LXIX El regalo de Furr
Confundido en el deambular cíclico del sueño y la vigilia, el rey de Balai parpadeó varias veces, pero la sorprendente aparición, que se manifestaba a través de la frialdad de la mano posada en su pierna, seguía allí.

—¡¿Acaso sigo dormido o mis sueños se han vuelto reales?!

Postrado a sus pies estaba el copero, con los mismos ojos oscuros e inocentes de siempre. Lo palpó hasta convencerse de que era de carne y hueso.

—¡¿Cómo es posible?!

—He logrado escapar, mi señor.

Sin más, Ulster lo estrechó contra su pecho. Era allí donde pertenecía, al abrigo de su cuerpo, tan cerca que sus manos pudieran alcanzar cada parte de él. Estaba entero, a salvo, vivo. Jamás lo imaginó. En su mundo de hielo, nada parecido a los milagros existía, la esperanza se marchitaba bajo la escarcha.

—¡Copero, por todos los dioses! ¡Dime que la locura no se ha apoderado de mis sesos! Demuéstrame que realmente estás aquí y que esto que toco es tu carne.

Las manos del muchacho le tocaron el pecho y hurgaron en
NatsZ

¿Podrá lo que siente Ulster por el copero sobrevivir a la verdad sobre la naturaleza del muchacho? La mayor prueba para el despiadado rey de Balai ha comenzado.

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