La historia de Furr y Ulster ha llegado a su fin y Furr está listo para enfrentar su futuro. ¿Qué destino le aguardará después de la guerra?
Reino de Galaea—Ya están aquí y Riu está con ellos —informó a Eriot el segundo al mando de lo que quedaba de su ejército.Los primeros en entrar a la capital habían sido las tropas de Dumas Tarkuts lideradas por Riu y Adir quien, tras llevar a Furr con Zin, regresó a la formación. Ellos allanarían el camino y evitarían más derramamiento de sangre. —¡¿Te das cuenta de lo que nos estás diciendo?! —le reclamó un hombre a Riu en el mercado.Atacados primero por los balaítas y ahora por Eriot, las gentes ya no sabían qué pensar. —¡Ojalá y Barlotz no hubiera muerto! —dijo una mujer—. Era un imbécil, pero con él vivíamos en paz. La muchedumbre reunida en torno a los guerreros emitió frases en apoyo. —Eriot mintió en que no pensaba cumplir sus promesas, pero no en que puedan realizarse. Si tenemos la voluntad, lo haremos —afirmó Riu.—¡Ya confiamos en ti una vez, por qué lo haríamos de nuevo! —dijo un hombre. —¡Por eso mismo! —dijo otro. Era el anciano artesano, atacado por los balaítas
Reino de Balai—Yo nunca podría vivir en un lugar así —decía Liam, exhalando un vapor gélido. Atrás iban dejando al reino helado, sumido en el silencio. El estrecho por donde transitaban, que no era más que un lago congelado hacía siglos, ya estaba llegando a su fin y pronto en el horizonte empezaría a asomarse el valle que desembocaba en Galaea. Casi en el límite estaban los cuerpos de los balaítas que vigilaban la frontera y que habían sido los primeros en caer. Congelados, serían parte del estrecho también.—Los Dumas necesitamos del sol —agregó—. ¿Cómo es el clima en Nuante? —Es muy similar al de Balai —aseguró Furr, fingiendo seriedad. Mel no pudo contener la risa y pronto todos rieron. El estrecho y el frío que emanaba llegaron a su fin y las risas cesaron. Los caballos relincharon, exhalando vapor con brío. De pronto, estar en el infierno helado de Balai fue preferible que seguir avanzando. No había valle en el horizonte. Donde acababa el blanquecino suelo escarchado empezaba
Reino de Galaea, frontera con BalaiLenta era la marcha en las fangosas tierras de la ciénaga, que se extendía por el reino como las sombras al atardecer. En la monotonía de los árboles oscuros y ausentes, no parecían avanzar. Furr no se sorprendería si, al alcanzar por fin la salida, se hallaran frente al estrecho con los guardias balaítas congelados que habían dejado atrás hacía tanto.Sólo sus voces se oían entre la bruma, que llenaba el aire de espesa humedad. Así fue por largo rato, no veían el cielo, no pasaba el tiempo. —Una vez me perdí en el bosque de las sombras —contó Furr—. Fue cuando llegó hasta Nuante. Avanzaba, pero no me movía de mi lugar. Luego me di cuenta de que sí lo hacía, pero el bosque se movía conmigo. Todavía estaría allí si Desz no me hubiera sacado. —Yo nunca he ido al bosque —contó Mel—. Las historias y canciones que hablan sobre él fueron suficiente advertencia. —Igual yo, pero creo entender a dónde Furr quiere llegar —dijo Liam—. Este lugar es como el b
Reino de ArkhamisDesesperadas corrían las gentes del horror que había surgido de la tierra. Era Arkhamis el más pujante de los reinos, el hogar anhelado por todos, el más claro ejemplo de la prosperidad que brindaba el trabajo duro al alero de un buen gobernante. Y para los arkhamitas no había mejor rey que Camsuq. Sabían de Barlotz, más interesado en enriquecerse a costa de sus gentes y sabían de Ulster, despiadado y cruel. También de Anoreq, tan diplomático y sereno, atributos que a veces se confundían con la falta de carácter. De entre todos ellos, no había rival para su rey; el que hablaba con los dioses y las bestias, el que había derrotado a los Dumas y a los Tarkuts, el que había elevado la grandeza de Arkhamis a niveles nunca antes vistos.Por todo eso y más, cuando el horror también superó a todo lo que habían visto, los arkhamitas clamaron por su rey, su salvador. Y sus plegarias fueron escuchadas. —¡Vayan a la capital! ¡Sigan el sendero del este, junto al río! —gritaba e
En la aldea, guerreros y humanos habían logrado buena distancia de la barrera que los separaba de una muerte segura. Un Dumas llevaba al rey que, aunque herido, seguía con vida. El grupo de avanzada llegó por fin a la capital y se refugió en los muros. El resto debía resguardar el regreso de Azot y enfrentar a los Dumas que aparecieran.—¡Padre! ¡Padre, tus heridas! —Lis había vuelto a su forma humana.Llegó arrastrándose junto al monarca, con manos y pies destrozados. Tenía él una profunda cortada que le había rebanado el vientre y se le veían las entrañas. Había llegado el fin de su gloriosa vida, así temieron sus súbditos, así lamentó su general y compañero de batallas, así lo lloró su hija. Pese a la gravedad de sus lesiones, Lis lo observó, con asombro, ponerse de pie una vez más.—¡¿Heridas?! ¡Soy el rey Camsuq! ¡El que domina a las bestias! ¡El que cuchichea con los dioses! ¡Nada puede detenerme, soy inmortal! —gritaba el hombre, con mirada enloquecida y las manos llenas de su
Una suave caricia en la cabeza sacó a Lis del trance de la somnolencia. Así ella sanaba y, cuando se despertó, ya su cuerpo estaba entero. Casi entero, notó al ver quién la acompañaba. —Ya todo terminó, Lis —le dijo Riu. Él y el ejército habían llegado a Arkhamis sin encontrarse con Dumas sombrío alguno. Y aquellos que sobrevivieron a su posesión habían vuelto a ser los mismos de siempre. —¿Y Desz? ¿Él llegó también? —Él nunca vino, se fue en otra dirección. Tan rápido como al trueno seguían las centellas, Lis dejó el lecho y buscó un caballo. Galopó como tantas veces imaginó mientras veía el bosque de las sombras desde la distancia y soñaba con alcanzarlo. El fin de la guerra había sido tan prodigioso, como si contaran ellos con ayuda divina, y sólo imaginaba a un ser capaz de aquello. Se detuvo en el linde del bosque, impactada por la visión que se desplegaba ante ella, tan irreal como fantástica: Ya los árboles no tenían ojos y la tierra no respiraba. Y la niebla no se volvi
Ella miró por la ventana con la nostalgia de muchas vidas a cuesta. Masajeó su muñeca y se removió en su silla. Llevaba medio día autografiando libros y le dolía el trasero.—¿Ya terminamos? —le preguntó a su editora. La abarrotada librería se iba quedando vacía. —Casi. Una niña corría hacia ella, aferrando el libro contra el pecho. Con los ojos brillantes lo dejó sobre la mesa. —¿Cómo te llamas?—¡Mariana!—¿Te gustó el libro, Mariana? —¡Me encantó! Aunque mi mamá dice que la escritora debió fumarse algo —contó, encogiéndose de hombros. Su comentario le arrancó una sonrisa a la mujer. —Las madres siempre dicen eso, lo importante es lo que tú pienses. Terminó de escribir la dedicatoria y se lo entregó. —Me hubiera gustado que la princesa se quedara con su amado. ¿Podrías escribir otro final? ¿Uno donde sean felices? La escritora le sonrió con indulgencia. —Eso será tarea tuya. Podrías convertirte en escritora y dedicarte a escribir otros finales, unos que te hagan feliz. La
En un rincón del exuberante salón, repleto de nobles y cortesanos ataviados con sus mejores atuendos, el orgulloso rey de los Tarkuts se lamentaba por su cruel e infame destino.—¿Alguien puede decirme por qué estoy aquí?Su consejero, Gentz, tomó la palabra:—Porque debes honrar el acuerdo de paz con los humanos, así mantienes la diplomacia con sus reinos y la paz que tanto anhelamos. Asistir a estos festejos es una acto de buena voluntad y compromiso.—¡¿Y por qué estoy yo aquí?! —exigió saber el general Furr.Desz le pasó un brazo sobre los hombros.—Porque no es justo que yo sufra solo.Furr gruñó.—Lo injusto es que yo siempre pague por tus decisiones. Toda esta gentuza perfumada y engalanada me tiene mareado. No sé cuánto aguante, Desz. —Aguantarás hasta el final, por eso eres el general. Además, oí que el príncipe de Balai también está invitado. Él y Gentz rieron, mientras la furia teñía sutilmente de rojo el rostro de Furr. —No abusen de mi paciencia, ese crío me tiene sin c