Mel quiere confiar en los Dumas. ¿Acabarán los Tarkuts siendo traicionados como antes? Azot ya habla, ¿qué cosas tendrá para decir?
Campamento de los TarkutsA mediodía regresaron Mel y Furr, bastante más pronto de lo que todos esperaban. Al instante Atkum puso al tanto a su general de cuanto había pasado en su ausencia.—Hablaré a solas con Desz —le dijo Furr a Mel. Ella asintió y lo vio alejarse en completa calma. Confiaba en que sus palabras serían las mismas que ella diría, que tendría la fortaleza para aceptar todo lo que habían descubierto y aprendido de sus supuestos enemigos. —Es bueno que estés de regreso, Mel. Atkum le sonreía. No necesitaba acercarse más para percibir en ella el aroma de Furr. Sabiendo eso y suponiendo la razón siguió sonriéndole y acabó abrazándola. —Ese infame arkhamita sí que tiene suerte. Venir justo en mi ausencia, los dioses deben estar de su lado —dijo Furr, entrando a la tienda de Desz. —Sí, los dioses —balbuceó él—. ¿Qué noticias me traes, Furr? El tarkut del ojo violeta suspiró y, sentándose junto al rey, comenzó su relato de cuanto habían visto y oído sobre los nuevos Du
Reino de UratisA mediodía, la llegada de una caravana desde Karades sorprendió al reino. Los siervos de palacio iban de un lado a otro para dar un recibimiento a la altura de los visitantes, que no eran sino la realeza en persona.Una joven doncella bajó del carruaje, ataviada elegantemente y con curiosidad en la mirada. Su belleza era indiscutible, tanto como era llamativo su cabello, de un color rojo intenso, como la sangre, como el fuego. —La reina Dan-Kú, de Karades —la presentó el cochero. En el patio, el rey Anoreq y todos los presentes mostraron sus respetos con reverencias. Ella los saludó del mismo modo.—Es un honor conocerla por fin, majestad —dijo el rey, reverenciándola una vez más.—También lo es para mí conocer aliados fuera de Karades. —¿Ha venido el rey con usted?La acompañaban tres hombres, altos y en apariencia fuertes y recios.—Se ha quedado en el reino. Ellos son mis escoltas: Andilak, Manke y Beirú. Los soldados se inclinaron ante los uratitas. Anoreq tambi
Campamento de los TarkutsEn su tienda, Furr dormía plácidamente como llevaba tantos años sin hacer. A su lado, Mel lo miraba con embelesamiento. Así fue hasta que empezó a sacudirlo. Frunciendo el ceño, el Tarkut abrió su único ojo a la claridad del alba que se colaba por las orillas del techo.—¡Furr, amor mío, se me ha ocurrido una idea asombrosa!—Más te vale que sea buena... —balbuceó él, restregándose su ojo. Mel se le subió encima a horcajadas, para tener toda su atención. —Tú todavía tienes dudas de la fidelidad de los Dumas, ¿no es así? —Claro... yo nunca voy a confiar en esos engendros. —Pues se me ocurrió una idea para sellar nuestro trato y asegurar su fidelidad. La incredulidad en el ojo de Furr lo mantenía atento. Su pupila se dilató levemente. —Los Dumas gozan de una vida eterna —empezó diciendo ella—, pero sus amadas y amados humanos sucumbirán tarde o temprano al paso del tiempo. Sin embargo, si les ofrecemos la oportunidad de ser Tarkuts, podrían amarse etername
El sol resplandecía sobre Galaea y parecía más brillante que nunca, así era al menos para los refugiados que habían sido acogidos en la capital. Un futuro mejor los aguardaba, pero seguían temiendo por la inminente guerra.Un caballo galopaba como una estela por las calles, montado por un soldado karadesiano que se dirigía al palacio con premura. Era una sorpresa que la reina hubiera llegado tan pronto, no la esperaba hasta que todo el territorio estuviera asegurado, con todos los Dumas siendo parte de un mismo organismo. Sólo Eriot podía despertarlos y eso retrasaba las cosas, pero era mejor ir lento y con seguridad que de prisa y con descuido, así se lo había enseñado su padre humano.A veces se preguntaba si el general de Arkhamis lo consideraba su enemigo, otras, si seguiría amándolo como a un hijo, si algún día podría llegar a comprender las motivaciones que guiaban ahora su corazón; si podrían volver a sentarse a conversar bebiendo un buen vino. Él no deseaba su mal. Prisionero e
Reino de KaradesLa reina caminaba de un lado a otro en la sala del trono, con expresión apesadumbrada. —Ya esperamos un día y Eriot no ha llegado. —Hemos esperado veinte años por este momento, Dan-Kú. El rey de los Tarkuts ya está en tu poder, no hay prisa —le dijo Kert. —Sí, sí la hay. No lo quiero aquí, no quiero verlo, no quiero oírlo, no quiero respirar el mismo aire que él... Debe morir de una vez para que todo acabe. Por tanto tiempo ella soñó con hacerlo pasar por suplicios inimaginables, desgarrarle el corazón por habérselo desgarrado a ella también, martirizarlo en nombre de su familia, de la flor marchita en que se había convertido el emblema del reino. Y ahora que todo eso era posible se le hacía inconcebible. El Tarkut debía ser ejecutado a la brevedad o empezaría a cuestionarse el hacerlo. La bestia sin rostro que había devorado a su hermana había sido reemplazada por un muchacho que parecía sensible y libre de malicia y tenía una suave y agradable voz con la que pro
En lo profundo de un bosque Desz tosía, escupiendo la tierra que le cubría la cara. Respiró a bocanadas luego de no poder hacerlo mientras era jalado bajo tierra. Un suave capullo lo había envuelto luego de liberarlo del patíbulo y lo había dejado allí, en ese bosque desconocido.Incapaz de levantarse con una pierna destrozada, permaneció en el suelo, contemplando la silueta del ser que se acercaba por entre los árboles. No pudo distinguir su aroma, todo olía a la humedad de la tierra cálida, al verdor del bosque y su aliento. El andar tambaleante del oscuro ser lo hizo dudar sobre su naturaleza. No supo de quién se trataba hasta que le habló. —Desz... —pronunció ella, con voz funesta y grave. El Tarkut la observaba, buscando la imagen que, pese a sus esfuerzos, seguía recordando. Se había convertido la refinada princesa arkhamita en una criatura salvaje, cuya aura fría podía sentir pese a la distancia. Fría como el hielo, como su propia piel, como una planta.—Prometiste que nunca
Campamento de los TarkutsAl amanecer partió el Tarkut enviado por Furr a Uratis. ¿Su misión? Contactar a Desz y ponerlo al tanto de los últimos movimientos de los Dumas.—Espero que Desz regrese cuanto antes, no podemos perder más tiempo —decía Furr. Mel había ido al río y fue tras ella. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para además lidiar con la tristeza de su amada, pero allí estaba, sentado junto a ella viendo los pequeños peces de colores nadando en el agua cristalina. —Vamos a vengarlos, Mel, eso te dará la tranquilidad que has perdido. —El deseo de venganza sólo alimentará mi ira. He visto lo que es capaz de hacer la ira —dijo ella, mirando a Furr—. No quiero que la ira y el odio me consuman, no quiero acabar perdiéndome a mí misma. Tengo miedo de que esto que siento en mi pecho nunca se desvanezca. Furr la abrazó. Le besó la frente y los labios que se habían vuelto pálidos. —Aquí la ira soy yo, Mel. No vas a ocupar mi lugar. —¿Y cuál es el mío? —Tú eres... la
Por entre las verdes hojas Desz vio al sol iluminar el cielo sobre el laberíntico bosque en que se hallaba. Cuando las aves endulzaron con su canto la mañana, entró a la cueva donde Lis reposaba. Por unas grietas algo de luz iluminaba la asfixiante caverna en la que ella seguía durmiendo tan plácidamente.—Ya amaneció —dijo, a pocos pasos de ella. Lis siguió sumida en su imperturbable sueño. —Ya amaneció —repitió él, elevando el volumen de su voz. Ella se dio la vuelta y su rostro ya no estuvo dirigido hacia el muro. No se despertó. Antes su dormir era ligero y se interrumpía hasta con el más leve ruido en el palacio. Había tardado en acostumbrarse a los silbidos del viento colándose por los pasillos y estancias, y se refugiaba junto a su cuerpo cuando uno la despertaba. Las corrientes de aire también hallaban su camino entre las rocas de las cuevas, bien lo sabía él, que había tenido tiempo suficiente para aprender el idioma de los roncos suspiros de los recovecos y pasajes estrec