Ulster quiere unirse a la resistencia contra los Dumas, ¿estará tan desesperado Furr como para aceptarlo? La traición herirá a Lis una vez más, ¿qué querrá Eriot de ella?
Un cálido suspiro se mezcló con el aire de la tarde en el jardín del palacio de Arkhamis. Con la cabeza apoyada en la mano, Daara miraba la monotonía del paisaje ante tus ojos, carente de cualquier atisbo de pasión. Tal era su hastío que empezaba a comprender los urgentes deseos por ir más allá de los muros del palacio que siempre acompañaban a su hermana. Ahora Lis estaba afuera, gozando de plena libertad mientras ella seguía allí, atrapada.Sí, la antes complaciente seguridad de su hogar, rebosante de lujos y riquezas, ahora se sentía aterradoramente como una condena. Tal vez podría encontrar la forma de gozar de libertad, pero sin perder sus riquezas. En eso pensaba cuando veía a Lis vistiendo ropas tan corrientes y feas, sin siquiera una corona que mostrara su nobleza. Ella quería ser una princesa libre, no una plebeya libre. Y el masivo despliegue de soldados por todo el palacio más cautiva la hacía sentir. Buscando la tranquilidad perdida había ido al jardín del patio lateral.
En el umbral de los aposentos de Daara, Lis se detuvo, dolida y asustada. Deseaba comprobar con sus propios ojos lo dicho por Eriot, deseaba confirmar que ya no había escapatoria alguna para ella.La joven princesa dormía en su lecho con la placidez con que se balanceaban las aguas bajo la luz de la luna. Tal vez soñaba el mejor de los sueños, pues no había muestras en su rostro de pesar alguno. Todo parecía estar bien con ella salvo por el hecho de que no había manera de despertarla. Y vaya que ya lo habían intentado, salpicándola con agua y dándole incluso algunas bofetadas. Camsuq velaba sus sueños desde el sillón a un costado y la reina estaba postrada a los pies del lecho, sumida en el más amargo de los dolores. Ninguno de los dos, las personas más poderosas de todo Arkhamis, podía hacer nada por Daara, la hija más amada, pues sólo Eriot era capaz de sacarla de aquel trance y únicamente lo haría si Lis cumplía con su parte del trato. "¿Para qué quieres que tenga un hijo?", le ha
Reino de ArkhamisUna vez más Desz yacía al abrigo de la oscuridad, con un dolor lacerante que apenas lo dejaba respirar y que no se debía a las flechas que habían envenenado su sangre, ese era un dolor que él podía soportar.A lo lejos, por entre los enrevesados y estrechos pasillos de las mazmorras del palacio, oía los quejidos y lamentos de sus guerreros. Sufrían, pero seguían con vida. Camsuq no era idiota. Se había rendido ante los Dumas, pero albergaba una esperanza de ir contra ellos. O tal vez simplemente esperaba el momento de entregarlo a él también. Probablemente cuando la reina Dan-Kú se enterara de su presencia allí lo pediría como ofrenda. El ardiente deseo de volver a estrechar a Lis entre sus brazos no lo dejaba claudicar, pese al horror del encierro. Era lo que más anhelaba, el único pensamiento en su cabeza debilitada por los efectos de la nefasta planta. Ya no había flechas en su cuerpo, pero sí ataduras en distintas partes con cuerdas provenientes de la misma fuent
Reino de GalaeaEnvuelta en la suavidad de las sábanas, Lis deseó no haber abierto los ojos. Se mantuvo quieta, acurrucada como un insecto dentro de su capullo, incapaz de olvidar quién había sido y negándose a enfrentar quién era ahora.Así estuvo largo rato, perdida en sus inútiles pensamientos. ¿De qué servía divagar sobre una decisión que ya había tomado? Era como resistirse a ser entregada como ofrenda mientras ya iba en el carruaje camino a Nuante, un sufrimiento inútil para, al final, acabar agradeciendo por lo que parecía un infortunio del destino. Tal vez así sería también esta vez y de su profundo pesar brotaría la más reconfortante dicha. Sabiendo que se sostenía en ilusiones más que en certezas, emergió por fin de entre las sábanas.—¡Riu! ¿Desde cuándo estás aquí? Sentado en el borde del lecho, el joven la recibió en sus brazos. —Llegué ayer. ¿Desde cuándo duermes tanto, Lis? ¿Qué vida es esta que llevas, si prefieres pasártela en tus sueños? Ella nada dijo, sólo se ac
Reino de ArkhamisSumido en la larga espera, Desz respiraba. No había nada más que pudiera hacer. No había planes que tramar ni venganzas que urdir. En el encierro, el tiempo había vuelto a detenerse, igual que sus anhelos. Esa era la clave para mantener la cordura y proteger su mente, así había sobrevivido en la cueva, congelado en el tiempo como las hierbas bajo el hielo.Sólo debía esperar a que el general Magak honrara su promesa. —Debe ser aquí, el espacio es pequeño, pero es la única opción —dijo Liam. Él y el resto del escuadrón habían recorrido el muro hecho de Dumas en toda su extensión. Hacia el este, justo donde ahora estaban, había una zona menos tupida, con Dumas más distanciados unos de otros. —Como una flecha, así habrá que moverse, como si fuéramos uno solo —dijo un Tarkut. Los guerreros Dumas se transformaron, igual los Tarkuts que, siendo más pequeños, treparon sobre ellos. Contaron hasta tres y los Dumas corrieron, abalanzándose contra el bosque hecho de enemigos
Reino de UratisLas noches en Uratis llevaban tiempo sin ser lo que habían sido. La serena quietud arrancada con la invasión de los karadesianos no había regresado al llegar el ejército libertador, como llamaban a las tropas de Furr, tampoco al ser su rey reinstaurado. Si bien ya no era el horror de la guerra lo que mantenía a las gentes insomnes, había sonidos tanto o más perturbadores. Era cierto que los Tarkuts eran los señores del silencio, pero ya no estaban solos. Los Dumas habían resultado ser bastante ruidosos, sobre todo al momento de revelarse su naturaleza o "despertar".—¿No puedes dormir? —le preguntó Terk a un Tarkut uratita sentado frente a una fogata. Habían montado el campamento en los alrededores del palacio. Allí descansaban los que venían de Nuante y hacían la guardia y los nativos de Uratis que ya no hallaban su lugar entre los humanos. Madok era uno de ellos. Desconfianza era su nombre y por primera vez en su vida sentía que pertenecía a alguna parte, pese a lle
Al día siguiente de su partida, la comitiva del rey Kert regresó a Galaea reducida a menos de la mitad. —Había Dumas apostados en las fronteras, pero no eran nuestros —contó Riu mientras eran atendidas sus heridas. —El traidor que los envió a Arkhamis ahora ha ido por Uratis. Acabamos con los suyos sin problema entonces, ¿por qué te han dejado en tal estado ahora? —preguntó Eriot. A Riu le faltaba un brazo. Múltiples lesiones se repartían por el resto de su cuerpo también. —No eran sólo ellos, Eriot. Había otras criaturas también, más pequeñas y veloces, con cuerpos ardientes y fuertes y dotados de enormes garras y colmillos capaces de atravesar nuestra gruesa piel. —Tarkuts, así son los Tarkuts... No puede ser —dijo Eriot, aferrándose la cabeza. —Cuando estuve en Nuante sólo estaba el rey. Ahora son más, han aumentado en número como nosotros. Mataron a los escoltas del rey Kert, él y yo nos salvamos por poco. —Cuando se despierte estará intratable, querrá que todo nuestro ejérc
Reino de ArkhamisLa reina Alira se aferraba el vientre mientras con la otra mano sujetaba la de Daara. Le parecía que había sido ayer cuando su primogénita se movía dentro de su cuerpo. Qué agradable sensación era aquella, tener dos corazones, proteger al ser que se gestaba y con el que era una sola. Ahora su hija yacía inconsciente y le dolía el vientre. De sus labios temblorosos una dulce melodía brotaba, era la canción de cuna con la que la princesita se dormía cada noche. Cuando dejaba de cantarla, ella se despertaba. Así era hasta que la cantaba por tercera vez. De niña, Daara tardaba tres canciones en dormirse. La reina se detuvo luego de la primera, pero la muchacha no se despertó. Se detuvo luego de la segunda y esos amados ojos siguieron sin mirarla. Ya no pudo cantar una tercera vez y rompió en llanto, sin soltar la mano de su hija, que soñaba el que parecía ser un sueño eterno. Lejos del calor de los aposentos reales, en las frías mazmorras, Desz también soñaba. Atrapa