La traición vuelve a caer sobre Desz como una sombra y su destino está en las manos de Camsuq, ¿podrá salvar a Lis del suyo? ¿Qué tendrá que decirle el líder de la resistencia a Furr?
Reino de ArkhamisUna vez más Desz yacía al abrigo de la oscuridad, con un dolor lacerante que apenas lo dejaba respirar y que no se debía a las flechas que habían envenenado su sangre, ese era un dolor que él podía soportar.A lo lejos, por entre los enrevesados y estrechos pasillos de las mazmorras del palacio, oía los quejidos y lamentos de sus guerreros. Sufrían, pero seguían con vida. Camsuq no era idiota. Se había rendido ante los Dumas, pero albergaba una esperanza de ir contra ellos. O tal vez simplemente esperaba el momento de entregarlo a él también. Probablemente cuando la reina Dan-Kú se enterara de su presencia allí lo pediría como ofrenda. El ardiente deseo de volver a estrechar a Lis entre sus brazos no lo dejaba claudicar, pese al horror del encierro. Era lo que más anhelaba, el único pensamiento en su cabeza debilitada por los efectos de la nefasta planta. Ya no había flechas en su cuerpo, pero sí ataduras en distintas partes con cuerdas provenientes de la misma fuent
Reino de GalaeaEnvuelta en la suavidad de las sábanas, Lis deseó no haber abierto los ojos. Se mantuvo quieta, acurrucada como un insecto dentro de su capullo, incapaz de olvidar quién había sido y negándose a enfrentar quién era ahora.Así estuvo largo rato, perdida en sus inútiles pensamientos. ¿De qué servía divagar sobre una decisión que ya había tomado? Era como resistirse a ser entregada como ofrenda mientras ya iba en el carruaje camino a Nuante, un sufrimiento inútil para, al final, acabar agradeciendo por lo que parecía un infortunio del destino. Tal vez así sería también esta vez y de su profundo pesar brotaría la más reconfortante dicha. Sabiendo que se sostenía en ilusiones más que en certezas, emergió por fin de entre las sábanas.—¡Riu! ¿Desde cuándo estás aquí? Sentado en el borde del lecho, el joven la recibió en sus brazos. —Llegué ayer. ¿Desde cuándo duermes tanto, Lis? ¿Qué vida es esta que llevas, si prefieres pasártela en tus sueños? Ella nada dijo, sólo se ac
Reino de ArkhamisSumido en la larga espera, Desz respiraba. No había nada más que pudiera hacer. No había planes que tramar ni venganzas que urdir. En el encierro, el tiempo había vuelto a detenerse, igual que sus anhelos. Esa era la clave para mantener la cordura y proteger su mente, así había sobrevivido en la cueva, congelado en el tiempo como las hierbas bajo el hielo.Sólo debía esperar a que el general Magak honrara su promesa. —Debe ser aquí, el espacio es pequeño, pero es la única opción —dijo Liam. Él y el resto del escuadrón habían recorrido el muro hecho de Dumas en toda su extensión. Hacia el este, justo donde ahora estaban, había una zona menos tupida, con Dumas más distanciados unos de otros. —Como una flecha, así habrá que moverse, como si fuéramos uno solo —dijo un Tarkut. Los guerreros Dumas se transformaron, igual los Tarkuts que, siendo más pequeños, treparon sobre ellos. Contaron hasta tres y los Dumas corrieron, abalanzándose contra el bosque hecho de enemigos
Reino de UratisLas noches en Uratis llevaban tiempo sin ser lo que habían sido. La serena quietud arrancada con la invasión de los karadesianos no había regresado al llegar el ejército libertador, como llamaban a las tropas de Furr, tampoco al ser su rey reinstaurado. Si bien ya no era el horror de la guerra lo que mantenía a las gentes insomnes, había sonidos tanto o más perturbadores. Era cierto que los Tarkuts eran los señores del silencio, pero ya no estaban solos. Los Dumas habían resultado ser bastante ruidosos, sobre todo al momento de revelarse su naturaleza o "despertar".—¿No puedes dormir? —le preguntó Terk a un Tarkut uratita sentado frente a una fogata. Habían montado el campamento en los alrededores del palacio. Allí descansaban los que venían de Nuante y hacían la guardia y los nativos de Uratis que ya no hallaban su lugar entre los humanos. Madok era uno de ellos. Desconfianza era su nombre y por primera vez en su vida sentía que pertenecía a alguna parte, pese a lle
Al día siguiente de su partida, la comitiva del rey Kert regresó a Galaea reducida a menos de la mitad. —Había Dumas apostados en las fronteras, pero no eran nuestros —contó Riu mientras eran atendidas sus heridas. —El traidor que los envió a Arkhamis ahora ha ido por Uratis. Acabamos con los suyos sin problema entonces, ¿por qué te han dejado en tal estado ahora? —preguntó Eriot. A Riu le faltaba un brazo. Múltiples lesiones se repartían por el resto de su cuerpo también. —No eran sólo ellos, Eriot. Había otras criaturas también, más pequeñas y veloces, con cuerpos ardientes y fuertes y dotados de enormes garras y colmillos capaces de atravesar nuestra gruesa piel. —Tarkuts, así son los Tarkuts... No puede ser —dijo Eriot, aferrándose la cabeza. —Cuando estuve en Nuante sólo estaba el rey. Ahora son más, han aumentado en número como nosotros. Mataron a los escoltas del rey Kert, él y yo nos salvamos por poco. —Cuando se despierte estará intratable, querrá que todo nuestro ejérc
Reino de ArkhamisLa reina Alira se aferraba el vientre mientras con la otra mano sujetaba la de Daara. Le parecía que había sido ayer cuando su primogénita se movía dentro de su cuerpo. Qué agradable sensación era aquella, tener dos corazones, proteger al ser que se gestaba y con el que era una sola. Ahora su hija yacía inconsciente y le dolía el vientre. De sus labios temblorosos una dulce melodía brotaba, era la canción de cuna con la que la princesita se dormía cada noche. Cuando dejaba de cantarla, ella se despertaba. Así era hasta que la cantaba por tercera vez. De niña, Daara tardaba tres canciones en dormirse. La reina se detuvo luego de la primera, pero la muchacha no se despertó. Se detuvo luego de la segunda y esos amados ojos siguieron sin mirarla. Ya no pudo cantar una tercera vez y rompió en llanto, sin soltar la mano de su hija, que soñaba el que parecía ser un sueño eterno. Lejos del calor de los aposentos reales, en las frías mazmorras, Desz también soñaba. Atrapa
Reino de UratisCon la piel todavía sensible enfundada en una bata luego de salir de un reparador baño, Adir se paró en medio de sus aposentos.—Espero que sea de tu agrado —le dijo Furr, sentado en un sillón—, pedí que la prepararan especialmente para ti. Adir volvió a recorrer con sus ojos la habitación. A Furr le pareció un niño asombrado que no daba cabida a la inmensidad del firmamento cuando lo veía por vez primera. —Jamás estuve en un lugar tan lujoso. Con sus dedos recorrió el aterciopelado respaldo del sillón, gozando también de cada curva de la madera deliciosamente tallada que le daba forma. Se sentó para seguir maravillándose ahora con el resto de su cuerpo, que fue acogido con reconfortante comodidad. Había recorrido cada aldea, en valles y colinas, buscando Dumas que quisieran abandonar su prisión humana y unirse a la guerra. En unas cuantas semanas había formado toda una legión de guerreros Dumas, con ansias de proteger la tierra que era su hogar y la nueva libertad
Reino de GalaeaEn los regios aposentos de Lis en el palacio, el ambiente era de tristeza y decepción. —Apenas te repongas de esta pérdida lo intentarás de nuevo. Descansa ahora, Lis, de tu salud depende nuestro futuro. Eriot se despidió de su hija y salió. Necesitaba pensar y qué mejor manera de hacerlo que oyendo la voz del dios Dum. Dejó el palacio y fue a las colinas, al encuentro de la constelación. —No entiendo nada de esto —reclamó Azot desde un rincón de la habitación. —No importa, no debes entenderlo, estás mejor sin saber. Una ráfaga de aire hizo volar un florero que Eriot había dejado en el velador, agitó las cortinas y desperdigó unos libros que aletearon como aves antes de caer al suelo. —Dijiste que lo amabas, que padre era lo más importante, pero lo dejaste solo en esas mazmorras. Y estás aquí cuando no quieres estar aquí y manchas tu cuerpo con sangre y te quejas de un dolor que no sientes. No lo entiendo.Lis suspiró con cansancio, pero ya no tuvo que lidiar con