Desz transita un camino peligroso, cada vez más cerca de los Dumas y ahora, Eriot planea que se enfrenten unos contra otros. El derramamiento de sangre parece inevitable...
Campamento de los TarkutsEn su tienda, Furr dormía plácidamente como llevaba tantos años sin hacer. A su lado, Mel lo miraba con embelesamiento. Así fue hasta que empezó a sacudirlo. Frunciendo el ceño, el Tarkut abrió su único ojo a la claridad del alba que se colaba por las orillas del techo.—¡Furr, amor mío, se me ha ocurrido una idea asombrosa!—Más te vale que sea buena... —balbuceó él, restregándose su ojo. Mel se le subió encima a horcajadas, para tener toda su atención. —Tú todavía tienes dudas de la fidelidad de los Dumas, ¿no es así? —Claro... yo nunca voy a confiar en esos engendros. —Pues se me ocurrió una idea para sellar nuestro trato y asegurar su fidelidad. La incredulidad en el ojo de Furr lo mantenía atento. Su pupila se dilató levemente. —Los Dumas gozan de una vida eterna —empezó diciendo ella—, pero sus amadas y amados humanos sucumbirán tarde o temprano al paso del tiempo. Sin embargo, si les ofrecemos la oportunidad de ser Tarkuts, podrían amarse etername
El sol resplandecía sobre Galaea y parecía más brillante que nunca, así era al menos para los refugiados que habían sido acogidos en la capital. Un futuro mejor los aguardaba, pero seguían temiendo por la inminente guerra.Un caballo galopaba como una estela por las calles, montado por un soldado karadesiano que se dirigía al palacio con premura. Era una sorpresa que la reina hubiera llegado tan pronto, no la esperaba hasta que todo el territorio estuviera asegurado, con todos los Dumas siendo parte de un mismo organismo. Sólo Eriot podía despertarlos y eso retrasaba las cosas, pero era mejor ir lento y con seguridad que de prisa y con descuido, así se lo había enseñado su padre humano.A veces se preguntaba si el general de Arkhamis lo consideraba su enemigo, otras, si seguiría amándolo como a un hijo, si algún día podría llegar a comprender las motivaciones que guiaban ahora su corazón; si podrían volver a sentarse a conversar bebiendo un buen vino. Él no deseaba su mal. Prisionero e
Reino de KaradesLa reina caminaba de un lado a otro en la sala del trono, con expresión apesadumbrada. —Ya esperamos un día y Eriot no ha llegado. —Hemos esperado veinte años por este momento, Dan-Kú. El rey de los Tarkuts ya está en tu poder, no hay prisa —le dijo Kert. —Sí, sí la hay. No lo quiero aquí, no quiero verlo, no quiero oírlo, no quiero respirar el mismo aire que él... Debe morir de una vez para que todo acabe. Por tanto tiempo ella soñó con hacerlo pasar por suplicios inimaginables, desgarrarle el corazón por habérselo desgarrado a ella también, martirizarlo en nombre de su familia, de la flor marchita en que se había convertido el emblema del reino. Y ahora que todo eso era posible se le hacía inconcebible. El Tarkut debía ser ejecutado a la brevedad o empezaría a cuestionarse el hacerlo. La bestia sin rostro que había devorado a su hermana había sido reemplazada por un muchacho que parecía sensible y libre de malicia y tenía una suave y agradable voz con la que pro
En lo profundo de un bosque Desz tosía, escupiendo la tierra que le cubría la cara. Respiró a bocanadas luego de no poder hacerlo mientras era jalado bajo tierra. Un suave capullo lo había envuelto luego de liberarlo del patíbulo y lo había dejado allí, en ese bosque desconocido.Incapaz de levantarse con una pierna destrozada, permaneció en el suelo, contemplando la silueta del ser que se acercaba por entre los árboles. No pudo distinguir su aroma, todo olía a la humedad de la tierra cálida, al verdor del bosque y su aliento. El andar tambaleante del oscuro ser lo hizo dudar sobre su naturaleza. No supo de quién se trataba hasta que le habló. —Desz... —pronunció ella, con voz funesta y grave. El Tarkut la observaba, buscando la imagen que, pese a sus esfuerzos, seguía recordando. Se había convertido la refinada princesa arkhamita en una criatura salvaje, cuya aura fría podía sentir pese a la distancia. Fría como el hielo, como su propia piel, como una planta.—Prometiste que nunca
Campamento de los TarkutsAl amanecer partió el Tarkut enviado por Furr a Uratis. ¿Su misión? Contactar a Desz y ponerlo al tanto de los últimos movimientos de los Dumas.—Espero que Desz regrese cuanto antes, no podemos perder más tiempo —decía Furr. Mel había ido al río y fue tras ella. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para además lidiar con la tristeza de su amada, pero allí estaba, sentado junto a ella viendo los pequeños peces de colores nadando en el agua cristalina. —Vamos a vengarlos, Mel, eso te dará la tranquilidad que has perdido. —El deseo de venganza sólo alimentará mi ira. He visto lo que es capaz de hacer la ira —dijo ella, mirando a Furr—. No quiero que la ira y el odio me consuman, no quiero acabar perdiéndome a mí misma. Tengo miedo de que esto que siento en mi pecho nunca se desvanezca. Furr la abrazó. Le besó la frente y los labios que se habían vuelto pálidos. —Aquí la ira soy yo, Mel. No vas a ocupar mi lugar. —¿Y cuál es el mío? —Tú eres... la
Por entre las verdes hojas Desz vio al sol iluminar el cielo sobre el laberíntico bosque en que se hallaba. Cuando las aves endulzaron con su canto la mañana, entró a la cueva donde Lis reposaba. Por unas grietas algo de luz iluminaba la asfixiante caverna en la que ella seguía durmiendo tan plácidamente.—Ya amaneció —dijo, a pocos pasos de ella. Lis siguió sumida en su imperturbable sueño. —Ya amaneció —repitió él, elevando el volumen de su voz. Ella se dio la vuelta y su rostro ya no estuvo dirigido hacia el muro. No se despertó. Antes su dormir era ligero y se interrumpía hasta con el más leve ruido en el palacio. Había tardado en acostumbrarse a los silbidos del viento colándose por los pasillos y estancias, y se refugiaba junto a su cuerpo cuando uno la despertaba. Las corrientes de aire también hallaban su camino entre las rocas de las cuevas, bien lo sabía él, que había tenido tiempo suficiente para aprender el idioma de los roncos suspiros de los recovecos y pasajes estrec
Reino de BalaiSentado en una mecedora al abrigo de la llameante chimenea pasaba los días el rey Ulster. El frío de Balai le congelaba los nervios de la pierna lisiada, haciendo los dolores insoportables, y él era un balaíta, el dolor y el frío eran lo primero que aprendían a sentir y a soportar. De vez en cuando se frotaba la pierna, arrastrando su mano desde el muslo hasta la rodilla y luego de regreso. Cuatro veces. Diez inhalaciones después repetía la maniobra. Nadie lo observaba el tiempo suficiente como para notar tal regularidad, de la que no era consciente ni él mismo.—Majestad, las ejecuciones de la mañana ya se han realizado, sin contratiempos —le informó uno de los guardias del palacio.Él rey solía tener un puesto privilegiado en tales ceremonias. A veces se ubicaba tan cerca que la sangre lo salpicaba aunque él sabía muy bien cuál era la distancia para evitarlo. Ahora ya ni siquiera se asomaba a mirar por el balcón. Ulster asintió, sin despegar los ojos de las llamas.
Furr se apresuró para encontrarse con Desz antes de que llegara al campamento. Venía él solo caminando por el sendero.—¿Acaso han movido el campamento? Furr asintió. El gris sereno de los ojos de Desz brillaba nuevamente, hasta su piel lucía más hermosa. Ni hablar de la melodía que ahora entonaba su corazón. No necesitaba ser muy listo para saber lo que había ocurrido. Ahora entendía las absurdas risitas de Mel, la traidora. —Fuiste por ella, ¿no es así? Fuiste a buscar a esa Lis. Desz le sonrió. Las sonrisas de Desz eran sutiles, cálidas, escasas y hablaban por sí solas. No necesitaba oír su respuesta porque con esa sonrisa se lo decía todo. —No, Furr. Fui a buscar la muerte, pero la vida me encontró primero. La sinceridad de las palabras de Desz, sumada a su serena forma de decirlas, nada pudieron hacer para aplacar la ira de Furr al enterarse de lo ocurrido en Karades. Lo derribó de un puñetazo. Desz no hizo intento de esquivarlo. —¡¿Ibas a abandonarme sin siquiera despedirte