Hicimos lo que teníamos que hacer —repetía mi lobo. Ni siquiera podía escapar de mi lobo. Roy había sido enterrado dentro de mí, muy lejos, hace mucho tiempo. Y justo
Alaric Yo veía todo rojo. Si esto era un hechizo, funcionaba perfectamente. En ese preciso momento, era capaz de vender el castillo con todos sus habitantes dentro con tal de proteger a la hechicera.—¿Dónde está? ¿Dónde está? ¿Dónde está? —repetía desesperado Roy, rogándome que le diera el poder. Lo había hecho varias veces. Él quería asegurarse de que ella era real, y todas las veces, había sido catastrófico. Se rendía como un cachorrito ante ella, y yo no iba a dejar que eso sucediera.—¡Apártense del camino! —grité. Había estado días lejos del castillo, sintiendo como una especie de eslabón invisible atado a mi pecho, me jalaba a ella. Y ahora tenía que reconocer que me volvía a sentir poderoso, como si recuperara toda mi fuerza.—Es por ella —jadeaba Roy, buscando cada vez más pruebas de que ella era… esa palabra que ni siquiera quería repetir. Cuando vi las magnolias en el suelo y a ella retrocediendo, con el lobo acorralándola, no pude controlar a mi bestia. Me transformé en e
CelesteEl lobo se abalanzó sobre mí mientras yo retrocedía aterrada, consciente de que no podría escapar de él. La noche se cernía sobre nosotros y los árboles desnudos hacían todo aún más tenebroso. Y ahí… juro que vi la luz. Reconocería a esa bestia incluso con los ojos cerrados. Sus ojos verdes, como esmeraldas, relampagueaban.—¡Acábenlos! —gritaba Amelia cuando aparecieron más lobos. A mis pies, el rogue ya estaba destrozado, pero vi que otro venía con una pequeña espada. Y era una locura, pero esa pieza de metal me llamaba. Sentía que… susurraba mi nombre, y un zumbido me desconcentró. La llevaba un hombre desgarbado, de ojos rojos, un rogue.—¡Su Majestad! —grité, pero ya era tarde. El rey caía herido, y corrí hacia él.—No, no puede ser... —susurré mientras él extendía su mano hacia mí. La sangre brotaba de la herida en su mano, y yo presionaba con la tela de mi falda para intentar contenerla.—Va a estar bien... va a estar bien —murmuro.—¡Muchacha, aléjate de él! No te lo v
Alaric Cuando me despierto la escena que tengo enfrente me quita el aliento. Celeste toma mi mano con delicadeza, sus dedos entrelazados con los míos, mientras su pulgar descansa en la palma de mi mano. —Nos ha estado cuidando —dice mi lobo, y yo gruño.—Ningún mate ha ayudado a mi familia. Lo que hacen es destrozarnos——Ella es diferente. Nosotros somos diferentes —responde.No sé si es por las hierbas que me ha colocado o simplemente por su toque, pero me siento mejor. Sabía que la herida iba a ser terrible. No era la primera vez que este tipo de artefactos con hechicería me hacía daño. La última vez... había sido catastrófico. Por eso todos en el castillo habían estado tan preocupados.Sin embargo, debían confiar en ella, puesto que la pequeña humana, que supuestamente no tenía poderes, yacía aquí. Yo mismo había demandado sacarla, y aquí estaba. Me quedo observándola un tiempo, ajena a lo que yo hago. Veo su cabello oscuro cayéndole sobre la cara, sus labios entreabiertos. Parec
Celeste —Tienes que hacer todo por cuidarlo, para que se recupere rápidamente. Ya en otra ocasión estuvo herido... y fue un caos. Te lo pido, Celeste —me había rogado Fabrizio.El rey había salido rápidamente de la habitación y yo volví a mi trabajo en la cocina, pero cuando se hizo tarde, regresé a sus recámaras. La guerrera con el parche en el ojo me vigilaba, pero no dijo nada cuando entré para esperarlo adentro.Su habitación era hermosa, había plantas, objetos antiguos, fotos viejas. Su colección de libros era magnífica, eran viejos, otros estaban en lenguas que yo no conocía. Alaric se había marchado apresurado por la mañana, haciéndome preguntas sobre temas de los que no quería hablar. Se había alejado de mí, y aquí seguía yo...¿Qué haces, Celeste? ¿Sigues el pedido del vampiro o realmente quieres estar aquí? Me preguntaba a mí misma. Ansiaba tanto tener un lobo, alguien que escuchara mis dudas y me diera una respuesta. Cuando Alaric regresó, se sorprendió de que estuviera aqu
Fabrizio —¿En qué piensas, vampirito? ¿Qué idea ronda tu cabeza? —pregunta Eva.—Oh, mi querida mercenaria, en mi cabeza revolotean cientos de cosas a la vez... Y en este preciso momento no puedo decidirme por solo una —contesté, y era absolutamente cierto.Habían pasado tantas cosas en los últimos días, y el castillo había estado revolucionado como nunca antes. Y eso que, en los últimos años, habíamos experimentado ataques, invasiones, la llegada de humanos, dos Lunas como nunca se había visto. —Apuesto a que tiene que ver con Cielito, la hechicera, o con este bendito ataque de los rogues —comenta, intentando sacarme información mientras caminábamos hacia la biblioteca. Eva es una buena compañía: inteligente, fuerte, perceptiva, y se había acercado rápidamente a Celeste. Creía que había sido una buena decisión convencer al rey de que perdonara la vida a la vampira. Me llamaban Fabrizio el Sabio, y esperaba seguir con mi buena racha.—¿Por qué ambos eventos estarían separados? —Teo
Celeste Los días siguientes habían sido extremadamente raros. En la cocina me miraban de reojo, las guerreras habían dejado de tratarme como un bicho raro y, si bien me vigilaban, ahora lo hacían con tanto cuidado que era casi imperceptible.Fabrizio dominaba mi tiempo libre, y después de contarle que escuchaba esas armas susurrarme, se había emocionado bastante y me había puesto varias tareas. Entre ellas, un pesado entrenamiento con Eva, quien parecía extremadamente contenta de pelear conmigo. ¿Por qué? No lo sé.—Por la diosa, eres tan débil en cada parte de tu pequeño cuerpo, que no sé ni por dónde comenzar —decía ella, ojeándome luego de que no pudiera ni siquiera terminar los supuestamente básicos y simples movimientos que ella tenía en mente, pero que para mí resultaban una tarea imposible.—Ehhh... gracias —respondí, intentando no parecer ofendida. La realidad es que estaba acostumbrada a ser, como decían en Los Lobos Rebeldes, el eslabón más débil.—Lo siento, no quise ofend
Alaric —Ella ha venido y tú la has rechazado. Lo vas a pagar muy caro, humano infeliz —rezongaba mi lobo.—Si tú no necesitas verla, yo sí. ¡Así que mueve tu trasero hacia nuestra mate! —gritaba desesperado, y juro que me gustaría exorcizarlo.—Ella es la que ha querido alejarse. No quiere nada que tenga que ver con nosotros, ni siquiera ha vuelto a buscarnos —respondí con un tono amargado, aunque sabía que eso no era del todo cierto. Yo le había negado la entrada a mi habitación, aun cuando lo único que ella quería era ayudar. Hasta mis guerreras insistían en que debería verla. Mi mano me dolía, pero mi orgullo aún más.—Ella no entiende el vínculo, aunque lo siente, y tú no ayudas en nada con tus idas y vueltas extrañas. ¡Llévala al jardín, a nuestro jardín! Verás que es nuestra mate —chillaba Roy. El jardín… ese lugar que cree para mi mate. Pero ella no lo era, o al menos eso me decía.Yo pasaba mis días amargado entre reuniones eternas, habladurías y encuentros. Amelia me persegu