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Capítulo 3. Irreparable

ISAAC

Si alguien me hubiera dicho que después de los años que he odiado a esta gente, un día me sentaría a su mesa, dormiría bajo su techo y comería su comida, sin duda me habría reído en su cara. Sin embargo, lo he hecho y, a pesar de que pensé que sería satisfactorio incomodarlos, que disfrutaría el hecho de verlos sufrir ante el recuerdo que mi presencia en la mesa desata; no pude estar más equivocado, pues, no solo ha sido difícil para ellos, sino que también lo ha sido para mí, cosa que no me divierte en lo absoluto.

La mirada de odio que me brinda la rubia a mi lado es una cosa, sin duda puedo lidiar con ella, pero, confieso que no me esperaba la amabilidad de su madre. De pronto los recuerdos invaden mi mente y es como revivir una y otra vez la misma pesadilla que se ha reproducido en mi cabeza durante la última década. La comida me asquea y aun así me obligo a comer cuanto puedo, me duelen las articulaciones y un dolor punzante atraviesa mis sienes como un puto pájaro carpintero taladrando mi cabeza.

Aprovecho la pregunta de Victoria para alejar mi plato y enfoco toda mi atención en ella, está a punto de explotar, lo sé por la manera en que frunce el ceño y respira profundo intentando controlarse, pero tiene un límite al igual que todos y está cerca, lo presiento.

La distraigo colocando mi mano sobre su muslo y, a pesar de que se encuentra cubierto por la tela de su pantalón, el contacto con su cuerpo desata emociones en mi cuerpo que hasta para mí son difíciles de controlar. Mi lobo gruñe al sentirla, deleitándose con el temor que desprende el aroma de su loba. Es un desalmado y no lo culpo, la vida nos ha jodido tanto, que ya no hay ni un gramo de misericordia en él.

—¿Nos disculpan? —digo a los presentes sin alejar mi mirada de ella, debemos aclarar algunas cosas antes de marcharnos y necesito un pretexto para levantarme de la mesa cuanto antes.

Agradezco que no me lleve la contraria y sigue mis pasos de cerca, nos enfrentamos como siempre lo hacemos, pero esta vez no tengo paciencia y termino gritándole. El cuerpo me duele como el infierno y la sangre se ha convertido en lava dentro de mis venas.

«Necesito volver ahora o no podré controlarme por más tiempo»

Los pasos que se acercan a nuestras espaldas me hacen soltarla, cuando la tenía tan cerca, pegada a mi cuerpo. No es que disfrute particularmente de su presencia, pero he notado el poder que tiene para aminorar mi malestar y, cada vez que puedo, me aprovecho de ese poder.

—¿Todo bien? —cuestiona su hermano. Me volteo para enfrentarlo, su herida ha sanado por completo y parece haber regresado a la normalidad; su papel de protector me hace sonreír al pensar que, si así lo quisiera, podría arrebatarle la vida en un segundo sin necesidad de hacer tanto drama.

«Tal como lo hice con su hermano»

—Por supuesto, cuñado, le decía a mi luna que me muero por llegar a casa y comenzar nuestra vida juntos, ¿verdad, mi amor? —La mirada de desagrado que me brinda me satisface. Nada en la vida es más divertido que ver a los Verti odiarme en silencio.

Victoria se aparta de mi agarre en su cintura apresurada y los puños en las manos de su hermano me indican que esto se puede descontrolar en cualquier momento, por lo que decido dejar de molestarlos. Son tan fáciles de molestar y tan predecibles.

—No pasa nada, hermano, nada que no pueda controlar yo misma, pero gracias —espeta la loba caprichosa observándome de soslayo. Le encanta fingir que es fuerte ante ellos, que no necesita de nadie, pero eso está por verse.

—Reuniré a nuestra gente —informo a Victoria—. Te veo en una hora, nuestra manada nos espera —espeto antes de salir de la casa.

***

Una vez reunidos los hombres de mi manada, nos encaminamos al aeropuerto donde nos espera el jet privado, abordamos y este despega con normalidad. El trayecto se me hace eterno, ya me es imposible controlar los temblores de mi cuerpo y el sudor frío que moja mi espalda a pesar de las bajas temperaturas de febrero.

Abro y cierro mis manos queriendo aliviar el dolor en mis articulaciones, pero la mirada atenta de la mujer frente a mí me hace detener el movimiento e intentar disimular lo que me condena desde el interior. Comienzo a creer que la madre de Victoria será un problema para mí, sin duda serán dos largas semanas con su presencia escrutando cada uno de mis movimientos.

El jet aterriza sin problemas y por fin me siento en casa, una extraña sensación después de años de vagar sin rumbo. Las camionetas nos esperan y tomo el control de una de ellas, donde también suben mi futura luna y su madre.

La ciudad nos envuelve por la siguiente media hora que tardamos en cruzar el tráfico, así como el silencio que me hace sentir dentro de un funeral. Aprieto el volante con fuerza queriendo aliviar la ansiedad de mis nervios y mi vista viaja por inercia al espejo retrovisor, encontrando la mirada de ella de nuevo sobre mis manos.

«¡Mierda!, debo controlarme, ya falta poco para llegar»

Cuando por fin llegamos a casa, bajo del auto sin poder disimular la prisa que tengo por entrar a la residencia de tres plantas que se yergue frente a mí. Estoy por cruzar el umbral de la puerta, cuando recuerdo que no he venido solo y volteo hacia atrás, donde las dos mujeres luchan por sacar sus maletas del vehículo. Gruño para mis adentros regresando a su lado y las ayudo, cuando un empleado llega para introducirlas a la casa.

—Es un lugar precioso, Isaac —murmura la señora a mi lado, y aún me parece tan extraña su actitud, la manera tan amable con la que pronuncia mi nombre me provoca escalofríos, pero, por alguna razón no puedo ser descortés con ella.

—Está en su casa —digo—. Mary, ayuda a las damas a instalarse en sus habitaciones —ordeno a la empleada que nos recibe en la estancia.

—Como ordene, Alfa. —La chica me da una mirada significativa al pasar por mi lado, y no me pasa desapercibida la manera en que Victoria la escanea de arriba abajo con recelo.

—Se quedan en su casa.

No puedo esperar más y me encamino a mi habitación, las piernas me fallan al subir las escaleras y tengo que detenerme y tomar un poco de aire antes de continuar. Entro trastabillando a la recámara y voy directo al lugar donde guardo la única cosa que logra calmar todos mis malestares.

Coloco dos pastillas en mi boca y las paso con un poco de agua que se encuentra el la jarra sobre la mesa. No puedo controlar el temblor de mi mano y el vaso se estrella en el suelo esparciendo los vidrios por todo el lugar.

«¡Maldición!»

Unos golpes en la puerta me sorprenden y me quedo en silencio esperando escuchar de quién se trata.

—Señor, ¿se encuentra bien? —La voz de Mary del otro lado me relaja y la hago pasar antes de que alguien más lo note.

—No —respondo al tenerla en frente—, pero lo estaré, solo necesito descansar un poco. —Me dirijo a la cama, mientras ella comienza a limpiar el desorden que provoqué.

—Me preocupa, Alfa —pronuncia con aflicción.

—Estaré bien, Mary, gracias. ¿Puedes dejarme solo, por favor?

Cierro mis ojos sintiendo cómo las pastillas poco a poco van surtiendo efecto. La chica no se va, pero dejo de prestarle atención cuando mi cuerpo se adormece y lentamente voy cayendo en la inconsciencia. Antes de perderme por completo, un leve cosquilleo en la mejilla me hace abrir los ojos, solo para verla acariciarme con el dorso de su mano.

—Descanse, mi Alfa. —Es lo último que escucho antes de perderme en un sueño profundo.

***

Pasan de las seis de la tarde para cuando despierto y, después de darme un baño, bajo en busca de la mujer que me provoca dolores de cabeza con solo saberla en mi casa. La encuentro en la estancia acompañada de su madre y de mi tía Margaret, la única persona en el mundo a quien le confiaría mi vida.

—Hijo, qué gusto verte, ¿pudiste descansar? —cuestiona preocupada. Le hago una seña para indicarle que lo he hecho, pero esta se me viene encima para abrazarme—. Me alegra que regresaras con bien. —Me suelta rápidamente al darse cuenta de que no estamos solos, y sabe que no me gustan las muestras de afecto frente a los demás.

—Estoy bien, tía. —Doy una palmada en su espalda a manera de saludo y me dirijo a la mujer que me observa con una ceja enarcada—. ¿Me acompañas? —Hago un ademán para que me siga a mi oficina y ella se levanta del sofá caminando detrás de mí.

—Me asombra tanta amabilidad de tu parte —espeta con sorna al entrar a la oficina.

—No te acostumbres —respondo pasando de largo y me recargo en la mesa del escritorio.

—¿Acaso tratas de quedar bien con mi madre?, qué tierno. —Se queda de pie junto a la puerta y extiendo mi mano hacia el sofá para que tome asiento, pero se niega—. Habla de una vez.

—Espero que no olvides que me debes algo. —Cruzo mis brazos frente a mi pecho observándola resoplar.

—¡Por supuesto que no se me olvida, si a cada segundo me lo recuerdas! —Se exalta dando vueltas por la oficina.

—Quiero que sepas que ya no estás en Luna creciente, y en esta manada se hacen las cosas de manera diferente —le explico—. Aquí yo soy una figura importante y respetada, la ciudad es cinco veces más grande que el pueblo de donde vienes y la cantidad de humanos también, por ello, acostumbramos unirnos a nuestras parejas de la manera en que ellos lo hacen. —Su rostro es de pura confusión tal cual lo esperaba.

—Lo que significa… —Hace un ademan para que continúe con la explicación.

—Lo que significa que nos casaremos de la manera en que lo hacen los humanos —concluyo—. Las prácticas primitivas que acostumbran en tu manada, aquí son obsoletas; no esperes uniones a la luz de la luna, ni marcas en el cuello como hacen los salvajes de tu pueblo…

—Y vaya que en eso eres un experto, lobo salvaje… —No ha terminado de decirlo, cuando mi mano se aprieta alrededor de su cuello. Sé perfectamente lo que soy, pero no disfruto particularmente que me lo recuerden.

—Creo que he tocado una fibra sensible —murmura con dificultad, y me sorprendo al sentir cómo su mano se cierra con fuerza sobre mis testículos. Un jadeo se escapa de mi garganta ante la deliciosa sensación, pues, lejos de ejercer dolor, su mano me brinda un placer casi olvidado por mi cuerpo; ella sonríe de lado al notarlo y prefiero soltarla antes de que no pueda controlar mis impulsos y termine azotándola como desearía en estos momentos.

—Suéltame —exijo con voz estrangulada cuando trato de alejarme, pero ella no me lo permite. La tomo nuevamente, ahora por el cabello de su nuca y la pego a mi rostro de manera amenazante.

—No te confundas conmigo, Holton —murmura sobre mis labios y debo hacer acopio de todas mis fuerzas para no lanzarme sobre ellos—; no sabes de lo que soy capaz. Sería una lástima que alguien te arrancara este buen pedazo de carne —espeta reafirmando su agarre sobre mi entrepierna, haciéndome sonreír.

—Creo que tú serías la principal afectada con tal pérdida, amor. —Coloco mi mano sobre la suya y la paseo a lo largo de la erección que amenaza con romper mi ropa. La veo pasar saliva con dificultad y el deseo impreso en su mirada me indica que es hora de parar. Arranco su mano de mi cuerpo y la suelto también, me alejo de ella y tomo asiento en mi silla tras el escritorio, intentando poner distancia entre nosotros.

No sé por qué, pero, mientras más trato de alejarme, siempre consigo todo lo contrario.

—Al grano, ¿qué es lo que quieres? —pregunta saliendo del pasmo en el que quedó tras nuestro pequeño encuentro—. ¿Qué haremos?

—Nos casaremos dentro de una semana —le informo.

—¡¿Una semana?! —cuestiona sobresaltada.

—Ya lo sabes, así que aprovecha que tu madre se encuentra aquí y hagan lo que mejor saben hacer las mujeres. —Saco un sobre que he guardado en el cajón desde antes de la muerte de su padre y se lo extiendo—. Vayan de compras y organicen todo.

—Qué misógino… —Rueda los ojos aceptando el sobre—. ¿Qué es?

—Ábrelo —le indico—. Es tuya —informo señalando la tarjeta de crédito a su nombre y los documentos necesarios para que disponga de ella cuanto antes—. Úsala desde ahora, no tiene límite. Contrata a alguien que organice todo, no me importa, solo avísame lo que decidas.

—Ja, ja, ja —suelta una carcajada que me hace fruncir el ceño con molestia—. Prepárate para quedar en la ruina, mi amor.

—Me gustaría verte intentarlo. —Ahora es mi turno de reír—. Eso es todo. —Señalo la puerta para que salga y lo hace sin discutir más.

Me urge sellar nuestra unión, aunque sea de esta manera, la manada comienza a especular sobre nosotros y lo último que quiero ahora es una rebelión. Después de pensarlo por largo tiempo, he decidido hacerlo así, pues, por nada del mundo me gustaría compartir todo lo que soy con ella: mis pensamientos, mis emociones… mis traumas.

Estoy jodido y, aunque me cueste aceptarlo, tal vez el daño sea irreparable.

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