Dominaciones

El rey alfa contemplaba por la ventana su vasta ciudad, veía a los cientos de licántropos que ahí habitaban, cada uno leal a su reinado así como también en posible peligro.

Sus seguidores cantaban victoria tras derrotar a sus enemigas las brujas pero siempre con el temor que apareciera un nuevo enemigo.

En el palacio estaban todos reunidos esperando el reporte de Erikoc, necesitaban escuchar que la presa había sido asesinada. Aunque todos confiaban en su líder y lo daban por hecho.

—¿Cómo le fue en su viaje?—Preguntó el más viejo cuyo nombre era Saúl, con un tono pasivo 

Pero Erikoc no respondió nada, suspiró para seguir mirando por la ventana, parecía que al estar ahí sentía culpa por los suyos, pues que la joven Penélope siguiera viva, era peligroso para ellos aunque ella no lo supiera.

—No tenía memoria.—Por fin rompió el silencio para dirigirse a su audiencia.—Para ella solo era una simple humana.

Todos los miraron, no sabían el motivo para aquellas palabras, no era común en él expresarse así de un enemigo. Tal vez se estaba justificando por dejarla viva, lo que causó gran revuelto en los ahí reunidos.

—Eso era probable.—Dijo Vanz, uno que resultaba por su cabello rojo.—Al estar lejos de esta tierra mágica, es normal que tenga poderes despiertos. Además era una niña cuando escapó.—Suspiró para continuar.—Eso no quita el hecho de que es un gran enemigo... debía morir.

—Vanz tiene razón.—Intervino el viejo Saúl.—No podemos darnos el lujo de dejar cabos sueltos, menos con un enemigo tan poderoso, uno que casi exterminamos si no fuera porque la bruja mayor hizo ese hechizo para que escapara. Con ella la promesa de venganza.

Erikoc hizo una mueca de molestia, aquel comentario le había llegado profundamente.

Anteriormente brujas y lobos habían vivido en armonía, sus conflictos no habían escalado tanto y los habían solucionado, pero todo cambió ese día. Unos infiltrados descubrieron que las brujas planeaban atacarlos durante el gran eclipse. Una fecha única en donde el sol tapa completamente a la luna. Un fenómeno que deja a los lobos incapacitados, sin magia ni poder durante ese tiempo. Lo mismo para su tierra, el momento adecuado si alguien quisiera exterminarlos. Dicho eclipse ocurriria muy pronto así que los lobos no tuvieron tiempo para dudar y atacar a sus enemigas antes que ellas. Fue un ataque sorpresa, uno que no les dió oportunidad. 

Una noche de luna llena, noche en que los licántropos obtienen su máximo poder. 

Las atacaron sin piedad, matandolas de la única forma en que pueden morir las brujas... quemandolas.

Fue una masacre total, pero la bruja mayor logró sacar a su hija de ahí con la esperanza de que al ser la heredera, cobraría venganza y las reviviría. Los lobos se enteraron y tomaron ventaja de la situación buscando a aquella heredera hasta que la encontraron. Erikoc quiso acabarla pues era el deber de un líder hacerlo.

Pero, ¿por qué las brujas querían acabar con los lobos? 

Aunque no pudieron conocer la respuesta, los conspiradores decían que necesitaban los cuerpos mágicos sin vida de esos seres para hacer rituales mágicos con los cuales serían las dueñas del mundo, incluso arrasarian a los humanos y cualquier creatura existente.

Todos los ahí reunidos conocían está historia y se autoproclamaban los salvadores, los buenos de este mundo y por supuesto, los vencedores.

—No podemos bajar la guardia.—Continuó Saúl.—Aunque las brujas ya no estén, el eclipse está cerca, el momento en el que nosotros y nuestra ciudad es vulnerable.—Se tomó las manos en señal de suspenso.—Cualquier enemigo puede aparecer para atacarnos.

Erikoc no resistió más, golpeó con fuerza la mesa y miró por primera vez a todos. Sus ojos se pusieron de color miel y se hicieron grandes, casi como si quisiera transformarse.

—¡Yo los voy a proteger de cualquier enemigo!—¡Estaba muy eufórico, algo característico en él.—Somos la especie más fuerte, hemos estado aquí por años. Nadie nos vencerá nunca!

Sus palabras motivaron a todos, era lo que querían escuchar de su líder aunque desconocían el por qué lo decía. Era como proponer que la dejó vivir y que se haría responsable de sus acciones.

Los lobos festejaron. Dieron por hecho que su mayor enemiga estaba muerta. Aunque Erikoc nunca lo afirmó, lo entendieron así.

El resto fue hablar de su sociedad, los cambios que habría, los festejos, los futuros festivales, las actividades por hacer.

—Hemos visto humanos recientemente en las afueras del reino.—Habló uno más llamado Chars.—Son aventureros inspirados por las leyendas de nuestro reino.

—Ellos nunca llegarán aquí.—Afirmó Saúl con algo de burla.—Carecen de magia e inteligencia para acercarse a nuestras tierras, no sabrían como.

—Lo sé pero no es algo que debamos dejar pasar.—Dijo Chars preocupado.—Es un hecho que los humanos cada año avanzan más, se están haciendo grandes y fuertes. Podrían ser un peligro más adelante, su expansión debería ser detenida.

—Ellos están ocupados en su mundo.—Siguió Saúl muy confiado.—Ningun humano ha pisado aquí y les faltan milenios de expansión para fijarse en estos bosques, además la magia los aullentaria.

—Si ellos llegan, los mataremos a todos.—Hablo el lobo de pelo rojo.—Ellos no están a nuestra altura por más que se expandan. ¡Serán otros enemigos destruidos por el poder de este reino!

Estas palabras motivaron a los lobos quienes gritaron y celebraron recordando que habían matado a su último enemigo proclamándose los mejores en el mundo.

Mientras todos celebraban, Erikoc miró de nuevo a la ventana, tenía una gran preocupación por haberla dejado vivir, aunque habia algo más que le preocupaba... no volver a ver a Penélope. Aunque deseaba hacerlo no quería ponerla en peligro, pero su cálido corazón deseaba con cada palito el poder verla de nuevo. No sabía si podría resistir así. 

Se quedó pensando el resto de la reunión consumido por su gran secreto mientras todos celebraban.

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