XLI En el mortal silencio
Por entre las verdes hojas Desz vio al sol iluminar el cielo sobre el laberíntico bosque en que se hallaba. Cuando las aves endulzaron con su canto la mañana, entró a la cueva donde Lis reposaba. Por unas grietas algo de luz iluminaba la asfixiante caverna en la que ella seguía durmiendo tan plácidamente.

—Ya amaneció —dijo, a pocos pasos de ella.

Lis siguió sumida en su imperturbable sueño.

—Ya amaneció —repitió él, elevando el volumen de su voz.

Ella se dio la vuelta y su rostro ya no estuvo dirigido hacia el muro. No se despertó. Antes su dormir era ligero y se interrumpía hasta con el más leve ruido en el palacio. Había tardado en acostumbrarse a los silbidos del viento colándose por los pasillos y estancias, y se refugiaba junto a su cuerpo cuando uno la despertaba.

Las corrientes de aire también hallaban su camino entre las rocas de las cuevas, bien lo sabía él, que había tenido tiempo suficiente para aprender el idioma de los roncos suspiros de los recovecos y pasajes estrec
NatsZ

El amor ha prevalecido, pero los engaños de Eriot han envenenado la mente de Riu. ¿Se enfrentará a ellos Lis para proteger a Desz?

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