Los Dumas han tomado ventaja y los Tarkuts han caído en su trampa. ¿Podrán con el tipo de combate al que se enfrentan?
"¿Tienes miedo, Kal?", preguntó la niña, sumergida en el agua hasta la cintura."¡No te atrevas a llamarme cobarde, yo nunca tengo miedo!", le respondió el niño, que desde la orilla del lago tocaba el agua apenas con la punta de su pie. "Está bien tener miedo, todos lo tenemos alguna vez, pero si le temes al agua, apestarás, y nuestro padre se enfadará". "¡Qué no tengo miedo!", gritó el niño.Inhaló profundamente y se atrevió a entrar en las aguas del lago. Iban estas abrazando su vientre cuando se lo tragaron por completo. Era el lago un animal que iba a devorarlo y gritó, pidiendo ayuda. Manoteando y pataleando con frenesí sólo lograba hundirse más y más, y tragar agua en su desesperación por respirar.Fue la niña quien lo arrastró a la orilla, le golpeó el pecho y juntó sus labios con los de él para darle aire. Ese suave e inocente toque lo cambiaría todo de aquí en adelante; él ya no podría olvidarlos, por prohibidos que estuvieran, por inalcanzables que se volvieran. "El calor
Él suspiró y se oyó como una tempestad. Cada sonido, por más sutil que fuera, era amplificado en los estrechos muros de su prisión, en el seno cálido de la tierra. Todo lo que lo rodeaba era tierra y algo de agua somera también. A veces pensaba que él mismo era parte de la tierra, era el corazón. Creía recordar que, en algún momento, tuvo un sentir similar, cuando fue parte de algo más grande, pero él había olvidado la constelación y ella lo había olvidado a él. A veces le costaba recordar su nombre.Reposaba, inmóvil como un insecto aguardando renacer en la oscuridad. Si lo hiciera, sus alas desplegadas lo llevarían a la superficie, donde brillaba el sol en el pequeño círculo de luz sobre su cabeza. Cuanto deseaba tener alas. Las últimas señales de vida a su alrededor lo habían abandonado hacía mucho, las pisadas hacían palpitar la tierra y ahora sabía que estaba solo. Tal vez lo estaría por siempre, hasta que su cuerpo se fundiera del todo con la humedad que lo rodeaba. Volvió a d
Confundido en el deambular cíclico del sueño y la vigilia, el rey de Balai parpadeó varias veces, pero la sorprendente aparición, que se manifestaba a través de la frialdad de la mano posada en su pierna, seguía allí.—¡¿Acaso sigo dormido o mis sueños se han vuelto reales?! Postrado a sus pies estaba el copero, con los mismos ojos oscuros e inocentes de siempre. Lo palpó hasta convencerse de que era de carne y hueso. —¡¿Cómo es posible?! —He logrado escapar, mi señor. Sin más, Ulster lo estrechó contra su pecho. Era allí donde pertenecía, al abrigo de su cuerpo, tan cerca que sus manos pudieran alcanzar cada parte de él. Estaba entero, a salvo, vivo. Jamás lo imaginó. En su mundo de hielo, nada parecido a los milagros existía, la esperanza se marchitaba bajo la escarcha. —¡Copero, por todos los dioses! ¡Dime que la locura no se ha apoderado de mis sesos! Demuéstrame que realmente estás aquí y que esto que toco es tu carne. Las manos del muchacho le tocaron el pecho y hurgaron en
Ante la expresión desencajada del rey, Furr repitió las palabras que resultaban ser una bendición de los dioses que por tanto tiempo lo habían olvidado. —Tu copero es un Dumas, Ulster, es hermano de uno de mis aliados. El monarca soltó una risotada. —¡¿Este absurdo es tu venganza?! ¡El encierro te enloqueció! —Lo habría hecho si tu copero no me hubiera liberado. ¿Nunca lo sospechaste? Tantos años prisionero y de pronto logro escapar. Incluso me daba sangre a escondidas. —¡Mientes, m4ldito monstruo! ¡Mientes! —Su misión era matar a Barlotz, por eso se volvió su copero ¿Adivina qué debía hacer contigo? Ulster se aferraba la cabeza con desesperación. —Has fornicado con cadáveres, un Dumas no está tan mal en comparación, sobre todo uno que luce tan atractivo e inocente, tan frágil. Y se verá por siempre así porque no puede crecer, jamás envejecerá. Incluso puedes mutilarlo con confianza, como tanto te gusta hacer, porque sanará. Es el juguete perfecto. Como puedes ver, no soy renco
Reino de Galaea—Ya están aquí y Riu está con ellos —informó a Eriot el segundo al mando de lo que quedaba de su ejército.Los primeros en entrar a la capital habían sido las tropas de Dumas Tarkuts lideradas por Riu y Adir quien, tras llevar a Furr con Zin, regresó a la formación. Ellos allanarían el camino y evitarían más derramamiento de sangre. —¡¿Te das cuenta de lo que nos estás diciendo?! —le reclamó un hombre a Riu en el mercado.Atacados primero por los balaítas y ahora por Eriot, las gentes ya no sabían qué pensar. —¡Ojalá y Barlotz no hubiera muerto! —dijo una mujer—. Era un imbécil, pero con él vivíamos en paz. La muchedumbre reunida en torno a los guerreros emitió frases en apoyo. —Eriot mintió en que no pensaba cumplir sus promesas, pero no en que puedan realizarse. Si tenemos la voluntad, lo haremos —afirmó Riu.—¡Ya confiamos en ti una vez, por qué lo haríamos de nuevo! —dijo un hombre. —¡Por eso mismo! —dijo otro. Era el anciano artesano, atacado por los balaítas
Reino de Balai—Yo nunca podría vivir en un lugar así —decía Liam, exhalando un vapor gélido. Atrás iban dejando al reino helado, sumido en el silencio. El estrecho por donde transitaban, que no era más que un lago congelado hacía siglos, ya estaba llegando a su fin y pronto en el horizonte empezaría a asomarse el valle que desembocaba en Galaea. Casi en el límite estaban los cuerpos de los balaítas que vigilaban la frontera y que habían sido los primeros en caer. Congelados, serían parte del estrecho también.—Los Dumas necesitamos del sol —agregó—. ¿Cómo es el clima en Nuante? —Es muy similar al de Balai —aseguró Furr, fingiendo seriedad. Mel no pudo contener la risa y pronto todos rieron. El estrecho y el frío que emanaba llegaron a su fin y las risas cesaron. Los caballos relincharon, exhalando vapor con brío. De pronto, estar en el infierno helado de Balai fue preferible que seguir avanzando. No había valle en el horizonte. Donde acababa el blanquecino suelo escarchado empezaba
Reino de Galaea, frontera con BalaiLenta era la marcha en las fangosas tierras de la ciénaga, que se extendía por el reino como las sombras al atardecer. En la monotonía de los árboles oscuros y ausentes, no parecían avanzar. Furr no se sorprendería si, al alcanzar por fin la salida, se hallaran frente al estrecho con los guardias balaítas congelados que habían dejado atrás hacía tanto.Sólo sus voces se oían entre la bruma, que llenaba el aire de espesa humedad. Así fue por largo rato, no veían el cielo, no pasaba el tiempo. —Una vez me perdí en el bosque de las sombras —contó Furr—. Fue cuando llegó hasta Nuante. Avanzaba, pero no me movía de mi lugar. Luego me di cuenta de que sí lo hacía, pero el bosque se movía conmigo. Todavía estaría allí si Desz no me hubiera sacado. —Yo nunca he ido al bosque —contó Mel—. Las historias y canciones que hablan sobre él fueron suficiente advertencia. —Igual yo, pero creo entender a dónde Furr quiere llegar —dijo Liam—. Este lugar es como el b
Reino de ArkhamisDesesperadas corrían las gentes del horror que había surgido de la tierra. Era Arkhamis el más pujante de los reinos, el hogar anhelado por todos, el más claro ejemplo de la prosperidad que brindaba el trabajo duro al alero de un buen gobernante. Y para los arkhamitas no había mejor rey que Camsuq. Sabían de Barlotz, más interesado en enriquecerse a costa de sus gentes y sabían de Ulster, despiadado y cruel. También de Anoreq, tan diplomático y sereno, atributos que a veces se confundían con la falta de carácter. De entre todos ellos, no había rival para su rey; el que hablaba con los dioses y las bestias, el que había derrotado a los Dumas y a los Tarkuts, el que había elevado la grandeza de Arkhamis a niveles nunca antes vistos.Por todo eso y más, cuando el horror también superó a todo lo que habían visto, los arkhamitas clamaron por su rey, su salvador. Y sus plegarias fueron escuchadas. —¡Vayan a la capital! ¡Sigan el sendero del este, junto al río! —gritaba e