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La pequeña prisionera del rey de los lobos
La pequeña prisionera del rey de los lobos
Por: Federica Navarro
Capítulo 1: Huyendo de mi compromiso

Celeste

Muchos hablan del ganador de una guerra, pero poco se sabe del perdedor. Varias manadas y aliados habían intentado derrocar al rey y a los grandes alfas, y mi manada, los Lobos Rebeldes, perdimos y ahora huíamos desesperados.

—Fracasada, el alfa te llama — gruñe el guerrero de mi tío.

Mi padre fue el hijo menor del alfa de esta manada pobre, sin territorio y sin poder alguno. Simón, mi tío, era el heredero, pero nunca tuvo un hijo. Así que, cuando mi padre apareció con su mate embarazada, tuvo muchas esperanzas. Inclusive no le molestó que mi madre fuera una hechicera; pensó que podría haber un heredero poderoso. Pero todo se vino abajo cuando no mostré ningún poder.

Mi padre murió en una batalla y mi madre, entristecida por la pena, murió. Todos los lobos tienen un rol, algo que hacer, pero yo no servía para nada. Era un fracaso. 

Una chica pequeña, encorvaba que trataba de no llamar la atención. Agacho la cabeza, ocultando la fea herida que cruzaba mi cara; me la había hecho justamente mi tío en un momento de furia, “para que todos sepan que no eres nada” me dijo.

—Celeste, por años has estado en esta manada y, aunque no has hecho nada por retribuir, es tu momento —dice mi tío.

—¿A qué te refieres, tío?... digo, alfa —corrijo, él odiaba que yo le dijera "tío"; era una ofensa que yo fuera de su familia.

—Te he encontrado esposo— 

No servía para la manada, así que era mi deber era casarme por conveniencia. Al inicio, había interesados porque era hija de una hechicera, quienes eran muy escasas y valiosas. Pero al saber que yo no tenía ningún poder, los candidatos perdían interés 

—Este, en particular, cree que, aunque tú no tengas poderes, puedes darle un hijo —responde absolutamente tranquilo, como si no estuviera hablando de que me querían solo para procrear.

—¿Y quién es ese hombre? —pregunto aterrada.

—Humberto, el señor vampiro —responde, y quedo en shock. Escucho la voz de alguien que se entromete: Nana, la anciana de la manada; todos escuchaban su consejo.

—¿Un vampiro? ¡De ninguna manera! Además, es un vulgar mercenario, un asesino a sueldo. ¡La niña no puede casarse con ese monstruo!—

—¡Puede y lo hará! Está convencido de que ella puede darle un hijo, y ¡Él puede darnos un lugar para que la manada pueda esconderse, y la manada está primero! —grita mi tío, y ahora solo había escándalo y gritos, mientras yo deseaba que la tierra me tragara y no tener que seguir viviendo con este miedo.

Nana insistía, siempre había tenido una debilidad por mí. Yo la adoraba, y ella a mí.

—¡Un vampiro es imposible! ¡Yo prometí que ella jamás estaría cerca de un vampiro! —grita ella. Pero yo sabía que mi tío no iba a cambiar de opinión, y por días estuve completamente angustiada. Había visto a Humberto; era un vampiro terrible, malicioso, violento.

Hasta que una noche, Nana me despertó.

—Mi pequeña, tienes que huir—

—¿Huir? ¿Cómo? ¿A dónde?—

—No solo tú, sino todos nosotros. Necesito tu ayuda. Empaca tus hierbas —me puse de pie, saliendo de mi carpa, tomando mis pocas pertenencias, mientras veía más allá a un grupo de mujeres con niños aterrados.

—¡Celi! ¡Celeste! —me gritaron, extendiendo sus manos emocionados. A muchos les había enseñado a leer y les explicaba cosas de la manada, tal como Nana había hecho conmigo.

—Viene otro peligro —dijo Nana mientras caminábamos por la montaña, alejándonos del campamento— Viene gente del Rey andan tras nosotros—

El Rey, el Gran Lobo Guerrero, como le decían. Las historias que se contaban eran terribles, llenas de crueldad y violencia.

—¿Cómo sabes esto, Nana? ¿Por qué no alertaste al alfa y a los demás?—

—Solo lo sé, pequeña, y por ahora eso es suficiente. Andando —contesta. 

—¿A dónde van? —escuchamos de repente una voz, y yo me sobresalto. Apareció Elías, un joven guerrero. Éramos amigos cuando éramos pequeños, aunque él se fue alejando de mí cuando empecé a ser considerada un fracaso.

—Elías, muchacho, ven a hacer tu trabajo —espeta Nana. Pero fue entonces cuando escuchamos un rugido atroz y gritos. Sabíamos que el ataque en el campamento ya había comenzado. 

—No pueden irse y... —susurra Elías. Era alto y musculoso, tenía el cabello rojizo oscuro y, sin duda, debe ser un lobo fuerte.

—El enemigo viene. Es tu deber como guerrero ayudar a los más débiles. ¡Vamos de prisa, vengan! —exclama Nana, desesperada, y me asombra la rapidez que tiene para su edad. Subimos por una montaña y vimos un túnel. En mi cabeza, más allá, estaríamos libres, pero cuando el ruido se acrecentó, nos dimos cuenta de que el enemigo debía estar pisándonos los talones. Entonces, Nana hizo algo que no vi venir.

—Ve Celeste, pon a todos a salvo —mi corazón se agita, ella siempre me había ayudado y protegido.

—¿Y qué harás tú, Nana?—

—Yo los entretendré. ¡Vamos, que el tiempo es oro! —No podía perderla, y menos dejar a una mujer mayor frente a un enemigo indudablemente poderoso. ¿Qué podría hacer ella?

—Hazme caso, pequeña. Recuerda todo lo que te enseñé y lo que has trabajado con las hierbas. Tienes que tomar tu poción con plata para alejar a los vampiros. Y hay algo muy importante que quiero decirte, Celeste. Algo que debí haberte dicho hace mucho tiempo... —dice nerviosa, pero escuchamos otro rugido y los gritos de un ataque extremadamente cerca.

—¿Nana? ¿Qué cosa? —pregunto, pero ya no hay tiempo. Ella me empuja y le da órdenes a Elías.

—¡Protégelos, protégelos a toda costa! —grita desesperada, y no me dio chance ni siquiera de despedirme. Tomé a los niños y le indiqué a todos que se apuraran mientras íbamos por el túnel. Escuché un grito y sentí el calor de un fuego. Temí no volver a ver a Nana. Hice de tripas corazón e intento cumplir su último pedido.

—Allá, allá hay un claro —indica Elías, y salimos al bosque —Parece que estamos a salvo — reposamos luego de un par de horas, cuando encontramos una cueva. Hasta que escuchamos gritos y órdenes y un gran batallón.

—Nos van a encontrar...—

—Estamos acabados... —susurraban las mujeres y los niños.

—Shh, shh, todos en silencio —dijo Elías, disponiéndose a dar un paso al frente. Yo sabía lo que haría: los distraería, se sacrificaría. Pero él era un guerrero, con él los demás podían sobrevivir, tendrían una oportunidad. Lo detuve y avancé, mientras él me miraba con horror.

—Celi... —me susurró. Ese nombre que me decía cuando era niña. Quizás aún me tenía cariño.

Decían que yo era un fracaso y que no aportaba nada a la manada, pero este era mi momento de hacer algo por ellos. En mi cabeza, escuchaba la voz de Nana, que siempre me decía que nunca me expusiera y que me mantuviera escondida. "Nadie debe encontrarte", repetía. Pero yo no era nada, y confiaba en que a nadie le importaría lo que me pasara.

—¿Quién anda ahí? —dijo una voz femenina.

En poco tiempo, había sido atrapada por lo que parecían ser unas guerreras fuertes, que me arrastraron hacia una fila de gente de mi manada, totalmente sometidos, arrodillados y golpeados.

—Es solo una humana... —dijo una de las guerreras, viéndome con lástima. No sabía qué esperar, hasta que una figura se movió en la oscuridad. Era un hombre alto, y desde donde estaba, podía ver sus ojos verdes brillando.

Me quedé sin aliento. En cuanto se acercó, pude ver su cabello oscuro y su traje negro con detalles en rojo. Nadie tenía que presentármelo, sabía claramente quién era él.

Estaba frente a mi peor enemigo, el que todos temían y a quien nadie quería encontrarse.

Alaric, el Rey de todos los Lobos.

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