El deseo de recuperar a Lis se ha cumplido para Desz. ¿Quién la habrá herido? ¿Dónde está Azot?
En un oscuro pasillo del palacio de Arkhamis, apoyado en el frío muro, Desz se miraba las manos manchadas con la sangre de Lis. Seguía sorprendiéndole que no oliera diferente a la de una humana. Su olfato era tan inservible como su oído, que no le permitió captar la sutil variación en el aire producida por la llegada de Furr.—¿Cómo está ella? —Se desmayó en mis brazos, estoy cubierto de su sangre... La sierva me echó para curar sus heridas... Al saber la noticia, el aya Ros había llegado presta y no permitió que nadie más estuviera en los aposentos mientras despojaba a Lis de las pocas ropas que cubrían su maltratado cuerpo. —La herida de mi corazón cuando supe la verdad sobre su naturaleza es tan ridícula ahora. Que no sea humana es una bendición, siempre lo fue. Una humana no podría perder tanta sangre y seguir respirando. Es una bendición... Furr le apoyó una mano en el hombro. La suya también estaba manchada con sangre, igual que sus ropas. Tan afectado estaba Desz que ni siqu
Terminada la comida, Azot, Desz y Lis dejaron el palacio. Un solo día se permitiría él sin pensar en Dumas, guerra, o venganza. Nada de Tarkuts, Kraia, bosques, y sus sombras, sólo serían él, su hijo y su Lis. Lis era arkhamita, pero con seguridad podía decir que conocía mucho más Nuante que el reino donde había crecido, así que no fueron muy lejos. Un río cerca de las colinas y su ribera les sirvieron para pasar la tarde bajo el esplendoroso sol, del que nada se ocultaba. Allí Desz habló de lo que nunca había contado a nadie: su vida humana, sus cabras y sus habilidades para preparar queso. Prometió que, cuando la guerra acabara, volvería a hacerlo para ellos. Estaba seguro de no haber olvidado cómo. Lis les habló de su infancia en el palacio, de cómo Kron dejaba atrás a los mejores caballos del ejército y de las aburridas fiestas de la corte; les enseñó algunos pasos de baile y describió cómo su cuerpo se fundía con los elementos cuando cambiaba a su forma de Dumas.Azot oyó con
Como una multitud de hormigas incapaces de cruzar un charco estaba el ejército dirigido por Furr. No era sólo la repentina aparición de la ciénaga lo que los inquietaba, sino también la niebla, espesa y envolvente como la del bosque de las sombras. Para quienes habían osado penetrar en su linde no hub0 dudas: olía igual que aquella, el fatídico velo que ocultaba a las alimañas. Furr exhaló con hastío. —No podemos pasar por aquí con los caballos —inmediatamente agregó—. No podemos pasar por aquí. Buscar una ruta alternativa los haría separarse y se resistían a ello, hasta donde sabían, la ciénaga podía extenderse por todo el resto del reino. La mejor opción, aunque no la más rápida, era continuar por las colinas e intentar rodear la ciénaga.—Nada parece moverse ahí abajo —observaba Furr mientras se enfilaban por la ladera.Bajo la niebla y el fango no había criatura alguna que captaran sus poderosos oídos. —No hace falta ninguna criatura —reflexionó Desz, que cabalgaba a su lado—.
"¿Tienes miedo, Kal?", preguntó la niña, sumergida en el agua hasta la cintura."¡No te atrevas a llamarme cobarde, yo nunca tengo miedo!", le respondió el niño, que desde la orilla del lago tocaba el agua apenas con la punta de su pie. "Está bien tener miedo, todos lo tenemos alguna vez, pero si le temes al agua, apestarás, y nuestro padre se enfadará". "¡Qué no tengo miedo!", gritó el niño.Inhaló profundamente y se atrevió a entrar en las aguas del lago. Iban estas abrazando su vientre cuando se lo tragaron por completo. Era el lago un animal que iba a devorarlo y gritó, pidiendo ayuda. Manoteando y pataleando con frenesí sólo lograba hundirse más y más, y tragar agua en su desesperación por respirar.Fue la niña quien lo arrastró a la orilla, le golpeó el pecho y juntó sus labios con los de él para darle aire. Ese suave e inocente toque lo cambiaría todo de aquí en adelante; él ya no podría olvidarlos, por prohibidos que estuvieran, por inalcanzables que se volvieran. "El calor
Él suspiró y se oyó como una tempestad. Cada sonido, por más sutil que fuera, era amplificado en los estrechos muros de su prisión, en el seno cálido de la tierra. Todo lo que lo rodeaba era tierra y algo de agua somera también. A veces pensaba que él mismo era parte de la tierra, era el corazón. Creía recordar que, en algún momento, tuvo un sentir similar, cuando fue parte de algo más grande, pero él había olvidado la constelación y ella lo había olvidado a él. A veces le costaba recordar su nombre.Reposaba, inmóvil como un insecto aguardando renacer en la oscuridad. Si lo hiciera, sus alas desplegadas lo llevarían a la superficie, donde brillaba el sol en el pequeño círculo de luz sobre su cabeza. Cuanto deseaba tener alas. Las últimas señales de vida a su alrededor lo habían abandonado hacía mucho, las pisadas hacían palpitar la tierra y ahora sabía que estaba solo. Tal vez lo estaría por siempre, hasta que su cuerpo se fundiera del todo con la humedad que lo rodeaba. Volvió a d
Confundido en el deambular cíclico del sueño y la vigilia, el rey de Balai parpadeó varias veces, pero la sorprendente aparición, que se manifestaba a través de la frialdad de la mano posada en su pierna, seguía allí.—¡¿Acaso sigo dormido o mis sueños se han vuelto reales?! Postrado a sus pies estaba el copero, con los mismos ojos oscuros e inocentes de siempre. Lo palpó hasta convencerse de que era de carne y hueso. —¡¿Cómo es posible?! —He logrado escapar, mi señor. Sin más, Ulster lo estrechó contra su pecho. Era allí donde pertenecía, al abrigo de su cuerpo, tan cerca que sus manos pudieran alcanzar cada parte de él. Estaba entero, a salvo, vivo. Jamás lo imaginó. En su mundo de hielo, nada parecido a los milagros existía, la esperanza se marchitaba bajo la escarcha. —¡Copero, por todos los dioses! ¡Dime que la locura no se ha apoderado de mis sesos! Demuéstrame que realmente estás aquí y que esto que toco es tu carne. Las manos del muchacho le tocaron el pecho y hurgaron en
Ante la expresión desencajada del rey, Furr repitió las palabras que resultaban ser una bendición de los dioses que por tanto tiempo lo habían olvidado. —Tu copero es un Dumas, Ulster, es hermano de uno de mis aliados. El monarca soltó una risotada. —¡¿Este absurdo es tu venganza?! ¡El encierro te enloqueció! —Lo habría hecho si tu copero no me hubiera liberado. ¿Nunca lo sospechaste? Tantos años prisionero y de pronto logro escapar. Incluso me daba sangre a escondidas. —¡Mientes, m4ldito monstruo! ¡Mientes! —Su misión era matar a Barlotz, por eso se volvió su copero ¿Adivina qué debía hacer contigo? Ulster se aferraba la cabeza con desesperación. —Has fornicado con cadáveres, un Dumas no está tan mal en comparación, sobre todo uno que luce tan atractivo e inocente, tan frágil. Y se verá por siempre así porque no puede crecer, jamás envejecerá. Incluso puedes mutilarlo con confianza, como tanto te gusta hacer, porque sanará. Es el juguete perfecto. Como puedes ver, no soy renco
Reino de Galaea—Ya están aquí y Riu está con ellos —informó a Eriot el segundo al mando de lo que quedaba de su ejército.Los primeros en entrar a la capital habían sido las tropas de Dumas Tarkuts lideradas por Riu y Adir quien, tras llevar a Furr con Zin, regresó a la formación. Ellos allanarían el camino y evitarían más derramamiento de sangre. —¡¿Te das cuenta de lo que nos estás diciendo?! —le reclamó un hombre a Riu en el mercado.Atacados primero por los balaítas y ahora por Eriot, las gentes ya no sabían qué pensar. —¡Ojalá y Barlotz no hubiera muerto! —dijo una mujer—. Era un imbécil, pero con él vivíamos en paz. La muchedumbre reunida en torno a los guerreros emitió frases en apoyo. —Eriot mintió en que no pensaba cumplir sus promesas, pero no en que puedan realizarse. Si tenemos la voluntad, lo haremos —afirmó Riu.—¡Ya confiamos en ti una vez, por qué lo haríamos de nuevo! —dijo un hombre. —¡Por eso mismo! —dijo otro. Era el anciano artesano, atacado por los balaítas