Lis ha vuelto a los brazos de Camsuq y Desz ha ido a buscarla. ¿Podrá confiar en las promesas de amor de alguno de ellos? ¿Habrá alguien que la ame como ella se lo merece?
—¿Acaso sigo dormida? —se preguntó Lis, parpadeando pesadamente al ver a Desz acostado junto a ella.—Te has vuelto tan perezosa que ya ni sabes cuando estás despierta —le dijo él.Era de día y la luz se hallaba a gusto en la habitación, pues resplandecía como nunca. Tan brillante era que resultaba cegadora. —¿Cómo entraste al palacio? —Camsuq está desesperado, le faltó poco para recibirme con honores. Incluso la reina está feliz con mi presencia, aunque se esfuerce en ocultarlo. Hasta Nuante había llegado ya la noticia del ataque. La presencia de Desz allí la hizo preguntarse cuánto tiempo había estado durmiendo. —¿Los Dumas siguieron con su ataque? —No. Mis guerreros recorrieron Arkhamis. Hay varias aldeas vacías, creo que huyeron. Lograste detenerlos, Lis. Bien hecho. Ella sonrió, luego frunció el ceño y le dio la espalda. —Si viniste a buscarme, pierdes tu tiempo. No volveré contigo, no me mereces. Vete a buscar a alguien más bella y huérfana, así nadie la juzgará por los ac
Reino de GalaeaEn un rincón de la hermosa casa, Riu se cubría los oídos, deseando despertar de su pavoroso sueño. Su madre estaba enferma, así la había conocido. La mujer pálida, ojerosa y postrada en su lecho, contrastaba con la vigorosa imagen de su nuevo padre, el glorioso general del ejército de Arkhamis, el reino más poderoso. El hombre le dijo que su madre estaba triste, que ese era el mal que mermaba sus fuerzas. "Ahora que has llegado a nuestras vidas, ella será feliz y sanará". Riu le creyó y, poco a poco, vio a la mujer recuperar su vitalidad. Así fue por muchos años. Sin embargo, había breves momentos en que él veía en sus ojos la sombra de la debilidad, la angustiosa enfermedad que se había vuelto silenciosa, pero que seguía allí y ya no mermándole las fuerzas, sino las ideas.La enfermedad de su madre estaba en su cabeza. Veía y oía cosas que nadie más y hablaba consigo misma. Ella amaba a su hijo, pero no podía evitar asustarlo. Ella le temía a los demonios de los rinco
Reino de UratisEl rey Anoreq miraba por el balcón de la torre más alta de su palacio. A lo lejos, una comitiva de Karades se acercaba y él la aguardaba con el corazón firme y el ánimo resoluto. Lo que debía suceder, sucedería.La cooperación con el rey de los Tarkuts no había resultado como esperaba, el uratita que seguía a Desz y a la reina jamás regresó de Karades. Era difícil creer que el Tarkut lo hubiera traicionado, algo más había pasado. Y acabó descubriéndolo de quien menos esperaba, un guerrero balaíta enviado por Ulster. Karades estaba bajo el dominio de los Dumas y ya debían estar por todo Uratis también. No tenía miedo, el que nada hacía nada debía temer. Estaba en paz y, si moría, así partiría a la eternidad. La comitiva llegó al palacio. Precedía a todo un ejército, muy superior al suyo. No era una visita, era la guerra. Anoreq saludó a la reina Dan-Kú con una reverencia. Junto a ella venía el rey también. —He alabado tu sensatez cuando nos conocimos, rey Anoreq. Espe
Reino de Arkhamis—Es la única forma —le decía Lis a Desz. Los Dumas que rodeaban Arkhamis superaban con creces en número al ejército de Desz y al que Furr tenía fuera del reino. Un ataque desde dentro o desde el exterior estaba destinado al fracaso, pero ella podía ir a hablar con Eriot, podía intentar ganar tiempo. —No sabes cuáles son sus intenciones, Lis. Si simplemente quisieran destruir Arkhamis ya nos habrían pasado por encima. Algo más buscan. Escapé de mi ejecución, soy yo el que irá a hablar con él. Las manos de Lis le aferraron las ropas, mientras la dulzura de sus ojos verdes daba paso a una incipiente ira. —¡¿Planeas entregar tu vida una vez más, Desz?! ¡¿Por qué te empeñas en lastimar mi corazón?! Eres tan despiadado con quien te ama tanto, ni con tus enemigos eres tan cruel como lo eres conmigo. Desz la abrazó, pese a la resistencia que ella ofrecía. —¿Crees que quiero morir, Lis? Lo que más deseo es pasar la eternidad a tu lado, amor mío, pero esta guerra es entre
Un cálido suspiro se mezcló con el aire de la tarde en el jardín del palacio de Arkhamis. Con la cabeza apoyada en la mano, Daara miraba la monotonía del paisaje ante tus ojos, carente de cualquier atisbo de pasión. Tal era su hastío que empezaba a comprender los urgentes deseos por ir más allá de los muros del palacio que siempre acompañaban a su hermana. Ahora Lis estaba afuera, gozando de plena libertad mientras ella seguía allí, atrapada.Sí, la antes complaciente seguridad de su hogar, rebosante de lujos y riquezas, ahora se sentía aterradoramente como una condena. Tal vez podría encontrar la forma de gozar de libertad, pero sin perder sus riquezas. En eso pensaba cuando veía a Lis vistiendo ropas tan corrientes y feas, sin siquiera una corona que mostrara su nobleza. Ella quería ser una princesa libre, no una plebeya libre. Y el masivo despliegue de soldados por todo el palacio más cautiva la hacía sentir. Buscando la tranquilidad perdida había ido al jardín del patio lateral.
En el umbral de los aposentos de Daara, Lis se detuvo, dolida y asustada. Deseaba comprobar con sus propios ojos lo dicho por Eriot, deseaba confirmar que ya no había escapatoria alguna para ella.La joven princesa dormía en su lecho con la placidez con que se balanceaban las aguas bajo la luz de la luna. Tal vez soñaba el mejor de los sueños, pues no había muestras en su rostro de pesar alguno. Todo parecía estar bien con ella salvo por el hecho de que no había manera de despertarla. Y vaya que ya lo habían intentado, salpicándola con agua y dándole incluso algunas bofetadas. Camsuq velaba sus sueños desde el sillón a un costado y la reina estaba postrada a los pies del lecho, sumida en el más amargo de los dolores. Ninguno de los dos, las personas más poderosas de todo Arkhamis, podía hacer nada por Daara, la hija más amada, pues sólo Eriot era capaz de sacarla de aquel trance y únicamente lo haría si Lis cumplía con su parte del trato. "¿Para qué quieres que tenga un hijo?", le ha
Reino de ArkhamisUna vez más Desz yacía al abrigo de la oscuridad, con un dolor lacerante que apenas lo dejaba respirar y que no se debía a las flechas que habían envenenado su sangre, ese era un dolor que él podía soportar.A lo lejos, por entre los enrevesados y estrechos pasillos de las mazmorras del palacio, oía los quejidos y lamentos de sus guerreros. Sufrían, pero seguían con vida. Camsuq no era idiota. Se había rendido ante los Dumas, pero albergaba una esperanza de ir contra ellos. O tal vez simplemente esperaba el momento de entregarlo a él también. Probablemente cuando la reina Dan-Kú se enterara de su presencia allí lo pediría como ofrenda. El ardiente deseo de volver a estrechar a Lis entre sus brazos no lo dejaba claudicar, pese al horror del encierro. Era lo que más anhelaba, el único pensamiento en su cabeza debilitada por los efectos de la nefasta planta. Ya no había flechas en su cuerpo, pero sí ataduras en distintas partes con cuerdas provenientes de la misma fuent
Reino de GalaeaEnvuelta en la suavidad de las sábanas, Lis deseó no haber abierto los ojos. Se mantuvo quieta, acurrucada como un insecto dentro de su capullo, incapaz de olvidar quién había sido y negándose a enfrentar quién era ahora.Así estuvo largo rato, perdida en sus inútiles pensamientos. ¿De qué servía divagar sobre una decisión que ya había tomado? Era como resistirse a ser entregada como ofrenda mientras ya iba en el carruaje camino a Nuante, un sufrimiento inútil para, al final, acabar agradeciendo por lo que parecía un infortunio del destino. Tal vez así sería también esta vez y de su profundo pesar brotaría la más reconfortante dicha. Sabiendo que se sostenía en ilusiones más que en certezas, emergió por fin de entre las sábanas.—¡Riu! ¿Desde cuándo estás aquí? Sentado en el borde del lecho, el joven la recibió en sus brazos. —Llegué ayer. ¿Desde cuándo duermes tanto, Lis? ¿Qué vida es esta que llevas, si prefieres pasártela en tus sueños? Ella nada dijo, sólo se ac