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Capítulo 2. Ya no puedes escapar

Victoria

Mi habitación se ha vuelto mi refugio desde que ese lobo engreído llegó a casa y su presencia llenó el ambiente de negatividad. Ni siquiera quise preguntar por la cena, y no es que tuviera hambre, pero me intriga pensar cómo se ha desenvuelto en un territorio que no es el suyo, solo por curiosidad. Sé bien cómo es en sus terrenos, y de solo pensar que debo regresar a su casa…

«Nuestra casa» parece que lo escucho corregirme y mis ojos ruedan por inercia; me molesta reconocer la influencia que tiene sobre mí, aún cuando no se encuentra en mi presencia, y doy la vuelta sobre mi cama tratando de conciliar el sueño que simplemente no quiere aparecer.

Me doy por vencida después de rodar y rodar por lo largo de una hora, y decido salir de la habitación en busca de un poco de agua. Camino a hurtadillas sin saber por qué, y cuando llego a la habitación que se encuentra junto a la mía, un grito me sorprende y debo llevar las manos a mi pecho tratando de controlar los latidos acelerados de mi corazón.

«Es él» me grita la conciencia, mi loba se altera en mi interior, queriendo esconderse en lo más recóndito de mi cuerpo. “Tranquila” le digo, “No pasa nada, él no te lastimará”, le reitero. Es nuestro compañero después de todo; no se atrevería a hacernos daño, ¿cierto?

Me debato entre pasar de largo y fingir que no he escuchado nada, o entrar e intentar despertarlo, pero el segundo grito es aún más fuerte que el anterior y me decido por entrar, antes de que despierte a todo el mundo en la casa.

Doy un paso hacia el interior y mis pies se detienen por inercia, mi loba se niega a caminar, está aterrada como siempre que lo tenemos enfrente, pero me niego a ser una cobarde y continúo. No es la primera vez que lo escucho tener pesadillas, en casa, su habitación y la mía están cruzando el pasillo y me he dado cuenta de que hay noches que no llega a dormir, pero, cuando lo hace; en más de una ocasión lo he escuchado gritar como ahora.

«Es lo menos que se merece después de lo que hizo»

El hombre que se remueve sobre la cama luchando contra sus demonios, no parece tan amenazante como de costumbre y, por un momento, un pequeño y casi inexistente momento, me compadezco de él. Le hablo tratando de despertarlo, pero su reacción me aterra y me vuelvo una masa temblorosa bajo su cuerpo, cuando se voltea quedando sobre mí y su mirada se enciende con furia al verme en la habitación.

—¡¿Qué haces aquí?! —me recrimina haciéndome estremecer ante la ira que desprende su mirada, e intento soltar mis manos de su agarre, pero es fuerte y está muy enojado.

—Estabas gritando. —Odio el titubeo en mi voz y la manera en que mi loba lloriquea en mi conciencia, tratando de alejarse de él a toda costa.

«Le tiene terror al lobo de Holton. No pensé que algo como eso fuera posible entre compañeros»

—¡Largo! —me ordena, aflojando sus manos, dejando escapar las mías y me levanto sin darle oportunidad de arrepentirse.

—Solo trataba de ayudar. —Froto mis muñecas buscando algo de alivio para mi adolorida piel, pues ha usado demasiada fuerza.

—¡¡Que te largues he dicho!! —Su violencia me desconcierta, pero no me da tiempo de responder como quisiera, puesto que me hala llevándome hacia la puerta y azotándola frente a mi nariz. Me quedo anonadada ante lo sucedido y el coraje hace que mi sangre hierva dentro de mis venas.

«¡¿Qué mierdas le pasa?!» se le olvida que está en mi casa, ¿qué será cuando me encuentre en la suya?

El tiempo que pasé en su manada anteriormente fue tan corto, que ni siquiera tuve el tiempo de enfrentarme a él, pero hoy, hemos cruzado líneas que pensé que jamás cruzaría. Relamo mis labios recordando ese beso que nos dimos antes de que partiera hacia la batalla, y me enfado ante el hormigueo que comienzo a sentir en la piel.  

Me dejé llevar por el momento y por las absurdas reacciones que le causa a mi cuerpo y ahora me arrepiento tanto, que siento vergüenza conmigo misma por haberme traicionado, por haber ignorado a mi instinto que me gritaba que me alejara de él y de su m*****a mala vibra.

Regreso a mi habitación olvidándome de la razón por la que salí en primer lugar, me meto a la cama y me obligo a dormirme y olvidar el mal rato que ese imbécil me ha hecho pasar, pero, sobre todo, tratando de olvidarme del hecho de que mañana tendré que ir con él de regreso a mi prisión.

***

—Buen día. —Su voz me sorprende cuando estoy por tomar el desayuno junto a mi madre en el comedor. Su presencia es tan imponente y su apariencia tan perfecta, que odio el recorrido que mis ojos hacen por su cuerpo sin poderlo evitar.

—Buen día, Isaac, ¿nos acompañas a desayunar? —pregunta mi madre sorprendiéndonos a ambos.

Holton me observa por un momento sin decir nada, mientras que yo lo observo suplicando en mi interior por que se niegue y se vaya a cualquier parte donde su presencia no me perturbe como lo hace ahora.

—Gracias, pero no tengo hambre —responde sin dejar de mirarme, como si estuviese adivinando mis pensamientos.

—Anda, tampoco quisiste cenar nada. —Mi madre insiste con el tema, ganándose una mala mirada de mi parte.

«¿Qué demonios le pasa?»

Él asiente sin decir más, aceptando a regañadientes la invitación de mi mamá y me sorprende verlo siendo tan dócil frente a ella. Puedo notar que no disfruta precisamente de nuestra compañía, pero no hace nada por retirarse, en cambio, toma asiento junto a mí y espera a que sirvan un plato más para él. Observa con repulsión su comida y no puedo tolerar más su actitud.

—¿Qué?, ¿nuestra comida no es lo suficiente buena para un paladar tan refinado como el tuyo? —pregunto respirando profundo, intentando contener la rabia que siento al verlo sentado en el mismo lugar donde mi familia y yo cenábamos hace diez años, la noche en que este odio entre nuestras familias nació, precisamente gracias a él.

Mi hermano, mi héroe aún vivía esa noche, pero Holton se encargó de arrebatarle la vida, y no solo a él; nos asesinó a todos y comenzó la destrucción de mi familia.

El idiota se queda callado, pero puedo observar la manera en que su mandíbula se aprieta y sus manos forman puños sobre la mesa. Mi madre me reprende con la mirada, pero no me importa; para nadie de los presentes es un secreto que esta unión no es más que una farsa, así que no tengo por qué fingir que lo soporto, pero, la llegada de David y Azul me obliga a contener mi malestar y me trago el orgullo para evitar una confrontación entre ellos.

La incomodidad espesa tanto el ambiente que podría cortarse con una navaja, cuando mi hermano nota lo mismo que yo. Mi madre nos observa de uno al otro, suplicando por que alguno tenga la prudencia de comportarse como los seres pensantes que somos, y no como los animales que llevamos en el interior.

—¡Buenos días! —saluda mi cuñada rompiendo el hielo y da un muy disimulado codazo a mi hermano para que reaccione y haga lo propio.

—Buen día, cariño —responde mi madre—. Llegan justo a tiempo para desayunar todos juntos. Pasen, por favor. —Lo último lo dice casi en una súplica que los hace reaccionar y tomar asiento. Mi hermano se coloca en un extremo de la mesa y Azul junto a él, les sirven sus platos y todos comenzamos a comer en un silencio tan incómodo que parece que el tiempo ha quedado suspendido.

Aun no entiendo cómo es que pudieron pelear juntos, si obviamente no se soportan.

Estoy por terminar mi comida y me fijo en el intruso que se encuentra a mi lado, me doy cuenta de que tiene su plato casi intacto y su gesto es de auténtico sufrimiento mientras mastica el bocado que lleva en su boca. Pareciera que estuviese comiendo vidrio.

—¿Pasa algo con tu comida, querido? —inquiero sonriendo con sarcasmo.

—No, no pasa nada, mi Luna —responde recordándome lo que me espera a penas esté bajo su poder—. Por cierto, ¿ya estás lista para regresar a casa? —Respiro profundo, observando cómo suelta los cubiertos y aleja su plato; sonríe de medio lado al notar mi reacción a su pregunta.

—Sí, desgraciadamente —murmuro por lo bajo—. Mi madre viene con nosotros —le informo bebiendo un último trago de mi copa para disimular mi sonrisa.

—Solo si eso no te molesta. —Se apresura mi madre a decir.

—Por supuesto que no. —Trato de encontrar la ironía en su voz, o algo que me indique que el hecho le desagrada, pero, me confunde el no encontrar más que sinceridad en sus palabras.

—Solo será una semana o dos —afirma mi madre.

Me quejo al escucharla, pues, de verdad pensé que pasaríamos más tiempo juntas, además de que necesitaba un escudo en contra de mi adorado compañero.

—Pero, mamá, pensé que te quedarías más tiempo.

—No puedo, hija, mis pacientes me necesitan aquí —se disculpa—. Después iremos a visitarlos —propone como si la situación fuera normal, como si me estuviese uniendo a este monstruo por gusto y estuviésemos planeando unas vacaciones familiares con el asesino de mi hermano y responsable de la depresión que llevó a la tumba a mi padre.

Estoy por estallar, por gritarle a todos que esto es absurdo, que ya no estamos en los años cincuenta para que me obliguen a compartir mi vida con alguien en contra de mi voluntad, mi respiración se agita y mi pulso se dispara ante la rabia que comienzo a sentir, pero recuerdo sus amenazas e intento controlarme por el bien de mi manada.

Nadie parece notarlo, nadie me conoce en realidad para darse cuenta de lo enojada que estoy. Enojada con la vida, con la Luna y con el hombre que coloca su mano sobre mi muslo por debajo de la mesa. Mi vista se dirige de inmediato hacia Holton y de pronto soy consciente de que ha estado observándome, mientras que los demás están inmersos en su propia conversación.

—¿Nos disculpan? —cuestiona a mi familia pidiendo indirectamente que lo acompañe y me levanto de la silla, siguiéndolo para que no se le ocurra hacerme una escena enfrente de todos.

—¿Qué quieres? —inquiero retirando de un tirón su mano de mi espalda baja. Nos hemos alejado del resto y a solas podemos dejar de lado las máscaras y odiarnos de frente como siempre lo hacemos.

—Debemos irnos ya, tengo asuntos importantes que atender en mi manada y no puedo seguir jugando a las casitas con tu familia —increpa pasando las manos por su rostro en una clara señal de frustración. Algo le pasa, no necesito conocerlo bien para darme cuenta—. Dile a tu madre que prepare sus cosas cuanto antes —me ordena de mala gana.

—Pero, si somos una hermosa pareja a punto de unirse, debemos despedirnos propiamente de mi familia, no sabemos cuándo podrán ir a visitarnos —respondo con sarcasmo—. Aún debemos hacer una fiesta de despedida e invitar a nuestros seres queridos…

—¡No estoy jugando, Victoria! —Guardo silencio al escucharlo pronunciar mi nombre con tal seriedad, no creo haberlo oído de su boca en todo el tiempo que llevo de conocerlo. Siempre dice estupideces como: “mi luna”, “lobita caprichosa”, “loba traviesa” y un sinfín de apelativos, cada uno más absurdo que el anterior; pero ¿mi nombre?, esto es nuevo. Debe ser grave lo que le sucede.

—¿Olvidaste tu medicina para la bipolaridad? —indago con sorna, pero me arrepiento cuando rodea mi cintura con uno de sus brazos y me pega a su pecho con violencia, se acerca a mi oído y lo que dice me hace pasar saliva con dificultad, tratando de controlar el escalofrío que recorre mi columna al sopesar sus palabras:

—No, pero me urge llegar a nuestra casa y hacerte cumplir tu promesa —susurra en mi oído, provocando que todos los vellos de mi cuerpo se ericen y un jadeo se escapa de mi boca al sentirlo tan cerca—. Esta misma noche serás mía, lobita. Mi luna, mi compañera para toda la vida y de eso ya no puedes escapar.

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