Adir es un peligro latente, pero necesario. ¿Se atreverá a lastimar a Mel? ¿Habrá matado Furr a la reina Dan-Kú?
Reino de GalaeaEn los regios aposentos de Lis en el palacio, el ambiente era de tristeza y decepción. —Apenas te repongas de esta pérdida lo intentarás de nuevo. Descansa ahora, Lis, de tu salud depende nuestro futuro. Eriot se despidió de su hija y salió. Necesitaba pensar y qué mejor manera de hacerlo que oyendo la voz del dios Dum. Dejó el palacio y fue a las colinas, al encuentro de la constelación. —No entiendo nada de esto —reclamó Azot desde un rincón de la habitación. —No importa, no debes entenderlo, estás mejor sin saber. Una ráfaga de aire hizo volar un florero que Eriot había dejado en el velador, agitó las cortinas y desperdigó unos libros que aletearon como aves antes de caer al suelo. —Dijiste que lo amabas, que padre era lo más importante, pero lo dejaste solo en esas mazmorras. Y estás aquí cuando no quieres estar aquí y manchas tu cuerpo con sangre y te quejas de un dolor que no sientes. No lo entiendo.Lis suspiró con cansancio, pero ya no tuvo que lidiar con
Reino de GalaeaEl caballo que galopaba al compás del viento se detuvo en el linde del bosque de las sombras, donde Lis y Azot descendieron. Hasta allí habían seguido a Eriot. Intrigados por la poción del Dumas, no perdieron oportunidad de descubrir los secretos que ocultaba.El velo neblinoso que envolvía a los oscuros árboles agitó el corazón de Lis, era imposible no sentirse pequeña ante tan abrumadora inmensidad. Pese a su propia naturaleza salvaje, dudaba en pisar la tierra negra. En cualquier momento de ella podían emerger los guardianes para ensartarle los filosos colmillos por todas partes. Azot también era una criatura del bosque y, en su momento, la había aterrado de un modo similar. Sin olvidar que el bosque del silencio había sido parte del de las sombras, imaginó que podría estar habituado al lugar y a sus moradores. No habían hablado sobre ello, él no hablaba mucho y, cuando lo hacía, era para hacer preguntas. Azot estaba lleno de preguntas.Probablemente también tuviera
—¿Así huele el aire de Arkhamis? Lo imaginaba diferente, cargado de cenizas y humo, sazonado con la fetidez de la sangre descompuesta y rezumando el más fascinante horror desde sus entrañas. Luego de encargarse de fragmentar el bosque de Dumas de la frontera, Adir despertaba en el lecho del palacio de Arkhamis donde reposaba.—Hemos tomado el reino con facilidad, no ha hecho falta tanta destrucción —le dijo Furr—. Espero que no estés decepcionado. El Dumas negó.—¿Cuál será mi recompensa? —preguntó—. No me darás la cabeza de Camsuq, que es lo que deseo. ¿Podré tener al menos la de su general? ¿Me dejarás bañarme en las tripas de sus capitanes? Las de la reina también me servirían...Había más locura de lo habitual en sus ojos, notó Furr. Esa conexión mental que los Dumas establecían cuando se unían a la constelación era peligrosa. Involucraba demasiado poder y no todos parecían capaces de lidiar con él. Tal vez por eso, de entre tantos Dumas, sólo Eriot y Adir tenían la facultad de
En un oscuro pasillo del palacio de Arkhamis, apoyado en el frío muro, Desz se miraba las manos manchadas con la sangre de Lis. Seguía sorprendiéndole que no oliera diferente a la de una humana. Su olfato era tan inservible como su oído, que no le permitió captar la sutil variación en el aire producida por la llegada de Furr.—¿Cómo está ella? —Se desmayó en mis brazos, estoy cubierto de su sangre... La sierva me echó para curar sus heridas... Al saber la noticia, el aya Ros había llegado presta y no permitió que nadie más estuviera en los aposentos mientras despojaba a Lis de las pocas ropas que cubrían su maltratado cuerpo. —La herida de mi corazón cuando supe la verdad sobre su naturaleza es tan ridícula ahora. Que no sea humana es una bendición, siempre lo fue. Una humana no podría perder tanta sangre y seguir respirando. Es una bendición... Furr le apoyó una mano en el hombro. La suya también estaba manchada con sangre, igual que sus ropas. Tan afectado estaba Desz que ni siqu
Terminada la comida, Azot, Desz y Lis dejaron el palacio. Un solo día se permitiría él sin pensar en Dumas, guerra, o venganza. Nada de Tarkuts, Kraia, bosques, y sus sombras, sólo serían él, su hijo y su Lis. Lis era arkhamita, pero con seguridad podía decir que conocía mucho más Nuante que el reino donde había crecido, así que no fueron muy lejos. Un río cerca de las colinas y su ribera les sirvieron para pasar la tarde bajo el esplendoroso sol, del que nada se ocultaba. Allí Desz habló de lo que nunca había contado a nadie: su vida humana, sus cabras y sus habilidades para preparar queso. Prometió que, cuando la guerra acabara, volvería a hacerlo para ellos. Estaba seguro de no haber olvidado cómo. Lis les habló de su infancia en el palacio, de cómo Kron dejaba atrás a los mejores caballos del ejército y de las aburridas fiestas de la corte; les enseñó algunos pasos de baile y describió cómo su cuerpo se fundía con los elementos cuando cambiaba a su forma de Dumas.Azot oyó con
Como una multitud de hormigas incapaces de cruzar un charco estaba el ejército dirigido por Furr. No era sólo la repentina aparición de la ciénaga lo que los inquietaba, sino también la niebla, espesa y envolvente como la del bosque de las sombras. Para quienes habían osado penetrar en su linde no hub0 dudas: olía igual que aquella, el fatídico velo que ocultaba a las alimañas. Furr exhaló con hastío. —No podemos pasar por aquí con los caballos —inmediatamente agregó—. No podemos pasar por aquí. Buscar una ruta alternativa los haría separarse y se resistían a ello, hasta donde sabían, la ciénaga podía extenderse por todo el resto del reino. La mejor opción, aunque no la más rápida, era continuar por las colinas e intentar rodear la ciénaga.—Nada parece moverse ahí abajo —observaba Furr mientras se enfilaban por la ladera.Bajo la niebla y el fango no había criatura alguna que captaran sus poderosos oídos. —No hace falta ninguna criatura —reflexionó Desz, que cabalgaba a su lado—.
"¿Tienes miedo, Kal?", preguntó la niña, sumergida en el agua hasta la cintura."¡No te atrevas a llamarme cobarde, yo nunca tengo miedo!", le respondió el niño, que desde la orilla del lago tocaba el agua apenas con la punta de su pie. "Está bien tener miedo, todos lo tenemos alguna vez, pero si le temes al agua, apestarás, y nuestro padre se enfadará". "¡Qué no tengo miedo!", gritó el niño.Inhaló profundamente y se atrevió a entrar en las aguas del lago. Iban estas abrazando su vientre cuando se lo tragaron por completo. Era el lago un animal que iba a devorarlo y gritó, pidiendo ayuda. Manoteando y pataleando con frenesí sólo lograba hundirse más y más, y tragar agua en su desesperación por respirar.Fue la niña quien lo arrastró a la orilla, le golpeó el pecho y juntó sus labios con los de él para darle aire. Ese suave e inocente toque lo cambiaría todo de aquí en adelante; él ya no podría olvidarlos, por prohibidos que estuvieran, por inalcanzables que se volvieran. "El calor
Él suspiró y se oyó como una tempestad. Cada sonido, por más sutil que fuera, era amplificado en los estrechos muros de su prisión, en el seno cálido de la tierra. Todo lo que lo rodeaba era tierra y algo de agua somera también. A veces pensaba que él mismo era parte de la tierra, era el corazón. Creía recordar que, en algún momento, tuvo un sentir similar, cuando fue parte de algo más grande, pero él había olvidado la constelación y ella lo había olvidado a él. A veces le costaba recordar su nombre.Reposaba, inmóvil como un insecto aguardando renacer en la oscuridad. Si lo hiciera, sus alas desplegadas lo llevarían a la superficie, donde brillaba el sol en el pequeño círculo de luz sobre su cabeza. Cuanto deseaba tener alas. Las últimas señales de vida a su alrededor lo habían abandonado hacía mucho, las pisadas hacían palpitar la tierra y ahora sabía que estaba solo. Tal vez lo estaría por siempre, hasta que su cuerpo se fundiera del todo con la humedad que lo rodeaba. Volvió a d