El camino de Lis para cumplir con la voluntad de Eriot ha comenzado. ¿Aceptará Riu ser parte de aquello? ¿Podrá Desz evitarlo?
Reino de ArkhamisSumido en la larga espera, Desz respiraba. No había nada más que pudiera hacer. No había planes que tramar ni venganzas que urdir. En el encierro, el tiempo había vuelto a detenerse, igual que sus anhelos. Esa era la clave para mantener la cordura y proteger su mente, así había sobrevivido en la cueva, congelado en el tiempo como las hierbas bajo el hielo.Sólo debía esperar a que el general Magak honrara su promesa. —Debe ser aquí, el espacio es pequeño, pero es la única opción —dijo Liam. Él y el resto del escuadrón habían recorrido el muro hecho de Dumas en toda su extensión. Hacia el este, justo donde ahora estaban, había una zona menos tupida, con Dumas más distanciados unos de otros. —Como una flecha, así habrá que moverse, como si fuéramos uno solo —dijo un Tarkut. Los guerreros Dumas se transformaron, igual los Tarkuts que, siendo más pequeños, treparon sobre ellos. Contaron hasta tres y los Dumas corrieron, abalanzándose contra el bosque hecho de enemigos
Reino de UratisLas noches en Uratis llevaban tiempo sin ser lo que habían sido. La serena quietud arrancada con la invasión de los karadesianos no había regresado al llegar el ejército libertador, como llamaban a las tropas de Furr, tampoco al ser su rey reinstaurado. Si bien ya no era el horror de la guerra lo que mantenía a las gentes insomnes, había sonidos tanto o más perturbadores. Era cierto que los Tarkuts eran los señores del silencio, pero ya no estaban solos. Los Dumas habían resultado ser bastante ruidosos, sobre todo al momento de revelarse su naturaleza o "despertar".—¿No puedes dormir? —le preguntó Terk a un Tarkut uratita sentado frente a una fogata. Habían montado el campamento en los alrededores del palacio. Allí descansaban los que venían de Nuante y hacían la guardia y los nativos de Uratis que ya no hallaban su lugar entre los humanos. Madok era uno de ellos. Desconfianza era su nombre y por primera vez en su vida sentía que pertenecía a alguna parte, pese a lle
Al día siguiente de su partida, la comitiva del rey Kert regresó a Galaea reducida a menos de la mitad. —Había Dumas apostados en las fronteras, pero no eran nuestros —contó Riu mientras eran atendidas sus heridas. —El traidor que los envió a Arkhamis ahora ha ido por Uratis. Acabamos con los suyos sin problema entonces, ¿por qué te han dejado en tal estado ahora? —preguntó Eriot. A Riu le faltaba un brazo. Múltiples lesiones se repartían por el resto de su cuerpo también. —No eran sólo ellos, Eriot. Había otras criaturas también, más pequeñas y veloces, con cuerpos ardientes y fuertes y dotados de enormes garras y colmillos capaces de atravesar nuestra gruesa piel. —Tarkuts, así son los Tarkuts... No puede ser —dijo Eriot, aferrándose la cabeza. —Cuando estuve en Nuante sólo estaba el rey. Ahora son más, han aumentado en número como nosotros. Mataron a los escoltas del rey Kert, él y yo nos salvamos por poco. —Cuando se despierte estará intratable, querrá que todo nuestro ejérc
Reino de ArkhamisLa reina Alira se aferraba el vientre mientras con la otra mano sujetaba la de Daara. Le parecía que había sido ayer cuando su primogénita se movía dentro de su cuerpo. Qué agradable sensación era aquella, tener dos corazones, proteger al ser que se gestaba y con el que era una sola. Ahora su hija yacía inconsciente y le dolía el vientre. De sus labios temblorosos una dulce melodía brotaba, era la canción de cuna con la que la princesita se dormía cada noche. Cuando dejaba de cantarla, ella se despertaba. Así era hasta que la cantaba por tercera vez. De niña, Daara tardaba tres canciones en dormirse. La reina se detuvo luego de la primera, pero la muchacha no se despertó. Se detuvo luego de la segunda y esos amados ojos siguieron sin mirarla. Ya no pudo cantar una tercera vez y rompió en llanto, sin soltar la mano de su hija, que soñaba el que parecía ser un sueño eterno. Lejos del calor de los aposentos reales, en las frías mazmorras, Desz también soñaba. Atrapa
Reino de UratisCon la piel todavía sensible enfundada en una bata luego de salir de un reparador baño, Adir se paró en medio de sus aposentos.—Espero que sea de tu agrado —le dijo Furr, sentado en un sillón—, pedí que la prepararan especialmente para ti. Adir volvió a recorrer con sus ojos la habitación. A Furr le pareció un niño asombrado que no daba cabida a la inmensidad del firmamento cuando lo veía por vez primera. —Jamás estuve en un lugar tan lujoso. Con sus dedos recorrió el aterciopelado respaldo del sillón, gozando también de cada curva de la madera deliciosamente tallada que le daba forma. Se sentó para seguir maravillándose ahora con el resto de su cuerpo, que fue acogido con reconfortante comodidad. Había recorrido cada aldea, en valles y colinas, buscando Dumas que quisieran abandonar su prisión humana y unirse a la guerra. En unas cuantas semanas había formado toda una legión de guerreros Dumas, con ansias de proteger la tierra que era su hogar y la nueva libertad
Reino de GalaeaEn los regios aposentos de Lis en el palacio, el ambiente era de tristeza y decepción. —Apenas te repongas de esta pérdida lo intentarás de nuevo. Descansa ahora, Lis, de tu salud depende nuestro futuro. Eriot se despidió de su hija y salió. Necesitaba pensar y qué mejor manera de hacerlo que oyendo la voz del dios Dum. Dejó el palacio y fue a las colinas, al encuentro de la constelación. —No entiendo nada de esto —reclamó Azot desde un rincón de la habitación. —No importa, no debes entenderlo, estás mejor sin saber. Una ráfaga de aire hizo volar un florero que Eriot había dejado en el velador, agitó las cortinas y desperdigó unos libros que aletearon como aves antes de caer al suelo. —Dijiste que lo amabas, que padre era lo más importante, pero lo dejaste solo en esas mazmorras. Y estás aquí cuando no quieres estar aquí y manchas tu cuerpo con sangre y te quejas de un dolor que no sientes. No lo entiendo.Lis suspiró con cansancio, pero ya no tuvo que lidiar con
Reino de GalaeaEl caballo que galopaba al compás del viento se detuvo en el linde del bosque de las sombras, donde Lis y Azot descendieron. Hasta allí habían seguido a Eriot. Intrigados por la poción del Dumas, no perdieron oportunidad de descubrir los secretos que ocultaba.El velo neblinoso que envolvía a los oscuros árboles agitó el corazón de Lis, era imposible no sentirse pequeña ante tan abrumadora inmensidad. Pese a su propia naturaleza salvaje, dudaba en pisar la tierra negra. En cualquier momento de ella podían emerger los guardianes para ensartarle los filosos colmillos por todas partes. Azot también era una criatura del bosque y, en su momento, la había aterrado de un modo similar. Sin olvidar que el bosque del silencio había sido parte del de las sombras, imaginó que podría estar habituado al lugar y a sus moradores. No habían hablado sobre ello, él no hablaba mucho y, cuando lo hacía, era para hacer preguntas. Azot estaba lleno de preguntas.Probablemente también tuviera
—¿Así huele el aire de Arkhamis? Lo imaginaba diferente, cargado de cenizas y humo, sazonado con la fetidez de la sangre descompuesta y rezumando el más fascinante horror desde sus entrañas. Luego de encargarse de fragmentar el bosque de Dumas de la frontera, Adir despertaba en el lecho del palacio de Arkhamis donde reposaba.—Hemos tomado el reino con facilidad, no ha hecho falta tanta destrucción —le dijo Furr—. Espero que no estés decepcionado. El Dumas negó.—¿Cuál será mi recompensa? —preguntó—. No me darás la cabeza de Camsuq, que es lo que deseo. ¿Podré tener al menos la de su general? ¿Me dejarás bañarme en las tripas de sus capitanes? Las de la reina también me servirían...Había más locura de lo habitual en sus ojos, notó Furr. Esa conexión mental que los Dumas establecían cuando se unían a la constelación era peligrosa. Involucraba demasiado poder y no todos parecían capaces de lidiar con él. Tal vez por eso, de entre tantos Dumas, sólo Eriot y Adir tenían la facultad de